Capítulo 186 La noche de reposo
Al llegar a la habitación del hotel, el ambiente estaba tranquilo, casi silencioso, lo que invitaba al descanso. La luz tenue de las lámparas, junto con las cortinas que bloqueaban la luz exterior, creaba una atmósfera cómoda y acogedora. Amatista observó el espejo del baño con una ligera sonrisa en el rostro.
Amatista se miraba en el espejo, deslizando los dedos por el satinado de su vestido rosa. Su escote profundo en la espalda revelaba la suavidad de su piel, mientras su reflejo le devolvía una expresión divertida.
—No tenemos pijamas —comentó, girando un poco para encontrarse con la mirada de Enzo.
Enzo, que ya se había deshecho de su saco y aflojaba los botones de la camisa, le dedicó una sonrisa despreocupada.
—Deberíamos improvisar. Dormiremos en ropa interior.
Amatista asintió con naturalidad y se quedó observando cómo Enzo continuaba quitándose el traje. La camisa blanca cayó al suelo, dejando su torso al descubierto, seguido por los pantalones de vestir que se deslizaron con facilidad hasta que solo quedó en bóxers.
Ella se mordió el labio con sutileza y, con un tono juguetón, susurró:
—Por el tipo de vestido que llevo… no tengo todo lo que usualmente debería llevar.
Enzo arqueó una ceja, captando al instante el significado de sus palabras. Sus ojos descendieron lentamente por el contorno de su cuerpo, deteniéndose apenas un segundo en la insinuación oculta bajo la tela.
—No importa —dijo con voz grave—. Lo mejor es descansar cómodos.
Amatista se acercó despacio, sus movimientos felinos y calculados, hasta quedar justo frente a él. Ladeó la cabeza con un aire inocente, aunque la chispa en sus ojos contaba otra historia.
—¿De verdad piensas en descansar? —susurró, deslizando un dedo por su pecho.
Enzo entrecerró los ojos con una sonrisa descarada.
—¿Tienes una mejor idea?
Ella no respondió. Simplemente se inclinó y lo besó, sus labios buscando los de él con una mezcla de dulzura y provocación. Enzo correspondió al instante, profundizando el beso con la misma intensidad que su deseo creciente.
Cuando se separaron un momento, Amatista sonrió con picardía y, sin apartarse demasiado, se sentó sobre su regazo con naturalidad. Luego, levantó una de sus piernas y, con un movimiento lento y sugerente, se deshizo de uno de sus zapatos.
Enzo dejó escapar una risa baja.
—¿Estás jugando conmigo, gatita?
Amatista lo miró con falsa inocencia mientras se quitaba el otro zapato de la misma manera coqueta.
—Sí —admitió sin titubear, con una sonrisa traviesa.
Los ojos de Enzo brillaron con pura fascinación. Se inclinó apenas, llevando los labios a la curva de su cuello mientras murmuraba contra su piel:
—¿Necesitas ayuda con el vestido?
Amatista se separó lentamente del regazo de Enzo, deslizándose con gracia antes de ponerse de pie. La habitación, iluminada solo por la luz tenue de la lámpara de noche, proyectaba sombras suaves sobre su figura. Sin apartar su mirada de la de Enzo, llevó las manos a los tirantes de su vestido y los deslizó por sus hombros con deliberada lentitud. La tela resbaló por su cuerpo con suavidad, dejando su piel al descubierto hasta caer al suelo en un círculo de seda rosada a sus pies.
Enzo la observó en silencio, su mandíbula tensándose apenas, mientras sus ojos recorrían cada línea y cada curva con una mezcla de adoración y deseo. Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas, y la forma en que su mirada se oscureció le dijo a Amatista todo lo que necesitaba saber.
Ella volvió a acercarse, sin prisa, disfrutando de la tensión que crecía entre ambos. Cuando llegó hasta él, se inclinó ligeramente y tomó su rostro entre sus manos antes de besarlo nuevamente.
Enzo respondió el beso de inmediato, con la misma intensidad de siempre. Sus manos encontraron el camino hasta sus piernas, recorriéndolas con lentitud, como si estuviera memorizando cada centímetro de su piel. Luego, sus dedos ascendieron hasta sus glúteos, atrapándola con firmeza y atrayéndola más contra él. Amatista dejó escapar un pequeño suspiro contra sus labios, disfrutando de la sensación de su piel contra la suya.
Sin romper el contacto, Enzo se deslizó hacia atrás, recostándose en la cama mientras la llevaba consigo. Amatista acompañó el movimiento, apoyando las manos a cada lado de su rostro para no perder el equilibrio. Sus cuerpos quedaron alineados, la respiración de ambos mezclándose en el aire cálido de la habitación.
—Eres preciosa, gatita —susurró Enzo contra su boca, antes de besarla con mayor intensidad.
Sus manos recorrieron su espalda desnuda con una ternura que contrastaba con la urgencia de sus labios. Amatista cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones, por el calor de su cuerpo, por la forma en que su piel reaccionaba al más mínimo roce.
Cuando Enzo deslizó una mano por su costado, delineando sus curvas con lentitud, Amatista sintió un escalofrío recorrerla. Se mordió el labio inferior y abrió los ojos solo para encontrarse con la mirada ardiente de Enzo, que la observaba con una mezcla de deseo y devoción.
—Siempre fuiste mía —murmuró él, con voz ronca.
Amatista no respondió con palabras, pero su sonrisa y la manera en que sus labios volvieron a buscar los de Enzo fueron suficientes para confirmar lo que ambos ya sabían.
Amatista se separó apenas para tomar aire, pero no dejó que Enzo retomara el control. Con una sonrisa ladeada, sus dedos trazaron un camino lento y tortuoso desde su pecho hasta su abdomen, deteniéndose con suavidad, apenas un roce, antes de descender un poco más.
—¿Qué estás haciendo, gatita? —murmuró Enzo, su voz ronca y entrecortada por la expectación.
—Calla y déjame hacer las cosas a mi manera —susurró ella contra sus labios, rozándolos con los suyos sin besarlo del todo.
Él sonrió de lado, acostumbrado a su naturaleza dominante en la intimidad, y decidió ceder, al menos por ahora.
Amatista tomó el control con la misma seguridad con la que lo había hecho tantas veces. Sus labios recorrieron la línea de su mandíbula, su cuello, el borde de su clavícula, mientras sus uñas dibujaban líneas invisibles sobre su piel. Cada roce suyo lo enloquecía, lo dejaba al borde del delirio, pero se obligó a mantenerse quieto, a dejarla jugar con su propio ritmo.
Cuando Amatista finalmente volvió a unir sus labios con los de él, fue con la intensidad de quien no teme perderse en el otro. Sus cuerpos se encontraron sin prisas, con la sincronía perfecta de dos almas que se conocían demasiado bien.
Los suspiros se mezclaron con susurros apenas audibles, sus manos exploraron cada rincón como si fuera la primera vez, y cada movimiento estuvo cargado de un deseo crudo y profundo. Enzo dejó escapar un gruñido ahogado cuando el control que mantenía con tanto esfuerzo comenzó a desmoronarse. Amatista, satisfecha con su reacción, se aferró a sus hombros, marcando su piel con la presión de sus dedos.
El ritmo aumentó con la misma intensidad de sus respiraciones, hasta que, inevitablemente, la tensión que habían construido estalló en una ola de placer compartido. El nombre de Enzo escapó de los labios de Amatista en un jadeo, mientras él ahogaba el suyo en su cuello, aferrándose a ella como si temiera que desapareciera.
Sus cuerpos quedaron pegados, sus pechos subiendo y bajando al mismo compás mientras la respiración volvía a la normalidad. Amatista suspiró con satisfacción, acurrucándose contra él mientras sentía su corazón aún acelerado bajo su oído.
El silencio de la habitación se sintió reconfortante, solo interrumpido por el leve zumbido del aire acondicionado y la respiración pausada de ambos.
Después de un rato, Enzo deslizó los dedos por su espalda desnuda, dibujando círculos perezosos sobre su piel.
—Dime la verdad, gatita… ¿aún no me has perdonado? —preguntó, su voz baja y cargada de algo que Amatista no quiso descifrar.
Ella sonrió, pero no se movió.
—No —respondió con calma.
Enzo entrecerró los ojos y exhaló con resignación.
—Pero si nuestros hijos vuelven pronto… —continuó ella, con un tono juguetón— quizás lo haga.
Enzo sonrió, esa sonrisa ladeada y peligrosa que siempre le aceleraba el pulso.
—Eso es solo cuestión de horas, gatita. —Su tono fue seguro, lleno de convicción.
Sin darle oportunidad de responder, la atrajo más contra su pecho, envolviéndola con su cuerpo.
—Duerme —ordenó en un murmullo, besando su cabello.
Y, por primera vez en mucho tiempo, Amatista cerró los ojos sin miedo, sintiendo el calor de Enzo a su alrededor.
La luz del amanecer filtraba a través de las cortinas del lujoso hotel, iluminando la habitación con un resplandor tenue. Amatista despertó lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Enzo a su lado. Sus ojos se posaron en él, observándolo dormir con la respiración tranquila, su pecho subiendo y bajando rítmicamente. Se veía distinto cuando dormía, menos imponente, más vulnerable… casi pacífico.
Una sonrisa traviesa curvó sus labios mientras una idea se formaba en su mente. Con sumo cuidado, se inclinó sobre él, acercándose a su cuello. Primero depositó un beso suave, pero en cuanto sintió que su piel se estremecía, lo convirtió en una mordida juguetona.
—Gatita… —murmuró Enzo, despertando con una mezcla de desconcierto y placer.
Amatista se rió contra su piel antes de separarse con una expresión inocente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él, entrecerrando los ojos, su voz aún ronca por el sueño.
—No sé de qué hablas —respondió ella con fingida inocencia, echándose un poco hacia atrás en la cama.
Enzo la miró con diversión y, justo cuando iba a atraparla entre sus brazos para devolverle la travesura, alguien golpeó la puerta con insistencia.
Enzo cerró los ojos un instante, conteniendo la molestia, antes de levantarse con fastidio. Tomó su pantalón y se lo puso a toda prisa antes de dirigirse a la puerta.
—¿Qué quieres? —preguntó con tono seco al abrirla.
—Buenos días para ti también —respondió Emilio, cruzado de brazos con una sonrisa burlona.
Enzo bufó, pero Emilio ignoró su gesto y continuó:
—Ya podemos marcharnos a la ciudad.
—Danos treinta minutos y estaremos listos —respondió Enzo con impaciencia, cerrando la puerta antes de que Emilio pudiera agregar algo más.
Amatista, aún en la cama, se reía divertida.
—No entiendo cómo lo aguantas.
—Me las arreglo —dijo Enzo con un encogimiento de hombros.
Amatista negó con la cabeza, aún sonriendo.
—No, en serio. No entiendo cómo Emilio te aguanta a ti.
Enzo soltó una carcajada mientras se acercaba a ella.
—Hablando de eso… quiero preguntarte algo.
Amatista, que se había levantado para recoger su vestido del suelo, se lo puso lentamente mientras lo miraba con curiosidad.
—¿Qué cosa?
Enzo la observó con seriedad por un momento antes de hablar.
—Quiero que nos casemos legalmente.
Amatista se quedó helada, con la cremallera del vestido a medio subir.
—¿Qué?
—Siempre he querido casarme contigo —confesó él, avanzando hacia ella con paso firme—, pero no lo hice porque no quería poner en riesgo todo el patrimonio.
—Pensé que no te importaba eso —dijo Amatista con un atisbo de reproche.
—Lo hablé con el abogado, y como todas las propiedades están a tu nombre, podemos firmar un acuerdo prenupcial donde yo renuncié a la división de bienes. De esa manera, aunque en el futuro nos separáramos —que no va a pasar—, todo quedará protegido para ti y nuestros hijos.
Amatista lo miró fijamente, analizando cada una de sus palabras.
—Enzo… tú trabajaste por todo esto. Es tuyo, no mío. No me molestó que pusieras todo a mi nombre, pero despojarte de ello es otra cosa.
Enzo suspiró, llevando una mano a su nuca en un gesto pensativo.
—A veces soy impulsivo, gatita. Cuando me siento herido, actúo sin pensar, y no quiero poner en riesgo lo que he construido para ustedes por un arranque estúpido.
Amatista tomó su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarla directamente.
—Si quieres que nos casemos, será sin acuerdo prenupcial. O no nos casamos.
Enzo la observó en silencio por un momento antes de preguntar con una leve sonrisa.
—¿Eso significa que aceptas?
Amatista dejó escapar una risa suave, apoyando sus manos en el pecho de Enzo mientras lo miraba con diversión.
—Eso significa que te dejaré intentarlo —dijo con un destello travieso en sus ojos—. Aún tienes que ganarte mi perdón.
Enzo entrecerró los ojos, sujetándola por la cintura con firmeza.
—La vuelta de nuestros hijos ayudará, pero eso no significa que estés perdonado, ¿verdad? —dedujo, observándola con intensidad.
Amatista asintiendo con una sonrisa burlona.
—Exacto.
—Eres cruel, gatita —murmuró Enzo, acercando su rostro al de ella, rozando su nariz contra la suya en un gesto íntimo.
—No es crueldad, es justicia —respondió ella con un deje de burla mientras deslizaba sus dedos por el cabello de Enzo.
Él la miró con una mezcla de diversión y desafío.
—Voy a hacer que te arrepientas de haber dicho eso.
—Ah, ¿sí? —Amatista alzó una ceja con fingida indiferencia, aunque su sonrisa delataba que disfrutaba del juego.
—Sí —susurró Enzo, acercándose peligrosamente a sus labios—. Porque cuando te des cuenta de todo lo que haré para demostrarte que me perteneces tanto como yo a ti… te arrepentirás de haberme hecho esperar.
Un escalofrío recorrió la espalda de Amatista ante la promesa en su voz, pero no dejó que él viera cuánto la afectaban sus palabras. En su lugar, le sonoro con inocencia fingida y se alejó con elegancia, caminando hacia la mesita de noche para recoger sus cosas.
—Ya lo veremos, Enzo. Ya lo veremos.
Él la observará con una sonrisa ladeada, disfrutando del desafío implícito en sus palabras.
—Te advierto, gatita… cuando consiga tu perdón, lo harás oficial con un "sí, quiero".
Amatista se giró hacia él, fingiendo sorpresa.
—¿Y si no quiero?
—Oh, lo querrás —aseguró Enzo con confianza, cruzándose de brazos mientras la miraba con intensidad—. Porque en cuanto nuestros hijos estén de vuelta y tú estés segura en mis brazos… no habrá un solo argumento que te impida casarte conmigo.
Amatista lo miró durante unos segundos, sopesando sus palabras. Entonces, con una sonrisa juguetona, caminó hacia él y se puso de puntillas para susurrarle al oído:
—Buena suerte con eso, Enzo.
Enzo la siguió con la mirada mientras Amatista se dirigía al baño, pero antes de entrar, ella se giró con una sonrisa traviesa.
—Apúrate, Enzo. Emilio nos espera.
Él soltó un suspiro, negando con la cabeza.
—Ese idiota tiene un maldito don para arruinar los momentos.
Amatista se rió y desapareció en el baño. Enzo terminó de vestirse sin prisa, ajustándose la camisa y el reloj antes de salir de la habitación con ella.
Al llegar a la recepción, encontraron a Emilio apoyado contra una pared, mirando su teléfono con aburrimiento. Al verlos, alzó una ceja.
—Pensé que tendría que venir a sacarlos a la fuerza —comentó con sorna.
Enzo rodó los ojos, ignorándolo, mientras Amatista simplemente sonrió divertida.
—Ya estamos listos —dijo ella.
Sin más, salieron del hotel y subieron al auto. Enzo encendió el motor y, sin perder más tiempo, partieron rumbo a la ciudad.