Capítulo 48 Una mañana para dos
El sol comenzaba a elevarse en el horizonte, enviando sus primeros rayos a través de las finas cortinas de la habitación principal de la mansión Bourth. La luz suave y dorada iluminaba delicadamente el rostro de Enzo, quien yacía profundamente dormido. Sus respiraciones eran lentas y tranquilas, como las de alguien que estaba completamente sumido en el descanso. La quietud del momento era casi perfecta, una serenidad que llenaba la habitación y que, sin embargo, estaba destinada a romperse por un gesto, un toque que solo ella podía dar.
Amatista ya estaba despierta, los ojos abiertos y fijos en él, recostada a su lado. Observaba su rostro con una mezcla de ternura y fascinación, un contraste con su usual comportamiento en público, donde la guardia siempre estaba arriba. No podía evitar sonreír al recordar la fiesta de anoche, el bullicio y las conversaciones, pero más que nada, las miradas furtivas entre ambos, esos pequeños gestos que solo ellos entendían. Las historias de su infancia, los secretos que compartían, sus travesuras y los recuerdos de días pasados, vinieron a su mente como una corriente de emociones que la hicieron sonreír suavemente.
Había algo en ese momento, algo en esa quietud, que la hizo sentirse conectada a Enzo de una manera que iba más allá de lo físico. Sabía que él no tardaría en despertar, pues solo bastaba un toque para que su atención se dirigiera hacia ella, pero hoy algo en su interior le decía que quería hacerlo diferente. Con un leve suspiro, decidió que esta vez sería su forma de despertar la que marcaría el inicio del día.
Con delicadeza, se deslizó hacia adelante, moviéndose lentamente hasta quedar sentada sobre su entrepierna, observando a Enzo con una sonrisa traviesa en el rostro. Su mirada era suave, llena de cariño y un toque de diversión, mientras lo estudiaba con atención, como si quisiera retener cada detalle de ese momento.
Enzo sintió el peso de su cuerpo sobre él y comenzó a despertar. Sus ojos se abrieron lentamente, aún borrosos por el sueño, pero la proximidad de Amatista hizo que su atención se enfocara completamente en ella. Sin decir una palabra, sus manos se posaron en su cintura, asegurándola contra su cuerpo, como si fuera la forma más natural de comenzar el día. El tono de su voz, ronco por el descanso, rompió el silencio de la habitación, pero no fue un sonido brusco. Era suave, casi como un susurro, como si su voz quisiera adaptarse a la calma del amanecer.
—¿Qué pasa, gatita? —preguntó, su mirada aún somnolienta pero llena de curiosidad, mientras se incorporaba lentamente, acomodándose contra el respaldo de la cama.
El espacio entre ellos era mínimo, casi inexistente, y las caras de ambos se quedaron a escasos centímetros, lo que hizo que el aire se volviera más espeso, cargado de una tensión palpable. Amatista sonrió, disfrutando de ese momento de intimidad, y negó con la cabeza.
—Nada, amor. Solo quería mirarte.
La respuesta de Amatista fue simple, pero el tono juguetón de su voz y la forma en que sus ojos brillaban con diversión hicieron que Enzo no pudiera evitar sonreír. Esa sonrisa, suave pero llena de significado, lo empujó a atraerla hacia él con un abrazo fuerte. La abrazó como si quisiera protegerla de todo, como si el resto del mundo fuera irrelevante en ese instante.
Amatista, respondiendo al abrazo, posó sus manos en la cabeza de Enzo, entrelazando sus dedos en su cabello oscuro. Era un gesto natural para ella, algo que había aprendido a hacer desde pequeños, cuando él la abrazaba para consolarla, o simplemente para compartir un momento de tranquilidad. Mientras sentía la suavidad de sus cabellos entre sus dedos, Amatista no podía evitar notar lo cerca que estaban. Sus cuerpos, sus respiraciones, el roce de sus pieles, todo se sentía como una extensión del otro, una conexión que no necesitaba palabras.
Sus miradas se encontraron de nuevo. El contacto visual fue cargado de significado. No era un simple vistazo; era una conversación en silencio, donde cada emoción, cada deseo y cada pensamiento se transmitían sin necesidad de palabras. Fue una mirada profunda, intensa, que parecía decir todo lo que ambos sentían, pero no se atrevían a pronunciar en voz alta.
Fue Enzo quien rompió el silencio con un suave beso en los labios de Amatista. El beso fue lento, como si quisieran alargar ese instante todo lo que pudieran. No había urgencia, solo una calma que los envolvía, un deseo compartido que se alimentaba de la cercanía. Al separarse ligeramente, Enzo la miró a los ojos con una sonrisa.
—Te amo, gatita. —La frase era sencilla, pero cargada de una sinceridad que solo él podía transmitir.
Amatista sonrió suavemente, sus manos aún sobre su cabello, mientras su corazón latía con fuerza.
—Yo también te amo, amor.
El silencio volvió a rodearlos, pero esta vez no era incómodo. Era un silencio cómodo, lleno de complicidad. Luego, sin prisa, decidieron levantarse y continuar con su día. Como era habitual, compartieron una ducha, un ritual que se había vuelto casi necesario para ambos. Mientras el agua caía sobre sus cuerpos, la complicidad entre ellos creció, más allá de las caricias y los besos. Era el tipo de cercanía que se construía con los años, con la confianza que solo ellos se habían dado.
Amatista dejó que Enzo la acariciara mientras la ducha les rodeaba, sintiendo el calor de su piel y el roce de sus manos sobre su cuerpo. Era una danza que ambos conocían bien, donde cada movimiento estaba en perfecta sincronía. No necesitaban hablar, solo sentir.
Después de la ducha, ambos se dirigieron al comedor para desayunar, compartiendo una atmósfera tranquila. El sol seguía entrando por los ventanales, iluminando la mesa de forma suave. Amatista observó a Enzo mientras tomaba un sorbo de su café, notando lo relajado que parecía.
—Hoy vendrán algunos de los chicos —comentó Enzo, rompiendo el silencio con voz relajada. Su tono era sereno, pero su mirada seguía fija en ella—. Demetrio, David, Tyler, Maximiliano, Mauricio, Massimo, Emilio, Mateo y Paolo. Vamos a hacer algunas modificaciones a las rutas.
Amatista asintió mientras saboreaba su desayuno, pensando en todo lo que tenían que hacer. Pero su mente no se apartó mucho de Enzo. Cada gesto suyo, cada palabra, parecía atraerla aún más.
—¿A qué hora se van? —preguntó ella, mirando a Enzo.
—Por la tarde —respondió él sin apartar la mirada. Al verla tan absorta en sus pensamientos, sonrió—. ¿Qué harás mientras tanto?
Amatista lo miró a los ojos, mostrando una sonrisa traviesa.
—Iré al aeropuerto a acompañar a mamá y Alesandra. Se van de vuelta.
Enzo asintió sin sorpresa, sabiendo que Amatista se encargaría de esa despedida.
—Perfecto. Yo estaré ocupado con la reunión, pero te veré luego —dijo Enzo mientras bebía un poco más de su café, observando cómo Amatista se tomaba su tiempo para disfrutar del momento.
El desayuno continuó en un ambiente cómodo, sin prisas, hasta que Amatista se levantó para prepararse para su salida al aeropuerto. Después de despedirse de Enzo con un rápido beso, salió acompañada por Roque, quien esperaba en la entrada.
Unas horas después, Amatista salió junto a Roque para llevar a Alicia y Alesandra al aeropuerto. Mientras tanto, Enzo estaba en la sala principal de la mansión, recibiendo a sus invitados. Cada uno llegó puntualmente, saludando con respeto y tomando asiento alrededor de la gran mesa que Enzo había dispuesto para la ocasión.
—Decidiremos las rutas de entrega en el último momento —dijo Enzo con firmeza, mirando a cada uno de los presentes—. No podemos correr riesgos con filtraciones.
La estrategia fue clara: enviarían camiones por las rutas viejas con suficientes guardias para lidiar con un posible ataque, mientras las verdaderas entregas tomarían caminos alternos, asegurándose así de mantener el control. Todos los presentes estuvieron de acuerdo, aportando ideas para reforzar los planes.
La reunión duró poco más de una hora. Una vez resueltos los puntos importantes, el ambiente se tornó más relajado. Los hombres comenzaron a compartir bebidas y anécdotas, llenando el espacio con risas y camaradería.
Cuando Amatista regresó a la mansión Bourth, el ambiente seguía cargado de la energía de la reunión que se había llevado a cabo en la sala principal. Mientras entraba por el pasillo, sus pasos fueron suaves, casi imperceptibles, como si quisiera no interrumpir la conversación que aún fluía entre Enzo y los invitados. Sabía que él estaba ocupado, pero no pudo evitar acercarse primero a él, como una necesidad de estar cerca, de compartir aunque fuera unos minutos.
Entró a la sala con una sonrisa cálida y natural, saludando a cada uno de los presentes con un gesto de amabilidad que rápidamente desarmaba cualquier rigidez en el ambiente. Incluso los más reservados, como Demetrio y David, respondieron a su saludo con una sonrisa tímida, sin perder la compostura, pero con una expresión que reflejaba la calidez que Amatista aportaba al lugar.
Enzo, al verla entrar, no pudo evitar mirarla con una mezcla de orgullo y cariño. Su presencia era siempre como un rayo de luz en medio de cualquier conversación, y el ver a Amatista después de un día largo la hacía sentirse como un refugio en medio del bullicio.
—Amor, ¿ya regresaste? —preguntó, su tono suave pero lleno de esa familiaridad y cercanía que solo tenían ellos.
Amatista asintió y se acercó a él, rozando su brazo con suavidad. No necesitaban palabras para saber lo que uno sentía, solo pequeños gestos como ese, como el roce de sus dedos, que decían más que cualquier conversación.
—Sí, ya volví. He dejado a mamá y Alesandra en el aeropuerto. —Ella sonrió mientras le guiñaba un ojo—. Pero no quiero interrumpir la reunión. Los dejaré continuar.
Con un último vistazo a Enzo, Amatista se retiró discretamente de la sala principal y se dirigió al comedor. Allí, la atmósfera era completamente diferente. La casa estaba más silenciosa, más tranquila. El sonido suave del reloj en la pared marcaba el paso del tiempo mientras Amatista se acomodaba en un sofá cercano.
El lugar estaba lleno de luz natural que entraba por los grandes ventanales, iluminando suavemente los muebles elegantes y la decoración del comedor. Amatista se sintió en paz, como si la calma del lugar la envolviera por completo. Su respiración se volvió más profunda, casi relajada, mientras se dejaba llevar por la serenidad del momento.
En sus manos, sostenía un libro que había comenzado a leer esa mañana, y aunque no esperaba sumergirse demasiado en él, sentía que era la ocasión perfecta para perderse entre sus páginas. El olor a galletas recién horneadas flotaba en el aire, y, sin pensarlo mucho, tomó el pequeño plato que había dejado a un lado, llevando una galleta a su boca. La dulzura de la galleta combinada con la frescura de la limonada que descansaba junto a ella creaba la mezcla perfecta para el momento.
La calma del lugar la reconfortaba. Era su pequeño refugio, su espacio personal, donde no tenía que preocuparse por nada ni por nadie, donde podía dejarse llevar por su propia compañía. Mientras los murmullos de la reunión seguían en la otra habitación, ella se sumergió en su lectura, dejando que el libro la atrapara.
Los minutos pasaron sin que se diera cuenta. La trama de la novela la había capturado por completo, y su concentración era tal que las voces de los hombres en la otra habitación ya no le llegaron. Estaba tan absorta en las palabras impresas que casi olvidó el mundo alrededor de ella.
En el fondo de su mente, podía sentir que la tarde avanzaba, que el día se estaba desvaneciendo lentamente. La luz del sol que se filtraba a través de las ventanas comenzaba a tornarse más suave, cambiando de tonalidad con cada minuto que pasaba. El calor de la tarde se hacía más suave, y el aire en el comedor, fresco y ligero, la envolvía.
Estaba sola en el comedor, pero no sentía soledad. El silencio era agradable, casi terapéutico, y más aún porque sabía que Enzo estaba cerca, en otra parte de la casa. Aunque no estuvieran en la misma habitación, siempre había una sensación de conexión entre ellos, como si sus almas estuvieran destinadas a estar cerca, aunque fuera a través de la distancia de una pared.
Amatista pasó la página del libro con suavidad, su mirada fija en las letras que bailaban ante ella. El sonido suave del paso de las páginas y el tintinear de la limonada en su vaso eran los únicos ruidos que llenaban la calma del comedor. Cada palabra que leía parecía transportarla a otro lugar, a otro tiempo, y por un rato, las preocupaciones del día desaparecieron.
Pero, al mismo tiempo, había algo más, algo que no podía evitar notar. La presencia de Enzo en la casa, incluso a través de las paredes, estaba grabada en su mente. Sabía que él estaba ocupado, pero a la vez, no podía evitar la sensación de que su día no estaría completo sin que él estuviera cerca. La conexión entre ambos era tan profunda que, aunque en ese momento ella estaba sumida en su lectura, siempre sentía la presencia de Enzo, como si él estuviera justo al alcance de su mano.
La tarde continuó avanzando y, poco a poco, el libro fue quedando en segundo plano. Amatista miró hacia la ventana, observando cómo los rayos del sol se suavizaban y cambiaban de color. El día estaba terminando, pero en ese momento no sentía ninguna urgencia por que el tiempo pasara. En su interior, había una calma profunda, y esa sensación de paz la llenaba por completo.
Cuando la reunión terminó y los hombres se despidieron, Enzo se dirigió al comedor. Al entrar, encontró a Amatista completamente absorta en su libro, sus piernas recogidas sobre el sofá y su rostro relajado, iluminado por la luz suave que entraba por los ventanales.
A través de la habitación, Enzo se dirigió hacia ella. La puerta se cerró suavemente detrás de él, y el sonido de sus pasos fue lo único que interrumpió el silencio. Aunque Amatista no lo vio entrar, sintió su presencia inmediatamente. Era imposible no notar la energía que Enzo emanaba, una mezcla de poder y tranquilidad que llenaba cualquier habitación en la que estuviera.
Él se acercó sin prisa, sin hacer ruido, y se sentó suavemente a su lado. No hubo palabras al principio, solo el contacto de su presencia. Con una mano, rozó su pierna, la sensación de su tacto fue sutil, pero inmediata, y Amatista, al sentirlo, tensó ligeramente los músculos de su cuerpo, como si su propio cuerpo respondiera a la cercanía de él.
Ella, aún concentrada en el libro, hizo un esfuerzo por ignorarlo, manteniendo la mirada fija en las palabras, aunque su corazón latía más rápido. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios, pero intentó mantener la compostura. Sabía perfectamente que Enzo la conocía demasiado bien, que un simple roce suyo podía hacerla perder la calma, pero no dejaría que lo notara tan fácilmente.
—¿Qué estás leyendo, gatita? —preguntó Enzo, su tono bajo, cargado de un deseo apenas contenido, como si cada palabra que pronunciaba estuviera impregnada de una intención silenciosa.
Amatista lo miró de reojo, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío.
—Un libro, amor —respondió con voz suave, sin levantar la vista de las páginas, pero su sonrisa delataba la diversión que sentía.
Enzo sonrió, un destello de entretenimiento en sus ojos. No se dejó engañar por su respuesta. Con una paciencia calculada, continuó acariciando su pierna, su mano deslizándose lentamente por el muslo de Amatista, como si estuviera trazando caminos secretos sobre su piel. El tacto de su mano le quemaba suavemente, haciendo que la tensión en su cuerpo aumentara gradualmente, pero ella mantuvo la calma, al menos por un momento más.
Al no obtener respuesta de su parte, Enzo decidió dar un paso más. Se inclinó hacia ella, dejando que sus labios rozaran suavemente su cuello, una caricia tan ligera como el susurro de una brisa, pero cargada de intenciones ocultas. Amatista cerró los ojos por un momento, disfrutando del contacto, el calor de su cuerpo provocando una reacción inmediata en ella, pero decidió seguir con su juego.
Mantuvo el libro frente a ella, como si realmente estuviera concentrada en lo que leía, pero las palabras comenzaron a mezclarse, a volverse borrosas ante el calor que Enzo le estaba provocando con cada movimiento.
—¿Estás muy concentrada, gatita? —murmuró Enzo contra su oído, su respiración cercana, casi como un susurro cargado de promesas.
Amatista no respondió, pero su respiración se volvió más profunda, más acelerada. Sabía que Enzo sentía el cambio, que notaba cómo su cuerpo reaccionaba a su cercanía. Enzo, siempre tan astuto, sonrió para sí mismo. No necesitaba más que unos gestos, unos movimientos, para que Amatista cayera en su juego.
Los besos de Enzo siguieron bajando por su cuello, mientras su mano subía por el interior de su muslo, apretando suavemente. El roce de sus dedos, la presión suave en su piel, hizo que la mente de Amatista se nublara. No podía evitarlo; su cuerpo respondía de inmediato, y, aunque intentaba mantenerse firme, ya sabía que no podría resistir por mucho más.
Finalmente, Amatista dejó el libro a un lado, reconociendo que había perdido en su propio juego. Lo miró directamente, su mirada llena de rendición y una pizca de diversión. La chispa en sus ojos era un desafío silencioso, pero también una entrega total.
—Está bien, amor, tú ganas —susurró, acercándose a él para besarle los labios con suavidad, como si le entregara el control de ese momento.