Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa
El cielo estaba cubierto de nubes oscuras, y la lluvia golpeaba con intensidad los ventanales del hotel en Costa Azul. Desde muy temprano, Enzo había planeado pasar todo el día junto a Amatista, pero el clima tenía otros planes. La tormenta que caía no solo anuló cualquier actividad al aire libre, sino que también envolvió el día en una atmósfera tranquila y melancólica.
Amatista despertó acurrucada contra Enzo, sintiendo el calor de su cuerpo mientras los primeros sonidos de la tormenta la invitaban a abrir los ojos.
—Buenos días, gatita. —dijo Enzo, dejando un beso en su frente.
—Buenos días, amor. —respondió Amatista, mirando a través de la ventana. Una sonrisa se formó en su rostro—. Me encanta la lluvia.
—¿Tanto como a mí verte despertar? —replicó Enzo con un tono burlón.
Ella rió, dándole un ligero empujón antes de levantarse.
Tras darse un baño juntos, ambos bajaron al restaurante del hotel. La sala estaba tranquila, con pocos huéspedes debido a la lluvia. Amatista, con el cabello recogido y un vestido sencillo, iluminaba la habitación con su presencia.
—Parece que hoy estaremos encerrados. —comentó Amatista mientras miraba la lluvia a través de los ventanales del restaurante.
—No es tan malo. —respondió Enzo, acomodándose en su asiento frente a ella—. Si estoy contigo, todo vale la pena.
Amatista sonrió y tomó un sorbo de café mientras hojeaba el menú.
—Siempre sabes cómo hacer que una mujer se sienta especial, amor.
Mientras esperaban el desayuno, Enzo y Amatista charlaron sobre los próximos días. La conversación fue ligera, llena de bromas y planes que aún estaban por definirse. Cuando finalmente llegó la comida, ambos disfrutaron del momento, compartiendo bocados y comentarios entre risas.
La lluvia persistía en Costa Azul, creando un telón de fondo melancólico pero reconfortante. Desde los amplios ventanales de la suite, las gotas corrían con suavidad, difuminando el paisaje exterior. Dentro de la habitación, Enzo y Amatista estaban inmersos en sus respectivas actividades, cada uno trabajando en silencio, pero disfrutando de la compañía del otro.
Enzo estaba frente a su laptop, revisando minuciosamente los informes que había preparado para la próxima reunión con los socios. Los gráficos y números demandaban su atención, pero su mente se desviaba constantemente hacia Amatista, quien estaba sentada en el rincón opuesto de la habitación, con la cabeza inclinada sobre su cuaderno de bocetos.
Amatista, por su parte, se sentía profundamente concentrada. La inspiración había llegado de forma inesperada, y aunque en teoría debería estar trabajando en un diseño de joyas para su curso, había terminado haciendo algo completamente diferente. Con una sonrisa traviesa, sus lápices trazaban líneas precisas que poco a poco delineaban el rostro de Enzo.
Enzo, sintiendo la necesidad de hacer una pausa, levantó la vista de su laptop y giró su silla hacia Amatista.
—¿Cómo van tus diseños, gatita? —preguntó, apoyando el mentón en la palma de su mano mientras la miraba con interés.
Amatista levantó la mirada, sorprendida por la interrupción. Cerró ligeramente el cuaderno para que él no pudiera ver lo que estaba dibujando.
—Creo que tengo algo interesante aquí. —respondió, sin revelar más.
—¿Puedo verlo? —preguntó Enzo, levantándose de su asiento y acercándose a ella.
Amatista sonrió, cubriendo el cuaderno con ambas manos.
—Todavía no. No está terminado.
—¿Por qué no? —insistió Enzo, inclinándose hacia ella con una mirada inquisitiva—. Sabes que todo lo que haces me parece increíble.
Amatista negó con la cabeza, divertida.
—Es una sorpresa, amor. Pero no te preocupes, cuando esté lista te lo mostraré.
Enzo arqueó una ceja, intrigado, pero decidió no insistir. En realidad, disfrutaba verla tan concentrada, con esa chispa creativa que siempre lo fascinaba.
Después de varias horas, ambos sintieron que era momento de tomarse un descanso. Enzo cerró su laptop con un suspiro y se estiró en su silla, mientras Amatista hacía lo mismo, colocando su cuaderno sobre la mesa.
—Creo que hemos trabajado suficiente por hoy. —dijo él, moviéndose hacia el gran sillón de la suite.
—Estoy de acuerdo. —respondió Amatista, siguiéndolo y dejándose caer junto a él.
Se acomodó contra su pecho, dejando que el sonido de la lluvia y el calor de su cercanía la envolvieran. Enzo la rodeó con un brazo, acariciando suavemente su cabello.
—¿Qué te parece si mañana hacemos algo diferente? —sugirió Amatista, mirando hacia el techo con una sonrisa soñadora—. Algo divertido, para variar.
—Todo depende de ti, gatita. Lo que tú quieras, lo hacemos. —respondió Enzo, dejando un beso en su frente.
Amatista lo miró con una mezcla de ternura y diversión.
—El problema es que no conozco mucho el lugar. —admitió—. Así que tendrás que ser mi guía.
—Entonces, mañana será una sorpresa. —respondió él con una sonrisa de lado—. Confía en mí, gatita, te encantará.
Amatista se rió suavemente y se acomodó más cerca de él, dejando que la conversación fluyera hacia temas más ligeros.
Mientras hablaban, las bromas comenzaron a llenar el ambiente, como siempre ocurría entre ellos.
—Deberíamos intentar hacer algo más extremo. —dijo Amatista, jugando con el cuello de la camisa de Enzo—. Algo que no hayamos hecho antes.
Enzo arqueó una ceja, divertido.
—¿Como qué?
—No lo sé. —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Tal vez escalar una montaña o algo así.
Enzo rió, sacudiendo la cabeza.
—Dudo que puedas con eso, gatita. Pero si insistes, podríamos intentarlo.
—¿Me estás subestimando, amor? —dijo Amatista, fingiendo indignación—. Recuerda que ya te gané en el golf.
—Eso no cuenta. Hiciste trampa seduciéndome.
Amatista soltó una carcajada, recordando el momento.
—Eso no fue trampa. Solo usé mis habilidades estratégicas.
La conversación se desvió hacia recuerdos similares, llenando el ambiente de risas. Cada comentario estaba cargado de coqueteo y provocación, pero siempre con esa conexión profunda que los hacía únicos.
Mientras tanto, en el rincón de la habitación, el cuaderno de bocetos de Amatista permanecía cerrado. En su interior, el retrato de Enzo seguía tomando forma. Cada línea capturaba la intensidad de su mirada, la fuerza de su mandíbula, y esa leve curva en sus labios que siempre lograba desarmarla.
Aunque no lo decía en voz alta, dibujarlo era su forma de expresar cuánto significaba para ella. Y aunque aún no estaba lista para mostrárselo, sabía que cuando lo hiciera, sería un momento especial.
El resto de la tarde transcurrió en una mezcla de tranquilidad y diversión. Aunque ambos habían trabajado durante horas, la simple compañía del otro hacía que todo pareciera más llevadero.
—¿Sabes algo? —dijo Amatista, rompiendo el silencio mientras miraba por la ventana—. Creo que esta lluvia hizo que el día fuera más especial.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Enzo, curioso.
—Porque, a veces, no necesitamos estar corriendo de un lado a otro para que sea perfecto. Solo necesitamos estar juntos.
Enzo la miró con ternura y asintió.
—Tienes razón, gatita. Aunque mañana prometo que haremos algo inolvidable.
Amatista sonrió, confiando plenamente en él. Mientras la tarde se desvanecía, ambos se sintieron agradecidos por tenerse el uno al otro, incluso en los días más simples.
Mientras tanto, en la mansión Bourth, una figura inesperada cruzó la entrada principal. La mujer, elegante y con una actitud despreocupada, fue recibida por Roque, quien no tardó en informar a Alicia Bourth sobre su presencia.
—Señora Alicia, hay alguien aquí preguntando por Amatista.
Alicia, sorprendida por la mención de su nuera, bajó rápidamente al salón principal. Al ver a la mujer que la esperaba, su rostro se transformó en una mezcla de sorpresa y reconocimiento. No dijo nada de inmediato, pero su mirada se endureció al instante. Sin pronunciar palabra, hizo un gesto con la cabeza, invitándola a seguirla al despacho privado de Enzo.
Una vez que la puerta se cerró tras ellas, Alicia no perdió tiempo.
—¿Qué haces aquí, Isabel? —preguntó, su voz fría como el hielo.
Isabel Fernández, madre de Amatista, se acomodó en la silla sin prisa, con una actitud de completa indiferencia, como si no estuviera en un terreno peligroso.
—¿Qué pasa, Alicia? —respondió Isabel, sonriendo sin vergüenza. —¿No me dejarías entrar a ver a mi hija, verdad? Después de todo este tiempo... ¿es tan difícil?
Alicia la miró fijamente, respirando hondo para contener su enojo.
—¿Después de todo lo que hiciste, te atreves a aparecer ahora? ¿Qué quieres realmente?
Isabel alzó una mano con despreocupación, como si todo fuera un juego para ella.
—Vengo por un favor, y creo que no te debería sorprender. —dijo Isabel, sin inmutarse ante la severidad de Alicia. —Uno de mis hijos está enfermo. Necesita un trasplante, y no hemos encontrado a nadie compatible. Pensamos que... tal vez Amatista podría ser nuestra solución.
La revelación de Isabel dejó a Alicia en completo silencio por un momento. Finalmente, su rostro se endureció aún más.
—¿Así que te presentas ahora, después de todo lo que hiciste? —dijo Alicia, su voz baja y peligrosa. —Dejaste a Amatista, la entregaste por dinero, y ahora vienes a pedirle algo a cambio, ¿después de fingir tu muerte?
Isabel no se mostró afectada por las palabras de Alicia. Su actitud seguía siendo la misma: relajada y calculadora.
—Sí, bueno, todos cometemos errores, ¿no? —dijo Isabel con una sonrisa superficial. —¿Quién no lo haría por dinero y seguridad? Pero ahora las cosas son diferentes. Mi hijo está enfermo, y Amatista... ella es la única opción que nos queda.
Alicia sintió un nudo en el estómago. La frialdad con la que Isabel hablaba de su hija le revolvía el estómago. Isabel había dado a Amatista, no por su propio bienestar ni por el de su hija, sino por su propio beneficio.
—No puedes hacerle esto. —respondió Alicia con firmeza. —No voy a permitir que la uses de nuevo, Isabel. Esta vez, no vas a hacerla creer que te importa.
Isabel, sin mostrar arrepentimiento, se recostó ligeramente en la silla y cruzó las piernas con calma.
—¿Por qué no? —respondió Isabel, como si todo fuera trivial. —Solo vine a ofrecerle la oportunidad de ayudar. Una vez que se haga el trasplante, me iré, la dejaré tranquila. Ni tú ni ella tendrán que volver a preocuparse por mí.
Alicia la miró con desdén, incapaz de creer lo que estaba oyendo.
—¿Y eso es todo? ¿Ahora vienes como si nada, como si nada hubiera pasado? ¿No recuerdas que fingiste tu muerte para conseguir dinero, para asegurarte una vida tranquila mientras mi hija sufría? Ahora quieres que ella te ayude, después de todo eso. No te voy a dejar hacerle esto.
Isabel, sin inmutarse, se levantó de su asiento y se acercó lentamente a Alicia, mirándola fijamente.
—No es tan complicado, Alicia. —dijo Isabel con una sonrisa que no llegó a sus ojos. —Amatista tiene todo lo que necesita. No le pido nada más que un favor. Después de todo, lo que hice en el pasado, lo hice por su bien. La seguridad de ella siempre fue lo más importante para mí. Y ahora, si ella tiene la posibilidad de salvar una vida... ¿por qué no aprovecharlo?
Alicia la miró fijamente, manteniendo la calma a duras penas.
—Tú no entiendes nada. —dijo Alicia, su voz temblando de ira. —Si alguien se aprovechó de ella, fue tú. Y si te atreves a acercarte de nuevo, si la lastimas otra vez, juro que no te dejaré entrar en su vida nunca más.
Isabel, al escuchar esas palabras, pareció por un instante ligeramente sorprendida. Sin embargo, rápidamente se recuperó y su tono se suavizó.
—Solo vine a pedir ayuda. —dijo Isabel, casi con calma. —Y la recibiré, o no. Eso ya no depende de mí. Pero, por favor, piensa en lo que estoy diciendo. Esta es la única opción que tenemos.
Alicia no respondió de inmediato, solo la observó. Isabel se levantó lentamente, como si ya estuviera preparada para irse, sin esperar más respuestas.
—Volveré cuando sea necesario. —dijo Isabel con una última mirada antes de irse, caminando hacia la puerta sin prisas.
La tormenta seguía golpeando las ventanas de la suite, creando un ambiente sereno y reconfortante. Después de un largo día juntos, Enzo y Amatista decidieron que era el momento perfecto para relajarse en la gran bañera que presidía el baño. Enzo llenó la bañera con agua caliente, añadiendo aceites aromáticos que desprendían suaves notas de lavanda y vainilla, mientras Amatista encendía unas velas repartidas estratégicamente alrededor del espacio, creando una atmósfera íntima y acogedora.
—Debo admitirlo, amor, tienes talento para esto. —comentó Amatista, observándolo mientras él ajustaba el agua.
—Lo aprendí por ti, gatita. —respondió Enzo, girándose hacia ella con una sonrisa—. Siempre quiero que todo sea perfecto para nosotros.
Amatista, con una sonrisa cálida, comenzó a desvestirse, dejando que el vapor del agua llenara la estancia. Enzo hizo lo mismo, sin apartar la mirada de ella en ningún momento. Era un momento de conexión, uno que iba más allá de las palabras.
Ambos se sumergieron en la bañera, dejando que el agua caliente y las fragancias les envolvieran. Amatista se acomodó contra Enzo, recostando la espalda sobre su pecho mientras él la rodeaba con sus brazos, permitiendo que la calidez del agua y la cercanía del otro disiparan cualquier resto de cansancio.
—Esto es exactamente lo que necesitábamos. —murmuró Amatista, cerrando los ojos mientras sentía las suaves caricias de Enzo en sus brazos.
—Todo es mejor cuando estamos juntos, gatita. —respondió él, dejando un beso en su cabello húmedo.
El sonido de la lluvia golpeando las ventanas servía como la música de fondo perfecta mientras hablaban en voz baja, compartiendo ideas para los días siguientes.
—¿Sabes? Estaba pensando que mañana podríamos salir a explorar algún lugar más tranquilo, algo diferente. —sugirió Enzo, acariciándole la piel con una suavidad que la hacía estremecer.
—Suena perfecto. —respondió Amatista, girando ligeramente la cabeza para mirarlo—. Aunque, siendo sincera, podría quedarme aquí todo el día contigo y no me importaría.
Enzo rió suavemente, deslizando los dedos por su mejilla antes de inclinarse para besarla.
—Yo tampoco me quejaría. —admitió con una voz ronca, cargada de sinceridad.
Después de un rato en silencio, disfrutando simplemente de la presencia del otro, Amatista rompió el momento con una idea.
—¿Y si pedimos la cena aquí? Algo más íntimo, solo nosotros.
Enzo la miró, encantado por la sugerencia.
—Me parece perfecto, gatita. Tú siempre tienes las mejores ideas.
Amatista sonrió, complacida, y volvió a acomodarse contra él. Se quedaron así un rato más, disfrutando del calor del agua y del refugio que habían creado para ellos dos, donde nada ni nadie más parecía existir.
Cuando el agua comenzó a enfriarse, salieron juntos, ayudándose mutuamente a secarse. El ambiente seguía impregnado de esa aura de tranquilidad y conexión que tanto les caracterizaba. Con las luces de las velas aún encendidas, ambos se vistieron con ropa cómoda y se prepararon para la cena.
Después de la cena, ambos se dirigieron a la cama, dejando las luces bajas y permitiendo que el resplandor tenue de la tormenta iluminara suavemente la suite. Amatista, con una sonrisa traviesa, se dejó caer sobre el colchón, mirándolo con ese brillo en los ojos que siempre lo desarmaba.
—¿Me vas a mirar toda la noche, amor? —preguntó ella, jugando con la tela de su ropa mientras lo desafiaba suavemente.
Enzo, sin perder tiempo, se acercó, apoyándose con una rodilla en la cama mientras la observaba con esa intensidad que solo él podía tener.
—No tengo intención de detenerme, gatita.
Amatista soltó una risa suave, pero cuando Enzo se inclinó hacia ella y la atrajo hacia sí, el aire en la habitación cambió. Lo que comenzó como un beso suave se transformó rápidamente en algo mucho más profundo, cargado de la conexión que siempre los unía.
Las palabras sobraban mientras se dejaban llevar por el momento, enredándose entre las sábanas, sin más testigo que el sonido de la lluvia afuera. El tiempo pareció detenerse para ellos, entregados por completo a la pasión que definía su relación, donde cada caricia y cada gesto era un recordatorio de cuánto se pertenecían.
Esa noche, el mundo fuera de esa habitación dejó de importar. Todo lo que existía era el espacio que compartían, el amor que los consumía y la certeza de que, juntos, eran imparables.