Capítulo 118 Secretos y revelaciones
Amatista no había podido dormir en toda la noche. La rabia por la insinuación de Enzo la mantenía despierta, recorriéndole el cuerpo como una corriente eléctrica, dificultando cada intento de cerrar los ojos. Había sido tan dolorosa la idea de que él pudiera pensar aquello de ella, tan injusta en su desesperación por mantener el control, que la molestia la había consumido. Pero en lugar de ceder a la frustración, había aprovechado ese tiempo de insomnio para hacer lo que mejor sabía: diseñar.
En una especie de trance febril, dejó que su mente se desbordara de creatividad, una furia que se canalizaba en cada trazo. Cinco diseños fueron los que logró completar esa noche, todos con una precisión y detalle que la dejaron satisfecha. Solo le quedaban cinco para terminar su colección, y estaba decidida a conseguirlo.
Cuando el sol aún estaba bajo, Amatista ya estaba en pie y lista para enfrentarse al día. No tenía tiempo que perder. Se dirigió rápidamente a la empresa Lune, encontrándose con una oficina vacía. Santiago aún no había llegado, lo que le permitió sumergirse en su trabajo sin interrupciones. La mañana la pasó diseñando, concentrada en los tres broches de traje y los dos aros de mujer que debía crear. Los aros serían la parte más fácil, pues deberían seguir los patrones de los gemelos que ya había diseñado.
El día pasó rápidamente, sumida en la tarea. Sin embargo, en su mente seguía rondando la imagen de Enzo, el veneno de sus palabras aún fresco. Necesitaba despejar su mente. Y fue por eso que, al caer la tarde, se dirigió al campo de golf para encontrarse con Jeremías Gartner.
Cuando llegó, Jeremías ya estaba allí, esperándola, con una sonrisa tranquila que contrastaba con el nudo que Amatista sentía en su pecho. Decidió poner a un lado sus pensamientos turbios y centrarse en el momento, al menos por un rato. Ambos caminaron hacia el club, y mientras Amatista observaba las fotos y cartas que Jeremías había traído, su mente se concentró en algo más familiar.
"Mi madre era muy hermosa cuando joven", comentó Amatista mientras observaba una de las fotos de Isabel, tan viva, tan llena de vida en su juventud. "Lástima que fuera una mujer mentirosa y manipuladora".
Jeremías le dedicó una mirada cautelosa. "No la juzgues por su pasado, Amatista", dijo, con un tono que era a la vez protector y algo preocupado.
Amatista lo miró por un momento, sin prisa por responder. "No me refería a eso", dijo finalmente, su voz más fría de lo que había querido. "Veremos qué dice la prueba de ADN, y entonces te lo diré".
Jeremías no dijo más, parecía entender perfectamente. Sin embargo, para cambiar de tema, sonrió con algo de complicidad. "¿Qué tal si vamos a jugar un rato al golf? Tal vez eso te ayude a relajarte".
Amatista lo miró con una ligera sonrisa en los labios, aceptando la invitación. "Ten cuidado, tengo talento para esto", advirtió, con una mirada desafiante.
A lo lejos, Enzo observaba con atención. Su mirada fija sobre ella, como siempre, pero esta vez con una tensión palpable. La rabia de no haber podido alcanzarla la noche anterior se mantenía en su pecho, pero había algo más en esa mirada, algo que lo empujaba a actuar. Quería acercarse, hablar, pero sabía que no sería fácil.
Enzo se levantó de su asiento, enderezando su chaqueta con un movimiento firme. "Vamos a jugar al golf", dijo, mirando al grupo reunido en la mesa. No era una sugerencia; su tono tenía el peso de una orden.
Emilio, siempre perceptivo, arqueó una ceja, comprendiendo de inmediato que Enzo no estaba interesado en el juego, sino en algo más. "¿Estás seguro de que es buena idea?", murmuró bajo, lo suficiente para que solo él lo escuchara.
Enzo no respondió, pero su mirada cortante fue suficiente para que Emilio guardara silencio. Albertina, que no había dejado de observarlo desde el día anterior, le dedicó una sonrisa falsa antes de tomar su bolso y seguirlos al campo.
Mientras tanto, Amatista y Jeremías ya estaban en el primer hoyo, ajustando los guantes y preparando los palos. Jeremías, relajado, le explicaba alguna técnica que ella apenas escuchaba, perdida en sus pensamientos. El calor del día comenzaba a pesar, y las pocas horas de sueño se hacían sentir.
El grupo de Enzo llegó al primer hoyo justo cuando Jeremías daba su primer golpe, un tiro limpio que rodó por el césped en una línea casi perfecta. "Buen tiro", comentó Enzo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
"Gracias", respondió Jeremías, mirándolo de reojo.
"Espero que no les moleste si nos unimos", dijo Enzo, ya acomodándose cerca. Su tono era educado, pero nadie podía ignorar la tensión en su voz.
Amatista, sin mirarlo, tomó su palo y se preparó para su turno. "No será problema", dijo Jeremías antes de que ella pudiera responder.
La partida comenzó. Enzo aprovechó cada oportunidad para hablar con Jeremías sobre negocios pendientes, deslizando preguntas y comentarios casuales mientras observaba cada movimiento de Amatista. Sin embargo, cada vez que intentaba dirigirle la palabra directamente a ella, la respuesta era el más absoluto silencio.
"Fue un error, ¿sabes?", murmuró en un momento, caminando a su lado mientras se dirigían al siguiente hoyo. "Lo que dije ayer… no fue lo que quería expresar".
Amatista no giró la cabeza, ni siquiera mostró un destello de reconocimiento. Su silencio era un muro que Enzo encontraba insoportable.
"¿No vas a decir nada?", insistió.
Ella siguió adelante, ajustándose la visera para bloquear el sol. Jeremías, que notaba la tensión, intentó desviar el tema. "Amatista tiene talento para esto, ¿no lo crees, Enzo? Un golpe casi perfecto hace un momento".
Enzo apretó los dientes. "Claro, siempre ha sido buena en todo lo que hace".
Mientras tanto, Albertina y su padre, Santino, se encontraban más apartados del grupo. Ella, enfadada por la constante atención de Enzo hacia Amatista, inclinó la cabeza hacia Santino. "Papá", comenzó en un susurro, "si quieres seguir manteniendo los beneficios que Enzo te da, tienes que ayudarme con esto".
Santino, acostumbrado a las exigencias de su hija, suspiró. "¿Qué propones?"
"Necesitamos acabar con ella. No importa cómo", dijo Albertina con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
En el campo, la partida continuaba, pero la tensión crecía. Enzo seguía lanzándole comentarios a Amatista, cada vez más insistentes. "No puedo soportar que estés así conmigo", dijo finalmente, su voz más alta, como si quisiera que todos lo escucharan.
Amatista seguía sin responder, pero el sol y la falta de descanso estaban comenzando a afectarla. Se sentía mareada, el calor parecía absorber toda su energía.
Jeremías se inclinó hacia ella, notando su palidez. "¿Estás bien? Te ves un poco…".
Antes de que pudiera terminar la frase, Amatista tambaleó. Emilio, que estaba más cerca, reaccionó rápidamente, sujetándola antes de que cayera al suelo.
"¡Amatista!", exclamó Enzo, corriendo hacia ellos. Apartó a Emilio con un movimiento rápido, pero sin brusquedad, y la levantó en brazos.
"Está demasiado cansada", dijo Emilio, notando su rostro pálido y la falta de energía. "Deberíamos llevarla a tu oficina Enzo. Es el lugar más adecuado para que se recupere".
"Federico debe revisarla", intervino Massimo, ya sacando su teléfono y marcando rápidamente.
Enzo, con su expresión tensa, asintió. "Llevémosla a la oficina", dijo, asegurándose de que su tono transmitiera urgencia. "Lo más rápido posible."
El grupo, ahora visiblemente preocupado, se dirigió hacia la oficina del club de golf. Albertina y Santino seguían detrás, intercambiando miradas cómplices mientras planificaban en silencio su próximo movimiento.
Claro, reestructuraré el fragmento para que quede más fluido y mantenga la relación de apoyo de Emilio y Massimo hacia Amatista, eliminando cualquier tono despectivo. Aquí tienes la versión corregida:
Enzo sostenía a Amatista con firmeza, su respiración irregular contra su pecho. Todo va a estar bien, murmuró, más para sí mismo que para ella, sintiendo cómo su corazón se aceleraba con la preocupación. Estaba angustiado, y la frustración lo embargaba. Necesitaba que lo escuchara, que entendiera cuánto se arrepentía de todo.
Amatista, inconsciente, no respondía a nada, completamente ajena al caos que se desataba a su alrededor.
La llevó rápidamente a la oficina, colocándola cuidadosamente en el sillón, y sin perder tiempo, le pidió a Emilio:
—Emilio, pon el aire acondicionado, por favor.
Emilio, sin protestar, se acercó al control y ajustó la temperatura de la habitación. Enzo, mientras tanto, no dejaba de observar a Amatista, incapaz de quedarse quieto. Sus manos temblaban. Sacó un cigarro y lo encendió, buscando en ese gesto algo que le diera calma. Había comenzado a fumar en los últimos meses, después de las discusiones con Amatista, pero esta vez, el cigarro no parecía aliviar nada.
En pocos minutos, la oficina se llenó de los demás. Primero llegaron Jeremías, Albertina y Santino, seguidos de los socios Emir, Leonel, Nicolás y Samuel. Todos se colocaron en diferentes puntos de la oficina, pero el ambiente estaba cargado, con la tensión palpable en el aire. Enzo se mantenía cerca de Amatista, moviéndose de un lado a otro, su mirada fija en ella, incapaz de desviar la atención.
Emilio, al ver la inquietud de Enzo, comentó con voz baja:
—Federico llega en diez minutos.
El tiempo parecía dilatarse en la espera, hasta que, finalmente, la puerta se abrió. Federico entró rápidamente, con su maletín en mano. En cuanto vio la situación, su rostro se tornó serio, pero también transmitió una actitud decidida.
—Déjenme hacer mi trabajo, por favor —dijo, pidiendo algo de espacio para revisarla correctamente.
Sin dudar, todos salieron de la oficina, dejando a Enzo junto a la puerta, inquieto y observando la escena. No podía irse, no aún. Su mente no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido. ¿Qué le está pasando? se preguntaba una y otra vez.
Después de unos minutos, Federico salió de la habitación, su rostro serio pero sin alarmas. Enzo, sin poder contenerse más, se acercó con prisa.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz entrecortada, buscando respuestas.
Federico lo miró, su tono grave:
—Su cuerpo cedió al cansancio —explicó, con calma—. La combinación de la falta de descanso, el calor y el estrés de su situación la llevó al colapso. Pero hay algo más que debemos tener en cuenta... Dado lo que ocurrió con el primer embarazo, deben tener mucho cuidado con este.
Enzo sintió como si el aire se le escapara del cuerpo. ¿Qué...? ¿Está embarazada? La pregunta salió sin querer, un susurro que no pudo evitar.
Federico asintió con la cabeza, su mirada no dejaba lugar a dudas.
—Sí, está embarazada. Está entrando en su segundo mes. —Hizo una pausa, dándole tiempo a Enzo para asimilar la noticia—. Debe descansar y mantenerse tranquila. Con su historia, debemos ser especialmente cuidadosos.
Enzo no respondió, solo se quedó mirando a Amatista, aun procesando lo que acababa de escuchar. ¿Cómo no me di cuenta? pensó, el peso de la noticia aplastándole el pecho. No tenía palabras, solo un vacío en su interior.
Federico, al notar la tensión de todos, dio un paso atrás y añadió:
—Dejen que descanse. Su cuerpo necesita tiempo para recuperarse. Cuando esté lo suficientemente descansada, despertará.
Enzo asintió, aunque seguía en shock, su mirada fija en la mujer que ahora sabía que llevaba su hijo.
Fue entonces cuando Albertina, al ingresar a la oficina, soltó un comentario cargado de sarcasmo.
—Parece que Amatista no tardó mucho en buscarte un reemplazo —dijo con una sonrisa que no llegaba a los ojos, observando la situación.
Emilio, que había estado pendiente de Enzo, se acercó rápidamente y, con una mirada seria, respondió:
—No escuches esas tonterías, Enzo. Lo último que necesita ahora es escuchar esas palabras.
Enzo, aún atónito por todo lo que había descubierto, levantó la vista, mirando con determinación a Albertina. No tenía espacio para discusiones vacías.
—Es mi bebé —dijo, con firmeza, y no permitió que nadie lo interrumpiera.
Massimo, con su tono analítico habitual, intervino, pero su comentario no fue despectivo, sino una preocupación lógica.
—Llevan más de dos meses peleados —dijo, sin animosidad, pero con una preocupación palpable—. Podría ser de alguien más.
Enzo lo miró, sintiendo el peso de esas palabras. El recuerdo de lo que había pasado hace menos de dos meses volvió a su mente: el bar, el encuentro fortuito con Amatista y lo que ocurrió después.
—Hace algo menos de dos meses, ella estaba con Santiago en un bar —comenzó, la verdad saliendo casi como una confesión—. Yo estaba allí con unos socios, y ella se fue al baño. Aproveché para seguirla, y lo que pasó después... fue algo que no pude controlar. No usé protección. Le dije algo estúpido antes de que se fuera. Estaba molesto, ella también. No pensamos en cuidarnos.
El silencio se hizo más profundo. Enzo, casi sin querer, revelaba más de lo que había planeado, pero no podía evitarlo. Su mente estaba llena de caos y culpa.
—Lo hice —murmuró—. Ahora, aquí estamos.
Albertina, observando la escena, soltó una risa seca, pero Enzo no le prestó atención. Lo único que importaba ahora era lo que estaba pasando con Amatista.
—Es mi bebé —repitió, esta vez con más convicción, mirando a todos los presentes para dejar claro lo que sentía.
El ambiente quedó cargado de tensión. Los socios, sin decir palabra, se quedaron en silencio. Enzo, aunque perdido en su confusión, no dejaría que nadie pusiera en duda la paternidad de ese bebé.