Capítulo 95 Encuentros y confesiones
El sol brillaba con fuerza mientras Amatista bajaba del auto frente a la mansión Torner. Al cruzar las enormes puertas, la recibió Mariam con una sonrisa cordial, aunque algo contenida.
—Amatista, querida, qué gusto verte —dijo Mariam mientras la guiaba hacia el comedor.
Daniel ya estaba sentado en la cabecera de la mesa, y Jazmín, su hija menor, jugueteaba con una servilleta mientras lanzaba miradas de curiosidad hacia su hermana mayor. La atmósfera inicial era densa, con un aire de formalidad forzada.
Amatista sonrió mientras tomaba asiento, esforzándose por disimular los nervios. Daniel apenas podía apartar la mirada de su hija, como si intentara encontrar rastros de la niña que había dejado de ver cuando apenas tenía dos años.
—Entonces, Amatista, ¿cómo va todo en la mansión Bourth? —preguntó Mariam.
—Muy bien, gracias —respondió ella—. Enzo es un gran apoyo para mí.
Jazmín dejó escapar una risa corta, llamando la atención de todos.
—¿Enzo? ¿Ese hombre frío y aterrador? —preguntó con una ceja levantada—. Me cuesta imaginarlo como alguien... cálido.
Amatista soltó una carcajada ligera.
—Tiene su lado amable, aunque no lo creas. Pero sí, puede ser intimidante.
Las risas comenzaron a fluir mientras el ambiente se distendía. Viendo que la tensión disminuía, Amatista decidió compartir algo más personal.
—¿Sabes? Cuando éramos niños, yo siempre convencía a Enzo de hacer travesuras —empezó a decir, provocando miradas de curiosidad en todos.
Jazmín arqueó una ceja, entretenida.
—¿Travesuras? ¿Cómo cuáles?
—Bueno, una vez una empleada de la mansión Bourth me contó que en el estanque cercano vivía una sirena. Yo era tan pequeña y soñadora que me lo creí completamente, y desde ese día me obsesioné con encontrarla —relató Amatista.
—¿Y Enzo? —preguntó Mariam con una mezcla de interés y diversión.
—Siempre terminaba arrastrándolo a mis locuras. No sé cómo lo convencía, pero ahí estaba él, siguiéndome como un cómplice leal —dijo.
—¿Qué hicieron? —insistió Jazmín, impaciente por conocer los detalles.
—Un día decidí que teníamos que quedarnos en el estanque todo el día para "atrapar" a la sirena. Llevé un montón de cosas: cuerdas viejas, ramas, hasta un poco de comida que robé de la cocina. Enzo, por supuesto, me acompañó. Nos quedamos ahí, buscando señales y soñando despiertos, hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos.
Jazmín se echó a reír, imaginándose la escena.
—¿Se quedaron dormidos? ¿Y luego qué?
—Cuando despertamos, fue por un grito que casi nos hizo saltar al estanque. Era Romano, el padre de Enzo. que estaba furioso porque nos habían estado buscando todo el día. Alicia, los empleados, hasta Roque... todos nos buscaban.
—¿Los retaron? —preguntó Jazmín, ansiosa por saber cómo terminó la travesura.
Amatista negó con la cabeza, riendo.
—Romano empezó a retar a Enzo. Pero yo no podía permitir eso, porque todo había sido idea mía, así que me paré frente a él y le dije que la culpa era mía, que yo lo había convencido de buscar a la sirena.
—¿Y qué pasó? —insistió Jazmín, encantada con la historia.
—Romano nos miró a ambos, y luego empezó a reírse. Uno a uno, todos los adultos que estaban ahí se unieron a las risas. Al final, Romano dijo que no podía romper la ilusión de una niña, así que no nos retaron.
Las carcajadas resonaron en el comedor mientras Jazmín, Mariam y Daniel se imaginaban la escena. Por un momento, la formalidad desapareció, y todos se sintieron como una familia, aunque aún había caminos por recorrer. Daniel observó a su hija con una mezcla de orgullo y tristeza, reconociendo cuánto había perdido en esos años de distancia.
Mientras tanto, Amatista se sintió más cerca de ellos, compartiendo un poco de la vida que había vivido en la mansión Bourth.
Mientras tanto, en la mansión Bourth, Enzo estaba sentado en los cómodos sillones del jardín, rodeado de sus socios: Maximiliano, Mauricio Sotelo, Massimo, Mateo, Paolo, Emilio, Valentino, Sofía y Alba. Todos conversaban en un ambiente relajado, algo poco habitual en las reuniones del grupo.
En medio de una risa generalizada, apareció Cookie, el cachorro de Amatista, corriendo hacia Enzo con movimientos torpes y adorables. El perro brincó hacia él, y Enzo, quien jamás se había imaginado en ese papel, lo tomó con cuidado y lo acomodó en su regazo.
—Vaya, Bourth, ¿ahora también niñero de perros? —bromeó Mateo, provocando risas en el grupo.
—Parece que Cookie ya conquistó al gran Enzo —añadió Paolo con una sonrisa burlona.
—Deben ser las clases de Amatista —comentó Sofía, riendo mientras observaba la escena.
Enzo, acariciando al cachorro con un gesto que parecía contradictorio con su naturaleza, levantó la mirada hacia sus socios.
—Amatista tiene talento para conseguir lo que quiere —respondió con una sonrisa ligera.
Sofía, quien sentía un gran aprecio por Amatista, preguntó con curiosidad:
—¿Y dónde está ella hoy?
Enzo tomó un sorbo de su bebida antes de responder.
—Fue a almorzar con Daniel y su familia.
El grupo lo miró sorprendido, y Valentino fue el primero en hablar.
—¿La dejaste ir sola? Pensé que lo de Daniel no te agradaba mucho.
—Está bien —respondió Enzo con calma, colocando a Cookie en el suelo—. Después de todo, él es su padre.
Aunque habló con indiferencia, la verdad era que, desde que descubrió lo que Isabel había hecho, Enzo comenzó a ver a Daniel como el menos culpable de todo lo sucedido en el pasado.
En ese momento, Cookie comenzó a morder los zapatos de Valentino, provocando que todos estallaran en carcajadas.
—¡Oye! ¡Controla a tu perro, Bourth! —exclamó Valentino, sacudiendo el pie mientras Cookie seguía aferrado a la punta de su zapato.
—Parece que Cookie tiene buen instinto —respondió Enzo con una media sonrisa, lo que generó más risas en el grupo.
La conversación fue interrumpida por Roque, quien se acercó con discreción para susurrarle al oído.
—Señor Bourth, ya se realizaron todos los pagos pendientes con respecto al doctor Escalante y el niño.
Enzo asintió ligeramente, manteniendo su expresión neutral.
—Está bien, Roque. Retírate.
El hombre obedeció, dejando a Enzo con sus pensamientos. Soltó un suspiro, deseando que los asuntos complicados estuvieran finalmente resueltos. La paz con la que compartía ese momento con sus socios y el cachorro era un contraste agradable, pero sabía que no duraría mucho.
Tras unos segundos de silencio, Enzo decidió hablar.
—Todo esto es culpa mía —dijo de repente, tomando por sorpresa al grupo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Mateo, intrigado.
Enzo pasó una mano por su cabello, como si estuviera organizando sus pensamientos antes de continuar.
—La noche anterior, Amatista levantó fiebre repentinamente. Me preocupé mucho y la atendí yo mismo. No estaba grave, pero me costó dormir pensando en que pudiera empeorar.
Los socios lo escuchaban con atención.
—A la mañana siguiente, tenía la reunión con los inversores del hotel en Costa Azul para discutir las ampliaciones. Pero no podía concentrarme sabiendo que podría volver a levantar fiebre, así que le pedí a Amatista que me acompañara.
—¿La llevaste a una reunión de negocios? —preguntó Paolo, claramente sorprendido.
—Sí, pero lo gracioso vino después —continuó Enzo con una leve sonrisa—. Cuando estábamos en el ascensor, se le ocurrió que quería ir a comprar galletas.
Los presentes estallaron en risas, conscientes de la debilidad de Amatista por las galletitas.
—¡Eso suena a ella! —dijo Sofía entre risas.
—Intenté decirle que no era buena idea, pero ya saben cómo es. Cuando algo se le mete en la cabeza, es difícil hacerla cambiar de opinión.
—¿Y qué pasó? —preguntó Massimo, intrigado.
—Estaba en la sala privada con los inversores. Todos parecían estar proponiendo ideas terribles, como si lo hicieran a propósito para hacerme explotar. Estaba cansado, no había dormido bien, y sinceramente, estaba a punto de perder la paciencia.
—Déjame adivinar —intervino Mauricio, sonriendo—. Amatista apareció en el peor momento.
Enzo asintió, dejando escapar un leve suspiro.
—La puerta de la sala se abrió de repente, y ahí estaba ella, con una bolsa de galletas y un café en una mano, y en la otra… Cookie.
—¿Qué? —dijo Mateo, riendo a carcajadas—. ¿Llevó al cachorro a una reunión de negocios?
—Intenté convencerla de que era una mala idea —respondió Enzo con un gesto de resignación—, pero ella seguía preguntándome por qué no o diciéndome que el cachorro era lindo.
—Y luego hizo esa cara que a veces pone, ¿no? —dijo Valentino, adivinando con precisión.
—Exacto. Esa cara. No me quedó otra que aceptar.
El grupo volvió a reír, imaginando la escena.
—¿Y los inversores? —preguntó Alba, con lágrimas de risa en los ojos.
—Quedaron encantados con ella, como siempre. Amatista tiene esa habilidad de transformar cualquier situación con su encanto.
El ambiente se llenó de risas y comentarios, mientras Cookie volvía a correr entre ellos, aliviando la tensión con su presencia adorable.
La tarde continuó su curso entre risas y conversaciones distendidas. Los socios seguían disfrutando del ambiente relajado del jardín, cuando, de repente, se escuchó el sonido de pasos rápidos acercándose. Amatista había vuelto a la mansión, y al escuchar las voces de los hombres en el jardín, se dirigió hacia ellos.
Cookie, al ver a Amatista a lo lejos, comenzó a correr hacia ella con una energía desbordante, como si estuviera desesperado por reunirse con su dueña. Los socios, que ya la conocían bien, sonrieron al ver el entusiasmo del cachorro.
Amatista llegó al jardín justo cuando Cookie la alcanzó, saltando y ladrando emocionado. Ella se agachó para acariciarlo con cariño, riendo al ver cómo el cachorro le rodeaba los pies en círculos.
—¡Vaya! ¿Qué tienes hoy, Cookie? —dijo, mientras levantaba al perro y lo abrazaba en su regazo.
Los socios, al verla, mostraron expresiones de simpatía y alegría. Todos parecían complacidos con su presencia, y algunos incluso la saludaron con gestos amistosos.
—Hola, Amatista —dijo Maximiliano, ofreciéndole una sonrisa.
—Qué gusto verte —añadió Paolo, saludándola con un ligero gesto de la mano.
Ella les devolvió el saludo a cada uno de los socios con cordialidad, antes de caminar hasta donde Enzo estaba sentado. Se agachó para darle un beso en la mejilla, como saludo habitual.
—¿Cómo te fue? —le preguntó Enzo, con una mirada que denotaba su interés.
Amatista se sentó junto a él, acariciando a Cookie en su regazo.
—Me fue bastante bien —respondió, sonriendo mientras dejaba escapar un pequeño suspiro de satisfacción.
En ese momento, Cookie, en un acceso de emoción, ladró fuertemente, interrumpiendo la conversación. Todos miraron al cachorro, sorprendidos por su reacción.
—Parece que Cookie también quiere opinar —dijo Maximiliano con una sonrisa burlona, provocando risas entre todos.
—Definitivamente tiene algo que decir —comentó Sofía entre risas, mirando al cachorro con complicidad.
Enzo, quien disfrutaba de la ligera tensión y la alegría en el aire, miró a los socios con una sonrisa traviesa.
—Bueno, como todos parecen estar en buen ánimo, ¿qué les parece si se quedan a cenar? —sugirió.
La propuesta fue recibida con entusiasmo por todos.
Durante la cena, mientras todos se relajaban y disfrutaban de la comida, Mateo, quien había estado callado durante un momento, levantó la mano como si fuera a contar algo serio.
—¿Les he contado alguna vez cómo conseguí mi primera cita? —dijo, provocando que algunos de los presentes levantaran las cejas en curiosidad.
Amatista, quien lo había estado observando, sonrió.
—No, nunca. ¿Qué pasó?
Mateo, con una mezcla de vergüenza y humor, comenzó a relatar la historia.
—Bueno, todo comenzó cuando estaba en la escuela... Había una chica en mi clase, y me gustaba mucho. Era tímido, pero decidí que iba a ganarme su corazón. Así que, todos los días le llevaba pequeños regalos: flores, dulces, y hasta poesía escrita a mano. Pensé que sería una forma romántica de impresionar a alguien, ¿no? —dijo Mateo, haciendo una pausa dramática.
Todos lo miraban, entretenidos por la historia, y Maximiliano, que siempre le gustaba hacer bromas, no pudo evitar soltar una risa.
—¿Y qué pasó? —preguntó en tono burlón, pero con simpatía.
—Bueno, después de semanas de regalos y gestos románticos, finalmente aceptó salir conmigo —continuó Mateo—. Yo estaba tan feliz que pensé que todo iba a salir perfecto. Pero justo cuando íbamos a salir... mi padre, el maldito, decidió castigarme por algo que había hecho en la escuela. ¡Me prohibió salir esa noche!
—¡No me digas! —dijo Massimo, riendo. —¿Entonces nunca llegaste a la cita?
—Exacto —respondió Mateo, con una expresión de resignación. —Así que terminé dejando plantada a la pobre chica, y para colmo, ella se enteró del castigo y me mandó a volar.
Todos los socios estallaron en carcajadas, sin poder evitarlo.
—¡Vaya! —dijo Paolo entre risas—. Eso sí que es mala suerte, Mateo. ¡Te ganó el destino!
Sofía, siempre amable y con un toque de simpatía, se inclinó hacia él.
—No te preocupes, Mateo. Lo importante es que aprendiste la lección, ¿no? Nunca más dejarás que algo te distraiga de una cita.
—Eso espero —respondió Mateo, fingiéndose pensativo, aunque todos sabían que no dejaba de reírse de su propia desgracia.
—Aunque, eso sí —añadió Maximiliano—, deberíamos darle un premio a esa chica por tener tanta paciencia. ¡Y tú, Mateo, ¡no pienses que te libras de las bromas de hoy! ¡Ahora serás el objetivo fácil durante toda la noche!
La risa continuó resonando en el aire, pero cuando Maximiliano hizo su comentario sobre darle un premio a la chica por soportar tanto a Mateo, Amatista no pudo evitar preguntar curiosa:
—¿Y qué pasó con la chica? —dijo, mirándolo con una ligera sonrisa. La historia de Mateo la había cautivado, y quería saber más sobre ese inesperado giro.
Mateo dejó escapar un suspiro y se recostó en su silla, pensativo. Todos los ojos se posaron sobre él mientras tomaba un trago de su copa antes de responder.
—Pues… no la volví a ver —respondió con un tono algo melancólico, lo que sorprendió a algunos. —Estaba tan enojada que no me dejó ni explicarme. Después de ese episodio, la evité por semanas. Y luego, se cambió de escuela. Nunca supe qué pasó con ella.
El ambiente se tornó un poco más serio por un momento. La historia de Mateo, aunque llena de humor y torpeza, también tenía una dosis de tristeza detrás. La chica, realmente herida por la situación, nunca le dio la oportunidad de disculparse o tratar de corregir su error.
Sofía suspiró, tratando de aligerar el ambiente.
—Pobre chica, pero supongo que eso pasa cuando uno es joven y no sabe cómo manejar las cosas, ¿no?
—Sí, bueno —continuó Mateo—, probablemente ya esté casada con algún tipo encantador y no se acuerde ni de mí. No se preocupen, ya está todo perdido.
Todos guardaron un breve silencio, todos sintiendo la mezcla de simpatía y diversión que la historia había dejado en el aire. Parecía una de esas historias que, aunque eran graciosas, también tocaban un punto más profundo.
Pero el ambiente cambió cuando Alessandra, la hermana pequeña de Enzo, que había estado callada durante todo el relato, dio un golpe en la mesa, atrayendo la atención de todos.
—¡No puede terminar así! —exclamó, entre lágrimas. Su voz temblaba de emoción. —¡Tenemos que encontrar a la chica! ¡Debemos reunirla con Mateo! ¡Ellos merecen una segunda oportunidad!
La sala se quedó en silencio, mirando a Alessandra sorprendidos. La energía de la conversación había dado un giro inesperado, y todos pudieron ver la determinación en su rostro. No estaba dispuesta a dejar que una historia de juventud terminara de manera tan abrupta.
Mateo, sin embargo, no pudo evitar reírse suavemente ante el entusiasmo de Alessandra.
—Alessandra, no te preocupes por mí —dijo, con una sonrisa sincera, aunque algo resignada—. Ya probablemente la chica esté feliz, casada con alguien más. No hay necesidad de hacer un drama por esto.
Maximiliano, que se encontraba sentado junto a Alessandra, notó el pesar en su rostro y la tristeza que había dejado la historia de Mateo. Con un gesto tranquilo, puso un brazo sobre su espalda en un intento de consolarla.
—Tranquila, Alessandra —dijo Maximiliano en tono suave, tratando de calmarla—. Todos sabemos que Mateo no es el único que ha tenido historias complicadas. Lo importante es que está aquí, y aunque no terminó como él esperaba, al menos la historia tiene algo de humor.
Alessandra levantó la vista hacia Maximiliano, pero sus ojos aún estaban llenos de emoción.
—Pero es tan triste... No puede terminar así. Ellos merecen... —intentó decir, pero su voz se quebró por la emoción.
Amatista, quien había estado observando la escena con una leve sonrisa, intervino para suavizar el momento.
—Alessandra —dijo, con una voz tranquila pero segura—, lo que está destinado a ser, será.
Alessandra la miró confundida, sin entender bien lo que Amatista quería decir.
—¿Qué significa eso? —preguntó, frunciendo el ceño. Todos los ojos se volvieron hacia Amatista, esperando su respuesta.
Amatista sonrió suavemente y explicó, mirando a todos los presentes, pero enfocándose especialmente en Alessandra.
—Quizá el futuro tenga una nueva oportunidad para ellos —dijo con tono sereno—. Puede que la chica y Mateo se crucen nuevamente en el camino. Y esta vez, tal vez, el destino esté de su lado.