Capítulo 86 Una resaca para recordar
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la suite, bañando suavemente la habitación con tonos cálidos. Enzo fue el primero en despertar. Acostado de lado, su mirada se posó en Amatista, quien aún dormía profundamente. Su cabello estaba alborotado, y su respiración tranquila llenaba la habitación con un ritmo sereno. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras recordaba la noche anterior, los reclamos absurdos de abandono y la ternura infantil que el vino había sacado a relucir en ella.
—Qué gatita tan dramática —susurró para sí, incapaz de evitar una ligera risa al revivir la escena en su mente.
Amatista comenzó a moverse lentamente, dejando escapar un pequeño gemido. Sus manos buscaron cubrir su rostro mientras murmuraba:
—Amor... me duele la cabeza.
Enzo se apoyó sobre un codo, observándola con diversión mientras respondía:
—Eso, gatita, se llama resaca. Es el precio por haber tomado tanto vino anoche.
Amatista entreabrió los ojos, parpadeando con dificultad para ajustarse a la luz del día. Su voz sonaba adormilada pero llena de curiosidad.
—¿Tanto? No recuerdo haber bebido tanto... ni siquiera recuerdo cómo terminé aquí. —Miró a su alrededor y luego bajó la vista, dándose cuenta de que estaba en ropa interior—. ¿Y por qué estoy así?
Enzo soltó una carcajada suave, acomodándose mejor en la cama mientras le explicaba:
—Estabas completamente borracha, gatita. Te desvestí, te quité los zapatos y el vestido para que estuvieras cómoda, y luego te acomodé en la cama.
Ella suspiró y se cubrió el rostro con las manos, visiblemente avergonzada.
—No vuelvo a tomar tanto, amor, te lo juro.
—No tienes que jurar nada, gatita. —Enzo se inclinó para apartarle las manos del rostro y acariciarle la mejilla—. Te ves tan tierna cuando estás borracha que no me molestaría que lo hicieras más seguido.
Amatista no pudo evitar reírse, aunque rápidamente frunció el ceño en un intento fallido de mostrarse seria.
—¿Tierna? ¿Eso dices ahora? Espera a que me recupere, y verás cómo te lo hago pagar.
Enzo negó con la cabeza, sonriendo con indulgencia.
—Oh, pero ya pagaste anoche. —Hizo una pausa dramática antes de añadir—. Te pusiste a reclamarme que te había abandonado porque me fui a bañar. Fue como si el mundo se estuviera acabando.
Amatista lo miró con incredulidad antes de soltar una risa que hizo eco en la habitación.
—¡No puede ser! Dime que no fui tan ridícula.
—Fuiste más que eso. Dijiste que eras mi almohadón bonito, pero que querías ser mi almohadón favorito.
La risa de ambos llenó la suite mientras Amatista intentaba defenderse sin éxito. Su vergüenza se disolvió rápidamente en la calidez del momento, y cuando finalmente recuperaron la compostura, Enzo se incorporó.
—Tengo reuniones esta mañana —dijo mientras apartaba las sábanas—. Será mejor que nos levantemos.
Amatista asintió, estirándose perezosamente antes de seguirlo al baño. Como de costumbre, compartieron el espacio en un ritual cómodo y sincronizado. Mientras Enzo se afeitaba frente al espejo, Amatista lavaba su rostro, buscando aliviar el malestar de la resaca con agua fría.
—Amor, creo que voy a salir un rato después —comentó Amatista, secándose el rostro con una toalla—. Necesito encontrar algo que cure este dolor de cabeza.
—Buena idea, gatita. Pero prométeme que no vas a meterte en problemas.
Ella le lanzó una mirada divertida a través del espejo.
—¿Yo? Nunca.
Pocos minutos después, ambos estaban listos y subieron juntos al ascensor. Amatista se acomodó junto a Enzo y, mientras bajaban, su rostro se iluminó de repente.
—Amor, olvidé decirte algo.
—¿Qué cosa, gatita?
—¡Me fue muy bien en la presentación del diseño! —dijo, entusiasmada—. Creo que estoy aprendiendo rápido. ¿No crees que merezco un premio?
Enzo arqueó una ceja, mirándola divertido.
—¿Un premio?
—Sí, algo dulce. Galletitas, por ejemplo. —Le lanzó una sonrisa esperanzada, claramente bromeando, aunque con un toque de verdad en sus palabras.
—Está bien, gatita. —Enzo negó con la cabeza, riendo—. Después te consigo tus galletitas.
Amatista celebró con un pequeño aplauso, pero de repente su expresión cambió al darse cuenta de algo.
—¡Ay, olvidé mi tarjeta!
Antes de que Enzo pudiera responder, ella presionó el botón para detener el ascensor.
—No tardo. Subiré por las escaleras y la buscaré.
Se despidió apresuradamente con un beso en los labios, dejando a Enzo riéndose por su despiste.
—Eres un caso perdido, gatita.
El ascensor continuó su descenso y se detuvo en uno de los pisos intermedios. Las puertas se abrieron con un suave zumbido, revelando a Javier, quien entró acompañado de una pareja.
—Enzo, justo a tiempo —dijo Javier, entrando con una sonrisa relajada, como si hubiera estado esperándolo.
Enzo le devolvió un breve asentimiento, su postura impecable como siempre, irradiando autoridad.
—Javier. —Su tono era cortés, pero firme—. Buenos días.
—Permíteme presentarte a unos amigos —continuó Javier con naturalidad, señalando a la pareja detrás de él—. Kaila es diseñadora de interiores, y Luis trabaja en bienes raíces. Kaila, Luis, este es Enzo Bianco.
Luis y Kaila saludaron con un leve gesto de cabeza, ambos un poco tensos bajo la presencia imponente de Enzo.
—Es un placer —respondió Enzo, observándolos con una mirada que parecía evaluar todo de un vistazo.
Javier continuó, sin poder evitar agregar algo más:
—Por cierto, él no es solo un socio. —Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios—. Tiene el 70% del hotel.
—Casi el 75% —corrigió Enzo, sin alardear, pero dejando claro el dato.
La información pareció impresionar aún más a Kaila, quien rápidamente rompió el silencio.
—Este lugar es espectacular. Si en algún momento buscas renovar espacios o darles un toque diferente, estaré encantada de colaborar.
Enzo la observó con una mirada inescrutable, como si estuviera calibrando cada palabra que decía. Antes de que pudiera responder, Javier intervino.
—De hecho, Kaila tiene buenas ideas. Pensé que sería útil que se uniera a la reunión de hoy. Podría aportar algo interesante para el proyecto de ampliación.
Enzo guardó silencio unos segundos, su expresión permaneciendo imperturbable. Finalmente asintió, con una autoridad que daba la impresión de que su aprobación era un privilegio.
—Veremos si sus ideas son lo suficientemente sólidas.
Kaila sonrió nerviosamente, mientras Luis la miraba de reojo. Javier, por su parte, parecía satisfecho con la respuesta.
Las puertas del ascensor se abrieron en el lobby, y Enzo salió primero, como marcando el ritmo. Javier lo siguió, caminando a su lado mientras Kaila y Luis se mantenían unos pasos detrás, intercambiando miradas.
—Los demás ya están en la sala de juntas —comentó Javier mientras se dirigían al área de reuniones privadas del hotel—. Aunque no parece que estén muy preparados.
Enzo lo miró de reojo, con una ligera curva en los labios que no llegaba a ser una sonrisa.
—Eso es problema de ellos. No me gusta repetir las cosas dos veces.
Javier soltó una pequeña risa, conociendo perfectamente el carácter de Enzo. No había lugar para errores ni improvisaciones en sus reuniones, y todos los socios lo sabían.
Amatista cerró la puerta de la suite rápidamente tras encontrar la tarjeta olvidada sobre el tocador. Al llegar al ascensor, presionó el botón y esperó, respirando profundo para calmarse. Las puertas se abrieron y, al entrar, se miró en el reflejo metálico. Su cabello estaba ligeramente desordenado, pero aún lucía radiante.
El ascensor descendió y, mientras esperaba, su mente divagó en un pensamiento inesperado: ¿dónde iba a encontrar una farmacia? No conocía la ciudad y no quería molestar a Enzo, especialmente porque sabía que estaba ocupado con sus reuniones.
—Piensa, Amatista, piensa —murmuró para sí misma, arrugando ligeramente la frente.
Cuando llegó al lobby, vio a un empleado del hotel organizando unas flores cerca de la recepción. Decidió acercarse.
—Disculpe —dijo con una sonrisa amable, llamando su atención.
El empleado se giró y la observó con respeto—. Claro, señorita, ¿en qué puedo ayudarla?
—¿Podría indicarme dónde queda una farmacia cercana?
—Por supuesto. A unas diez cuadras hay una. —Le dio las indicaciones con paciencia, señalando un par de puntos de referencia clave—. Es fácil llegar caminando.
Amatista agradeció con una sonrisa y salió del hotel, sintiendo la brisa cálida de la mañana sobre su rostro. Aunque todavía tenía un leve dolor de cabeza, el aire fresco le ayudaba a despejarse.
Caminó con calma por las aceras adornadas con pequeños arbustos y bancas. A unos metros, un escaparate captó su atención: una pastelería con un aroma dulce y envolvente que parecía invitarla a entrar.
“¿Por qué no?”, pensó mientras abría la puerta. En el interior, los estantes estaban repletos de galletas, tartas y otras delicias que hacían agua la boca.
—Buenos días —saludó la dependienta, con una sonrisa cálida.
—Buenos días. ¿Qué me recomendaría para acompañar un café?
La dependienta le mostró unas galletas recién horneadas. Amatista eligió una pequeña caja con una selección variada y pagó, sintiéndose encantada por el detalle del empaque con una cinta de color pastel. Salió del local con su compra y continuó su camino hacia la farmacia, disfrutando una de las galletas mientras caminaba.
Mientras tanto, en el hotel, Enzo estaba reunido con sus socios en una sala amplia con ventanales que ofrecían una vista imponente de la ciudad. Enzo, como siempre, estaba en la cabecera de la mesa, su postura impecable, observando a cada uno con calma mientras discutían los avances del proyecto de ampliación.
Entre los presentes estaban Pablo, Javier, María, Irene, Milán, Leticia, Gabriel, y también Nazareno, Kaila y Luis, quienes habían sido invitados a participar como consultores externos.
—Las proyecciones son positivas, pero necesitamos optimizar los espacios sin comprometer la estética del lugar —comentó Gabriel, ajustándose las gafas.
—Eso es esencial —intervino María—. No podemos perder la elegancia que caracteriza al hotel.
Kaila, aprovechando su oportunidad, agregó con entusiasmo:
—Si me lo permiten, tengo algunas ideas preliminares que podrían ayudar a mantener el balance entre funcionalidad y diseño. Podría presentarles algo más detallado mañana si están interesados.
Enzo asintió, indicándole que continuara. Kaila expuso brevemente sus conceptos, destacando su enfoque en la modernización respetuosa del estilo clásico del hotel. Aunque sus ideas eran iniciales, su entusiasmo captó la atención de algunos.
Mientras hablaba, Leticia no perdía oportunidad de mirar a Enzo. Vestía un traje ajustado que parecía diseñado específicamente para llamar la atención, y cada tanto encontraba una excusa para dirigirle algún comentario o sonrisa. Sin embargo, Enzo apenas le dirigía la mirada, concentrado en el tema de la reunión.
—Hace bastante calor aquí, ¿no creen? —comentó Leticia de repente, abanicándose con unos documentos.
Irene rodó los ojos discretamente, mientras Javier miraba a Enzo para ver su reacción.
—Quizás podríamos bajar al café y continuar allí. Estaremos más cómodos —propuso Leticia, dirigiendo su sugerencia principalmente a Enzo.
Enzo se limitó a asentir, siempre práctico—. Es una buena idea. Continuemos allá.
El grupo descendió al café del hotel, donde el personal ya había dispuesto varias mesas juntas para su comodidad. Los socios se acomodaron, y Leticia, como era de esperarse, se sentó junto a Enzo. Kaila observó la escena con atención.
“Así que está soltero”, dedujo Kaila, recordando lo que Javier le había dicho sobre Enzo: joven, poderoso y dueño mayoritario del hotel. Miró de reojo a Luis, su pareja, quien estaba ocupado revisando algo en su teléfono. Una idea cruzó por su mente.
“Si Leticia no lo consigue con su actitud directa, quizás yo pueda intentarlo de otra manera. Más sutil, más efectiva.”
Mientras Leticia continuaba coqueteando abiertamente, Kaila empezó a intervenir en la conversación con comentarios aparentemente inocentes, buscando captar la atención de Enzo. No le importaba demasiado que Luis estuviera presente; su objetivo estaba claro.
Enzo, por su parte, mantenía su habitual compostura fría y distante. Respondía con monosílabos a los avances de Leticia y escuchaba a Kaila con interés moderado, pero sin mostrar señales de caer en ninguno de sus juegos.
—Tus ideas son interesantes, Kaila —dijo finalmente, interrumpiendo una discusión técnica sobre los planos.
Kaila sonrió, interpretándolo como un pequeño triunfo.
—Gracias, señor Bourth. Me encantaría poder desarrollarlas más a fondo y traerles algo mañana, si lo consideran adecuado.
Leticia, al ver que Kaila ganaba terreno, intentó redirigir la atención hacia ella.
—Por supuesto, necesitamos a alguien con experiencia. Pero creo que también sería importante mantener un toque clásico, ¿no te parece, Enzo?
Enzo la miró por un momento, sus ojos claros fijos en los de ella, y respondió con frialdad:
—Es fundamental mantener la esencia del hotel. Pero lo que importa son los resultados, no las apariencias.
El comentario pareció dejar a Leticia momentáneamente desconcertada. Javier, observando la dinámica, disimuló una sonrisa detrás de su taza de café.
La reunión continuó en el café, pero la tensión era palpable. Leticia no cesaba en sus intentos de captar la atención de Enzo, lanzando comentarios que rozaban lo personal, mientras Kaila, con una estrategia más calculada, intervenía en momentos clave con sugerencias técnicas o preguntas que mostraban su interés profesional. Enzo, fiel a su carácter, no parecía inmutarse ante ninguna de las dos, manteniendo su enfoque en los puntos importantes de la conversación.
Después de un rato, Enzo consultó su reloj de muñeca, marcando el final de la reunión con su habitual precisión.
—Kaila, asegúrate de tener tus ideas plasmadas para mañana. Necesitamos algo más concreto para poder trabajar sobre ello. —Su tono era firme, pero profesional, dejando en claro que su interés era estrictamente laboral.
—Por supuesto, señor Bourth. No los defraudaré —respondió Kaila, intentando contener una sonrisa de satisfacción.
Enzo asintió y se levantó de su asiento con su elegancia habitual.
—Fue un buen avance hoy. Espero que el próximo encuentro sea igual de productivo. Que tengan un buen día.
Sin dar espacio a más comentarios, se marchó con la misma seguridad con la que había llegado, dejando a todos los presentes en un incómodo silencio.
Gabriel, que había permanecido relativamente callado durante la reunión, se aclaró la garganta mientras miraba a Leticia.
—Creo que deberías darte por vencida, Leticia. Ya te lo dije antes, pero parece que no me escuchaste. Enzo no es alguien fácil de impresionar, y definitivamente no le interesa tu enfoque.
Leticia le dirigió una mirada fulminante, pero antes de que pudiera responder, Gabriel continuó, su tono más relajado, casi divertido.
—Además, creo que ya tiene a alguien.
La declaración captó de inmediato la atención de todos en la mesa.
—¿A qué te refieres? —preguntó Irene, inclinándose hacia él con curiosidad.
—Ayer por la noche lo vi en un restaurante —confesó Gabriel, bajando un poco la voz, como si estuviera revelando un secreto—. Estaba con una mujer.
El comentario generó un murmullo entre los socios. Leticia frunció el ceño, claramente molesta, mientras Kaila, que hasta ese momento había mantenido una fachada profesional, no pudo evitar alzar las cejas con interés.
—¿Estás seguro de que era él? —preguntó Javier, siempre más escéptico.
Gabriel se encogió de hombros, como si incluso él dudara de lo que había visto.
—No estoy completamente seguro. No pude verla bien a ella, y la mesa donde estaban estaba algo retirada. Pero la forma en que él se comportaba… no sé, parecía más relajado de lo normal.
—¿Y quién crees que era ella? —inquirió María, inclinándose hacia adelante, intrigada.
—Podría haber sido alguien de negocios —intervino Irene, siempre práctica.
—O una cita —insinuó Leticia, aunque su tono era ácido.
—Sea como sea, no me extrañaría que Enzo esté viendo a alguien en secreto —añadió Gabriel con un tono enigmático—. Ya saben cómo es, reservado hasta el extremo.
La conversación derivó en especulaciones, pero al final todos parecían coincidir en que, si realmente había una mujer en la vida de Enzo, sería cuestión de tiempo antes de que las señales se hicieran evidentes. Sin embargo, incluso Gabriel terminó por dudar de su observación, cuestionándose si su imaginación le había jugado una mala pasada.
A pesar de sus intentos de mantener la compostura, tanto Leticia como Kaila se mostraron más inquietas de lo habitual, cada una procesando la información a su manera mientras la reunión se diluía en conversaciones más triviales.