Capítulo 141 Silencios y revelaciones

La noche había caído sobre la mansión Bourth, envolviendo la propiedad en un silencio pesado. Enzo cruzó la entrada principal con pasos firmes, dejando atrás el gélido aire nocturno. Sin detenerse a mirar a nadie, se dirigió directamente a su oficina. Cerró la puerta tras de sí, buscando la soledad que solo esas cuatro paredes podían ofrecerle. Un leve golpeteo interrumpió sus pensamientos. Roque apareció en el umbral, sosteniendo una pequeña caja de terciopelo. —Aquí están los anillos, jefe. —Su tono era neutral, medido. Enzo tomó la caja sin mirarlo. —Bien. Ahora vete. Cuando la hora de la cena llegó, Enzo descendió al comedor. Isis y Rita ya estaban sentadas, esperándolo. Mariel, la empleada, aguardaba cerca con expresión neutral. Enzo ocupó su lugar en la cabecera de la mesa y, sin preámbulo, extendió la caja con el anillo hacia Rita. —En dos días iremos al registro. Nos casaremos. Rita parpadeó sorprendida, pero rápidamente forzó una sonrisa al tomar la caja. —Claro, Enzo. Como tú digas. Isis alzó una ceja, divertida por la frialdad de su primo. —¿No piensas hacer una gran fiesta, como corresponde a un Bourth? —preguntó, con tono ligero. Enzo la miró con una frialdad que hizo que el aire se volviera más denso. —No. Esto será así o no será. Rita bajó la mirada, ocultando la frustración que hervía dentro de ella. —No necesito una fiesta. Me basta con lo que tú decidas. Enzo no respondió. Simplemente asintió, y con un gesto indicó a Mariel que sirviera la cena. El sonido de los cubiertos chocando contra la porcelana fue lo único que rompió el silencio durante la comida. Nadie se atrevió a hablar. Mientras tanto, en el modesto hotel de Santa Aurora, Amatista doblaba cuidadosamente su escasa ropa para mudarse al día siguiente. Su vida cabía en una sola maleta, pero su mente estaba llena de pensamientos. Un dolor punzante en el vientre la hizo encorvarse, jadeando. La intensidad de la punzada no era normal. Alarmada, tomó su bolso y salió apresurada en busca de un taxi. —Al hospital más cercano, por favor —pidió con voz temblorosa. Al llegar, se abrazó el abdomen mientras esperaba en la sala de emergencias, su ansiedad creciendo con cada minuto. Una doctora la llamó. —Señorita, por aquí, por favor. Amatista se recostó en la camilla mientras la doctora comenzaba a revisarla. —Todo parece estar en orden, pero haremos una ecografía para asegurarnos —explicó la profesional con calma. El gel frío sobre su piel hizo que Amatista se sobresaltara levemente. Observó la pantalla en silencio hasta que la doctora frunció el ceño, curiosa. —Bueno… ambos bebés están perfectamente bien. Amatista parpadeó, confundida. —¿Ambos bebés? La doctora la miró, sorprendida. —¿No sabía que esperaba gemelos? —No… —Amatista murmuró, desconcertada—. El médico nunca mencionó que fueran dos. La doctora sonrió levemente. —A veces uno de los bebés se oculta en las primeras ecografías. Es raro, pero pasa. ¿Quiere saber el sexo? Amatista asintió, llevándose instintivamente la mano al vientre. —Sé que uno es niño… La doctora ajustó el ecógrafo y señaló la pantalla. —Efectivamente, uno es un niño. Y el otro… —pausó, sonriendo— es una niña. Amatista abrió los ojos, atónita. Una sonrisa lenta y cálida curvó sus labios. —Una niña… La doctora le ofreció pañuelos. —Si siente algún malestar, vuelva de inmediato. Amatista asintió, aun procesando la noticia. Al salir del hospital, la noche le pareció menos oscura. Caminó de regreso al hotel, acariciando suavemente su vientre. —Dos… —susurró con una mezcla de asombro y ternura—. Mi niño y mi niña… Al llegar a su habitación, se tumbó en la cama, rodeada de pensamientos y sueños renovados. Dos días después, el cielo gris parecía reflejar el ánimo de Enzo mientras ajustaba el puño de su camisa. El registro civil estaba prácticamente vacío, solo acompañado por Roque, Isis y Rita. No había flores, ni música, ni invitados. Solo el eco de pasos apresurados y el frío formalismo de un trámite que debía completarse. Rita, con una sonrisa forzada, alisó las arrugas de su vestido blanco. Era evidente que había sido comprado a último momento. Le quedaba grande en los hombros y el diseño carecía de gracia, sin detalles ni forma, como si simplemente cumpliera con el requisito de ser blanco. Isis intentaba animarla, halagando el vestido y comentando lo especial del momento, pero la incomodidad de Rita era evidente. Enzo, por su parte, se mantenía distante, su mirada perdida en un punto indefinido. El peso de la ausencia de Amatista lo oprimía. Cada palabra del juez, cada firma en los documentos, era un recordatorio amargo de que intentaba llenar un vacío que no podía ignorar. —Felicidades a los recién casados —anunció el juez con monotonía. Rita sonrió, mirando a Enzo en busca de algún gesto de cercanía. Pero él solo asintió, girándose de inmediato hacia Roque. —Lleva a Rita de regreso a la mansión Bourth —ordenó sin mirarla. Rita lo observó, sorprendida. —¿No vas a venir conmigo? Enzo la miró por un instante, sus ojos duros. —No. Sin dar más explicaciones, se dirigió a su auto. Rita apretó los labios, sintiendo cómo la ilusión de ese día se desmoronaba. Isis intentó suavizar la situación. —No te preocupes, seguro necesita tiempo. Vamos a la mansión, te ayudará a distraerte. Pero Rita solo asintió, conteniendo la frustración. Mientras tanto, Enzo condujo solo hasta la mansión del campo. El silencio de aquel lugar le resultaba familiar, reconfortante y a la vez sofocante. Se dejó caer en un sillón, con la mirada fija en el vacío. Ninguna firma, ningún anillo podría borrar la sombra de Amatista de su mente. Rita tenía su apellido, pero no su corazón. La mansión del campo estaba sumida en un silencio abrumador, roto solo por el crujir ocasional de la madera vieja. Enzo permanecía hundido en el sillón, observando el fuego parpadeante de la chimenea. A un lado, sobre la mesa de roble, descansaba una botella de whisky a medio llenar y un vaso olvidado. Sin pensarlo demasiado, tomó la botella y sirvió un trago generoso. El líquido ámbar bajó por su garganta, ardiendo, pero no lo suficiente para quemar el nudo que sentía en el pecho. Sirvió otro. Y otro más. Cada sorbo desdibujaba un poco más la realidad, pero aclaraba los recuerdos. La imagen de Amatista aparecía nítida, con esa sonrisa tímida que solo le mostraba a él, con esos ojos llenos de devoción. —¿Por qué, gatita...? —susurró, la voz quebrada. El vaso tembló en su mano. —¿Dónde estás...? —preguntó al vacío, aunque sabía que no habría respuesta. Apoyó el vaso con fuerza, derramando un poco de whisky. Su respiración se aceleró, el dolor lo arrinconaba. —Yo te hubiera perdonado… —sollozó, cerrando los ojos con fuerza. Una lágrima, inesperada y furiosa, rodó por su mejilla. Golpeó la mesa con el puño cerrado, la botella vibró peligrosamente. —¡No tenías que irte! —gruñó, la rabia mezclándose con la tristeza. El rostro de Santiago se coló en sus pensamientos, como una sombra burlona. Enzo apretó la mandíbula. —¿Por él? —se preguntó, casi escupiendo el nombre en su mente—. ¿Por ese imbécil? Su mirada perdida se fijó en las llamas. Le costaba creerlo. No, Amatista no podía haberlo traicionado así. Pero los recuerdos de su huida lo acuchillaban una y otra vez. —¿Por qué me hiciste esto...? —susurró, la voz apenas audible. Volvió a servir otro trago, pero esta vez no lo bebió. Solo se quedó ahí, sosteniéndolo, observando cómo el licor temblaba al ritmo de su mano. —Eras mía... —dijo con amargura—. Siempre serás mía. El silencio volvió a llenar la estancia, solo interrumpido por el crujir de la madera en la chimenea. Enzo inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. Entre el alcohol y el cansancio, los susurros de su propia mente se mezclaban con el eco del apodo que solo él tenía derecho a pronunciar. —Gatita… Y así, perdido entre la rabia y la tristeza, Enzo se dejó arrastrar por el peso de sus propios demonios. El fuego crepitaba en la chimenea, proyectando sombras danzantes en las paredes de la fría mansión. Enzo continuaba hundido en el sillón, el vaso tembloroso en su mano. El whisky ardía en su garganta, pero el dolor en su pecho era más intenso, más profundo. —La voy a olvidar… —murmuró, con la voz rasposa—. Haré lo que sea para sacarla de mi cabeza. Llevó el vaso a sus labios y bebió otro trago largo, pero al bajar el vaso, su mirada se encontró con el anillo en su dedo. Ese anillo frío y sin significado. Lo observó en silencio por unos segundos, hasta que una risa amarga escapó de sus labios. —Si cree que le seré fiel… —susurró con desdén—. Está equivocada. Apretó el vaso con fuerza, sus dedos se tensaron. La imagen de Rita en el registro civil, con ese vestido comprado a último momento, deslucido y sin forma, cruzó fugazmente por su mente. No había amor en esa unión, solo un intento fallido de ahogar sus propios sentimientos. Sirvió más whisky, con manos ya algo torpes. —Es mi culpa… —murmuró, la voz cargada de resentimiento. Sus ojos se oscurecieron, clavados en el fuego—. Fui un idiota… por obligarla a hacerse esa maldita prueba de ADN. Golpeó la mesa con el vaso, el líquido se derramó sobre la madera. —Pero… —susurró, apretando los dientes—. ¿Cómo pudo entregarse a ese imbécil de Santiago? Un gruñido seco escapó de su garganta. —Su cuerpo… solo me pertenece a mí. Solo yo puedo tocarla, solo yo puedo hacerle el amor. No él… —escupió con rabia. Se sirvió otro trago, más grande, más pesado. La bebida ya no ardía, solo alimentaba el vacío. —¿Así jugamos, gatita? —rió sin humor, sacudiendo la cabeza—. Muy bien… Dejó caer el cuerpo hacia atrás, mirando el techo. —Si ella puede entregarse a otro… entonces yo también. ¿Por qué no? —susurró, con un tono venenoso—. Me entregaré a mujeres, muchas. Quiero que sienta lo mismo que yo. Que sepa cómo duele. Apretó el vaso con fuerza, al borde de romperlo. —No voy a destruirme solo. Ella también va a sufrir. El silencio volvió a envolver la mansión, solo interrumpido por el leve tintinear del hielo derritiéndose en el vaso. Enzo bebió hasta que el ardor se volvió costumbre, hasta que el sabor del whisky no fue más que un reflejo de la amargura que lo consumía. La mansión Bourth estaba envuelta en un silencio inquietante. Rita, sentada en el borde de la cama, se retorcía las manos con frustración. —¿Cómo puede ser que me dejara aquí sola en nuestra noche de bodas? —murmuró, su voz temblorosa. Isis, apoyada contra el marco de la puerta, rodó los ojos. —Enzo es así. Pero no te preocupes, terminará rindiéndose. Solo es cuestión de tiempo. Rita apretó los labios, bajando la mirada al vestido holgado y sin forma que llevaba puesto. —Ni siquiera fue capaz de comprarme un vestido de bodas decente… —susurró con amargura. Isis sonrió con desdén. —Ya viste el vestidor de Amatista. Ahí hay prendas que valen más que todo lo que llevas puesto. Ahora eres la esposa de Enzo, es lo que te corresponde. Rita levantó la cabeza, sus ojos brillando con cierta esperanza. —Podríamos… aprovechar que no está. Quiero ver bien esas cosas. Isis sonrió de lado. —Vamos. Subieron con paso cauteloso hasta la habitación de Enzo. Al entrar, se dirigieron al vestidor sin dudar. Sacaron vestidos, joyas, zapatos. Rita se probó un vestido ceñido, admirándose frente al espejo. —Esto es lo que merezco… —susurró, acariciando la tela. Isis rió suavemente. —Disfrútalo. Pero la puerta se abrió de golpe, tan violento que las paredes vibraron. Enzo estaba en el umbral. Su figura era una sombra imponente, sus ojos inyectados en sangre. El olor a alcohol lo envolvía como un manto. Por un instante, el mundo pareció detenerse. —¿QUÉ DEMONIOS CREEN QUE ESTÁN HACIENDO? —rugió, su voz retumbando en las paredes. Isis se tensó, pero Rita dio un respingo, apretando el vestido contra su cuerpo. —E-Enzo, yo solo… —¡LES DIJE QUE SE QUITEN ESA MALDITA ROPA! —bramó, avanzando hacia ellas con una furia desbordante. Isis levantó el mentón, desafiante. —Oh, por favor, Enzo. Esa traidora no va a volver. ¿Por qué no nos las regalas? A nosotras nos quedan mejor. Pero Enzo no escuchaba. Sus ojos destilaban veneno. —¿Mejor? —espetó con desdén—. Ustedes no son más que basura. Esa ropa les queda asquerosa. ¡Ni en mil vidas tendrían la belleza de Amatista! Rita retrocedió temblando, las manos temblorosas mientras se despojaba del vestido. —P-Perdón, Enzo… yo… —¡CÁLLATE! —gruñó, fulminándola con la mirada. Se giró hacia Isis. —¿Crees que puedes tocar lo que no te pertenece? ¿Que puedes rebajarte a vestirte con sus cosas? Su respiración era pesada, cada palabra cargada de odio. —¡LÁRGUENSE DE AQUÍ! ¡Y SI VUELVEN A ENTRAR, SE ARREPENTIRÁN! Rita sollozó, dejándose caer de rodillas mientras se quitaba las últimas joyas. —¿E-Esta no será nuestra habitación ahora que estamos casados? —susurró con voz temblorosa. Enzo la miró con un desprecio helado. —Mandaré a preparar otra habitación. Esto nunca será tuyo. Se acercó lentamente, su sombra cubriéndolas. —Fuera. Antes de que me arrepienta de no matarlas. Rita salió temblando, Isis la siguió, ahora en silencio. Enzo cerró la puerta de un golpe. Respiró hondo, apretando los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos. Se giró hacia el vestidor, sus dedos rozando la tela que Rita había manoseado. —Gatita… —susurró, con el odio burbujeando bajo la piel. Y el silencio lo envolvió nuevamente. Enzo permaneció inmóvil, observando los vestidos que colgaban desordenadamente, algunos arrugados por las manos ajenas que los habían manoseado. Sus ojos, cargados de una mezcla de odio y desdén, recorrieron cada prenda como si pudieran devolverle algo de lo que había perdido. Se acercó lentamente a uno de los vestidos, rozando con sus dedos la delicada tela. —Nadie… —murmuró con la voz rasposa, apenas un susurro—. Nadie podrá ser como tú, gatita. Sus dedos apretaron con fuerza la tela, arrugándola. La llevó lentamente hacia su rostro y aspiró. Pero lo que esperaba que fuera un leve rastro de Amatista, solo le devolvió un aroma extraño, ajeno, contaminado. Frunció el ceño, el asco se reflejaba en cada línea de su rostro. —Tsk… —chasqueó la lengua con desprecio—. Ya lo apestó. Soltó el vestido bruscamente, dejándolo caer de lado. Se giró hacia el espejo, observando su propia imagen distorsionada por la rabia. —Rita… —pronunció su nombre con amargura—. No perdiste el tiempo en mostrar lo ambiciosa que eres. Su mirada volvió al vestidor, como si pudiera quemar con la vista todo lo que Rita había tocado. —¿Con qué derecho pones tus manos sucias en lo que le pertenece a ella? —escupió las palabras con veneno. Cerró los ojos por un instante, intentando controlar el impulso de destruir todo a su alrededor. Pero la rabia lo carcomía desde dentro. —Esto nunca será tuyo… —susurró con frialdad. Apretó los puños y se giró hacia la puerta. Necesitaba respirar, alejarse de esa suciedad que ahora impregnaba el lugar que una vez había sido sagrado. Pero ninguna distancia sería suficiente para limpiar lo que acababan de profanar.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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