Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas
El grupo se trasladó al comedor del club, donde una larga mesa los esperaba con una variedad de platillos cuidadosamente preparados. El ambiente se mantenía distendido, con risas y conversaciones ligeras flotando en el aire.
Amatista se sentó en uno de los extremos, y sin sorpresa, Enzo tomó asiento a su lado. Frente a ellos, Alan, Joel y Emilio intercambiaban bromas, mientras Darío, Mariano y Juan se acomodaban más cerca, todavía intrigados por la dinámica del grupo.
—Espero que el almuerzo sea tan interesante como el juego de antes. —comentó Juan con una sonrisa socarrona mientras servía su copa de vino.
—Depende de qué tan picantes sean las conversaciones. —añadió Darío, lanzándole una mirada de complicidad a Amatista.
Ella, sin inmutarse, tomó su copa de agua y bebió con tranquilidad.
—Si esperas más detalles, tendrás que seguir soñando. —respondió con una sonrisa burlona.
—Lo intentamos. —dijo Mariano encogiéndose de hombros con falsa resignación.
Everly y Rose sirvieron los primeros platos mientras las conversaciones fluían con naturalidad. A pesar de los momentos de tensión que habían vivido en los últimos días, el grupo disfrutaba de un respiro en ese almuerzo.
—Así que, ¿cuánto tiempo piensan quedarse en el club? —preguntó Darío con aire casual, dirigiéndose a Enzo.
—El tiempo que sea necesario. —respondió Enzo con tranquilidad, cortando su carne con precisión.
—Deben estar muy cómodos si hasta tiempo para jugar tienen. —bromeó Mariano.
—Siempre hay tiempo para hacer buenas preguntas. —dijo Alan con una sonrisa maliciosa.
—¿Buenas preguntas o preguntas comprometedoras? —preguntó Juan, riendo.
—Depende de a quién le preguntes. —intervino Joel, lanzándole una mirada de reojo a Amatista.
Ella solo sonrió con calma y continuó comiendo. Sin embargo, los comentarios no pasaban desapercibidos para Enzo, que se mantenía atento a cada palabra.
—Si tanto les gusta el juego, podríamos retomarlo aquí mismo. —propuso Emilio con diversión.
—Ni en broma. —respondió Amatista, sin levantar la vista de su plato.
—Oh, vamos, Gatita. —susurró Enzo con una sonrisa ladeada, lo suficientemente bajo como para que solo ella lo escuchara.
Amatista le lanzó una mirada de advertencia, pero él solo continuó comiendo con total tranquilidad.
—Hablando en serio, —dijo Darío, cambiando de tono— el ambiente aquí es bastante diferente a cuando nos conocimos en el club aquella vez.
—Supongo que las circunstancias han cambiado. —respondió Amatista con simpleza.
—No es el único cambio. —susurró Juan a Darío con una sonrisa, observando a Amatista de reojo.
—Deben tener buenas razones para estar aquí en lugar de en la mansión Bourth. —comentó Mariano con aire curioso.
El ambiente se tensó ligeramente ante esa observación, pero Enzo se limitó a beber de su copa antes de responder con calma.
—Como dije antes, el tiempo que sea necesario.
La respuesta fue suficiente para cerrar el tema. Aunque el almuerzo transcurrió con normalidad, entre comentarios y bromas, la presencia de Darío, Mariano y Juan añadía un matiz distinto a la conversación. Eran hombres de negocios, pero también eran observadores, y su interés en Amatista y en la relación entre ella y Enzo no era un detalle menor.
Cuando la comida llegó a su fin, Everly y Rose comenzaron a retirar los platos mientras Alan se estiraba en su silla con satisfacción.
—Ahora sí, después de un buen almuerzo, ¿qué tal si volvemos al juego?
Las risas resonaron en la mesa, dando paso a la siguiente ronda de preguntas.
La tarde continuaba con su aire relajado y las risas se multiplicaban entre los hombres mientras el juego tomaba un giro aún más atrevido. Después de un almuerzo animado, Alan propuso cambiar las reglas y hacer el juego más interesante. Esta vez, la persona que tocara el comodín podría hacerle una pregunta a cualquiera de los presentes. Si la persona elegida no quería responder, debía tomar tres bebidas como castigo.
—Vamos, Amatista, ¿te unes? —le insistieron Alan y algunos de los demás.
Amatista negó con la cabeza, cruzándose de brazos en su sillón mientras observaba el resto del grupo.
—No, gracias. Prefiero no jugar. —respondió con calma, sabiendo que las preguntas serían cada vez más atrevidas.
Las risas continuaron mientras el juego se ponía en marcha. Las preguntas iban tomando un tono más explícito, algunas sobre experiencias pasadas y otras directamente sobre preferencias sexuales. Nadie parecía incomodarse, y las bromas entre ellos se sucedían sin descanso.
Antes de continuar, todos se trasladaron a la sala principal para continuar jugando, aunque Amatista aprovechó el momento para retirarse a su habitación, buscando un breve respiro antes de regresar. En su ausencia, los hombres se acomodaron nuevamente en los sillones mientras las preguntas comenzaban a volar.
El comodín fue cayendo en las manos de varios de los presentes. Primero fue Joel quien lanzó su pregunta sin dudar:
—Enzo, ¿qué es lo que más te gusta de Amatista?
Enzo no dudó ni un segundo, respondiendo con su voz firme y decidida:
—Todo. —dijo simplemente, causando algunas risas entre los demás.
—¡Vamos, sé más específico! —gritó Mariano desde el otro lado, burlándose un poco.
Enzo levantó una ceja con una sonrisa ladeada, sin perder la calma:
—La forma en que me hace perder el control.
Las risas siguieron mientras los demás intercambiaban bromas. El juego no había hecho más que comenzar, pero el ambiente ya era cálido y divertido.
El comodín pasó ahora a Mariano, quien no perdió la oportunidad de hacer una pregunta intrigante.
—Samara, ¿estarías con alguno de los hombres presentes?
Samara, sonriendo de manera coqueta, respondió con total naturalidad:
—Con más de uno. —dijo mientras sus ojos se fijaban descaradamente en Enzo.
Las bromas siguieron y se volvieron un poco más audaces. El comodín tocó entonces a Luna, quien, con una mirada traviesa, preguntó:
—Enzo, ¿alguna vez pensaste en dejar a Amatista?
Enzo, sin vacilar, contestó con firmeza:
—Ni de loco.
Las risas se hicieron más fuertes y algunas miradas cómplices se cruzaron entre los hombres. Luego el comodín cayó en Juan, quien no pudo resistir la tentación de hacerle una pregunta a Enzo.
—¿No te molesta que Amatista sea tan atractiva y que llame la atención de otros?
Enzo se recostó en su sillón y, con una sonrisa sutil, respondió:
—No me molesta. Porque ella es mía. Nadie la tiene, nadie la tendrá.
La respuesta provocó murmullos y algunas sonrisas nerviosas, pero todos parecían entender la intensidad con la que Enzo veía a Amatista.
A continuación, el comodín tocó a Emilio, quien, con una mirada juguetona, hizo una nueva pregunta.
—Enzo, ¿qué es lo que te gusta tanto de Amatista como para ni siquiera pensar en dejarla?
Enzo no dudó en su respuesta, ya conocida por todos:
—Es que ella es mía. Siempre lo ha sido.
Las bromas y comentarios continuaron entre los hombres, pero rápidamente el comodín tocó a Dario, quien con una sonrisa traviesa, le hizo una pregunta a las mujeres del grupo.
—Samara, Luna, ¿alguna vez hicieron un baile sensual para alguna pareja?
Samara se rió con fuerza, respondiendo con humor:
—No.
Luna, sin embargo, levantó una ceja y, con tono divertido, dijo:
—Sí, yo sí.
Las risas se desataron mientras la atmósfera se volvía cada vez más relajada y llena de picardía. Justo en ese momento, Amatista regresó al salón, después de haberse dado una ducha refrescante. Se dirigió a la cocina, sirvió un poco de helado en una copa —de vainilla y chocolate— y regresó con su dulce en mano, sentándose junto a Enzo.
La tranquilidad que traía consigo contrastaba con la atmósfera juguetona de la sala. Amatista comenzó a comer su helado sin decir una palabra, disfrutando del momento y alejándose de las preguntas indiscretas del juego.
—¿Cómo estuvo la ducha? —le preguntó Enzo en tono suave, mirando a Amatista mientras ella se acomodaba junto a él.
—Refrescante. —respondió ella sin mirarlo, centrada en su helado.
Alan, aprovechando el momento para volver a la diversión, dijo con tono burlón:
—¿Ahora, después del helado, te unes al juego, amatista?
Amatista, con su copa de helado en mano, miró alrededor un momento antes de responder a Alan con una sonrisa tranquila.
—Está bien, pero solo un rato. Ya me estoy aburriendo un poco con el juego. —dijo mientras daba otro bocado de su helado, sin dejar de observar cómo los demás se preparaban para continuar.
Las cartas fueron repartidas y, al poco tiempo, el comodín cayó en las manos de Joel, quien no tardó en hacer su pregunta.
—Amatista, ¿alguna vez le enviaste fotos provocativas a Enzo?
Amatista, sin mostrar ninguna incomodidad, respondió con una sonrisa misteriosa:
—Sí.
Algunos de los hombres soltaron una risa cómplice.
—¡Eso sí que es un sí rotundo! —bromeó Dario, guiñando un ojo.
—¡Deberías estar tomando notas, Joel! —comentó Mariano, lanzando una mirada burlona.
Joel no pudo evitar reírse, agradecido por la sinceridad de Amatista, mientras el comodín pasaba ahora a Juan, quien, con una mirada traviesa, le lanzó una nueva pregunta.
—Amatista, ¿alguna vez cumpliste alguna fantasía de Enzo?
Enzo, riendo de manera relajada, observaba a Amatista sin perder detalle. Ella, sin perder su compostura, contestó con total seguridad.
—Todas. —dijo con una sonrisa, causando un silencio fugaz y algunas miradas entre los presentes.
—¡¿Todas?! ¿No te has quedado sin ideas? —preguntó Alan, entre carcajadas.
—Debe tener un libro entero de fantasías esa mujer, ¡y Enzo parece tenerla como bibliotecaria! —comentó Juan, sonriendo.
—¿Y tú, Juan, ¿las has cumplido todas? —bromeó Mariano, provocando más risas.
El comodín pasó a Luna, quien no perdió la oportunidad de preguntar a Enzo con un tono sugerente.
—Enzo, ¿alguna vez cumpliste alguna fantasía de Amatista?
Enzo se recostó en su sillón, cruzando los brazos mientras una sonrisa sutil aparecía en su rostro.
—Sí. —respondió sin dudar.
Mientras todos miraban, Amatista, que ya estaba en su propio mundo con su helado, solo le lanzó una mirada divertida.
A continuación, el comodín tocó a Alan, quien, con una mirada cómplice hacia Amatista, le lanzó una pregunta directa:
—Amatista, ¿alguna vez has hecho algo solo para complacer a Enzo, aunque no fuera lo que realmente querías?
Amatista no se inmutó, siempre tranquila.
—Sí. —respondió sin pensarlo demasiado, como si fuera algo natural.
Luego, Dario aprovechó para hacer otra pregunta audaz.
—Amatista, ¿alguna vez has hecho algo atrevido solo para sorprender a Enzo?
Amatista levantó una ceja, mientras dejaba de comer el helado por un momento para responder.
—Sí. —dijo con una sonrisa juguetona, sabiendo que todos esperaban más detalles, pero ella se mantuvo en su tono discreto.
Finalmente, el comodín llegó a Enzo, quien miró a Amatista con una expresión más seria, casi evaluadora. Todos los ojos se dirigieron hacia él, anticipando lo que diría. Enzo miró a Amatista y, con voz baja pero clara, le preguntó:
—¿Piensas perdonarme, gatita?
Amatista lo miró a los ojos sin titubear, su respuesta fue directa y sin agregar más.
—Sí. —fue todo lo que dijo.
Un silencio pesado siguió la respuesta, mientras los demás observaban en silencio la interacción entre ellos. Finalmente, decidieron tomar una pausa del juego, las bromas cesaron y el ambiente se relajó.
Amatista, sin decir nada más, se levantó de su lugar y se dirigió a la cocina para llevar la copa de helado que ya estaba vacía. Mientras regresaba, su mirada se desvió hacia los detalles del club, y en lugar de volver a sentarse con los demás en la sala principal, decidió caminar por la estancia, observando más de cerca la decoración.
El salón estaba lleno de detalles finos, desde los cuadros en las paredes hasta las luces tenues que daban un aire acogedor. Amatista parecía perdida en sus pensamientos mientras recorría el espacio. Enzo la observó desde su lugar, pero no la interrumpió.
Mientras Amatista exploraba el salón, los hombres en los sillones comenzaron a cambiar el tono de la conversación. Ahora hablaban de negocios, inversiones y proyectos en marcha. Enzo, aún recostado con un cigarro entre los dedos, participaba con comentarios cortos pero directos, su mente dividida entre la charla y la figura de Amatista moviéndose por el lugar.
Amatista, sintiéndose ajena a la conversación, decidió dirigirse al tercer piso. Nunca se había detenido a explorar las habitaciones de esa zona del club, y la curiosidad la impulsó a ver qué había allí.
Al llegar, notó que todas las puertas tenían cerraduras eléctricas y, al intentar abrir una, se dio cuenta de que estaban bloqueadas. Frunció el ceño, frustrada, y después de unos segundos decidió regresar a la sala principal.
—¿Por qué las habitaciones del tercer piso tienen cerraduras eléctricas? —preguntó al volver.
Enzo la miró con media sonrisa y, sin responderle de inmediato, se levantó de su sillón. Regresó un momento después con una tarjeta en la mano, que le extendió con su gesto despreocupado.
—Esto abre todas las puertas. Anda, explora.
Amatista tomó la tarjeta con una sonrisa, sintiendo el cosquilleo de la emoción. Sin perder tiempo, volvió al tercer piso, esta vez acompañada por Luna y Samara, que no quisieron quedarse fuera de la exploración.
Las tres comenzaron a abrir habitación por habitación. Algunas eran salas de juego privadas con mesas de póker, sillones de cuero y un bar exclusivo. Otras eran suites con camas enormes, pero lo que realmente llamó su atención fueron ciertas habitaciones que claramente no eran comunes.
—Esto… definitivamente no es un hotel normal. —comentó Samara, riendo mientras recorría con la mirada la habitación en la que habían entrado.
Había un jacuzzi, un caño para bailes y un diseño que dejaba en claro que el lugar estaba hecho para el placer más que para el descanso. Luna soltó una carcajada y caminó hacia el jacuzzi con entusiasmo.
—Yo quiero usar esto.
—Pues úsenlo. —dijo Amatista, animándolas con una sonrisa mientras dejaba la tarjeta sobre una mesa.
Luna y Samara comenzaron a prepararse para meterse en el agua caliente, y Amatista decidió hacer lo mismo. Pero cuando llevó las manos a su espalda para bajar el cierre de su vestido, se encontró con un problema.
—¿Qué pasa? —preguntó Luna, al ver su expresión.
—El cierre no baja, está trabado.
—Déjame intentarlo. —dijo Luna, acercándose a ayudarla.
Sin embargo, después de varios intentos, Luna suspiró y se apartó.
—No puedo, está completamente atorado.
—A ver, yo lo intento. —Samara tomó el relevo, pero tuvo el mismo resultado.
Amatista frunció los labios con molestia y probó una vez más por sí misma, tirando con fuerza, pero el cierre ni se movió.
—Genial. —bufó con frustración.
—Ve a pedirle ayuda a Enzo. —sugirió Samara, divertida.
—Sí, claro, ¿y qué les digo? “Oye, necesito que me abras el vestido porque quiero meterme en un jacuzzi con dos mujeres”.
—Básicamente. —respondió Luna con una sonrisa traviesa.
Amatista suspiró, pero al ver que no tenía otra opción, decidió bajar de nuevo a la sala principal. Caminó con paso seguro hasta donde estaba Enzo, quien la observó con curiosidad.
—¿Qué pasa, gatita?
—El cierre de mi vestido está trabado. —le explicó sin rodeos—. Quiero meterme en el jacuzzi con Luna y Samara, pero no puedo sacármelo.
Los hombres alrededor dejaron de hablar por un momento y miraron la escena con interés. Enzo, divertido, dejó el cigarro en el cenicero y se puso de pie.
—A ver.
Se acercó a su espalda y tomó el cierre con una mano, aplicando algo de fuerza. Sin embargo, el vestido parecía haberse convertido en una fortaleza impenetrable. Enzo soltó una risa baja.
—Gatita, ¿cómo hiciste para entrar en este vestido?
Amatista giró levemente el rostro, mirándolo de reojo.
—Cuando me lo puse no tenía problemas.
Luego, sin pensarlo mucho, añadió con tono burlón:
—Además, tú compras todos mis vestidos, así que no me eches la culpa.
Enzo sonrió de lado, sin discutir.
—Está bien, quédate quieta.
Amatista obedeció, y esta vez Enzo aplicó mucha más fuerza. Con un tirón más brusco, el cierre cedió de golpe, deslizándose hacia abajo.
—Listo. —dijo él, con satisfacción.
Cuando Enzo finalmente logró bajar el cierre, Amatista soltó un suspiro de alivio.
—Gracias. —dijo, dándose la vuelta para regresar al tercer piso.
Pero justo cuando empezó a caminar, las bromas no tardaron en surgir entre los hombres.
—¿Seguro que solo estabas ayudando, Enzo? Porque parecía que estabas disfrutando demasiado. —comentó Alan con una sonrisa maliciosa.
—Lo que pasa es que nadie toca a su gatita sin su permiso. —agregó Joel, enfatizando el apodo con tono burlón.
—¿O será que el vestido se resistía porque no quería separarse de Amatista? —bromeó Juan, riéndose.
—Más bien, el vestido entendió que Enzo no es de los que dejan ir fácil. —dijo Darío, mirando a Enzo con una media sonrisa.
Enzo se limitó a encender su cigarro, sin apartar la vista de Amatista, que ya subía las escaleras.
—Cállense. —fue todo lo que dijo, con una media sonrisa que apenas se asomó en su rostro.
Amatista ignoró los comentarios y continuó su camino, sintiendo aún la mirada intensa de Enzo siguiéndola mientras desaparecía en el tercer piso.