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Capítulo 114 Entre sombras y café

Al mediodía, Amatista llegó a la empresa Lune, cargando con una bandeja de cafés para Santiago y Alejo. Al entrar, notó la atmósfera vibrante, el sonido del tecleo en las computadoras y el murmullo de conversaciones que se cruzaban entre los empleados. Con una sonrisa, se acercó a la oficina de Santiago, donde lo encontró revisando unos papeles con Alejo. —Aquí tienes —dijo Amatista, colocando los cafés sobre la mesa—. El de siempre para ti, Santiago, y para Alejo. Santiago la miró, agradecido. —Gracias, Amatista. La presentación fue todo un éxito. Tengo muchos pedidos, más de los que esperaba. Amatista se iluminó al escuchar la noticia, su entusiasmo evidente. —¡Eso es increíble! Estoy tan emocionada de que mi colección haya tenido tanto éxito. Santiago asintió mientras tomaba un sorbo de su café. —Pues aún queda trabajo por hacer. Necesitamos empezar con la nueva colección cuanto antes. Los pedidos no se van a procesar solos. Amatista asintió, su mente ya trabajando en los diseños y conceptos para lo que vendría. Santiago, mientras tanto, comenzó a revisar los números con Alejo, que había preparado un informe detallado. A medida que avanzaban en las cifras, un leve ceño fruncido apareció en el rostro de Santiago. —Vamos a tener que hacer ajustes —comentó, mirando los números en la pantalla—. Necesitamos conseguir más capital si queremos cubrir todos estos pedidos. Habrá que sacar algunos para poder cubrir los materiales. Alejo, con su característico pragmatismo, sugirió: —Podríamos empezar sacando el pedido de Enzo Bourth. Ofreció pagar por adelantado, lo que nos ayudaría a conseguir el capital necesario para los demás pedidos. Al escuchar el nombre, Amatista, que estaba disfrutando de su café, se ahogó de inmediato. La sorpresa le cortó la respiración y la incomodidad se reflejó en su rostro. Santiago, preocupado, se apresuró a levantarse. —¿Estás bien, Amatista? ¿Te ahogaste? Amatista, aún algo sorprendida, asintió con una sonrisa forzada, limpiándose la boca con una servilleta. —Sí, solo me impresionó escuchar el nombre de Enzo, nada más. Santiago la miró fijamente, la curiosidad evidente en sus ojos. —¿Lo conoces? Ayer estuvo en la presentación, acompañado de su novia. Estaba bastante entusiasmado con la colección y compró toda la línea para su madre. Amatista, al escuchar que Enzo había estado allí con su novia, sintió una punzada en su interior, pero rápidamente controló sus emociones. —Sí, lo conozco —dijo, sin añadir más detalles. Santiago no insistió, pero no pudo evitar notar que la reacción de Amatista al mencionar a Enzo había sido inusualmente fuerte. Mientras tanto, en un café de la ciudad, Albertina estaba sentada frente a su padre, Santino. Su expresión era de frustración mientras jugueteaba con su taza de café. —No entiendo por qué todos me tratan como si fuera nada —dijo Albertina, claramente molesta—. Nadie me toma en serio. Santino, imperturbable, dio un sorbo a su café antes de mirar a su hija. —Ya te había advertido que no te metas con Enzo, pero no me escuchaste. Sabías que no sería fácil. Albertina frunció el ceño, su tono se tornó desafiante. —No te hagas el indiferente. Después de todo, tú aprovechas la relación que tengo con Enzo para hacer tus negocios, ¿no? ¿Por qué no me apoyas ahora cuando más te necesito? Santino la miró fijamente, sin inmutarse. —Hazte respetar, Albertina. Si alguien hace algún comentario inapropiado, no dudes en responder. No te dejes pisotear. Albertina suspiró, molestia y ansiedad a la vez. —No es tan fácil, papá. Enzo me advirtió que no puedo intentar nada contra Massimo, Mateo, Paolo o Emilio. Ellos son los primeros en lanzar comentarios y miradas despectivas. Y ni hablar de esa tal gatita de la que a veces hablan, como si yo fuera menos. Santino no pareció sorprenderse por la mención de gatita, pero su rostro mostró un atisbo de comprensión. —Responde a los comentarios o, mejor aún, olvídalos. No vale la pena perder tiempo con ellos. Usa las influencias de Enzo para construirte una reputación, para que nadie se atreva a meterse contigo. Si logras eso, nadie más podrá desafiarte. Albertina lo miró pensativa. Sabía que su padre tenía razón, aunque la idea de usar a Enzo como una especie de escudo le dejaba un mal sabor en la boca. —Entiendo. Haré lo que sea necesario, aunque no me gusta. Pero si eso me asegura respeto, tendré que hacerlo. Santino sonrió ligeramente, satisfecho con la actitud de su hija. —Así se habla. Recuerda que, en este mundo, si no te haces respetar, te comen viva. Albertina llegó al club de golf más tarde ese día, determinada a poner en práctica el consejo de su padre. Quería dejar claro que su lugar junto a Enzo Bourth no era algo que cualquiera pudiera ignorar. Caminó con paso firme hacia el café del club, pero su mirada se detuvo en una mujer al otro lado de la sala. La figura, elegantemente vestida, pero con un aire evidente de interés calculado, parecía estar ahí con un propósito: buscar la atención de los hombres de negocios presentes. Con una mezcla de torpeza calculada, Albertina se acercó a la mujer, chocando contra ella de forma que su bebida se derramara sobre el delicado vestido de Albertina. —¡Por Dios! —exclamó Albertina, retrocediendo teatralmente mientras miraba las manchas en su ropa. La mujer, visiblemente nerviosa, se apresuró a disculparse. —Lo siento mucho, no la vi. Fue un accidente, de verdad. Albertina arqueó una ceja, dejando escapar un suspiro exagerado. —¿Un accidente? ¿Tienes idea de cuánto cuesta esta ropa? —dijo, su tono lleno de indignación. La mujer, deseando calmar la situación, ofreció pagar los daños. —Por supuesto, me hago cargo. Dígame cuánto cuesta, no tengo problema en cubrirlo. Albertina la miró con desprecio, cruzándose de brazos. —Por favor, no me hagas reír. Claramente no tienes el dinero suficiente para pagar algo como esto. Su voz, cargada de veneno, atrajo la atención de algunos hombres que estaban cerca, quienes parecían acompañar a la mujer. Uno de ellos intentó intervenir para aliviar la tensión. —Vamos, no es para tanto, ¿no? Solo fue un accidente. Albertina giró hacia ellos con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. —¿No es para tanto? —preguntó con ironía—. Permítanme recordarles que soy la novia de Enzo Bourth. ¿Están realmente dispuestos a ofenderme por defender a… esto? Los hombres intercambiaron miradas incómodas, y cualquier intento de mediar en la situación murió en sus labios. Retrocedieron ligeramente, dejando a Albertina con el control absoluto. Con un gesto imperioso, Albertina se dirigió a uno de los empleados del club. —Quiero que la saquen de aquí. Ahora. El empleado, claramente atrapado entre su deber y la política del lugar, intentó mantener la calma. —Señorita Albertina, necesitaríamos la autorización del señor Bourth para proceder con algo así. Albertina frunció el ceño, sus labios se curvaron en una mueca despectiva. —Entonces llámalo. Ahora. El empleado obedeció, nervioso. Marcó el número de Enzo, explicándole la situación con voz temblorosa. Enzo, al otro lado de la línea, escuchó en silencio antes de responder con un tono cortante. —Sí, Albertina es mi novia, pero no quiero que me molesten con estupideces como esas. Maneja la situación como mejor te parezca, pero no vuelvas a llamarme por algo tan insignificante. El empleado asintió, aunque Enzo no podía verlo, y colgó. Volvió hacia Albertina, decidiendo que lo más seguro era cumplir sus órdenes. —Muy bien, señorita. Pediré que la señora se retire. Albertina sonrió triunfalmente mientras el empleado se acercaba a la mujer para informarle que debía abandonar el lugar. Mientras la mujer recogía sus cosas, lanzándole miradas humilladas, Albertina se permitió un momento para disfrutar de su pequeña victoria. Había comenzado a reclamar su lugar. Enzo colgó el teléfono, dejando escapar un suspiro cargado de irritación mientras apoyaba los codos sobre el escritorio y se frotaba las sienes. El incidente en el club de golf le parecía una completa pérdida de tiempo. Emilio, que estaba sentado frente a él, lo observaba con atención. —¿Vas a dejar que Albertina haga lo que quiera en tu club? —preguntó Emilio, cruzando los brazos con una ceja alzada. Enzo levantó la mirada con una mezcla de indiferencia y cansancio. —Que haga lo que quiera, siempre y cuando no me moleste. No tengo tiempo para estupideces. Emilio negó con la cabeza, apoyándose contra el respaldo de su silla. —Ten cuidado, Enzo. Esa mujer podría cruzar líneas solo para demostrar algo que no es. Si sigue comportándose así, va a generar problemas que ni siquiera tú vas a poder ignorar. Massimo, sentado cerca de la ventana con un cigarro en la mano, intervino con un tono seco. —Déjenla. No es importante. Tenemos cosas más relevantes que atender. Los demás en la sala asintieron en silencio. Mateo, Paolo, Emir, Leonel, Nicolás y Samuel estaban presentes, listos para retomar la discusión sobre el proyecto más reciente de Enzo: el centro comercial que estaba en construcción. —Volvamos al tema principal —dijo Emir, interrumpiendo el breve silencio—. Estuve pensando que podríamos incluir una joyería en el centro comercial. Con el éxito de Lune, sería un buen momento para capitalizar ese interés. Leonel asintió, aunque añadió con prudencia: —Si vamos a poner una joyería, lo mejor sería asociarnos con los Orsini. Tienen renombre y décadas en el mercado. Una asociación con ellos elevaría el prestigio del centro comercial. Enzo escuchó a ambos en silencio, meditando las palabras de Leonel antes de responder. —Aún es temprano para decidir algo como eso. La edificación llevará más tiempo, y todavía falta mucho para el momento de la apertura. Cuando estemos más cerca, evaluaremos cuál es la mejor opción para la joyería. Los hombres asintieron en acuerdo, y la conversación continuó fluyendo hacia otros aspectos del proyecto, como la distribución de los locales, el estacionamiento y las posibles campañas publicitarias para el lanzamiento. Mientras tanto, Enzo mantenía una expresión tranquila, pero en el fondo no podía ignorar del todo las palabras de Emilio. Sabía que Albertina tenía una tendencia a ser impulsiva y egocéntrica, lo cual podía ser un problema si su comportamiento comenzaba a interferir en asuntos más importantes. El restaurante rebosaba de un ambiente cálido y familiar. La risa de Jazmín resonaba junto al sonido de los cubiertos, mientras Daniel observaba con orgullo a Amatista, que estaba radiante. Mariam, siempre encantadora, supervisaba que todos estuvieran cómodos, llenando las copas y comentando lo deliciosa que estaba la comida. —De verdad, Amatista, estás logrando cosas increíbles —dijo Daniel, con una sonrisa de oreja a oreja. —Estamos muy orgullosos de ti. Amatista se ruborizó ligeramente, inclinando la cabeza con humildad. —Gracias por su apoyo. Les prometo que seguiré esforzándome al máximo. —Sabemos que lo harás —añadió Mariam, dándole un pequeño apretón en la mano. La conversación fluía, pero en ningún momento se mencionó específicamente el éxito de Lune, aunque la emoción era evidente. Habían decidido mantener un perfil bajo hasta que todo estuviera completamente consolidado. En medio de la plática, Jazmín soltó un grito agudo de euforia que atrajo las miradas de varias mesas cercanas. —¡Es precioso! —exclamó, sosteniendo un delicado collar de la colección de Amatista que esta última le había regalado momentos antes. —Me alegra que te guste —dijo Amatista con una sonrisa amplia, observando cómo Jazmín se lo colocaba inmediatamente y comenzaba a presumirlo frente a los demás. —Queda perfecto contigo, cariño —dijo Mariam con una sonrisa de aprobación. Por su parte, Daniel sacó una pequeña caja envuelta en papel dorado y se la tendió a Amatista. —Y esto es para ti. Algo pequeño para tu nueva oficina. Amatista desenvolvió el paquete con curiosidad y dejó escapar una carcajada al descubrir un gato de la suerte dorado, con su brazo mecánico oscilando lentamente. —¡Es perfecto, papá! —dijo, riendo mientras imitaba el movimiento del gato con la mano. —Dicen que trae buena fortuna —comentó Daniel, con una sonrisa—. Y quiero que tengas toda la suerte del mundo en esta nueva etapa. Amatista le dio un abrazo cálido a su padre, agradeciéndole el gesto. Desde una mesa más alejada, Jeremías Gartner observaba la escena con detenimiento. Sus ojos pasaron de Daniel a Amatista, deteniéndose en esta última. La semejanza era innegable. Había algo en los rasgos de la joven que le recordaba con fuerza a Isabel Fernández, su antigua amante. Jeremías había tenido una relación clandestina con Isabel años atrás, aunque ella ya estaba comprometida con Daniel en ese entonces. Cuando Isabel murió, Jeremías siempre sospechó que la hija desaparecida de Daniel podía ser en realidad suya. Ahora, viendo a Amatista, estaba más convencido que nunca. Se llevó un trago de su copa de vino, mientras sus pensamientos lo envolvían. —Si es mi hija, no tengo dudas de que lo averiguaré —pensó para sí mismo. Pero sabía que debía ser cuidadoso. Daniel no era alguien con quien se pudiera jugar a la ligera. El bullicio en la mesa de Amatista seguía mientras Jazmín, aún emocionada, mostraba su collar al mesero que servía los platos. Daniel, sonriente, levantó su copa una vez más en un gesto de brindis. Amatista aprovechó el momento para sacar otro pequeño paquete de su bolso. —Esto es para ti, Mariam —dijo con una sonrisa, entregándole un estuche. Mariam abrió el regalo y quedó maravillada al descubrir un par de delicados aros que combinaban con la colección que Amatista había diseñado. —¡Son preciosos! —exclamó Mariam, claramente emocionada. —Me alegra que te gusten —respondió Amatista, antes de girarse hacia Daniel—. Y a ti no te traje nada, papá, pero te prometo que, en cuanto diseñe algo para hombres, serás el primero en recibirlo. Daniel rio con satisfacción. —No te preocupes, hija. Con verte feliz y triunfando, tengo más que suficiente. El ambiente era cálido, con risas y gestos de cariño fluyendo en la mesa. Sin embargo, a cierta distancia, Jeremías Gartner ya había tomado una decisión. Se levantó de su asiento y, con pasos firmes pero discretos, se acercó al grupo. —Daniel —dijo con una voz grave, inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo—. Qué gusto verte después de tanto tiempo. Daniel levantó la mirada, sorprendido, pero mantuvo la compostura. —Jeremías... No esperaba verte aquí. —El mundo es pequeño, ¿no crees? —respondió Jeremías, antes de dirigir su atención al resto de la mesa. —¿Puedo? —Claro —dijo Daniel con cierta reticencia. Jeremías extendió la mano hacia Mariam, quien lo saludó con educación. Luego hizo lo mismo con Jazmín, que respondió con una sonrisa tímida. Finalmente, se volvió hacia Amatista, quien lo observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza. —Y tú debes ser Amatista —dijo Jeremías con un tono suave. Al estrechar su mano, desvió su mirada hacia Daniel—. ¿Es ella... la hija de Isabel? El corazón de Daniel dio un vuelco, pero mantuvo la calma y asintió lentamente. —Así es. Amatista, algo incómoda por la situación, retiró su mano con suavidad y ofreció un saludo cortés. —Mucho gusto, señor. Jeremías la observó detenidamente durante unos segundos, como si estuviera analizando cada uno de sus rasgos. Luego, con una sonrisa nostálgica, comentó: —Isabel dejó un legado muy hermoso con su hija. El comentario provocó un silencio momentáneo en la mesa. Amatista, con una expresión serena pero firme, respondió: —Isabel solo dejó un legado de tristeza al decidir dejarnos por su suicidio. Aunque sus palabras tenían un peso emocional evidente, el ambiente no se tensó. Daniel colocó una mano sobre la de Amatista en un gesto de apoyo, mientras Mariam intervenía para cambiar el rumbo de la conversación. —Bueno, Jeremías, parece que conocías a Isabel. ¿Eran amigos? —preguntó Mariam con una sonrisa amable, buscando suavizar la atmósfera. Jeremías respondió con tranquilidad. —Algo así. Fue una mujer muy especial. Pero no quiero interrumpir más su celebración. Solo quería saludarlos. Daniel asintió, agradeciendo que Jeremías no profundizara en el tema. —Gracias por acercarte, Jeremías. Que tengas una buena noche. Jeremías inclinó la cabeza ligeramente y se retiró, pero mientras volvía a su mesa, no pudo evitar lanzar una última mirada hacia Amatista. Tenía más preguntas que respuestas, pero sabía que el momento para obtenerlas llegaría pronto.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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