Capítulo 162 Sabores de seducción
Amatista estaba completamente absorta en la preparación del risotto. Había ajustado el fuego, añadido el caldo con precisión y mantenía su atención fija en la textura del arroz mientras lo removía con cuidado. La cocina del club era amplia y bien equipada, y el aroma que comenzaba a llenar el ambiente prometía una cena memorable para todos. Había optado por preparar una gran cantidad, consciente de la cantidad de personas presentes, y a pesar del cansancio, mantenía una sonrisa tranquila en los labios.
La cena estaba casi lista; el reloj marcaba las diez. Justo cuando se disponía a probar un bocado para ajustar los condimentos, la puerta de la cocina se abrió y apareció Enzo. Sin decir una palabra, hizo un gesto a los empleados para que se retiraran. Estos, acostumbrados a obedecer sin cuestionar, salieron sin mirar atrás.
Amatista no desvió la vista de su risotto, pero pudo sentir la presencia de Enzo detrás de ella, tan palpable como el calor del fuego en la estufa. Antes de que pudiera decir algo, él se colocó justo detrás de ella, acercándose lo suficiente como para que el calor de su cuerpo se mezclara con el de la cocina.
—¿Qué haces aquí, Enzo? —preguntó sin mirarlo, removiendo el risotto con cuidado.
Enzo no respondió de inmediato. En su lugar, movió el cabello de Amatista hacia un lado, dejando al descubierto su cuello, y se inclinó para besarla suavemente en el hombro. Su abrazo comenzó como un roce sutil, pero sus manos pronto buscaron más, deslizándose por debajo de su camiseta y acariciándola con ternura.
—Solo estoy disfrutando de mi gatita —susurró contra su piel, con una voz grave que le provocó un leve estremecimiento.
Amatista se rió ligeramente, aunque no dejó de remover el risotto.
—Tu gatita te recuerda que estás casado con Rita —dijo, con un tono juguetón pero cargado de reproche.
Enzo hizo un sonido desdeñoso y continuó, su mano bajando más allá de la cintura de Amatista, colándose por debajo de su pantalón hasta su entrepierna.
—No me importa Rita —respondió con sinceridad, besándola en el cuello con más insistencia.
Amatista suspiró y levantó un poco la cabeza, permitiéndose disfrutar el momento por un segundo, antes de que su voz suave y firme rompiera el hechizo.
—Y yo aún no te he perdonado —dijo, mirándolo por encima del hombro. —Esta vez no será tan fácil, Enzo. Todavía estoy molesta por todas esas cosas que dijiste cuando viste las fotos.
Enzo se detuvo un instante, sus manos todavía acariciándola, pero su voz ahora tenía un matiz serio.
—No me rendiré, gatita. No hasta que me perdones.
Amatista finalmente dejó la cuchara de madera a un lado y se dio la vuelta para enfrentarlo. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y seducción, mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios. Colocó una mano en el pecho de Enzo y comenzó a deslizarla lentamente hacia abajo. Él no apartó la mirada, completamente hipnotizado por su movimiento.
Cuando su mano llegó a la entrepierna de Enzo, se detuvo un momento, aplicando una ligera presión que lo hizo respirar más rápido.
—Conozco tu cuerpo de memoria, Enzo. Podría imaginármelo con los ojos cerrados —susurró, con un tono que era a la vez sensual y reprochador. Luego, levantó la vista, sus ojos clavándose en los de él con determinación. —A mí no me hubieran engañado con unas simples fotos. Reconocería tu cuerpo con solo verlo.
Enzo intentó responder, pero Amatista alzó una mano, deteniéndolo.
—No me distraigas, o el risotto se quemará —dijo, volviendo a girarse para retomar su tarea.
Enzo soltó una risa baja, casi encantada, mientras se cruzaba de brazos, observándola.
—Solo tú eres capaz de jugar así conmigo, gatita —dijo, con una mezcla de frustración y admiración.
Amatista no respondió, centrada nuevamente en la cocción, pero su sonrisa apenas contenida hablaba por sí misma. Enzo se quedó allí, apoyado en la encimera, disfrutando de la vista y saboreando la idea de que, aunque aún no lo perdonara, ella seguía siendo suya de alguna manera.
La cena estaba servida, y el risotto, que había tomado horas de preparación por parte de Amatista, se convirtió rápidamente en el centro de atención. Todos los presentes comenzaron a disfrutar del platillo: los socios (Roberto, Nahuel, Amadeo, Gustavo, Alan, Joel, Facundo, Andrés), las mujeres que los acompañaban, los empleados del club, e incluso Ezequiel, que no dejó de elogiar el sabor del risotto con un entusiasmo notable.
Alan fue uno de los primeros en romper el silencio, dejando escapar un exclamación satisfecha.
—Este es, sin duda, el mejor risotto que he probado en mi vida. Gat... digo, Amatista, tienes talento —dijo, con una sonrisa.
Joel asintió mientras saboreaba otro bocado.
—Estoy de acuerdo. No esperaba menos, pero esto supera las expectativas.
Ezequiel, que normalmente se mantenía más reservado, también añadió un comentario.
—Es impresionante, de verdad. Se nota el cuidado en cada detalle —dijo, mirando brevemente a Amatista con respeto.
Amatista aceptó los elogios con una sonrisa discreta, aunque su atención estaba dividida. Era consciente de las miradas llenas de desdén de Isis y Rita, pero decidió ignorarlas. Enzo, sentado a su lado, aprovechó el momento para servirle una copa de vino, inclinándose hacia ella con un gesto casi protector.
—Gatita, deberías disfrutar un poco más. Toma un poco de vino, relájate —le dijo, con su característico tono suave y seductor.
Amatista negó con la cabeza, dejando la copa sobre la mesa sin tocarla.
—No quiero, Enzo. Si bebo me pondré más triste pensando en Renata y Abraham —dijo, con un dejo de melancolía en su voz.
Enzo suspiró y le acarició la mejilla con cuidado, sin preocuparse de las miradas de los demás.
—Amatista, se fueron al mediodía. Están bien cuidados, no tienes que preocuparte tanto.
Ella lo miró con un brillo de nostalgia en los ojos.
—No lo entiendes, Enzo. Los llevé dentro de mí por ocho meses, luego los tuve conmigo una semana... Es normal sentirme triste porque no están aquí.
Enzo sostuvo su mirada y, en un gesto inesperado, le dio un pequeño apretón en la mano.
—Está bien, gatita. No te pongas mal. Si quieres, podemos llamar a Alicia por videollamada para verlos.
Amatista sonrió, un gesto agradecido y sincero que hizo que las líneas de tensión en su rostro se suavizaran.
—Me parece bien, gracias.
Enzo miró su reloj y asintió, calculando el tiempo.
—Para las once ya deberían estar en Ciudad Esperanza. Los llamaremos entonces.
Ella asintió y, animada por el gesto, tomó un sorbo del vino que Enzo le había servido. Los empleados del bar, que también habían sido invitados a disfrutar del risotto, no se quedaron atrás con los comentarios.
—Gracias, señora Amatista. Esto está increíble —dijo uno de ellos, con un tono genuino.
—Es la primera vez que alguien tiene en cuenta a los empleados para algo como esto —añadió otro, con una mezcla de admiración y gratitud.
Amatista, siempre atenta, les sonrió con amabilidad.
—No se equivoquen. Ustedes son tan importantes como cualquier socio aquí. No importa cuánto dinero se invierta en un lugar; sin las personas adecuadas trabajando en él, todo sería un fracaso.
Sus palabras generaron una ovación discreta entre los empleados, aunque también provocaron miradas de desdén de Isis y Rita, quienes observaban la escena con creciente enojo.
Rita murmuró entre dientes, lo suficientemente bajo como para que solo Isis la escuchara:
—Se cree mejor que todos.
Isis, con los ojos entrecerrados, respondió:
—Ya veremos cuánto le dura la soberbia.
Mientras tanto, Enzo no quitaba la vista de Amatista, fascinado por cómo manejaba la situación. Una sonrisa apenas perceptible apareció en sus labios mientras pensaba en lo mucho que admiraba esa fuerza y calidez que ella mostraba incluso en un ambiente cargado de tensiones.
Ezequiel, que había observado el intercambio, comentó con una sonrisa enigmática:
—Es difícil no admirarla.
Joel, que estaba cerca, murmuró en respuesta:
—Lo difícil es no enamorarse de ella.
La cena continuó con un ambiente ligero, los invitados disfrutando de las conversaciones y los elogios hacia el risotto. El ambiente estaba relajado, pero en un momento, Enzo se apartó ligeramente, mirando su teléfono. Había recibido un mensaje de Alicia, su madre, avisándole que ya habían llegado a Ciudad Esperanza y que los niños, Renata y Abraham, estaban dormidos completamente agotados.
Se inclinó hacia Amatista, con un tono suave, buscando no interrumpir el ambiente.
—Gatita, los niños ya llegaron a Ciudad Esperanza. Están dormidos, pero mañana podremos llamarlos para verlos. Será lo mejor.
Amatista asintió levemente, su expresión marcada por la melancolía.
—Está bien... —respondió, tomando un sorbo más de vino.
El alcohol ya comenzaba a hacer efecto. Un poco después, todos comenzaron a levantarse para ir a la sala principal, donde continuarían con las conversaciones y los tragos. Amatista, buscando un respiro, se levantó para dirigirse al baño a lavarse la cara, intentando calmarse. Sin embargo, al salir, el peso de la tristeza parecía aún más evidente. Se acercó a uno de los sillones, sentándose con una mirada ausente.
Enzo la observó, notando el cambio en su estado. Se acercó a ella, reconociendo que necesitaba consuelo.
—No te preocupes, gatita, mañana los llamaremos, todo estará bien. —dijo con tono calmado.
Pero, al escuchar esas palabras, la tristeza se apoderó más de Amatista. Los efectos del alcohol se hicieron más evidentes, y comenzó a llorar, exagerando su dolor con el vino en su sistema.
—Los extraño tanto... Son mis bebés, Enzo —sollozó, con una expresión desbordante de emociones.
Enzo, aunque un tanto divertido por la situación, comprendió la carga emocional de Amatista y se acercó a consolarla.
—Está bien, gatita. Mañana los verás —dijo, mientras la tomaba suavemente en sus brazos.
Alrededor, los demás comenzaron a murmurar, algunos sorprendidos por la cercanía entre ellos, otros no podían evitar lanzar comentarios. Roberto, Nahuel, Amadeo, Gustavo, Alan, Joel, Facundo, Andrés, las mujeres que acompañaban a los socios, Rita, Isis y Ezequiel no podían ocultar su mirada curiosa. Algunos sonrieron ante la escena, mientras otros se sintieron incómodos.
—¿En serio? ¡Nunca lo había visto! —comentó Amadeo, con una sonrisa divertida.
—¿Enzo, consolando a alguien? Eso sí que es raro —agregó Alan, casi en tono de broma.
Rita, con el rostro furioso, no pudo evitar soltar un suspiro de frustración y murmuró con desprecio:
—Esto es ridículo. No puedo creerlo...
Pero lo que realmente desató una tormenta de murmullos fue cuando Amatista, aun llorando, soltó algo inesperado.
—Es tu culpa, Enzo, por darme vino... —dijo entre sollozos, casi exagerando su tono.
Enzo, sin perder la compostura, rápidamente acomodó a Amatista, sentándola en su regazo, con la cabeza apoyada en su hombro.
—Tranquila, gatita. Mañana todo estará bien, solo necesitas descansar un poco —le susurró, acariciando su cabello suavemente.
Los murmullos entre los presentes se intensificaron. Roberto no pudo evitar soltar una risa.
—¡Vaya! Enzo nunca deja que nadie se siente en su regazo. Esto sí que es una sorpresa.
Nahuel, riendo entre dientes, añadió:
—Bueno, parece que hasta Enzo tiene un corazón, aunque no lo creamos...
Isis, con una mirada llena de enojo, murmuró a Rita:
—¿Ves? Ella lo tiene completamente encandilado.
Amatista, entre sollozos, no respondía. Se quedó quieta, acurrucada en el regazo de Enzo, quien continuaba acariciándola con suavidad, esperando que la calma regresara.
Pasaron unos minutos antes de que Amatista se calmara un poco, mientras Enzo seguía sosteniéndola, sin prisa. Cuando ella levantó la mirada, aún con los efectos del alcohol, le sonrió de manera seductora.
—Eres mi almohada favorita... pero... —se detuvo, como si pensara lo que iba a decir— no me gusta ser solo tu almohada bonita.
Enzo sintió una punzada en el pecho al recordar una conversación similar en la suite de Costa Azul, cuando Amatista, también borracha, le había dicho lo mismo. En ese momento, no entendió completamente el peso de esas palabras, pero ahora, una sensación extraña le recorrió el cuerpo. Se quedó pensativo, mientras acariciaba su cabello en silencio, observando cómo Amatista, ya más tranquila, se quedó dormida en su regazo.
De repente, la voz de Rita irrumpió en la habitación, alta y llena de furia.
—¡Enzo! ¡Baja a esa mujer de tu regazo! ¿Qué demonios haces?
Enzo, visiblemente molesto, levantó la vista, mirando a Rita con una expresión fría.
—No fastidies, Rita. Déjanos en paz.
Pero Isis no pudo contener su rabia y soltó, gritando hacia Amatista:
—¡Eres una puta! ¡Te acostaste con Santiago mientras estabas con Enzo!
Los murmullos y risas cesaron, y todos observaron la escena en silencio. Enzo, cansado de escuchar sus tonterías, se levantó de su asiento, mirando con desdén a las dos mujeres.
—Ya basta. Sé muy bien que detrás de esas fotos de Santiago, todo fue una manipulación de ustedes dos.
Isis, sorprendida, respondió rápidamente, tratando de defenderse.
—Eso es mentira. Seguro que Amatista dijo eso solo para conseguir tu perdón, Enzo.
Enzo soltó una risa sarcástica, casi burlándose de ellas.
—¿En serio? Son realmente estúpidas. Primero, modificaron las fotos con Santiago, quien es gay, y luego, fueron tan estúpidas como para hablar de eso en la mansión llena de micrófonos.
Los socios, observando la situación, comenzaron a intercambiar miradas y a susurrar entre ellos. No conocían a Amatista demasiado bien, pero lo que estaban viendo no les gustaba en absoluto.
—¿De verdad? ¿Intentaron ensuciar a Amatista con esas mentiras? —comentó Alan con desdén, mirando a Rita e Isis.
—Qué clase de personas son estas... —agregó Joel, soltando una risa amarga.
—Patéticas, realmente patéticas —dijo Facundo, casi con desdén.
Los murmullos de desaprobación hacia Isis y Rita se hicieron más fuertes entre los socios, quienes no podían creer el nivel de manipulación de las dos mujeres.
—Nunca pensé que en un lugar como este veríamos algo tan bajo —comentó Gustavo, mirando a Isis y Rita como si fueran una plaga.
—Esos son los tipos de juegos que no deberían jugarse, ¿verdad? —dijo Nahuel, con un tono burlón, mirando a las mujeres con repulsión.
Rita, al darse cuenta de que ya no podía escapar de la situación, se acercó a Enzo, bajando la cabeza.
—Por favor, Enzo... Yo solo hice lo que Isis me dijo. Fue idea de ella. —dijo, casi suplicando, mientras lanzaba una mirada acusadora a su prima.
Isis, al escuchar eso, se levantó furiosa y la encaró.
—¡Estás mintiendo! ¡Tú fuiste la que lo aceptó todo! ¡No me culpes a mí! —gritó, señalando a Rita con furia.
Enzo, con una expresión fría y calculadora, observó la pelea entre ellas, sin moverse.
—Ya veremos qué hago con ustedes después de resolver el asunto con Diego —respondió, manteniendo su tono impasible. Luego las miró fijamente—. No les saldrá barato intentar ensuciar a Amatista. No quiero verlas aquí, váyanse.
Rita e Isis, sintiendo la presión, se quedaron calladas. Finalmente, con paso lento y cabizbajo, se retiraron de la sala, sus mentes ya trabajando en cómo salvarse de las consecuencias de sus acciones.
Mientras tanto, Enzo observó a Amatista, quien seguía dormida, tranquila, como si todo a su alrededor no importara. En su sueño, estiró las manos, buscando abrazar a Enzo, colocándolas suavemente alrededor de su cuello.
Enzo, sintiendo un golpe de ternura al verla tan pacífica, pasó una mano por su cabello, apartándoselo de la cara. Se inclinó suavemente y la besó en los labios, sin que Amatista se diera cuenta. Estaba completamente dormida, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
Al ver la escena, los socios no pudieron evitar comentar entre ellos, algunos riendo y otros simplemente sorprendidos.
—¿Enzo, con una mujer en sus brazos? ¡Eso sí que es una novedad! —comentó Roberto, con una sonrisa burlona.
—¿Quién diría que Enzo podría ser tan... suave? —dijo Alan, riendo suavemente.
—No es tan duro como parece, ¿eh? —añadió Nahuel, con tono divertido.
—¡Eso sí que es amor! —exclamó Amadeo, bromeando, mientras miraba a Enzo con una sonrisa cómplice.
Enzo, con una ligera sonrisa en los labios, mantuvo su mirada en Amatista, completamente tranquilo, aunque sus pensamientos permanecían alejados, ocupados con lo que acababa de suceder.