Capítulo 188 Trampa en el camino
El ambiente en la mesa se había tornado denso desde la partida de Enzo. Amatista no había dicho nada, pero la inquietud que la invadía era evidente.
Emilio, que la conocía bien, la observó con atención antes de preguntar con seriedad:
—¿Tú también sientes que algo anda mal?
Amatista levantó la vista y lo miró. No había necesidad de fingir calma.
—Sí —admitió en voz baja.
Emilio apoyó un codo sobre la mesa y entrecerró los ojos.
—¿Deberíamos ir?
Amatista no respondió de inmediato.
—Eugenio, revisa las cámaras. Si capturaron a Diego, debió salir la alerta.
Eugenio asintió y sacó su teléfono.
—Le quité el sonido, pero la alerta debió llegar igual… —tecleó unos segundos —. No hay ninguna notificación.
El silencio se apoderó de la sala. Todos se pusieron de pie con rapidez y comenzaron a moverse.
—Vamos a la oficina de Enzo —ordenó Amatista.
Subieron a la oficina, donde estaba la computadora conectada a todas las cámaras de seguridad. Eugenio se sentó frente a los monitores y comenzó a revisar las grabaciones recientes. En la pantalla apareció Diego acompañado de algunos hombres. Sin embargo, en lugar de parecer capturado, la escena sugería algo muy diferente.
—Esto es extraño… —murmuró Emilio, inclinándose sobre la mesa.
Alan cruzó los brazos y comentó con despreocupación:
—Puede ser que Diego se haya visto acorralado y se entregó sin más.
Amatista, con la vista clavada en la pantalla, no parecía convencida.
—Eugenio, ¿puedes acceder a las cámaras de la casa de Liam?
Eugenio la miró por un instante y luego asintió.
—Sí, pero me tomará unos minutos.
—Hazlo.
El grupo permaneció en silencio mientras Eugenio trabajaba.
—Lo tengo —anunció.
Amatista le dedicó una pequeña sonrisa.
—Eres un genio.
Pasaron de una cámara a otra hasta llegar a una que mostraba el jardín de la casa de Liam. Lo que vieron los dejó fríos.
Diego y Liam estaban bebiendo juntos, relajados, como si fueran amigos y no captor y prisionero. Además, había una cantidad considerable de guardias en la propiedad, no demasiados, pero sí los suficientes para ser una amenaza.
—Esto no me gusta nada… —susurró Emilio.
Amatista sacó su teléfono de inmediato y marcó el número de Enzo. No hubo respuesta. Volvió a intentarlo. Nada.
Emilio la observó con el ceño fruncido.
—Es una trampa —dijo Amatista con tono grave.
—Llama otra vez —insistió Emilio—. Debemos advertirle.
—No contestará —dijo ella, guardando el teléfono con frustración—. Enzo está demasiado enojado. No verá su teléfono hasta que acabe con Diego… si es que puede hacerlo.
—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Alan con impaciencia.
Amatista miró la hora.
—Salió hace quince minutos. No está muy lejos. Debemos alcanzarlo.
Facundo frunció el ceño.
—¿Y si no lo logramos?
Amatista desvió la mirada hacia Joel.
—¿Aquí hay armas?
Joel asintió sin dudar.
—Sí.
—Cárguenlas en el auto —ordenó Amatista con firmeza—. Alan, Joel y Facundo, vienen conmigo.
—¿Y nosotros? —preguntó Emilio, mirando a Andrés.
Amatista se giró hacia ellos con determinación.
—Consigan guardias. La mayor cantidad de hombres que puedan y nos alcanzan.
Emilio y Andrés intercambiaron una mirada antes de suspirar.
—Si Enzo se entera de que te dejamos ponerte en peligro, nos matará a todos —murmuró Emilio.
Amatista esbozó una sonrisa tensa y miró a su amigo con seriedad.
—Nos encargaremos de eso después. Ahora, debemos salvarlo.
El rugido de los motores rompió el silencio del club. Amatista estaba al volante del primer vehículo, con Alan en el asiento del copiloto y Joel y Facundo en la parte trasera. Detrás de ellos, Emilio y Andrés organizaban a los guardias en otros autos, listos para seguirles el paso.
—Acelera, Gatita —instó Alan con tono serio, alejándose de su usual despreocupación—. Si nos demoramos, será tarde.
Amatista presionó el acelerador con fuerza, haciendo que el auto avanzara con velocidad.
—¿Ves algo? —preguntó a Joel, quien revisaba su teléfono en busca de la ubicación de Enzo.
—Nada aún. No hay registros de su auto en las cámaras de tránsito cercanas.
—Maldita sea… —murmuró Amatista.
El grupo avanzó por la carretera, con la esperanza de ver el auto de Enzo en algún punto. Pero los minutos pasaban y no había señales de él.
—Quizás tomó un camino alterno —sugirió Facundo, mirando por la ventanilla.
—O tal vez ya llegó —dijo Alan con seriedad—. Enzo no pierde el tiempo.
Amatista negó con la cabeza.
—Faltan horas para que llegue —dijo, con el ceño fruncido—. Pero si Liam nos está tendiendo una trampa, puede que nos esté esperando desde antes.
Se giró rápidamente hacia Alan.
—Llama a Eugenio. Si Liam juega sucio, nosotros también.
Alan asintió y marcó de inmediato.
—¿Eugenio? Necesito que localices a Carolina. Si Liam está planeando algo, ella es nuestro as bajo la manga.
—Dame un minuto —respondió Eugenio.
El sonido del teclado se escuchó al otro lado de la llamada, mientras el grupo seguía avanzando por la carretera. Pasaron unos segundos antes de que Eugenio hablara nuevamente.
—La tengo. Está en el centro de Puerto San Esteban. Puedo trazarles dos rutas: una para llegar rápidamente al centro y otra para alcanzar la casa de Liam en el menor tiempo posible.
Amatista intercambió miradas con Alan y luego presionó el botón de la radio.
—Emilio, ¿me copias?
—Aquí estoy.
—Cambia de planes. Tú y los guardias sigan directo a la casa de Liam. Mateo y Massimo se están encargando de traer más hombres. Encuéntrense allá y asegúrense de que no falte refuerzo.
—¿Y ustedes?
—Nosotros vamos por Carolina.
Hubo una breve pausa antes de que Emilio respondiera.
—Si Enzo se entera de esto, nos mata.
—Primero asegurémonos de que no sea él quien muera hoy —respondió Amatista con frialdad.
Emilio no dijo nada más, pero aceptó la orden.
Amatista giró el volante bruscamente en la siguiente intersección, tomando el camino que Eugenio le había indicado hacia Puerto San Esteban. Si Liam tenía una trampa preparada para Enzo, ellos tendrían la suya.
El sol de la tarde teñía de tonos dorados la vasta propiedad de Liam mientras Enzo conducía su camioneta hasta la entrada principal de la mansión. Desde el primer instante, notó la cantidad de guardias apostados en el terreno, muchos más de los que normalmente tendría alguien como Liam. Sin embargo, no mostró interés. Su única prioridad en ese momento era Diego.
Al detenerse, apenas tuvo tiempo de apagar el motor cuando Liam se acercó con su sonrisa habitual, esa mezcla de falsa camaradería y burla oculta.
—¡Enzo, amigo! —dijo con tono efusivo—. Qué bueno verte. Todo está listo, Diego está bien atrapado. Pero, ¿por qué no nos tomamos un trago primero? Lo tenemos bien controlado.
Enzo ni siquiera fingió interés.
—Primero me encargo de Diego —respondió con frialdad—. Luego, tomaremos lo que quieras.
Liam dejó escapar una risa breve, pero su mirada se oscureció.
—No va a poder ser —dijo con una mueca.
Antes de que Enzo pudiera reaccionar, el sonido de seguros de armas destrabándose inundó el ambiente. De inmediato, varios guardias levantaron sus rifles y pistolas, apuntándole directamente.
El silencio fue denso.
Enzo entrecerró los ojos, pero su expresión no cambió. Su mandíbula se tensó mientras giraba la cabeza hacia Liam.
—Eres un traidor hijo de puta —espetó con voz baja y controlada.
Liam sonrió con falsa simpatía.
—Negocios, amigo. No es personal.
En ese momento, las puertas de la mansión se abrieron y Diego apareció con una sonrisa maliciosa, disfrutando cada segundo de la situación.
—Es todo tuyo —dijo Liam, dándole paso.
Diego no esperó ninguna otra señal. Se acercó a Enzo y le soltó un puñetazo directo al rostro.
—¿Te acuerdas de mí, cabrón? —escupió con rabia antes de propinarle otro golpe al estómago.
Enzo no hizo ningún gesto de dolor, solo lo miró con una mezcla de desprecio y paciencia. Como un animal que espera el momento adecuado para morder.
Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, Amatista, Alan, Joel y Facundo llegaron al centro de Puerto San Esteban.
—Ahí está —señaló Alan con discreción.
Carolina estaba a unos metros de distancia, paseando por la calle principal mientras cargaba algunas bolsas. No estaba sola. Su hijo caminaba junto a ella y, a su alrededor, había al menos cinco guardias bien armados.
—¿Cómo lo haremos? —preguntó Alan, observando la situación con cautela.
Amatista ajustó su chaqueta y tomó aire.
—Yo iré por ella —respondió con seguridad—. Buscaré una excusa para sacarla de ahí. Ustedes rodeen la cuadra y espérenme en la calle de atrás.
Facundo frunció el ceño.
—No me gusta.
—No tenemos otra opción —replicó Amatista con firmeza—. Si ven a cuatro tipos armados acercarse, la sacarán de ahí o, peor, intentarán usarla de rehén.
Alan suspiró y asintió.
—Está bien, pero si algo sale mal, entramos.
Amatista no respondió, simplemente asintió antes de bajar del auto y caminar hacia el local donde Carolina acababa de entrar.
Mientras tanto, Emilio y Andrés llegaron con los guardias a la propiedad de Liam. En cuanto se estacionaron, los hombres descendieron rápidamente y tomaron posiciones estratégicas.
—No hay tiempo que perder —dijo Emilio, sacando su arma—. Vamos a entrar.
Las primeras ráfagas de disparos rompieron la tranquilidad de la tarde.
Dentro de la mansión, Liam observó el inicio del ataque desde una de las ventanas y chasqueó la lengua.
—No te preocupes, Diego —dijo con calma—. Tengo más hombres preparados si las cosas se complican.
Diego, sin dejar de mirar a Enzo, sonrió con suficiencia.
—Mejor. Quiero que vea cómo lo destruimos antes de que muera.
La tarde seguía Amatista y Carolina salieron del local, caminando con calma. La excusa había funcionado mejor de lo esperado.
El bebé de Carolina descansaba en sus brazos, emitiendo pequeños sonidos adormilados.
—No me hagas gastar demasiado, Amatista —bromeó Carolina—. Liam me va a matar si llego con bolsas llenas de cosas innecesarias.
Amatista le sonrió con naturalidad.
—No te preocupes, sé exactamente qué buscar.
Al llegar a la esquina, Joel se adelantó rápidamente y, con movimientos precisos, abrió la puerta trasera del auto.
—Vamos, entren rápido —instó en voz baja.
—¿Qué pasa? —preguntó Carolina, deteniéndose con recelo.
—Sube —dijo Amatista con suavidad, pero con firmeza.
Carolina la miró con confusión, pero al ver la seriedad en su expresión, decidió no discutir. Acomodó con cuidado al bebé y subió, quedando en el centro del asiento trasero, con Facundo a un lado y Joel al otro.
Alan pisó el acelerador en cuanto Amatista cerró la puerta del copiloto.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Carolina, la inquietud reflejada en su voz.
Amatista suspiró y la miró con pesar.
—Lo siento, pero tu marido es un traidor. No nos quedó otra opción.
Los ojos de Carolina se abrieron con incredulidad.
—¿Qué hizo Liam?
En lugar de responder de inmediato, Amatista sacó su teléfono, le tomó una foto a Carolina y al bebé y la envió a Liam con un mensaje corto y claro:
"Lo que le hagan a Enzo, se lo haré a Carolina por el doble. ¿Quieres negociar?"
Carolina la miró, horrorizada.
—Amatista…
Amatista se giró hacia ella con una expresión seria.
—Liam traicionó a Enzo —dijo con voz firme—. Y todos sabemos cómo se pagan las traiciones en este mundo. Pero si haces lo correcto, te perdonaremos la vida a ti y a tu hijo.
Carolina apretó a su bebé contra su pecho, su rostro reflejando una mezcla de miedo e incredulidad.
El estruendo de disparos aún resonaba en la mansión cuando nuevos vehículos irrumpieron en la propiedad.
Mateo y Massimo llegaron con un refuerzo de guardias, sumándose al ataque. De inmediato, los hombres de Emilio y Andrés redoblaron la ofensiva, arrinconando poco a poco a los guardias de Liam.
Desde una ventana del segundo piso, Liam observó la llegada de más enemigos y chasqueó la lengua con frustración.
—Mierda... —murmuró—. Voy a mandar más hombres ahora mismo.
Sacó su teléfono, listo para dar la orden, pero en ese instante una notificación apareció en la pantalla.
Al abrirla, su rostro se tensó.
La imagen de Carolina con su bebé, segura en manos de Amatista, lo hizo maldecir en voz alta.
—¡Maldita hija de puta!
Diego, que acababa de limpiar la sangre de sus nudillos tras golpear a Enzo, giró la cabeza con interés.
—¿Qué pasa?
Liam no respondió de inmediato. En su lugar, se acercó a Enzo con una sonrisa burlona, pero con la frustración evidente en sus ojos.
—Tu esposa… —espetó con veneno—. Tu maldita esposa es una loca de mierda.
Enzo levantó la cabeza, escupiendo sangre con una sonrisa torcida. A pesar de los golpes, sus ojos oscuros brillaban con diversión.
—Claro que lo es —murmuró con voz áspera—. Por eso estás jodido.
Liam apretó el teléfono con furia, releyendo el mensaje de Amatista. Diego se acercó para ver la pantalla y soltó un resoplido burlón.
—Parece que la muñequita aprendió a jugar sucio —comentó, cruzándose de brazos.
Liam fulminó a Diego con la mirada y luego volvió a enfocarse en Enzo, quien, a pesar de estar atado y golpeado, seguía teniendo el control de la situación.
—¿Crees que me voy a doblar por esto? —espetó Liam, aunque la tensión en su mandíbula lo traicionaba.
Enzo inclinó la cabeza, con una media sonrisa arrogante.
—No lo creo. Lo sé.
Liam inspiró hondo, tratando de contener su frustración. Sabía que Enzo no estaba apostando en vano. Amatista no era una mujer que hiciera amenazas vacías.
—Eres un cabrón con suerte —gruñó Liam.
En ese momento, uno de sus guardias entró a la habitación con el rostro desencajado.
—Señor, los hombres de Enzo están ganando terreno. Perdimos el sector sur de la mansión y ahora están entrando por el ala este.
Liam maldijo.
—Manda a los refuerzos.
—No quedan muchos disponibles. Solo un par de hombres más.
Diego lanzó una carcajada.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer? —se burló—. ¿Vas a negociar con la mujercita de Enzo?
Liam se frotó la sien con frustración. Sabía que no tenía opción.
Tomó el teléfono y marcó el número de Amatista.
Amatista mantenía el teléfono pegado a su oído, la voz de Liam resonando en el aire tenso.
—Vaya, qué rápido, Liam —dijo con calma, pero con una amenaza palpable en cada palabra—. Me alegra que entendieras mi mensaje.
Liam apretó los dientes, el sudor comenzando a acumularse en su frente. Sabía que su situación era desesperada.
—Dime qué quieres —respondió, tratando de mantener la compostura.
Amatista respiró hondo, su voz firme y clara.
—Quiero a Enzo vivo. Además, debes entregarte tú y a Diego. A cambio, Carolina y su bebé seguirán con vida. Pero... —su tono se tornó más frío— si mis hombres entran a la mansión antes de que tomes una decisión, mato a tu esposa y a tu hijo.
Hubo un silencio tenso del otro lado de la línea. Liam parecía intentar procesar sus palabras, pero la respuesta no fue la que Amatista esperaba.
—Tú eres madre, Amatista —dijo Liam, su voz llena de desdén—, no te atreverías a hacer eso.
Amatista soltó una risa fría.
—Nunca dije que lo haría yo misma —replicó, un escalofrío recorriéndole la espalda al saber que la conversación tomaba el giro que ella había anticipado.
Liam miró a Enzo, su cara retorcida por la ira.
—Tu esposa es una maldita perra —gruñó Liam, sin poder contener su desprecio.
Enzo, con la sangre aun escurriendo de sus labios, lo miró sin mostrar miedo.
—Tú decidiste traicionarme —respondió, su voz dura—. Ahora paga las consecuencias.
Diego, que había estado callado, se acercó rápidamente a Liam.
—No lo hagas —dijo, tomando el brazo de Liam con desesperación—. No entregues a Enzo.
Liam lo miró fijamente, sus ojos duros como piedras.
—Tú y yo ya estamos muertos, Diego —respondió rápidamente, su voz temblando de rabia—. No voy a poner en riesgo a mi bebé. Si solo fuera mi esposa, quizás no lo haría, pero es mi hijo el que está en medio.
En ese momento, la voz de la esposa de Liam irrumpió en la llamada, y Amatista la puso en alta voz, dejando que tanto Liam como Carolina escucharan cada palabra.
—¡Eres un traidor hijo de puta! ¡Malnacido! ¡Se supone que me amabas y ahora vas a dejarnos a nuestra suerte! ¿Qué vas a hacer, Liam? ¡¿Qué vas a hacer?!
La voz de la mujer era desquiciada, llena de dolor y rabia. Carolina, al escucharla, se tensó.
—No... no es lo que parece —tartamudeó Liam, tratando de justificar lo que ya no tenía justificación.
Carolina, con lágrimas en los ojos, dijo.
—Haz lo que te piden —dijo en voz baja, casi en un susurro. Su voz estaba llena de miedo, pero también de desesperación—. Entregate, Liam... para que le perdonen la vida al bebé. A mí... a nuestro hijo. Por favor.
Liam tragó saliva. —Está bien, Amatista... me entregaré.