Capítulo 114 Entre sombras y café
Al mediodía, Amatista llegó a la empresa Lune, cargando con una bandeja de cafés para Santiago y Alejo. Al entrar, notó la atmósfera vibrante, el sonido del tecleo en las computadoras y el murmullo de conversaciones que se cruzaban entre los empleados. Con una sonrisa, se acercó a la oficina de Santiago, donde lo encontró revisando unos papeles con Alejo.
—Aquí tienes —dijo Amatista, colocando los cafés sobre la mesa—. El de siempre para ti, Santiago, y para Alejo.
Santiago la miró, agradecido.
—Gracias, Amatista. La presentación fue todo un éxito. Tengo muchos pedidos, más de los que esperaba.
Amatista se iluminó al escuchar la noticia, su entusiasmo evidente.
—¡Eso es increíble! Estoy tan emocionada de que mi colección haya tenido tanto éxito.
Santiago asintió mientras tomaba un sorbo de su café.
—Pues aún queda trabajo por hacer. Necesitamos empezar con la nueva colección cuanto antes. Los pedidos no se van a procesar solos.
Amatista asintió, su mente ya trabajando en los diseños y conceptos para lo que vendría.
Santiago, mientras tanto, comenzó a revisar los números con Alejo, que había preparado un informe detallado. A medida que avanzaban en las cifras, un leve ceño fruncido apareció en el rostro de Santiago.
—Vamos a tener que hacer ajustes —comentó, mirando los números en la pantalla—. Necesitamos conseguir más capital si queremos cubrir todos estos pedidos. Habrá que sacar algunos para poder cubrir los materiales.
Alejo, con su característico pragmatismo, sugirió:
—Podríamos empezar sacando el pedido de Enzo Bourth. Ofreció pagar por adelantado, lo que nos ayudaría a conseguir el capital necesario para los demás pedidos.
Al escuchar el nombre, Amatista, que estaba disfrutando de su café, se ahogó de inmediato. La sorpresa le cortó la respiración y la incomodidad se reflejó en su rostro.
Santiago, preocupado, se apresuró a levantarse.
—¿Estás bien, Amatista? ¿Te ahogaste?
Amatista, aún algo sorprendida, asintió con una sonrisa forzada, limpiándose la boca con una servilleta.
—Sí, solo me impresionó escuchar el nombre de Enzo, nada más.
Santiago la miró fijamente, la curiosidad evidente en sus ojos.
—¿Lo conoces? Ayer estuvo en la presentación, acompañado de su novia. Estaba bastante entusiasmado con la colección y compró toda la línea para su madre.
Amatista, al escuchar que Enzo había estado allí con su novia, sintió una punzada en su interior, pero rápidamente controló sus emociones.
—Sí, lo conozco —dijo, sin añadir más detalles.
Santiago no insistió, pero no pudo evitar notar que la reacción de Amatista al mencionar a Enzo había sido inusualmente fuerte.
Mientras tanto, en un café de la ciudad, Albertina estaba sentada frente a su padre, Santino. Su expresión era de frustración mientras jugueteaba con su taza de café.
—No entiendo por qué todos me tratan como si fuera nada —dijo Albertina, claramente molesta—. Nadie me toma en serio.
Santino, imperturbable, dio un sorbo a su café antes de mirar a su hija.
—Ya te había advertido que no te metas con Enzo, pero no me escuchaste. Sabías que no sería fácil.
Albertina frunció el ceño, su tono se tornó desafiante.
—No te hagas el indiferente. Después de todo, tú aprovechas la relación que tengo con Enzo para hacer tus negocios, ¿no? ¿Por qué no me apoyas ahora cuando más te necesito?
Santino la miró fijamente, sin inmutarse.
—Hazte respetar, Albertina. Si alguien hace algún comentario inapropiado, no dudes en responder. No te dejes pisotear.
Albertina suspiró, molestia y ansiedad a la vez.
—No es tan fácil, papá. Enzo me advirtió que no puedo intentar nada contra Massimo, Mateo, Paolo o Emilio. Ellos son los primeros en lanzar comentarios y miradas despectivas. Y ni hablar de esa tal gatita de la que a veces hablan, como si yo fuera menos.
Santino no pareció sorprenderse por la mención de gatita, pero su rostro mostró un atisbo de comprensión.
—Responde a los comentarios o, mejor aún, olvídalos. No vale la pena perder tiempo con ellos. Usa las influencias de Enzo para construirte una reputación, para que nadie se atreva a meterse contigo. Si logras eso, nadie más podrá desafiarte.
Albertina lo miró pensativa. Sabía que su padre tenía razón, aunque la idea de usar a Enzo como una especie de escudo le dejaba un mal sabor en la boca.
—Entiendo. Haré lo que sea necesario, aunque no me gusta. Pero si eso me asegura respeto, tendré que hacerlo.
Santino sonrió ligeramente, satisfecho con la actitud de su hija.
—Así se habla. Recuerda que, en este mundo, si no te haces respetar, te comen viva.
Albertina llegó al club de golf más tarde ese día, determinada a poner en práctica el consejo de su padre. Quería dejar claro que su lugar junto a Enzo Bourth no era algo que cualquiera pudiera ignorar. Caminó con paso firme hacia el café del club, pero su mirada se detuvo en una mujer al otro lado de la sala. La figura, elegantemente vestida, pero con un aire evidente de interés calculado, parecía estar ahí con un propósito: buscar la atención de los hombres de negocios presentes.
Con una mezcla de torpeza calculada, Albertina se acercó a la mujer, chocando contra ella de forma que su bebida se derramara sobre el delicado vestido de Albertina.
—¡Por Dios! —exclamó Albertina, retrocediendo teatralmente mientras miraba las manchas en su ropa.
La mujer, visiblemente nerviosa, se apresuró a disculparse.
—Lo siento mucho, no la vi. Fue un accidente, de verdad.
Albertina arqueó una ceja, dejando escapar un suspiro exagerado.
—¿Un accidente? ¿Tienes idea de cuánto cuesta esta ropa? —dijo, su tono lleno de indignación.
La mujer, deseando calmar la situación, ofreció pagar los daños.
—Por supuesto, me hago cargo. Dígame cuánto cuesta, no tengo problema en cubrirlo.
Albertina la miró con desprecio, cruzándose de brazos.
—Por favor, no me hagas reír. Claramente no tienes el dinero suficiente para pagar algo como esto.
Su voz, cargada de veneno, atrajo la atención de algunos hombres que estaban cerca, quienes parecían acompañar a la mujer. Uno de ellos intentó intervenir para aliviar la tensión.
—Vamos, no es para tanto, ¿no? Solo fue un accidente.
Albertina giró hacia ellos con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—¿No es para tanto? —preguntó con ironía—. Permítanme recordarles que soy la novia de Enzo Bourth. ¿Están realmente dispuestos a ofenderme por defender a… esto?
Los hombres intercambiaron miradas incómodas, y cualquier intento de mediar en la situación murió en sus labios. Retrocedieron ligeramente, dejando a Albertina con el control absoluto.
Con un gesto imperioso, Albertina se dirigió a uno de los empleados del club.
—Quiero que la saquen de aquí. Ahora.
El empleado, claramente atrapado entre su deber y la política del lugar, intentó mantener la calma.
—Señorita Albertina, necesitaríamos la autorización del señor Bourth para proceder con algo así.
Albertina frunció el ceño, sus labios se curvaron en una mueca despectiva.
—Entonces llámalo. Ahora.
El empleado obedeció, nervioso. Marcó el número de Enzo, explicándole la situación con voz temblorosa.
Enzo, al otro lado de la línea, escuchó en silencio antes de responder con un tono cortante.
—Sí, Albertina es mi novia, pero no quiero que me molesten con estupideces como esas. Maneja la situación como mejor te parezca, pero no vuelvas a llamarme por algo tan insignificante.
El empleado asintió, aunque Enzo no podía verlo, y colgó. Volvió hacia Albertina, decidiendo que lo más seguro era cumplir sus órdenes.
—Muy bien, señorita. Pediré que la señora se retire.
Albertina sonrió triunfalmente mientras el empleado se acercaba a la mujer para informarle que debía abandonar el lugar. Mientras la mujer recogía sus cosas, lanzándole miradas humilladas, Albertina se permitió un momento para disfrutar de su pequeña victoria.
Había comenzado a reclamar su lugar.
Enzo colgó el teléfono, dejando escapar un suspiro cargado de irritación mientras apoyaba los codos sobre el escritorio y se frotaba las sienes. El incidente en el club de golf le parecía una completa pérdida de tiempo. Emilio, que estaba sentado frente a él, lo observaba con atención.
—¿Vas a dejar que Albertina haga lo que quiera en tu club? —preguntó Emilio, cruzando los brazos con una ceja alzada.
Enzo levantó la mirada con una mezcla de indiferencia y cansancio.
—Que haga lo que quiera, siempre y cuando no me moleste. No tengo tiempo para estupideces.
Emilio negó con la cabeza, apoyándose contra el respaldo de su silla.
—Ten cuidado, Enzo. Esa mujer podría cruzar líneas solo para demostrar algo que no es. Si sigue comportándose así, va a generar problemas que ni siquiera tú vas a poder ignorar.
Massimo, sentado cerca de la ventana con un cigarro en la mano, intervino con un tono seco.
—Déjenla. No es importante. Tenemos cosas más relevantes que atender.
Los demás en la sala asintieron en silencio. Mateo, Paolo, Emir, Leonel, Nicolás y Samuel estaban presentes, listos para retomar la discusión sobre el proyecto más reciente de Enzo: el centro comercial que estaba en construcción.
—Volvamos al tema principal —dijo Emir, interrumpiendo el breve silencio—. Estuve pensando que podríamos incluir una joyería en el centro comercial. Con el éxito de Lune, sería un buen momento para capitalizar ese interés.
Leonel asintió, aunque añadió con prudencia:
—Si vamos a poner una joyería, lo mejor sería asociarnos con los Orsini. Tienen renombre y décadas en el mercado. Una asociación con ellos elevaría el prestigio del centro comercial.
Enzo escuchó a ambos en silencio, meditando las palabras de Leonel antes de responder.
—Aún es temprano para decidir algo como eso. La edificación llevará más tiempo, y todavía falta mucho para el momento de la apertura. Cuando estemos más cerca, evaluaremos cuál es la mejor opción para la joyería.
Los hombres asintieron en acuerdo, y la conversación continuó fluyendo hacia otros aspectos del proyecto, como la distribución de los locales, el estacionamiento y las posibles campañas publicitarias para el lanzamiento.
Mientras tanto, Enzo mantenía una expresión tranquila, pero en el fondo no podía ignorar del todo las palabras de Emilio. Sabía que Albertina tenía una tendencia a ser impulsiva y egocéntrica, lo cual podía ser un problema si su comportamiento comenzaba a interferir en asuntos más importantes.
El restaurante rebosaba de un ambiente cálido y familiar. La risa de Jazmín resonaba junto al sonido de los cubiertos, mientras Daniel observaba con orgullo a Amatista, que estaba radiante. Mariam, siempre encantadora, supervisaba que todos estuvieran cómodos, llenando las copas y comentando lo deliciosa que estaba la comida.
—De verdad, Amatista, estás logrando cosas increíbles —dijo Daniel, con una sonrisa de oreja a oreja. —Estamos muy orgullosos de ti.
Amatista se ruborizó ligeramente, inclinando la cabeza con humildad.
—Gracias por su apoyo. Les prometo que seguiré esforzándome al máximo.
—Sabemos que lo harás —añadió Mariam, dándole un pequeño apretón en la mano.
La conversación fluía, pero en ningún momento se mencionó específicamente el éxito de Lune, aunque la emoción era evidente. Habían decidido mantener un perfil bajo hasta que todo estuviera completamente consolidado.
En medio de la plática, Jazmín soltó un grito agudo de euforia que atrajo las miradas de varias mesas cercanas.
—¡Es precioso! —exclamó, sosteniendo un delicado collar de la colección de Amatista que esta última le había regalado momentos antes.
—Me alegra que te guste —dijo Amatista con una sonrisa amplia, observando cómo Jazmín se lo colocaba inmediatamente y comenzaba a presumirlo frente a los demás.
—Queda perfecto contigo, cariño —dijo Mariam con una sonrisa de aprobación.
Por su parte, Daniel sacó una pequeña caja envuelta en papel dorado y se la tendió a Amatista.
—Y esto es para ti. Algo pequeño para tu nueva oficina.
Amatista desenvolvió el paquete con curiosidad y dejó escapar una carcajada al descubrir un gato de la suerte dorado, con su brazo mecánico oscilando lentamente.
—¡Es perfecto, papá! —dijo, riendo mientras imitaba el movimiento del gato con la mano.
—Dicen que trae buena fortuna —comentó Daniel, con una sonrisa—. Y quiero que tengas toda la suerte del mundo en esta nueva etapa.
Amatista le dio un abrazo cálido a su padre, agradeciéndole el gesto.
Desde una mesa más alejada, Jeremías Gartner observaba la escena con detenimiento. Sus ojos pasaron de Daniel a Amatista, deteniéndose en esta última. La semejanza era innegable. Había algo en los rasgos de la joven que le recordaba con fuerza a Isabel Fernández, su antigua amante.
Jeremías había tenido una relación clandestina con Isabel años atrás, aunque ella ya estaba comprometida con Daniel en ese entonces. Cuando Isabel murió, Jeremías siempre sospechó que la hija desaparecida de Daniel podía ser en realidad suya. Ahora, viendo a Amatista, estaba más convencido que nunca.
Se llevó un trago de su copa de vino, mientras sus pensamientos lo envolvían.
—Si es mi hija, no tengo dudas de que lo averiguaré —pensó para sí mismo. Pero sabía que debía ser cuidadoso. Daniel no era alguien con quien se pudiera jugar a la ligera.
El bullicio en la mesa de Amatista seguía mientras Jazmín, aún emocionada, mostraba su collar al mesero que servía los platos. Daniel, sonriente, levantó su copa una vez más en un gesto de brindis.
Amatista aprovechó el momento para sacar otro pequeño paquete de su bolso.
—Esto es para ti, Mariam —dijo con una sonrisa, entregándole un estuche.
Mariam abrió el regalo y quedó maravillada al descubrir un par de delicados aros que combinaban con la colección que Amatista había diseñado.
—¡Son preciosos! —exclamó Mariam, claramente emocionada.
—Me alegra que te gusten —respondió Amatista, antes de girarse hacia Daniel—. Y a ti no te traje nada, papá, pero te prometo que, en cuanto diseñe algo para hombres, serás el primero en recibirlo.
Daniel rio con satisfacción.
—No te preocupes, hija. Con verte feliz y triunfando, tengo más que suficiente.
El ambiente era cálido, con risas y gestos de cariño fluyendo en la mesa. Sin embargo, a cierta distancia, Jeremías Gartner ya había tomado una decisión. Se levantó de su asiento y, con pasos firmes pero discretos, se acercó al grupo.
—Daniel —dijo con una voz grave, inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo—. Qué gusto verte después de tanto tiempo.
Daniel levantó la mirada, sorprendido, pero mantuvo la compostura.
—Jeremías... No esperaba verte aquí.
—El mundo es pequeño, ¿no crees? —respondió Jeremías, antes de dirigir su atención al resto de la mesa. —¿Puedo?
—Claro —dijo Daniel con cierta reticencia.
Jeremías extendió la mano hacia Mariam, quien lo saludó con educación. Luego hizo lo mismo con Jazmín, que respondió con una sonrisa tímida. Finalmente, se volvió hacia Amatista, quien lo observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Y tú debes ser Amatista —dijo Jeremías con un tono suave. Al estrechar su mano, desvió su mirada hacia Daniel—. ¿Es ella... la hija de Isabel?
El corazón de Daniel dio un vuelco, pero mantuvo la calma y asintió lentamente.
—Así es.
Amatista, algo incómoda por la situación, retiró su mano con suavidad y ofreció un saludo cortés.
—Mucho gusto, señor.
Jeremías la observó detenidamente durante unos segundos, como si estuviera analizando cada uno de sus rasgos. Luego, con una sonrisa nostálgica, comentó:
—Isabel dejó un legado muy hermoso con su hija.
El comentario provocó un silencio momentáneo en la mesa. Amatista, con una expresión serena pero firme, respondió:
—Isabel solo dejó un legado de tristeza al decidir dejarnos por su suicidio.
Aunque sus palabras tenían un peso emocional evidente, el ambiente no se tensó. Daniel colocó una mano sobre la de Amatista en un gesto de apoyo, mientras Mariam intervenía para cambiar el rumbo de la conversación.
—Bueno, Jeremías, parece que conocías a Isabel. ¿Eran amigos? —preguntó Mariam con una sonrisa amable, buscando suavizar la atmósfera.
Jeremías respondió con tranquilidad.
—Algo así. Fue una mujer muy especial. Pero no quiero interrumpir más su celebración. Solo quería saludarlos.
Daniel asintió, agradeciendo que Jeremías no profundizara en el tema.
—Gracias por acercarte, Jeremías. Que tengas una buena noche.
Jeremías inclinó la cabeza ligeramente y se retiró, pero mientras volvía a su mesa, no pudo evitar lanzar una última mirada hacia Amatista. Tenía más preguntas que respuestas, pero sabía que el momento para obtenerlas llegaría pronto.