Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente
Amatista se dejó caer sobre la cama de la suite, el cuerpo hundiéndose entre las sábanas suaves mientras sus pensamientos zumbaban como un enjambre de abejas. Había mucho que procesar tras su encuentro con Isabel, pero no podía evitar sentir una mezcla de alivio y melancolía. Isabel le había confesado verdades que dolían como un hierro candente, pero al mismo tiempo, saber que Romano siempre quiso decirle la verdad le daba un extraño consuelo.
Romano. El hombre que había sido un padre para ella, que la había criado con afecto genuino. Su amor no había sido una fachada, y eso lo hacía todo más soportable. Cerró los ojos y exhaló profundamente, intentando calmar la maraña de emociones. Era demasiado para procesar en un solo día, y su cuerpo agotado le exigía un descanso que no podía rechazar.
El tiempo se le escurrió entre los dedos mientras dormitaba, hasta que el sonido familiar de su teléfono la hizo parpadear. Aún medio dormida, estiró la mano hacia la mesita de noche y respondió sin mirar la pantalla.
—Hola, gatita —dijo la voz profunda de Enzo al otro lado, arrancándole una pequeña sonrisa.
—Amor... —murmuró Amatista, todavía adormilada—. Hola.
—¿Estabas durmiendo? —preguntó él, y su tono se volvió casi divertido.
—Solo descansando un poco —contestó ella, acomodándose en la cama—. Ha sido un día largo.
—Lo sé, por eso quería saber cómo te fue con Isabel.
Amatista titubeó un segundo, sus pensamientos aún nublados.
—Fue... esclarecedor —dijo con suavidad—. No fue fácil, pero al menos siento que tengo algunas respuestas.
—Eso es lo importante, gatita. Si necesitas algo, solo dilo.
—Ven a verme más tarde, por favor —pidió Amatista, casi como un susurro.
—Claro, estaré ahí. Descansa, ¿sí?
—Te quiero, amor.
—Y yo a ti, gatita —respondió él antes de colgar.
Enzo dejó escapar una risa ligera al guardar el teléfono. "Tan perezosa", pensó para sí, con una mezcla de diversión y ternura.
Se giró hacia el grupo que lo esperaba cerca del campo de golf. Emilio, Paolo, Mateo y Massimo parecían entretenidos, aunque no faltaban las bromas entre ellos. Fue Emilio quien notó algo en la distancia y señaló con la cabeza.
—Ahí viene Santino —comentó, enderezándose.
Todos giraron para ver al hombre acercarse junto a una joven de andar seguro y porte llamativo. Albertina, su hija, lucía un conjunto perfectamente diseñado para jugar al golf, aunque su intención parecía ir más allá del deporte. La tela ceñida realzaba su figura, y el brillo de su sonrisa tenía una intención evidente.
—Buenas tardes, caballeros —saludó Santino, con la energía de alguien que siempre se sentía en control.
—Bienvenidos —respondió Enzo con cortesía, estrechándole la mano.
Albertina no tardó en hacerse notar, saludando con un tono melodioso y una inclinación que dejaba claro que quería ser el centro de atención.
—Es un placer verlos —añadió, lanzándole una mirada rápida a Enzo que pasó desapercibida para todos menos él.
El juego comenzó bajo la dirección de Enzo, quien se movía con una confianza natural en cada movimiento. Golpe tras golpe, demostró su habilidad con una precisión que era imposible de ignorar. Albertina, mientras tanto, aprovechaba cada oportunidad para lanzar comentarios sutiles que bordeaban lo coqueto.
—Qué firme eres con los movimientos, Enzo —comentó en un momento, sonriendo de lado.
Enzo apenas levantó la vista, manteniéndose concentrado en su tiro.
—La práctica hace al maestro —respondió con neutralidad, sin darle cabida a su intento de coqueteo.
Santino, ajeno a los juegos de su hija, se centró en la conversación de negocios que surgía entre los jugadores. Habló de sus inversiones, de las oportunidades en los mercados extranjeros y de los nuevos contratos que estaba persiguiendo. Enzo escuchaba con interés, haciendo preguntas precisas y manteniendo el control de la conversación, como siempre.
—Parece que tienes todo bajo control, Santino —dijo Mateo con una sonrisa mientras ajustaba su posición para un tiro.
—Siempre lo intento, pero ya sabes cómo es este mundo. No puedes confiar en nadie —respondió Santino, con un dejo de seriedad en su voz.
Mientras tanto, Albertina seguía buscando formas de llamar la atención de Enzo, pero este permanecía impasible. Para él, el coqueteo de la joven era apenas un ruido de fondo; su enfoque estaba en los negocios, y su mente, en otra parte.
En mitad del juego, el teléfono de Enzo vibró en su bolsillo. Era un gesto discreto, casi imperceptible, pero suficiente para que su atención se desviara por un momento de la competencia. Sacó el dispositivo y, al leer el mensaje en la pantalla, una sonrisa se dibujó en sus labios, tan genuina como inesperada.
"Amor, ¿me traes galletitas caseras de la tienda del club? Por favor. 🩷"
"Esa gatita...", pensó para sí, mientras tecleaba una rápida respuesta: "Claro, gatita. Te llevo las que más te gusten." Guardó el teléfono sin más alboroto y volvió a enfocar su atención en el juego, como si el breve momento no hubiera ocurrido.
Ninguno de los presentes pareció notar el desvío de su atención, excepto Emilio, quien desde su posición le lanzó una mirada de reojo. Aunque no hizo ningún comentario, el leve movimiento de su ceja y una sonrisa casi imperceptible delataban que algo había notado.
El juego continuó, con los jugadores concentrados en sus tiros. Enzo, como era de esperarse, dominaba la competencia con una precisión calculada, cada golpe suyo un recordatorio de su destreza tanto en el deporte como en cualquier actividad que se propusiera.
Albertina, sin embargo, no parecía interesada en el marcador. Aprovechaba cada oportunidad para lanzar comentarios que bordeaban lo coqueto, esperando captar la atención de Enzo.
—Debo admitir que no solo eres bueno en los negocios, Enzo —dijo ella tras un tiro particularmente certero—. También destacas aquí. Es difícil no admirarte.
Enzo no levantó la vista del hoyo al que se dirigía.
—La práctica y la estrategia lo son todo —respondió con frialdad, sin mostrar interés alguno en las palabras de la joven.
Albertina, lejos de desanimarse, intentó nuevamente minutos después, ajustando su postura mientras esperaba su turno.
—Quizá necesite un instructor tan dedicado como tú para mejorar mi juego.
Esta vez, Enzo ni siquiera se molestó en responder. Su silencio era más elocuente que cualquier palabra. Albertina apretó los labios, fingiendo que no le molestaba la falta de atención.
Mientras tanto, la conversación entre Santino y los otros jugadores se enfocaba en temas de negocios. Santino hablaba con entusiasmo sobre nuevas oportunidades en el extranjero, mientras Massimo y Paolo compartían sus perspectivas sobre alianzas estratégicas.
—Este año ha sido complicado para algunos sectores —comentó Santino, golpeando su bola con moderada precisión—, pero los mercados emergentes están llenos de oportunidades si sabemos cómo abordarlos.
—Eso siempre es clave —respondió Enzo, aprovechando un breve descanso entre tiros—. Adaptarse rápido y jugar con ventaja antes de que los demás se den cuenta.
—Exacto —dijo Santino, con un brillo en los ojos que demostraba su admiración por la forma en que Enzo manejaba cualquier situación.
La partida llegó a su fin con una victoria clara para Enzo, quien recibió los cumplidos de sus compañeros con una cortesía calculada. Santino y Albertina se despidieron cordialmente, ella lanzándole una última mirada a Enzo que él no devolvió, manteniendo su atención en los números de la puntuación.
—Siempre es un placer compartir el campo contigo, Enzo —dijo Santino mientras estrechaba su mano.
—El placer es mío —respondió Enzo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
Albertina agregó, con una voz melodiosa:
—Espero que tengamos más oportunidades de coincidir.
—Veremos cómo se dan las cosas —contestó él, manteniendo su tono neutro.
Cuando Santino y Albertina finalmente se marcharon, el ambiente en el grupo se relajó. Massimo fue el primero en romper el silencio, mirando su reloj con una sonrisa.
—Bueno, señores, ¿qué les parece si ahora sí vamos por unas bebidas?
Emilio soltó una risa breve mientras recogía su equipo de golf.
—Yo digo que el whisky suena bien, pero algo me dice que Enzo ya tiene otros planes.
Paolo miró a Enzo de reojo, notando que revisaba su teléfono por un instante antes de guardarlo en el bolsillo con una ligera sonrisa en los labios.
—Siempre con prisa. ¿Es algún asunto importante, Enzo? —preguntó Paolo con tono casual.
Enzo levantó la vista, su expresión relajada, aunque sin dar demasiados detalles.
—Digamos que mi tarde tiene otros compromisos.
Massimo arqueó una ceja, claramente divertido.
—Déjame adivinar. Amatista.
Enzo no negó nada, simplemente dejó escapar una sonrisa sutil.
—Ella siempre es una prioridad.
Mateo se rió suavemente mientras cargaba su equipo.
—No me sorprende. Amatista tiene ese efecto en ti desde siempre.
El grupo compartió una risa ligera, pero pronto el tono de la conversación cambió. Massimo, siempre directo, se cruzó de brazos y habló con más seriedad.
—¿Y cómo está? Después de lo de Daniel e Isabel... supongo que no ha sido fácil.
El grupo guardó silencio. Todos sentían un cariño especial por Amatista, y la preocupación en sus rostros era evidente.
Enzo suspiró, mirando hacia el campo de golf como si reflexionara sobre cómo responder.
—Hoy fue a hablar con Isabel —dijo finalmente, su tono más serio—. No estaba seguro de cómo lo iba a tomar, pero lo único que realmente me preocupaba era que decidiera irse.
Mateo, que rara vez intervenía en estas conversaciones, lo miró con curiosidad.
—¿Irse?
Enzo asintió, su expresión endureciéndose por un instante.
—Es complicado. Amatista sabe que yo no tuve nada que ver con lo que pasó, pero enfrentarse a esas verdades nunca es fácil.
Emilio lo observó atentamente antes de hablar con un tono reflexivo.
—Amatista es más fuerte de lo que parece, Enzo. Siempre lo ha sido.
La mirada de Enzo se suavizó un poco, como si encontrara consuelo en esas palabras.
—Lo sé. Ella me aseguró que entiende todo y que sigue conmigo. Pero no puedo evitar pensar en cuánto le duele todo esto.
Paolo intervino, tratando de aliviar la tensión con un comentario más ligero.
—Mira, si hay algo que sabemos de Amatista, es que no se va a ningún lado. Esa chica te mira como si fueras su mundo entero.
Enzo dejó escapar una breve risa, cargada de sinceridad.
—Eso espero. Pero no dejaré de asegurarme de que lo sepa.
Massimo negó con la cabeza, claramente divertido.
—Por favor, Enzo. Todos hemos visto lo que ustedes tienen. Es algo que no se rompe tan fácilmente.
—Es cierto —agregó Mateo, con una sonrisa amable—. Ella confía en ti, y tú en ella. Esa es la base de todo.
El grupo asintió, compartiendo un momento de complicidad antes de que Massimo rompiera nuevamente la seriedad con su tono habitual.
—Bueno, antes de que te desaparezcas para "otros compromisos", ¿estás seguro de que no te queda tiempo para un último trago con nosotros?
Enzo negó con la cabeza, ya girándose hacia la tienda del club.
—Otro día, señores. Tengo un par de cosas pendientes que atender, y ustedes saben que no me gusta hacerla esperar.
Paolo rió mientras lo veía alejarse.
—Nunca pensé que veríamos a Enzo Bourth tan... disciplinado.
Emilio, que seguía observando a Enzo mientras se alejaba, comentó con un tono más serio:
—No lo llamen disciplina. Es lealtad. Y si algo sabemos de Enzo y Amatista, es que esa lealtad siempre es mutua.
El grupo asintió, dejando que el comentario de Emilio marcara el final de la conversación mientras recogían sus cosas y se dirigían hacia el bar.
Enzo llegó al hotel con las galletitas envueltas cuidadosamente en una bolsa de papel. Caminó con calma por el pasillo hacia la suite de Amatista, un lugar que había aprendido a considerar casi como una extensión de su propia vida. Amatista estaba ahí, y eso era suficiente para que cualquier espacio fuera su hogar.
Cuando abrió la puerta, apenas tuvo tiempo de soltar la bolsa antes de que Amatista se lanzara hacia él con los brazos extendidos.
—¡Amor! —exclamó mientras lo envolvía en un cálido abrazo.
Enzo, acostumbrado a su entusiasmo pero nunca indiferente a él, la atrapó con facilidad, rodeándola con sus brazos fuertes. La besó en la frente antes de que ella levantara la cabeza para sellar el saludo con un beso suave en los labios.
—¿Es esta tu nueva forma de saludarme? —bromeó Enzo, arqueando una ceja con una sonrisa.
Amatista, juguetona como siempre, miró hacia la puerta detrás de él y luego volvió a sus ojos con una expresión traviesa.
—Ya entraste, ¿no?
Enzo dejó escapar una risa breve y la puso suavemente en el suelo, pero no sin antes rozar su nariz con la de ella en un gesto cariñoso.
—Eres increíble, gatita —murmuró mientras ella tomaba su mano y lo guiaba hacia el sillón.
Amatista se acomodó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro mientras miraba las galletitas. Aunque agradeció el detalle con un "gracias, amor" entre susurros, su expresión se tornó más pensativa, lo que no pasó desapercibido para Enzo.
—¿Qué pasó? —preguntó él, colocando su brazo alrededor de ella para atraerla más cerca.
Amatista suspiró y comenzó a contarle sobre su conversación con Isabel, su madre.
—Hoy me dijo que Romano siempre quiso decirme la verdad, pero que ella fue quien se negó. —Hizo una pausa, su voz se quebró ligeramente—. Una parte de mí siempre tuvo miedo de que Romano no me quisiera realmente, que solo estuviera cumpliendo un deber... Pero ahora sé que su amor siempre fue genuino.
Enzo escuchó en silencio, asintiendo con una mezcla de comprensión y ternura.
—Romano te quiso como a una hija, gatita —afirmó con firmeza, acariciando su cabello.
Amatista levantó la vista hacia él, con una sombra de inseguridad en su mirada.
—Lo sé. Pero cuando Isabel habló de cómo me compraron... por un momento me sentí insegura, como si todo hubiera sido... transaccional.
La mano de Enzo se deslizó hasta su mejilla, levantando suavemente su rostro para que lo mirara.
—Mi familia te ama sinceramente, gatita. Cada uno de nosotros. —Hizo una pausa, su tono se suavizó mientras una chispa juguetona aparecía en sus ojos—. Especialmente yo.
El comentario logró arrancarle una sonrisa a Amatista, quien decidió cambiar el tono de la conversación.
—¿Me estás seduciendo? —preguntó ella, con un brillo travieso en los ojos mientras sus dedos comenzaban a deslizarse por el pecho de Enzo.
Él dejó escapar una risa grave, entrecerrando los ojos mientras disfrutaba del juego.
—¿Y si lo estuviera?
Amatista se inclinó un poco más hacia él, trazando círculos suaves con sus dedos sobre su camisa, como si probara hasta dónde podía llegar.
—Entonces diría que estás haciendo un buen trabajo... pero no tienes que esforzarte tanto.
Enzo, siempre en control, pero nunca inmune al encanto de Amatista, deslizó una mano hasta su cintura, atrayéndola un poco más cerca.
—No me esfuerzo, gatita. Contigo, todo es natural.
Amatista rió suavemente y tomó otra galletita de la bolsa, mordiéndola con calma mientras apoyaba su espalda en el pecho de Enzo. El calor de su cuerpo contra el suyo la hacía sentir segura, como si no existiera un lugar más cómodo en el mundo.
—Estas galletitas son perfectas —comentó con una sonrisa satisfecha, mirándolo de reojo—. Siempre sabes lo que me gusta.
Enzo dejó escapar una pequeña risa y le acarició el cabello.
—Lo sé, gatita. Pero ahora, creo que es hora de que nos demos un baño.
Amatista alzó la vista, fingiendo sorpresa.
—¿Ahora? ¿Y dejar mis galletitas? ¡Ni lo pienses!
Antes de que pudiera oponer más "resistencia", Enzo se inclinó y la alzó en brazos con facilidad, sujetándola con firmeza mientras ella comenzaba un berrinche juguetón.
—¡Nooo! ¡Mis galletitas! ¡Enzo, no puedes hacerme esto! —protestó entre risas, mientras agitaba las piernas en un intento poco convincente de liberarse.
—Claro que puedo, gatita. —Enzo la miró con una sonrisa traviesa mientras se dirigía al baño—. Te las ganaste, pero primero vamos a bañarnos.
—¡Eres cruel! —murmuró, cruzando los brazos de forma exagerada, aunque su sonrisa la delataba—. Quiero que sepas que voy a pensar en mis galletitas todo el tiempo.
—Perfecto, así no se te olvida quién te las trajo —respondió él, cerrando la puerta del baño con un movimiento suave mientras su risa grave llenaba el aire.