Capítulo 29 La herida silenciosa
La noche envolvía la mansión como un manto oscuro, susurrando silencios que pesaban más que cualquier palabra. Amatista dormía profundamente, exhausta de tanto llorar. Su rostro, usualmente radiante, ahora se escondía en la penumbra de una tristeza que apenas comenzaba a procesar. Enzo la observaba desde la penumbra de la habitación, su corazón encogido al recordar las lágrimas que ella había derramado en sus brazos. Cada sollozo había sido un puñal que lo atravesaba, avivando un odio visceral hacia Daniel Torner.
Con la misma delicadeza con la que cuidaba todo lo que amaba, Enzo la levantó en brazos y la llevó a la cama. Se acomodó junto a ella, dejando que sus respiraciones se acompasaran mientras acariciaba su cabello. Observándola dormir, su mente se llenaba de promesas de venganza. Nadie tenía derecho a lastimar a Amatista, mucho menos aquel hombre que, siendo su padre, había elegido la comodidad sobre el amor.
La madrugada dio paso a un nuevo día. El sol comenzó a colarse por las cortinas de la habitación, iluminando a Amatista con una calidez que contrarrestaba el frío que ella llevaba dentro. Enzo se levantó con cuidado para no despertarla y fue al baño. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de sentir los brazos de Amatista rodeándolo por detrás. Ella apoyó su cabeza contra su espalda, y Enzo sonrió, girando un poco para acariciar su rostro.
—¿Cómo estás, mi gatita? —preguntó, su tono lleno de ternura.
Amatista desvió la mirada, esquivando la pregunta. En cambio, le ofreció una sonrisa leve y le susurró:
—¿Te vas a bañar? Podríamos hacerlo juntos.
Enzo aceptó, entendiendo que ella necesitaba tiempo para ordenar sus emociones. Quizás el agua tibia y el refugio de su compañía le ayudarían a sanar, aunque fuera un poco. Durante el baño, se mantuvo cerca de ella, sin presionarla, dejándole el espacio para que decidiera cuándo hablar.
Una vez listos, Amatista se ofreció a preparar el desayuno. La cocina se llenó de los aromas familiares de café recién hecho y tostadas doradas. Enzo la observaba desde la mesa, tratando de leer en sus gestos alguna señal de lo que realmente sentía. Sin embargo, ella parecía decidida a mostrar una versión optimista de sí misma, con una sonrisa que parecía genuina pero que él sabía que escondía algo más.
Al terminar el desayuno, Enzo propuso un paseo por los alrededores de la mansión. Bajo el sol brillante, caminaron entre los árboles y los campos que rodeaban su refugio. Amatista parecía animada, pero Enzo seguía percibiendo una barrera invisible, como si ella estuviera construyendo un muro entre sus emociones y el mundo exterior.
Cuando regresaron, Amatista vio el auto de Enzo estacionado y sus ojos brillaron con una idea.
—¿Podemos seguir con las clases de manejo? —preguntó con entusiasmo.
Enzo fingió resistencia al principio, pero cuando ella empezó a persuadirlo de manera coqueta, no pudo negarse. Movió el auto hacia un campo abierto y luego cambió de asiento, dejando que ella tomara el volante.
—Recuerda, despacio con el acelerador —le indicó mientras ella asentía, concentrada.
Los primeros minutos fueron un desastre, como la vez anterior, pero poco a poco Amatista fue tomando confianza. Cada pequeño avance la llenaba de emoción, y Enzo no podía evitar sonreír al verla tan animada. Sin embargo, no dejaba de preocuparse. ¿Era esta alegría un reflejo genuino o simplemente una forma de esconder el dolor que había presenciado la noche anterior?
En medio de la lección, el teléfono de Enzo comenzó a sonar. Él lo ignoró al principio, pero Amatista insistió:
—Puedes atender si quieres. Estoy bien, puedo seguir practicando.
Al ver que la llamada era de Daphne, Enzo bufó.
—No quiero escucharla. Seguro solo quiere quejarse de algo.
Amatista sonrió ligeramente y siguió conduciendo hasta que, después de un rato, confesó que estaba cansada. Enzo tomó el control del auto para regresar a la mansión. Durante el trayecto, Amatista, emocionada, le contó que Rose le había mencionado que estaba pensando en mudarse con su novio, Nicolás.
—¿Y cuándo planean hacerlo? —preguntó Enzo, curioso.
—Todavía no lo saben. Apenas están buscando una casa —respondió ella, apoyando la cabeza contra la ventana.
Enzo, tras pensarlo un momento, sugirió:
—Podríamos regalarles una casa, si eso les ayuda.
Amatista lo miró con sorpresa.
—¿Harías eso?
—Por supuesto, en nombre de los dos.
Amatista le dio un beso en la mejilla, agradeciéndole con una ternura que llenó el corazón de Enzo. Sin embargo, al llegar a la mansión, la sombra de la conversación con Daniel volvió a su mente. No podía evitar preocuparse por cómo ella estaba procesando el rechazo de su padre.
Sentados juntos en el sofá, Enzo no pudo contenerse más.
—Gatita, sé que no quieres hablar de esto, pero... ¿cómo te sientes con lo de tu padre?
Amatista lo miró, consciente de la preocupación que veía en sus ojos. Se acercó a él, acariciando su rostro con suavidad, y confesó:
—Me duele, Enzo. No te voy a mentir. Pero he pasado toda mi vida sin un padre, y aunque me había hecho ilusiones, puedo seguir adelante. Porque sé que te tengo a ti, y eso es suficiente.
Enzo, conmovido por sus palabras, la abrazó, sintiendo que algo en su pecho se aflojaba. Le dio un beso en la frente, agradecido de que ella pudiera encontrar consuelo en su amor, aunque el dolor aún estuviera presente.
Esa noche, mientras la observaba dormir de nuevo, Enzo reafirmó su promesa. Daniel Torner no quedaría impune. Cada lágrima que Amatista había derramado sería devuelta, multiplicada, hasta que él comprendiera el peso de su abandono. Sin embargo, por ahora, su prioridad era ella. Su Amatista, su razón de ser.
El amanecer trajo consigo una paz momentánea. La luz del sol se filtraba por las ventanas, bañando la habitación en tonos cálidos. Amatista despertó con una sonrisa suave, y Enzo supo que haría todo lo posible para que esa sonrisa nunca desapareciera. Por ahora, ese era su único propósito.
Enzo decidió que, luego de desayunar, se iría a su despacho para ocuparse de varios temas pendientes. Mientras Rose terminaba de preparar el desayuno, aprovechó para hablar con ella sobre un asunto importante. Le explicó que, tanto él como Amatista, querían regalarle una casa para que pudiera mudarse y vivir junto a Nicolás. Le ofreció que eligiera la casa que deseara, sin restricciones, y que él se encargaría de todos los gastos.
Rose, sorprendida por la generosidad de ambos, se mostró profundamente agradecida. No esperaba semejante gesto y, con una sonrisa emocionada, le dio las gracias a Enzo una y otra vez.
Después de este pequeño intercambio, Enzo y Amatista se sentaron a desayunar juntos. La mañana transcurrió entre palabras suaves y la comodidad de la rutina diaria, sin mencionar los conflictos que se gestaban en las sombras. Al finalizar el desayuno, Enzo se levantó, la miró a los ojos y se acercó para dejarle un beso en la frente.
—Volveré tan pronto como pueda, gatita —le dijo, con un tono suave pero lleno de determinación.
Amatista asintió con una sonrisa, y, aunque sentía cierta inquietud en su interior, no dijo nada más. Solo lo miró con cariño mientras él se alejaba, consciente de que, en su ausencia, aún quedaban muchos temas por resolver.
En cuanto salió de la mansión, Enzo subió al coche y llamó a sus socios: Emilio, Massimo, Mateo y Paolo. La reunión debía ser urgente. Al llegar al despacho, sus socios le hicieron saber, sin rodeos, que estaban sorprendidos por la citación de última hora.
—¿Por qué tanta prisa, Enzo? —preguntó Massimo, frunciendo el ceño.
Enzo se acomodó en su silla con expresión seria, el rostro sombrío. Miró uno por uno a sus socios antes de hablar, con una voz baja pero firme.
—Lo que les voy a contar no puede saberlo nadie más —comenzó, captando la atención de todos—. Gatita… en realidad, es Amatista Fernández, la hija de Daniel Torner.
La sorpresa fue inmediata. Todos se miraron entre sí, incapaces de ocultar la incredulidad. Enzo continuó sin inmutarse.
—Hace poco, Amatista descubrió, por medio de una carta que su madre le dejó, que Daniel Torner es su padre. Fue entonces cuando me pidió que lo buscara. A pesar de que hace tiempo Daniel me había solicitado mi ayuda para encontrarla, decidí que lo mejor era reunirlos.
Los socios seguían sin palabras, procesando la información. Sin embargo, Emilio, siempre el más observador, fue el primero en entender.
—¿Pero si Daniel nunca la conoció? —preguntó, de repente deduciendo lo que aún no habían explicado del todo.
Enzo asintió con un gesto grave.
—Exactamente. Nadie conoce a Amatista, ni Daniel ni ustedes. Pero la cuestión es que hace unos días, Daniel me confesó que ya no buscaría a su hija. Me pidió que dejáramos todo.
El tono de Enzo se oscureció, y su mirada se volvió aún más intensa.
—Tuve que contarle a Amatista que su propio padre ya no quería conocerla. Esa noticia la lastimó profundamente, y eso… no lo voy a dejar pasar.
Los cuatro hombres guardaron un tenso silencio, procesando lo que acababa de contarles Enzo. Aunque no sabían que la hija de Daniel era la misma persona que había estado a su lado todo este tiempo, el hecho de que Enzo estuviera tan determinado a vengar ese sufrimiento dejó claro que no se trataba de una cuestión menor.
—Entonces, ¿vas a cortar todas las negociaciones con él? —preguntó Mateo, un poco más cauteloso ahora.
Enzo asintió con firmeza.
—Sí. Y quiero que sepan que no negociaré con nadie que esté asociado con él. Nadie que continúe en su círculo tendrá cabida en el nuestro.
Emilio, quien aún procesaba las palabras de Enzo, fue el primero en hablar después de un largo silencio.
—Enzo, entiendo lo que estás haciendo. Y estoy contigo. Pero, ¿qué haremos con las negociaciones que ya están en curso?
Enzo miró a cada uno de sus socios antes de responder, con una mirada decidida.
—Terminen todo lo que tengan pendiente con él. Pero a partir de ahora, ni un trato más. Y recuerden que, si alguien elige seguir ligado a Torner, estará fuera de nuestro círculo. Nadie que lo apoye tendrá mi confianza.
Massimo, Paolo y Mateo asintieron, comprendiendo la gravedad de la situación y lo importante que era mantenerse unidos en ese momento. La lealtad hacia Enzo era inquebrantable, y todos estaban dispuestos a seguir sus órdenes, aunque la revelación sobre Amatista los hubiera tomado por sorpresa.
—Y sobre la identidad de Amatista —añadió Enzo con tono firme—, les pido que guarden el secreto. Nadie más puede saberlo.
Todos prometieron guardar silencio, sabiendo que la lealtad hacia Enzo era más importante que nunca. La reunión llegó a su fin, pero el peso de lo que acababa de revelarse aún colgaba sobre todos, mientras Enzo se preparaba para actuar y hacer pagar a Daniel por lo que le había hecho a Amatista.
Unas horas después de que las nuevas noticias se extendieran, todos, incluido el mismo Daniel Torner, se enteraron de que su situación había dado un giro drástico. Daniel se había convertido en un enemigo público de Enzo Bourth, y su nombre comenzaba a sonar en círculos de negocios con un tono de desprecio. Durante toda la mañana y parte de la tarde, recibió llamadas de sus propios socios, todos notificándole que cortaban las negociaciones, sin dar ninguna explicación clara. La preocupación y la frustración comenzaron a apoderarse de él mientras intentaba comprender qué había sucedido. La situación era tan confusa como alarmante, y el hecho de que nadie le diera una razón concreta solo aumentaba su desesperación.
Finalmente, no pudiendo soportar más la incertidumbre, decidió actuar. Llamó a Marcos, su hombre de confianza, pidiéndole que investigara la razón detrás de todo esto. Marcos asintió rápidamente, sabiendo lo importante que era resolver el misterio lo antes posible, y se dirigió a cumplir con la tarea que le había encomendado.
Mientras tanto, en su despacho, Enzo permanecía solo, luchando por calmar la furia que aún le recorría el cuerpo. El golpe emocional provocado por lo que le había contado a Amatista lo tenía sumido en una profunda ira, pero sabía que debía mantener la calma. Su concentración fue interrumpida de manera abrupta cuando Daphne irrumpió en la oficina, visiblemente molesta.
—¿Qué demonios te pasa? —exclamó, su tono cargado de frustración—. Todo el mundo en el club de golf está diciendo que me estás engañando, Enzo. ¡¿Qué has hecho ahora?!
Enzo la miró con una frialdad que la hizo callar de inmediato. Su paciencia, ya agotada, no iba a ceder ante los caprichos de Daphne.
—Escúchame bien, Daphne —dijo en voz baja pero firme—. Mi compromiso contigo es falso. No te debo explicaciones sobre lo que digan los demás, ni sobre lo que piensen. Te pago para que mantengas a las mujeres alejadas de mí. No es más que eso, y si sigues pensando que es algo diferente, este "compromiso" se termina de inmediato.
Con esas palabras, Enzo la miró con desprecio, dándole a entender que su presencia ya no era bienvenida. Daphne, furiosa, salió de la oficina rápidamente, sintiendo la humillación de la situación.
Una vez fuera del despacho, Daphne, aún enojada y con una sensación de inseguridad, tomó su teléfono y llamó a Catalina y Lara. No podía quedarse tranquila después de lo que había sucedido. Necesitaba respuestas. Mientras las dos mujeres respondían al teléfono, Daphne les confesó lo que había escuchado de los socios de Enzo.
—Escuché el apodo "gatita" de sus socios. Eso es todo lo que sé —dijo con tono bajo, casi como si temiera que alguien la oyera.
Catalina y Lara, intrigadas por la mención de ese apodo, intercambiaron miradas, sin saber aún quién podía ser realmente esa "gatita". Daphne, siempre tan preocupada por lo que los demás pensaran de ella, sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que, sin saberlo, estaba cada vez más involucrada en una red de secretos que no terminaba de comprender.