Capítulo 154 Última jugada

La noche se alzaba fría y silenciosa mientras un convoy de vehículos negros avanzaba hacia el galpón situado en las afueras de la ciudad. El lugar, apenas iluminado por unas pocas luces de seguridad, era el último bastión operativo de Diego Ruffo. Enzo, al frente del grupo, observaba con frialdad a través del cristal del auto. Roque, sentado a su lado, revisaba el plano del lugar una última vez. —Es el último —dijo Roque, rompiendo el silencio. —Lo vamos a destruir —respondió Enzo, con la voz firme. En la camioneta que seguía al auto principal, Emilio, Mateo, Paolo y Massimo ajustaban sus armas mientras discutían en voz baja. —Nunca pensé que sería tan fácil arrinconarlo —comentó Massimo, cargando su pistola. —No subestimes a un hombre como Diego —respondió Paolo—. Siempre tienen algo bajo la manga. —Eso no importa ahora. Está acorralado. No tiene dónde esconderse después de esto —añadió Mateo. Roque miró a Enzo antes de bajar del vehículo. —Vamos a acabar con esto rápido. No sabemos si Diego tendrá hombres aquí. Enzo asintió y salió del auto con una determinación que se reflejaba en cada paso. El equipo avanzó con precisión, tomando las posiciones previamente acordadas. Roque lideraba la incursión, flanqueado por Mateo y Emilio, mientras que Enzo y los demás cubrían las entradas. En cuestión de minutos, el galpón quedó asegurado. —Todo limpio —anunció Mateo por el comunicador. Enzo entró al lugar acompañado de Roque. Lo que encontraron confirmó lo que esperaban: Diego estaba prácticamente acabado. Documentos, dinero y bienes materiales quedaban esparcidos en un intento de evacuación apresurada. Emilio apareció por una de las puertas laterales con una carpeta en la mano. —Esto confirma lo que sospechábamos: este era su último negocio activo. —Ya no le queda nada —dijo Paolo, cruzando los brazos mientras observaba el desastre. Massimo se unió al grupo, limpiándose las manos después de asegurar el área. —Destruimos cada negocio que tenía en pie. Se quedó sin recursos visibles. Enzo dio un paso adelante, mirando todo con frialdad. —No visible. Diego siempre tiene algo oculto. No es solo un sobreviviente, es un maldito estratega. —Entonces, ¿por qué seguimos con esto? —preguntó Mateo—. Si ya lo dejamos sin nada, ¿por qué no aparece? Roque intervino, serio: —Porque no está peleando por sus negocios. No le importan. Él quiere otra cosa. Enzo lo miró fijamente. —Amatista. Todos intercambiaron miradas. Roque asintió lentamente. —Es su único movimiento que queda. No va a atacarte directamente. Va a buscarla. Enzo apretó los puños. —Entonces hay que anticiparnos. Quiero toda la información que tengan de Diego, cada lugar que haya usado antes. Vamos a obligarlo a salir. En un apartamento oscuro y poco ostentoso, Diego Ruffo escuchaba en silencio mientras su hombre de confianza, apodado El Colombiano, le daba el informe. —El galpón fue destruido. Perdimos todo lo que había allí. Diego dejó escapar una leve risa. —Ya lo esperaba. Enzo está jugando bien. Pero no entiende que no estoy peleando por dinero ni por poder. El Colombiano lo miró, confundido. —¿Entonces qué está buscando? Diego se levantó, encendiendo un cigarro mientras caminaba hacia la ventana. —A Amatista. Ella es su debilidad. Solo atacándola puedo destruirlo. El Colombiano frunció el ceño. —Pero Enzo sabe eso. Está protegiéndola. —Claro que sí. Por eso necesito encontrarla antes de que él pueda detenerme. Ya lo hice tambalear con solo una foto. Imagínate lo que pasará cuando la ataque directamente. El colombiano cruzó los brazos, incómodo. —¿Y si no logramos encontrarla? Enzo podría seguir destruyendo lo poco que nos queda. Diego sonrió, con una expresión peligrosa. —No subestimes mis recursos. Tengo reservas que ni él conoce. —¿Y si las descubre? —insistió El Colombiano. Diego apagó el cigarro en un cenicero con un golpe seco. —Entonces me quedará solo una opción: atacar a Amatista directamente. Si es necesario, mataré a sus hijos. Lo que sea para hacer que Enzo caiga. El colombiano dio un paso atrás, alarmado. —Eso sería tu sentencia de muerte. —Lo sé —dijo Diego, con una calma escalofriante—. Pero esta pelea no es para sobrevivir. Es para destruir al otro. Y solo uno de nosotros va a quedar en pie. El aroma de la comida casera llenaba la estancia, mezclándose con el crujir de la madera vieja y los ecos del trabajo que Luis, Emilia y sus empleados realizaban en los campos cercanos. Amatista, de pie junto a la mesa, daba los últimos toques a la presentación de los platos. Su vientre, marcando claramente el séptimo mes de embarazo, no le había impedido moverse con destreza en la cocina, aunque más de una vez tuvo que detenerse para ajustar su postura. —Perfecto —murmuró para sí misma, colocando un último plato de ensalada fresca junto a la fuente principal. Pronto, uno a uno, comenzaron a llegar los empleados, sus rostros marcados por el esfuerzo del día. Al entrar, los hombres y mujeres intercambiaban miradas sorprendidas al ver la mesa servida. —¡Señora Burth! —exclamó uno de ellos, un hombre alto y de manos curtidas llamado Gaspar—. ¿Esto lo preparó usted? Amatista sonrió, aunque su mirada reflejaba una mezcla de diversión y resignación. —Primero, ya les dije que me llamen Amatista. Y segundo, sí, lo preparé. No podía dejar que trabajaran tanto y luego tuvieran que cocinar. Juana, una joven empleada que ayudaba en la cocina, se llevó una mano al pecho, sorprendida. —¡Pero señora Burth, no tendría que haberse molestado! Amatista rio, sirviéndose un vaso de agua. —No fue ninguna molestia. Además, me entretuve un poco. Finalmente, llegaron Luis y Emilia, quienes entraron al comedor cubiertos de polvo tras una mañana de trabajo intenso. Ambos se detuvieron en seco al ver la mesa llena de platos humeantes y cuidadosamente preparados. —¿Qué es esto? —preguntó Luis, quitándose el sombrero y observando la mesa con una mezcla de incredulidad y gratitud. —Un agradecimiento —respondió Amatista, sonriendo—. Por recibirme aquí y cuidarme estos meses. Emilia negó con la cabeza, acercándose a ella. —Tú eres nuestra invitada, no deberías estar haciendo esto. Amatista la tomó de las manos y apretó con suavidad. —Es solo un almuerzo. Déjenme mimarlos un poco, ¿sí? Luis soltó una carcajada. —Bueno, entonces no vamos a rechazar esta "mimada". Los empleados comenzaron a tomar asiento, aunque no sin lanzar más comentarios y agradecimientos hacia Amatista. —Nunca había probado una comida tan buena en esta estancia —dijo Gaspar, probando un bocado de guiso. —Es verdad, señora Burth, debería quedarse más tiempo —añadió Juana con una sonrisa amplia. Amatista se llevó una mano a la frente, divertida y exasperada. —¡Amatista! ¿Cuántas veces tengo que decirlo? Llámenme por mi nombre, nada de señora Burth. —No podemos, señora —intervino otro empleado, un hombre robusto llamado Tomás—. Es que usted tiene ese aire elegante. Parece una dama de esas películas. El grupo estalló en risas, y Amatista, aunque intentó parecer seria, no pudo evitar reírse con ellos. —Bueno, si sigo insistiendo, terminaré aceptando que no me harán caso. Emilia aprovechó el momento para intervenir. —Es que ellos tienen razón. Hay algo en ti que impone respeto, pero al mismo tiempo haces que todos se sientan cómodos. Luis, que escuchaba mientras comía, asintió. —Es raro tener a alguien como tú por aquí. Pero déjame decirte que eres bienvenida el tiempo que necesites. Amatista bajó la mirada por un instante, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que su estadía ahí no era permanente, pero en ese momento, se sentía como en casa, algo que no había experimentado en mucho tiempo. —Gracias —dijo finalmente, con una sonrisa sincera—. No sé cuánto tiempo más estaré aquí, pero ustedes han sido como una familia para mí estos meses. El ambiente se volvió cálido y distendido. Las risas continuaron mientras todos disfrutaban del almuerzo. Amatista evitó pensar en su pasado o en lo que estaba por venir. Por un momento, se permitió creer que todo estaba en calma y que su vida estaba lejos de cualquier peligro. Lo que no sabía era que, en otro lugar, lejos de esa estancia tranquila, su nombre estaba en boca de un hombre dispuesto a todo por destruirla. La sala estaba sumida en un silencio cargado de tensión. Enzo, sentado en uno de los sofás, sostenía un vaso de whisky que no había tocado. Sus ojos, oscuros y calculadores, estaban fijos en Roque, quien permanecía de pie frente a él, siempre atento y listo para actuar. —Puede ser que Diego tenga alguna reserva —murmuró Enzo, rompiendo finalmente el silencio—. Algo que lo mantenga oculto, que le permita moverse sin preocuparse por el dinero o sus hombres. Roque asintió, cruzando los brazos. —Es una posibilidad. Si tiene recursos ocultos, eso explicaría por qué no lo hemos podido acorralar completamente. Me pondré a investigar. Enzo dejó el vaso sobre la mesa, inclinándose hacia adelante, sus codos apoyados en las rodillas. —No es lo que más me preocupa. —Su tono era bajo, pero cargado de peso—. Estoy seguro de que Diego va detrás de Amatista. La mirada de Roque se endureció. —Yo también he empezado a pensar lo mismo —confesó, sin rodeos—. Todo esto, lo del galpón, las transacciones, incluso su desaparición... Es como si estuviera distrayéndonos mientras planea algo más. Y no puedo ignorar lo que pasó con esa foto. Enzo alzó la vista, frunciendo el ceño. —¿Qué quieres decir? Roque lo miró directo a los ojos, algo poco habitual en sus interacciones. —Esa foto te desestabilizó al punto de perder el control. Te llevó a un accidente que pudo costarte la vida. Si Diego notó eso, sabe que tu punto débil es Amatista. El rostro de Enzo se tensó, una mezcla de furia e impotencia cruzando por sus facciones. Se puso de pie con brusquedad, caminando hacia la ventana como si intentara contenerse. —Investiga si tiene algo más. Alguna conexión, algún escondite, cualquier cosa que le permita mantenerse en las sombras. Quiero saberlo todo. Roque asintió de inmediato, girándose para marcharse. Pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Enzo habló de nuevo. —Espera. El tono de su voz no era el habitual. Había una nota de vulnerabilidad que hizo que Roque se detuviera y lo mirara con atención. Enzo, ahora de espaldas a él, apoyó una mano contra la pared. Sus hombros se tensaron antes de girarse lentamente, su mirada más suave de lo que Roque recordaba haber visto. —Quiero hablar con Amatista —dijo, y aunque sus palabras parecían una orden, su tono era casi una súplica—. Una llamada. Necesito saber cómo está. Roque lo observó en silencio por un momento, sopesando las implicaciones de lo que acababa de escuchar. Finalmente, negó con la cabeza, pero su respuesta fue calmada. —Hablaré con ella y le diré que lo has pedido. Será decisión de Amatista si quiere o no comunicarse contigo. Enzo apretó la mandíbula, sus manos cerrándose en puños. Pero al cabo de unos segundos, asintió, volviendo a dejarse caer en el sofá. —Hazlo. Roque no dijo nada más. Simplemente dio media vuelta y salió de la sala, dejando a Enzo sumido en sus pensamientos, con la mirada fija en el vaso que seguía intacto sobre la mesa. Antes de empezar su investigación, Roque sacó el teléfono móvil de su bolsillo. Sabía que tenía que hacer esta llamada, aunque no era algo sencillo. Su mirada aún estaba cargada de las palabras de Enzo y el dolor que reflejaba en su rostro. Respiró hondo y marcó el número de Amatista. El tono de la llamada resonó en sus oídos hasta que, finalmente, escuchó la voz de ella al otro lado. —¿Roque? —su tono era suave, pero con un toque de desconfianza. —Amatista —respondió él, sin rodeos—. Necesito hablar contigo sobre algo. Enzo... Enzo quiere saber cómo estás. Te ha pedido que hables con él. Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, un indicio de que Amatista estaba considerando la solicitud. Sabía lo que significaba, conocía la carga que traía. Pero también sabía que estaba atrapada entre la necesidad de mantener las distancias y el deseo de aliviar el sufrimiento de Enzo. Finalmente, su voz salió tranquila, pero con una pequeña vacilación. —Si quiere hablar conmigo, que lo haga. —Hizo una pausa, tal vez pensando en la situación—. Yo… sí quiero saber cómo está él también. Roque sintió el peso de sus palabras. No era una respuesta definitiva, pero era algo. Una rendición parcial, tal vez, ante la persistente presencia de Enzo en su vida. —Está bien. Lo haré. Te llamaré por la noche. —Dijo Roque, sabiendo que este tipo de llamadas no serían fáciles para ninguno de los dos. Amatista suspiró al otro lado, pero su tono era firme. —Gracias, Roque. Espero que todo esté bien con él. Colgó sin añadir nada más. Roque se quedó mirando el teléfono en su mano por un momento antes de guardarlo nuevamente en su bolsillo. Sabía que la situación estaba cada vez más tensa, pero aún tenía trabajo por hacer. Se dio la vuelta y se dispuso a investigar lo que quedaba de los secretos de Diego, sabiendo que, al final, la llamada de esa noche podría marcar un punto de inflexión. La noche ya había caído, y el aire en la mansión Bourth se sentía denso, cargado de tensiones aún no resueltas. Roque se acercó a Enzo mientras este se encontraba reclinado en su sillón, pensativo. —Enzo —dijo Roque con cautela—. Sabes lo que te dije, ¿verdad? No sabemos qué tan adelantado esté Diego. Lo mejor es que la llamada no dure más de diez minutos. Enzo asintió sin mirar a Roque. Estaba ansioso, pero también sabía que no podía arriesgarse a perder el control. —Lo sé, lo sé —respondió Enzo, levantando la mirada y dirigiéndola hacia el teléfono móvil en la mesa—. Hazlo. Roque lo observó un momento más, antes de dar un paso atrás y dejarle la privacidad que necesitaba. Una vez solo, Enzo respiró hondo y marcó el número. Esperó a que el tono se repitiera varias veces antes de que la suave voz de Amatista lo recibiera. —Hola, gatita. El tono familiar y cercano de Enzo hizo que Amatista sonriera de manera involuntaria, aunque el peso de la situación seguía sobre ella. —Hola, Enzo —respondió con suavidad—. ¿Cómo estás? ¿Después del accidente? —Estoy mejor —contestó él, intentando sonar relajado, aunque el cansancio emocional se le notaba—. No fue nada grave. ¿Y tú? ¿Cómo estás? ¿Y los bebés? —Bien —dijo Amatista, acariciando instintivamente su vientre—. Ellos están tranquilos. El alivio que sintió Enzo fue inmediato, aunque no lo expresó con palabras. Se quedó en silencio unos segundos, escuchando la respiración de Amatista al otro lado de la línea. —Te extraño, gatita —admitió, con la voz más baja, pero cargada de intensidad—. Estoy ansioso por volver a verte, aunque sea un momento. Amatista cerró los ojos, sintiendo un dolor en el pecho. Su voz salió firme, aunque cargada de emociones encontradas. —No voy a volver hasta descubrir quién está detrás de todo esto. Hasta saber quién me quiso separar de ti con ese supuesto engaño. Enzo suspiró con frustración, llevándose una mano al rostro. —Deja de lado esa estupidez, gatita —dijo, con una mezcla de irritación y súplica—. Yo ya lo dejé atrás. Si me engañaste o no, me da igual. Te perdonaré igual. Amatista sintió un nudo en el estómago, pero también una oleada de rabia que había intentado reprimir durante meses. —¿Cómo puedes decir que te da igual? —su tono se volvió más cortante—. Para mí no es una estupidez, Enzo. Me dolieron mucho las cosas que dijiste. —Gatita... —intentó decir algo, pero ella no lo dejó terminar. —¡Me obligaste a hacerme esa maldita prueba de ADN! —soltó con frustración, sintiendo cómo se le quebraba la voz—. Por tu terquedad, pusiste en riesgo mi vida y la de nuestros hijos. Enzo se quedó callado, paralizado por la culpa que empezaba a asomar detrás de su orgullo. —Yo solo... Amatista no lo dejó terminar. —No puedo seguir hablando ahora, Enzo. Adiós. Y con eso, colgó la llamada de golpe. Enzo bajó el teléfono lentamente, todavía procesando lo que acababa de ocurrir. Una mezcla de furia y frustración lo invadió de repente, y soltó un rugido mientras lanzaba el aparato contra la pared, haciéndolo estallar en pedazos. —¡Maldita sea! —gritó, pasando las manos por su cabello, tirando de él con fuerza. Las palabras de Amatista se repetían en su mente como un eco implacable: "Me obligaste a hacerme esa prueba." —¿Cómo pudo hacerlo? —masculló para sí mismo, mientras golpeaba con el puño la mesa más cercana—. ¿Cómo pudo acostarse con otro? Aunque su corazón no quería aceptar la posibilidad, su mente seguía repitiendo la traición una y otra vez, alimentando su tormento. Una parte de él sabía que necesitaba encontrar la verdad, pero otra estaba demasiado herida como para pensar con claridad. Roque, quien había esperado a una distancia prudente, escuchó el estallido en la habitación y decidió no entrar. Sabía que Enzo necesitaría tiempo antes de poder enfrentar cualquier otra cosa.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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