Capítulo 188 Trampa en el camino

El ambiente en la mesa se había tornado denso desde la partida de Enzo. Amatista no había dicho nada, pero la inquietud que la invadía era evidente. Emilio, que la conocía bien, la observó con atención antes de preguntar con seriedad: —¿Tú también sientes que algo anda mal? Amatista levantó la vista y lo miró. No había necesidad de fingir calma. —Sí —admitió en voz baja. Emilio apoyó un codo sobre la mesa y entrecerró los ojos. —¿Deberíamos ir? Amatista no respondió de inmediato. —Eugenio, revisa las cámaras. Si capturaron a Diego, debió salir la alerta. Eugenio asintió y sacó su teléfono. —Le quité el sonido, pero la alerta debió llegar igual… —tecleó unos segundos —. No hay ninguna notificación. El silencio se apoderó de la sala. Todos se pusieron de pie con rapidez y comenzaron a moverse. —Vamos a la oficina de Enzo —ordenó Amatista. Subieron a la oficina, donde estaba la computadora conectada a todas las cámaras de seguridad. Eugenio se sentó frente a los monitores y comenzó a revisar las grabaciones recientes. En la pantalla apareció Diego acompañado de algunos hombres. Sin embargo, en lugar de parecer capturado, la escena sugería algo muy diferente. —Esto es extraño… —murmuró Emilio, inclinándose sobre la mesa. Alan cruzó los brazos y comentó con despreocupación: —Puede ser que Diego se haya visto acorralado y se entregó sin más. Amatista, con la vista clavada en la pantalla, no parecía convencida. —Eugenio, ¿puedes acceder a las cámaras de la casa de Liam? Eugenio la miró por un instante y luego asintió. —Sí, pero me tomará unos minutos. —Hazlo. El grupo permaneció en silencio mientras Eugenio trabajaba. —Lo tengo —anunció. Amatista le dedicó una pequeña sonrisa. —Eres un genio. Pasaron de una cámara a otra hasta llegar a una que mostraba el jardín de la casa de Liam. Lo que vieron los dejó fríos. Diego y Liam estaban bebiendo juntos, relajados, como si fueran amigos y no captor y prisionero. Además, había una cantidad considerable de guardias en la propiedad, no demasiados, pero sí los suficientes para ser una amenaza. —Esto no me gusta nada… —susurró Emilio. Amatista sacó su teléfono de inmediato y marcó el número de Enzo. No hubo respuesta. Volvió a intentarlo. Nada. Emilio la observó con el ceño fruncido. —Es una trampa —dijo Amatista con tono grave. —Llama otra vez —insistió Emilio—. Debemos advertirle. —No contestará —dijo ella, guardando el teléfono con frustración—. Enzo está demasiado enojado. No verá su teléfono hasta que acabe con Diego… si es que puede hacerlo. —¿Entonces qué hacemos? —preguntó Alan con impaciencia. Amatista miró la hora. —Salió hace quince minutos. No está muy lejos. Debemos alcanzarlo. Facundo frunció el ceño. —¿Y si no lo logramos? Amatista desvió la mirada hacia Joel. —¿Aquí hay armas? Joel asintió sin dudar. —Sí. —Cárguenlas en el auto —ordenó Amatista con firmeza—. Alan, Joel y Facundo, vienen conmigo. —¿Y nosotros? —preguntó Emilio, mirando a Andrés. Amatista se giró hacia ellos con determinación. —Consigan guardias. La mayor cantidad de hombres que puedan y nos alcanzan. Emilio y Andrés intercambiaron una mirada antes de suspirar. —Si Enzo se entera de que te dejamos ponerte en peligro, nos matará a todos —murmuró Emilio. Amatista esbozó una sonrisa tensa y miró a su amigo con seriedad. —Nos encargaremos de eso después. Ahora, debemos salvarlo. El rugido de los motores rompió el silencio del club. Amatista estaba al volante del primer vehículo, con Alan en el asiento del copiloto y Joel y Facundo en la parte trasera. Detrás de ellos, Emilio y Andrés organizaban a los guardias en otros autos, listos para seguirles el paso. —Acelera, Gatita —instó Alan con tono serio, alejándose de su usual despreocupación—. Si nos demoramos, será tarde. Amatista presionó el acelerador con fuerza, haciendo que el auto avanzara con velocidad. —¿Ves algo? —preguntó a Joel, quien revisaba su teléfono en busca de la ubicación de Enzo. —Nada aún. No hay registros de su auto en las cámaras de tránsito cercanas. —Maldita sea… —murmuró Amatista. El grupo avanzó por la carretera, con la esperanza de ver el auto de Enzo en algún punto. Pero los minutos pasaban y no había señales de él. —Quizás tomó un camino alterno —sugirió Facundo, mirando por la ventanilla. —O tal vez ya llegó —dijo Alan con seriedad—. Enzo no pierde el tiempo. Amatista negó con la cabeza. —Faltan horas para que llegue —dijo, con el ceño fruncido—. Pero si Liam nos está tendiendo una trampa, puede que nos esté esperando desde antes. Se giró rápidamente hacia Alan. —Llama a Eugenio. Si Liam juega sucio, nosotros también. Alan asintió y marcó de inmediato. —¿Eugenio? Necesito que localices a Carolina. Si Liam está planeando algo, ella es nuestro as bajo la manga. —Dame un minuto —respondió Eugenio. El sonido del teclado se escuchó al otro lado de la llamada, mientras el grupo seguía avanzando por la carretera. Pasaron unos segundos antes de que Eugenio hablara nuevamente. —La tengo. Está en el centro de Puerto San Esteban. Puedo trazarles dos rutas: una para llegar rápidamente al centro y otra para alcanzar la casa de Liam en el menor tiempo posible. Amatista intercambió miradas con Alan y luego presionó el botón de la radio. —Emilio, ¿me copias? —Aquí estoy. —Cambia de planes. Tú y los guardias sigan directo a la casa de Liam. Mateo y Massimo se están encargando de traer más hombres. Encuéntrense allá y asegúrense de que no falte refuerzo. —¿Y ustedes? —Nosotros vamos por Carolina. Hubo una breve pausa antes de que Emilio respondiera. —Si Enzo se entera de esto, nos mata. —Primero asegurémonos de que no sea él quien muera hoy —respondió Amatista con frialdad. Emilio no dijo nada más, pero aceptó la orden. Amatista giró el volante bruscamente en la siguiente intersección, tomando el camino que Eugenio le había indicado hacia Puerto San Esteban. Si Liam tenía una trampa preparada para Enzo, ellos tendrían la suya. El sol de la tarde teñía de tonos dorados la vasta propiedad de Liam mientras Enzo conducía su camioneta hasta la entrada principal de la mansión. Desde el primer instante, notó la cantidad de guardias apostados en el terreno, muchos más de los que normalmente tendría alguien como Liam. Sin embargo, no mostró interés. Su única prioridad en ese momento era Diego. Al detenerse, apenas tuvo tiempo de apagar el motor cuando Liam se acercó con su sonrisa habitual, esa mezcla de falsa camaradería y burla oculta. —¡Enzo, amigo! —dijo con tono efusivo—. Qué bueno verte. Todo está listo, Diego está bien atrapado. Pero, ¿por qué no nos tomamos un trago primero? Lo tenemos bien controlado. Enzo ni siquiera fingió interés. —Primero me encargo de Diego —respondió con frialdad—. Luego, tomaremos lo que quieras. Liam dejó escapar una risa breve, pero su mirada se oscureció. —No va a poder ser —dijo con una mueca. Antes de que Enzo pudiera reaccionar, el sonido de seguros de armas destrabándose inundó el ambiente. De inmediato, varios guardias levantaron sus rifles y pistolas, apuntándole directamente. El silencio fue denso. Enzo entrecerró los ojos, pero su expresión no cambió. Su mandíbula se tensó mientras giraba la cabeza hacia Liam. —Eres un traidor hijo de puta —espetó con voz baja y controlada. Liam sonrió con falsa simpatía. —Negocios, amigo. No es personal. En ese momento, las puertas de la mansión se abrieron y Diego apareció con una sonrisa maliciosa, disfrutando cada segundo de la situación. —Es todo tuyo —dijo Liam, dándole paso. Diego no esperó ninguna otra señal. Se acercó a Enzo y le soltó un puñetazo directo al rostro. —¿Te acuerdas de mí, cabrón? —escupió con rabia antes de propinarle otro golpe al estómago. Enzo no hizo ningún gesto de dolor, solo lo miró con una mezcla de desprecio y paciencia. Como un animal que espera el momento adecuado para morder. Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, Amatista, Alan, Joel y Facundo llegaron al centro de Puerto San Esteban. —Ahí está —señaló Alan con discreción. Carolina estaba a unos metros de distancia, paseando por la calle principal mientras cargaba algunas bolsas. No estaba sola. Su hijo caminaba junto a ella y, a su alrededor, había al menos cinco guardias bien armados. —¿Cómo lo haremos? —preguntó Alan, observando la situación con cautela. Amatista ajustó su chaqueta y tomó aire. —Yo iré por ella —respondió con seguridad—. Buscaré una excusa para sacarla de ahí. Ustedes rodeen la cuadra y espérenme en la calle de atrás. Facundo frunció el ceño. —No me gusta. —No tenemos otra opción —replicó Amatista con firmeza—. Si ven a cuatro tipos armados acercarse, la sacarán de ahí o, peor, intentarán usarla de rehén. Alan suspiró y asintió. —Está bien, pero si algo sale mal, entramos. Amatista no respondió, simplemente asintió antes de bajar del auto y caminar hacia el local donde Carolina acababa de entrar. Mientras tanto, Emilio y Andrés llegaron con los guardias a la propiedad de Liam. En cuanto se estacionaron, los hombres descendieron rápidamente y tomaron posiciones estratégicas. —No hay tiempo que perder —dijo Emilio, sacando su arma—. Vamos a entrar. Las primeras ráfagas de disparos rompieron la tranquilidad de la tarde. Dentro de la mansión, Liam observó el inicio del ataque desde una de las ventanas y chasqueó la lengua. —No te preocupes, Diego —dijo con calma—. Tengo más hombres preparados si las cosas se complican. Diego, sin dejar de mirar a Enzo, sonrió con suficiencia. —Mejor. Quiero que vea cómo lo destruimos antes de que muera. La tarde seguía Amatista y Carolina salieron del local, caminando con calma. La excusa había funcionado mejor de lo esperado. El bebé de Carolina descansaba en sus brazos, emitiendo pequeños sonidos adormilados. —No me hagas gastar demasiado, Amatista —bromeó Carolina—. Liam me va a matar si llego con bolsas llenas de cosas innecesarias. Amatista le sonrió con naturalidad. —No te preocupes, sé exactamente qué buscar. Al llegar a la esquina, Joel se adelantó rápidamente y, con movimientos precisos, abrió la puerta trasera del auto. —Vamos, entren rápido —instó en voz baja. —¿Qué pasa? —preguntó Carolina, deteniéndose con recelo. —Sube —dijo Amatista con suavidad, pero con firmeza. Carolina la miró con confusión, pero al ver la seriedad en su expresión, decidió no discutir. Acomodó con cuidado al bebé y subió, quedando en el centro del asiento trasero, con Facundo a un lado y Joel al otro. Alan pisó el acelerador en cuanto Amatista cerró la puerta del copiloto. —¿Qué demonios está pasando? —preguntó Carolina, la inquietud reflejada en su voz. Amatista suspiró y la miró con pesar. —Lo siento, pero tu marido es un traidor. No nos quedó otra opción. Los ojos de Carolina se abrieron con incredulidad. —¿Qué hizo Liam? En lugar de responder de inmediato, Amatista sacó su teléfono, le tomó una foto a Carolina y al bebé y la envió a Liam con un mensaje corto y claro: "Lo que le hagan a Enzo, se lo haré a Carolina por el doble. ¿Quieres negociar?" Carolina la miró, horrorizada. —Amatista… Amatista se giró hacia ella con una expresión seria. —Liam traicionó a Enzo —dijo con voz firme—. Y todos sabemos cómo se pagan las traiciones en este mundo. Pero si haces lo correcto, te perdonaremos la vida a ti y a tu hijo. Carolina apretó a su bebé contra su pecho, su rostro reflejando una mezcla de miedo e incredulidad. El estruendo de disparos aún resonaba en la mansión cuando nuevos vehículos irrumpieron en la propiedad. Mateo y Massimo llegaron con un refuerzo de guardias, sumándose al ataque. De inmediato, los hombres de Emilio y Andrés redoblaron la ofensiva, arrinconando poco a poco a los guardias de Liam. Desde una ventana del segundo piso, Liam observó la llegada de más enemigos y chasqueó la lengua con frustración. —Mierda... —murmuró—. Voy a mandar más hombres ahora mismo. Sacó su teléfono, listo para dar la orden, pero en ese instante una notificación apareció en la pantalla. Al abrirla, su rostro se tensó. La imagen de Carolina con su bebé, segura en manos de Amatista, lo hizo maldecir en voz alta. —¡Maldita hija de puta! Diego, que acababa de limpiar la sangre de sus nudillos tras golpear a Enzo, giró la cabeza con interés. —¿Qué pasa? Liam no respondió de inmediato. En su lugar, se acercó a Enzo con una sonrisa burlona, pero con la frustración evidente en sus ojos. —Tu esposa… —espetó con veneno—. Tu maldita esposa es una loca de mierda. Enzo levantó la cabeza, escupiendo sangre con una sonrisa torcida. A pesar de los golpes, sus ojos oscuros brillaban con diversión. —Claro que lo es —murmuró con voz áspera—. Por eso estás jodido. Liam apretó el teléfono con furia, releyendo el mensaje de Amatista. Diego se acercó para ver la pantalla y soltó un resoplido burlón. —Parece que la muñequita aprendió a jugar sucio —comentó, cruzándose de brazos. Liam fulminó a Diego con la mirada y luego volvió a enfocarse en Enzo, quien, a pesar de estar atado y golpeado, seguía teniendo el control de la situación. —¿Crees que me voy a doblar por esto? —espetó Liam, aunque la tensión en su mandíbula lo traicionaba. Enzo inclinó la cabeza, con una media sonrisa arrogante. —No lo creo. Lo sé. Liam inspiró hondo, tratando de contener su frustración. Sabía que Enzo no estaba apostando en vano. Amatista no era una mujer que hiciera amenazas vacías. —Eres un cabrón con suerte —gruñó Liam. En ese momento, uno de sus guardias entró a la habitación con el rostro desencajado. —Señor, los hombres de Enzo están ganando terreno. Perdimos el sector sur de la mansión y ahora están entrando por el ala este. Liam maldijo. —Manda a los refuerzos. —No quedan muchos disponibles. Solo un par de hombres más. Diego lanzó una carcajada. —Y ahora, ¿qué vas a hacer? —se burló—. ¿Vas a negociar con la mujercita de Enzo? Liam se frotó la sien con frustración. Sabía que no tenía opción. Tomó el teléfono y marcó el número de Amatista. Amatista mantenía el teléfono pegado a su oído, la voz de Liam resonando en el aire tenso. —Vaya, qué rápido, Liam —dijo con calma, pero con una amenaza palpable en cada palabra—. Me alegra que entendieras mi mensaje. Liam apretó los dientes, el sudor comenzando a acumularse en su frente. Sabía que su situación era desesperada. —Dime qué quieres —respondió, tratando de mantener la compostura. Amatista respiró hondo, su voz firme y clara. —Quiero a Enzo vivo. Además, debes entregarte tú y a Diego. A cambio, Carolina y su bebé seguirán con vida. Pero... —su tono se tornó más frío— si mis hombres entran a la mansión antes de que tomes una decisión, mato a tu esposa y a tu hijo. Hubo un silencio tenso del otro lado de la línea. Liam parecía intentar procesar sus palabras, pero la respuesta no fue la que Amatista esperaba. —Tú eres madre, Amatista —dijo Liam, su voz llena de desdén—, no te atreverías a hacer eso. Amatista soltó una risa fría. —Nunca dije que lo haría yo misma —replicó, un escalofrío recorriéndole la espalda al saber que la conversación tomaba el giro que ella había anticipado. Liam miró a Enzo, su cara retorcida por la ira. —Tu esposa es una maldita perra —gruñó Liam, sin poder contener su desprecio. Enzo, con la sangre aun escurriendo de sus labios, lo miró sin mostrar miedo. —Tú decidiste traicionarme —respondió, su voz dura—. Ahora paga las consecuencias. Diego, que había estado callado, se acercó rápidamente a Liam. —No lo hagas —dijo, tomando el brazo de Liam con desesperación—. No entregues a Enzo. Liam lo miró fijamente, sus ojos duros como piedras. —Tú y yo ya estamos muertos, Diego —respondió rápidamente, su voz temblando de rabia—. No voy a poner en riesgo a mi bebé. Si solo fuera mi esposa, quizás no lo haría, pero es mi hijo el que está en medio. En ese momento, la voz de la esposa de Liam irrumpió en la llamada, y Amatista la puso en alta voz, dejando que tanto Liam como Carolina escucharan cada palabra. —¡Eres un traidor hijo de puta! ¡Malnacido! ¡Se supone que me amabas y ahora vas a dejarnos a nuestra suerte! ¿Qué vas a hacer, Liam? ¡¿Qué vas a hacer?! La voz de la mujer era desquiciada, llena de dolor y rabia. Carolina, al escucharla, se tensó. —No... no es lo que parece —tartamudeó Liam, tratando de justificar lo que ya no tenía justificación. Carolina, con lágrimas en los ojos, dijo. —Haz lo que te piden —dijo en voz baja, casi en un susurro. Su voz estaba llena de miedo, pero también de desesperación—. Entregate, Liam... para que le perdonen la vida al bebé. A mí... a nuestro hijo. Por favor. Liam tragó saliva. —Está bien, Amatista... me entregaré.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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