Capítulo 190 Sorpresas en la mañana
El amanecer apenas asomaba cuando Amatista despertó con una punzada de hambre. Se estiró en la cama y giró un poco para ver a Enzo aún dormido a su lado. Se veía relajado, su respiración era pausada, y por primera vez en días, no tenía el ceño fruncido.
Lo observó un momento, con una ligera sonrisa, y luego intentó moverse con cuidado para no despertarlo. Sin embargo, Enzo soltó un gruñido somnoliento y, sin abrir los ojos, murmuró:
—Gatita, vuelve a la cama…
—Tengo hambre —respondió ella en un susurro, acariciándole el cabello.
—Cinco minutos más… —pidió él con voz ronca.
Amatista rodó los ojos, divertida, y le dejó un beso en la mejilla antes de levantarse. Se puso una bata ligera y salió de la habitación en busca de algo para comer.
Bajó las escaleras con calma, ajustándose la bata mientras avanzaba por el pasillo hasta la cocina. Sin embargo, antes de llegar, se detuvo al notar que Alan, Joel y Facundo estaban cerca de una de las habitaciones, murmurando entre ellos con evidente diversión.
Frunció el ceño, curiosa, y se acercó.
—¿Qué hacen tan temprano? —preguntó, cruzándose de brazos.
Alan giró con una sonrisa socarrona.
—Dentro de la habitación están teniendo un encuentro apasionado —dijo en tono burlón—. Pensamos que eran tú y Enzo.
Amatista arqueó una ceja, incrédula.
—¿Y qué, se quedaron a escuchar?
Joel se encogió de hombros, divertido.
—No nos culpes, los sonidos son bastante claros.
En ese momento, un gemido más fuerte traspasó la puerta, y los cuatro casi al mismo tiempo dijeron:
—¡Emilio!
Alan, Joel y Facundo se miraron entre sí, conteniendo la risa. Amatista parpadeó y luego sonrió con diversión.
—Apuesto que está con Samara.
—¿Quieres apostar? —preguntó Joel, con una sonrisa traviesa.
—No, gracias —respondió Amatista, riéndose—. Muero de hambre. Pero cuando terminen, quiero que me cuenten si acerté.
Los tres hombres rieron mientras la observaban alejarse rumbo a la cocina, dejando la incógnita en el aire sobre lo que sucedía dentro de la habitación.
Amatista tomó un par de rebanadas de pan y las puso en la tostadora mientras sacaba algo de mermelada. Luego, puso en marcha la cafetera, aunque ella no bebía café. Sabía que en cualquier momento los hombres bajarían con la primicia del día, y no se equivocaba.
Apenas unos minutos después, Alan, Joel y Facundo entraron a la cocina, todavía riéndose entre ellos.
—Aunque no quisiste apostar, te daremos la primicia —anunció Alan con una sonrisa divertida.
—Efectivamente, era Samara —agregó Joel, tomando asiento.
Amatista, sin sorprenderse, dejó escapar una risa ligera mientras servía el café.
—Lo sabía.
—Entonces, si tienes tan buen ojo, consígueme una conquista —dijo Joel, alzando una ceja con falsa seriedad.
Amatista negó con la cabeza, riéndose.
—Lo siento, pero no hago milagros.
Todos rieron con la respuesta, mientras Amatista servía las tazas de café y les pasaba una a cada uno.
—¿Creen que sea algo serio? —preguntó Alan, apoyando el codo en la mesa con interés.
—Nah —respondió Facundo, encogiéndose de hombros.
—Lo dudo mucho —añadió Joel.
Amatista, sin embargo, se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
—Creo que Emilio lo intentará, pero todo dependerá de Samara.
Los hombres se miraron entre sí, divertidos, hasta que estallaron en carcajadas. Fue en ese momento que la puerta de la cocina se abrió, y Emilio apareció con el cabello algo desordenado y una evidente marca en el cuello.
—¿Se puede saber qué hacían en la puerta de la habitación? —preguntó, cruzándose de brazos con fingida indignación.
Amatista le sirvió una taza de café y le extendió la mano con una sonrisa traviesa.
—Toma, para que se te pase el mal genio.
Emilio tomó la taza y, justo cuando iba a dar un sorbo, Amatista soltó una carcajada.
—Samara te dejó marca.
Todos giraron para ver la mancha rojiza en el cuello de Emilio. Alan, Joel y Facundo se rieron con ganas, mientras Emilio suspiraba y negaba con la cabeza.
—No cambian más… —dijo, pero terminó riendo y agradeciéndole el café a Amatista antes de sentarse con ellos.
Emilio tomó asiento con su café en mano mientras los demás aún reían por el descubrimiento de la marca en su cuello.
—Vamos, ¿tan divertido les parece? —dijo, mirándolos con fingida molestia.
—Muchísimo —contestó Alan, dándole una palmada en la espalda—. No todos los días sorprendemos al gran Emilio en una situación como esta.
—Y menos con una marca tan visible —agregó Joel con una sonrisa burlona.
Amatista, que se llevaba un trozo de pan tostado a la boca, lo miró con diversión.
—Podrías intentar cubrirlo, pero dudo que sirva de algo, ya todos lo vimos.
Emilio bufó, pero una sonrisa le cruzó el rostro.
—¿Van a seguir con esto toda la mañana o me dejarán disfrutar mi café?
—Depende —dijo Facundo, apoyándose en la mesa—. ¿Vas a responder o no?
Emilio entrecerró los ojos.
—¿Responder qué?
—Si lo de Samara es serio o solo fue una aventura de una noche —dijo Alan, tomando su taza de café.
—¿Por qué les importa tanto?
—Vamos, viejo, no es como si fuera un secreto que Samara estaba detrás de ti —agregó Joel con diversión—. Solo queremos saber si esto será algo estable o si tenemos que consolarla después.
Emilio chasqueó la lengua y tomó un sorbo de café antes de responder.
—Miren, lo que pasó, pasó. Samara es una mujer increíble, pero no sé si esto vaya a algún lado.
—Eso suena a que te gustó y no quieres admitirlo —comentó Amatista con una sonrisa juguetona.
Emilio le lanzó una mirada de advertencia, pero ella solo se encogió de hombros con diversión.
—Vamos, Amatista —dijo Facundo—, ¿tú qué piensas? ¿Hay futuro o no?
Amatista fingió pensarlo un momento mientras terminaba su tostada.
—Como dije antes, Emilio lo intentará, pero todo depende de Samara.
—¿Y por qué dices eso? —preguntó Alan, curioso.
—Porque Emilio puede ser un gran estratega en la vida, pero en el amor… —hizo una pausa dramática y luego sonrió—. Digamos que no tiene la mejor suerte.
Todos estallaron en carcajadas, incluido Emilio, aunque negó con la cabeza.
—¿Y qué hay de Samara? —preguntó Joel—. ¿Crees que le interese en serio?
Amatista tomó un sorbo de su jugo antes de responder.
—Creo que Samara es una mujer muy atractiva y acostumbrada a recibir atención. Pero Emilio no es como los demás hombres que ha conocido. Si le interesa, tendrá que esforzarse, y si no, lo dejará pasar.
—¿Y si Samara es la que termina enamorada? —preguntó Alan con una ceja levantada.
—Eso es algo que solo el tiempo dirá —respondió Amatista con una sonrisa misteriosa.
El grupo continuó bromeando mientras desayunaban, el ambiente era ligero y relajado. Era un respiro después de todo lo que habían pasado con Diego y Liam.
Cuando terminaron, Amatista se puso de pie y se estiró.
—Bien, yo voy a ver si Enzo ya despertó.
Amatista subió con calma las escaleras, sosteniendo la bandeja con el desayuno de Enzo. Sabía que después de la paliza que había recibido la noche anterior, necesitaría reponer fuerzas. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, le gustaba cuidarlo.
Se inclinó sobre él, observando de cerca los rasgos marcados de su rostro, las leves sombras de los moretones en su mandíbula y la ligera hinchazón en su labio.
Sin decir nada, comenzó a repartir pequeños besos sobre su piel, comenzando por su mejilla, luego su mandíbula y descendiendo hasta su cuello.
Enzo suspiró levemente, pero no se movió.
Amatista sonrió.
—Sé que ya estás despierto —murmuró continuando su recorrido con besos hasta su clavícula.
Él no respondió, pero su respiración se volvió un poco más pesada.
—¿En serio vas a seguir fingiendo? —susurró mientras deslizaba los labios por su pecho desnudo.
Enzo gruñó bajo y, sin abrir los ojos, murmuró con voz grave:
—Si me despiertas así todos los días, podría fingir estar dormido más seguido.
Amatista soltó una risa baja y le mordió suavemente la mandíbula.
—Sabía que estabas despierto.
Enzo entreabrió los ojos y la miró con una mezcla de diversión y cansancio.
—¿Y así me delatas, gatita?
—Si te gustara dormir tanto, no estarías disfrutando tanto esto —respondió con una sonrisa traviesa.
Enzo alzó una ceja con una expresión de falso desinterés.
—No sé de qué hablas —dijo con voz ronca, pero su mano se deslizó perezosamente hasta la cintura de Amatista, atrayéndola hacia él.
Ella apoyó las manos en su pecho y lo observó con diversión.
—Te traje el desayuno.
Enzo soltó una leve carcajada y luego hizo una mueca de dolor.
—Maldita sea… esos golpes aún duelen.
Amatista frunció el ceño y, con delicadeza, rozó con sus dedos una de las marcas en su rostro.
—Debiste descansar más, Enzo.
—Me habría despertado igual, sabiendo que mi gatita no estaba a mi lado.
Amatista negó con la cabeza, pero su sonrisa no desapareció.
—Dime, ¿vas a desayunar o tengo que seguir despertándote a besos?
Enzo la miró intensamente, con esa mirada posesiva que siempre la hacía estremecer.
—¿Sabes qué es lo peor, gatita?
—¿Qué?
—Que me gusta más la segunda opción.
Amatista soltó una risa antes de apartarse, tomando la bandeja.
—Come, antes de que me arrepienta y te deje sin desayuno.
Enzo suspiró, resignado, y se incorporó lentamente en la cama.
—Solo porque mi gatita lo preparó.
Amatista se sentó a su lado mientras él comenzaba a comer, disfrutando de la tranquila intimidad del momento.
Enzo tomó un sorbo de café mientras sus ojos no se apartaban de Amatista. Estaba sentada a su lado, con una pierna doblada sobre la cama y el cabello algo revuelto. Llevaba puesta solo una bata de satén que apenas cubría su piel, y él no podía evitar recorrerla con la mirada.
—Sabes, gatita —murmuró con una sonrisa perezosa—, me gustaría que mi esposa me despertara con algo más que besos.
Amatista arqueó una ceja y se inclinó ligeramente hacia él.
—Hay dos problemas con tu deseo, Bourth —dijo con tono divertido—. Primero, ya te desperté. Y segundo… —Acercó su rostro al de Enzo hasta que sus labios casi se rozaron—. Aún no soy tu esposa.
Los ojos de Enzo brillaron con intensidad mientras dejaba la taza sobre la bandeja.
—Un detalle menor —dijo con una sonrisa ladina—. Ya dijiste que ibas a casarte conmigo.
—Dije que lo pensaría —corrigió Amatista con aire inocente.
—Dijiste que sí —insistió él, deslizando una mano por su pierna desnuda bajo la bata—. Y lo sabes.
Amatista fingió pensarlo, mordiendo ligeramente su labio inferior.
—Mmm… no sé. Tal vez estaba jugando contigo.
Enzo soltó una risa baja y profunda, su mano subiendo un poco más.
—Gatita, si intentas provocarme mientras como, te advierto que puede salirte mal.
Amatista tomó un pedazo de pan de la bandeja y se lo llevó a la boca con tranquilidad.
—Solo estoy conversando contigo, mi amor —dijo con fingida inocencia—. ¿Soy yo o eres tú quien se está distrayendo?
Enzo la observó fijamente, con esa intensidad que siempre la hacía estremecer.
—Eres tú quien está jugando, pero te gusta fingir que no.
Amatista le ofreció un trozo de fruta directamente en los labios, y Enzo la tomó con una mordida, sin apartar la mirada de ella.
—Te advierto, gatita… si sigues jugando así, puede que no termine mi desayuno.
—Eso sería una pena —susurró Amatista, inclinándose lo suficiente para que el escote de su bata dejara poco a la imaginación—. Después de todo, yo misma te lo preparé.
Los ojos de Enzo descendieron lentamente antes de volver a su rostro.
—Definitivamente, me gusta más lo que tengo frente a mí.
Amatista sonrió, satisfecha con la reacción que estaba logrando en él. Se inclinó un poco más, rozando apenas su nariz con la de Enzo.
—Entonces, ¿qué harás al respecto?
Enzo dejó el cubierto sobre la bandeja con calma y llevó ambas manos a la cintura de Amatista, acercándola con fuerza.
—Gatita, no juegues conmigo si no estás dispuesta a perder.
Amatista rió suavemente, apoyando sus manos sobre su pecho desnudo.
—Tal vez quiero perder esta vez…
Pero justo cuando Enzo iba a inclinarse para besarla, alguien llamó a la puerta.
Ambos se quedaron quietos por un momento, antes de que Amatista soltara una risa divertida.
—Parece que te salvaste… por ahora.
Enzo suspiró y pasó una mano por su rostro, frustrado.
—Alguien va a morir si no es importante.
Amatista se levantó con calma, acomodándose la bata mientras se dirigía a abrir la puerta.
—Veamos quién se atreve a interrumpirte.
Amatista abrió la puerta con calma, aún sonriendo por la frustración de Enzo. Del otro lado, Emilio estaba de pie con los brazos cruzados y una expresión divertida en el rostro.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con fingida inocencia.
Amatista se apoyó en el marco de la puerta, acomodándose la bata con un aire despreocupado.
—Digamos que llegaste en un momento… interesante.
Desde la cama, Enzo gruñó, frotándose la sien con una mano.
—Más te vale que tengas una buena razón para estar aquí, Emilio.
Emilio alzó las manos en un gesto pacificador.
—Tranquilo, Bourth. Si estoy molestando es porque hay noticias sobre lo de Liam y Diego.
El semblante de Enzo cambió al instante, dejando de lado la diversión y enfocándose por completo en Emilio. Amatista también se puso seria, cruzando los brazos mientras esperaba la información.
—Habla —ordenó Enzo.
Emilio miró de reojo a Amatista antes de continuar.
—Recibí un informe hace unos minutos. Parece que hay algunos movimientos extraños en Puerto San Esteban. Nada confirmado aún, pero hay rumores de que algunos aliados de Liam no están muy contentos con lo que pasó.
—¿Eso significa que intentarán vengarlo? —preguntó Amatista.
—No lo sabemos con certeza —admitió Emilio—, pero es una posibilidad.
Enzo suspiró pesadamente y se pasó una mano por el cabello, como si la información no lo sorprendiera.
—Malditos idiotas —murmuró—. Liam sabía en lo que se metía, y Diego también. Si sus aliados quieren seguir su camino, tendrán el mismo final.
Emilio asintió.
—Por ahora, es solo un rumor. Pero pensé que debían saberlo.
Amatista inclinó la cabeza, analizando la información.
—¿Quién está investigando?
—Eugenio y los muchachos ya están en ello —respondió Emilio—. Si hay algo sólido, lo sabremos pronto.
Enzo se levantó de la cama, ignorando las molestias en su cuerpo aún golpeado. Caminó hasta la puerta, deteniéndose junto a Amatista.
—Avísame en cuanto tengas algo concreto —ordenó.
Emilio asintió y, antes de irse, lanzó una última mirada a Amatista.
—Ah, por cierto —dijo con una sonrisa burlona—. Me alegra ver que estás cuidando bien de nuestro querido jefe.
Amatista sonrió con picardía.
—¿Acaso alguien más lo haría mejor?
Emilio soltó una carcajada y se alejó por el pasillo.
Cuando Amatista cerró la puerta, sintió la presencia de Enzo tras ella.
El sonido del cierre de la puerta aún flotaba en el aire cuando Amatista sintió el calor del cuerpo de Enzo presionándola contra la madera. Su espalda quedó atrapada entre su pecho firme y la superficie fría, un contraste que la hizo estremecer.
—No creas que olvidé lo que estabas haciendo hace unos minutos, Gatita —murmuró Enzo contra su cuello, su voz rasposa, marcada por la urgencia contenida—. Me tentaste y después me dejaste con las ganas.
Un escalofrío la recorrió al sentir su aliento cálido en la piel. Sus labios dejaron un rastro de besos abiertos sobre su hombro desnudo, mientras sus manos descendían por sus muslos, delineando cada curva con la yema de los dedos antes de aferrarla con firmeza.
—No sabía que el gran Enzo Bourth tenía tan poca paciencia —susurró Amatista, inclinando la cabeza hacia un lado, dándole más acceso, disfrutando del poder que tenía sobre él.
Él soltó una risa grave, hundiendo el rostro en su cuello.
—Con vos nunca la tuve.
Las manos de Enzo deslizaron el satén de su pijama por sus hombros, haciéndolo resbalar lentamente por su cuerpo hasta dejarlo caer al suelo en un susurro de tela. Amatista sintió el roce del aire frío sobre su piel, un contraste inmediato con la calidez de sus caricias.
Antes de que pudiera moverse, él la giró con decisión, queriendo verla. Sus ojos oscuros estaban nublados de deseo, su mirada fija en la de ella, bebiéndose cada una de sus expresiones.
Amatista alzó la mano y recorrió con lentitud su torso desnudo, rozando con la punta de los dedos cada marca de los golpes recientes.
—Deberías descansar —murmuró, aunque sus labios se curvaron en una sonrisa provocativa.
Enzo la tomó de la muñeca, guiando su mano hacia su cuello mientras se inclinaba hasta que sus rostros quedaron a escasos centímetros.
—Lo haré —susurró contra su boca, con una sonrisa arrogante—. Después de esto.
No le dio oportunidad de replicar. Su beso fue intenso, demandante, como si quisiera devorarla. Amatista correspondió con la misma necesidad.