Capítulo 181 Verdades y juegos
El juego continuaba con el mismo ambiente relajado, risas y bromas de por medio. Las cartas seguían repartiéndose y, esta vez, el comodín cayó en manos de Joel.
—A ver, Joel —dijo Alan con una sonrisa traviesa—, cuéntanos cuál ha sido tu peor experiencia sexual.
Joel se apoyó en el respaldo del sillón y suspiró dramáticamente.
—Uff, eso es fácil. Una vez estuve con una mujer que no se movía ni hablaba. Fue tan raro que, a mitad de... ya saben, tuve que fijarme si seguía viva.
Hubo un momento de silencio antes de que la sala estallara en carcajadas.
—¡No jodas! —se rió Facundo, golpeando su pierna.
—¡Te juro que sí! —dijo Joel, riendo también—. Fue tan incómodo que tuve que hacer una pausa para ver si respiraba.
—A lo mejor estaba disfrutando en silencio. —comentó Esteban con sorna.
—Pues a mí me dio más miedo que otra cosa. —replicó Joel entre risas.
El juego continuó y, esta vez, el comodín le salió a Samara.
—Samara, dime la verdad —intervino Emilio—. ¿Has tenido alguna experiencia con una mujer?
Samara sonrió con calma y negó con la cabeza.
—No, nunca.
Algunos hicieron un gesto de decepción, pero la risa no tardó en volver.
—Lástima —murmuró Luna con una sonrisa—, podría haber sido interesante.
—Aún hay tiempo, Samara. —bromeó Andrés, levantando su vaso.
Samara solo rodó los ojos con diversión y el juego siguió.
Ahora el comodín cayó en manos de Enzo.
—A ver, Enzo, tu récord. —dijo Alan con un tono claramente divertido—. ¿Cuántas veces lo has hecho en una sola noche con Amatista?
Enzo se quedó pensativo por un momento, como si realmente estuviera intentando recordar. Luego sonrió con arrogancia y se encogió de hombros.
—Creo que siete... pero puede que más. La verdad es que nunca contamos.
Los socios de Enzo estallaron en carcajadas, lanzando bromas de inmediato.
—¡Maldito enfermo! —rió Facundo.
—¡Danos un poco de ese poder, hermano! —agregó Joel, riendo mientras daba un golpe en el brazo de Enzo.
—No es poder, es resistencia. —comentó Emilio con sorna.
—Y motivación. —agregó Alan, guiñándole un ojo a Amatista, quien solo rodó los ojos con una leve sonrisa.
Las risas continuaron y la ronda siguió. Esta vez, el comodín cayó en Emilio.
—A ver, Emilio —dijo Esteban con una sonrisa—, arriba o abajo.
Emilio no dudó ni un segundo.
—Arriba.
—Hombre de acción. —bromeó Alan, chocando su vaso con el de Emilio.
La siguiente carta volvió a sacar un comodín, y esta vez le tocó a Enzo de nuevo.
—Lo mismo que Emilio. —dijo Joel, con una sonrisa pícara—. Arriba o abajo.
Enzo se acomodó en el sillón, con una sonrisa divertida.
—Abajo.
Hubo un instante de silencio antes de que los hombres estallaran en risas y lanzaran comentarios burlones.
—¡Tú, abajo! ¡Eso no te lo cree nadie! —dijo Alan, con una carcajada.
—¡Si eres el tipo más controlador del mundo! —agregó Andrés, riendo.
Pero Enzo solo sonrió con confianza, mirando de reojo a Amatista antes de responder.
—Me gusta estar abajo porque mi gatita sabe muy bien lo que hace.
Las carcajadas aumentaron y las bromas no tardaron en seguir.
—¡Eso sí que no lo esperaba! —dijo Joel, entre risas.
—Parece que Enzo tiene debilidades después de todo. —añadió Alan, divertido.
Samara y Luna seguían riéndose, pero una leve sombra de celos comenzaba a reflejarse en sus expresiones. Aun así, mantuvieron la compostura, dispuestas a seguir con el juego.
El siguiente comodín cayó en manos de Amatista.
—A ver, Amatista. —dijo Luna con una sonrisa que parecía tener cierta malicia oculta—. ¿Tú crees que tu madre estaría orgullosa de lo que eres hoy?
El ambiente en la sala cambió ligeramente. Amatista se puso seria y la miró con una expresión neutra, pero firme.
—No lo sé. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años.
Un silencio incómodo se extendió por la sala. Luna abrió los ojos con sorpresa y enseguida se mostró arrepentida.
—Lo siento. No lo sabía…
Amatista se encogió de hombros con calma.
—No importa. Fue hace mucho tiempo y casi no la recuerdo.
El grupo se mantuvo en silencio por unos segundos, hasta que Alan, con su habilidad para cambiar de tema, decidió intervenir.
—Bueno, ya que todos estamos muy sentimentales, ¡sigamos con el juego antes de que esto se vuelva un velorio!
La tarde avanzaba y el juego comenzaba a apagarse de forma natural. Las risas seguían, pero con menos intensidad. Algunos ya estaban más relajados en los sillones, mientras otros revisaban sus teléfonos o pedían otra copa.
En ese momento, la puerta de la sala principal del club se abrió, llamando la atención de todos. Ortega, uno de los guardias de Enzo, apareció acompañado de cuatro hombres: Jeremías Gartner, Darío, Mariano y Juan.
—Señor Bourth —dijo Ortega, con su tono firme y habitual—, están buscando a la señorita Amatista.
Amatista, que había estado jugueteando con una copa en sus manos, levantó la mirada con curiosidad. En cuanto vio a Jeremías Gartner, sus ojos se abrieron con sorpresa y enseguida se puso de pie.
—¡Papá! —exclamó, acercándose rápidamente a él y abrazándolo con fuerza.
Los presentes se miraron entre sí con sorpresa. Varios conocían a Gartner por negocios o por tardes en el club, pero ninguno tenía idea de que era el padre de Amatista.
Enzo, que hasta ese momento había estado relajado en su asiento, se puso de pie y se acercó con su acostumbrada calma. Extendió la mano para saludar a Gartner con un apretón firme.
—Jeremías —dijo con su tono habitual, controlado, pero con cierto respeto.
—Enzo. —Gartner le devolvió el saludo con la misma firmeza antes de hacer un leve gesto con la cabeza a los demás hombres que lo acompañaban.
Dario, Mariano y Juan saludaron a Enzo con familiaridad. Era claro que estaban cómodos en el ambiente y no parecían demasiado formales.
—No quería molestar. —dijo Jeremías, dirigiéndose a Enzo—. Solo pasábamos por aquí y quise ver a mi hija, saber cómo estaba.
Fue entonces cuando su mirada se posó en Amatista y frunció ligeramente el ceño.
—Y, como siempre, descalza… —dijo con una mezcla de reproche y resignación.
Enzo soltó una leve risa mientras se recargaba en el respaldo de su asiento.
—Créeme, llevo toda la vida tratando de corregir eso. Mejor no te molestes.
Amatista rió suavemente, encogiéndose de hombros.
—Me gusta sentir el suelo frío.
Jeremías la miró con la misma expresión de siempre, la de un hombre que estaba acostumbrado a que su hija fuera como quisiera ser. Finalmente, suspiró con resignación y negó con la cabeza.
Enzo hizo un gesto con la mano, señalando los sillones.
—Siéntense. No van a quedarse parados como extraños.
Los hombres no dudaron en aceptar la invitación.
—Bueno, ya que nos abres la puerta, no vamos a rechazar una buena conversación. —bromeó Mariano.
—Nosotros solo nos colamos a la visita, pero igual aceptamos. —agregó Juan, sonriendo.
Dario solo asintió con diversión mientras tomaba asiento.
El ambiente cambió ligeramente con la llegada de los nuevos invitados.
La conversación fluía con naturalidad mientras todos se acomodaban en los sillones. Darío, Mariano y Juan no tardaron en notar las cartas sobre la mesa y las copas vacías desperdigadas a su alrededor.
—¿Y qué estaban haciendo antes de que llegáramos? —preguntó Darío con curiosidad, señalando la baraja.
Alan, con su típica actitud despreocupada, sonrió mientras tomaba su copa.
—Jugábamos. Haciendo preguntas… interesantes.
—Algunas respuestas fueron muy interesantes. —agregó Joel con una media sonrisa, lanzándole una mirada a Amatista.
Jeremías frunció ligeramente el ceño y miró a su hija.
—¿Tú también jugaste?
Amatista asintió con calma.
—Al principio no, pero luego me convencieron.
Darío apoyó un brazo en el respaldo del sillón y sonrió con picardía.
—Necesito saber más.
La respuesta provocó algunas risas, y pronto los demás comenzaron a contar las preguntas y respuestas más llamativas del juego.
—Bueno, resulta que Enzo tiene récords bastante respetables. —comentó Alan, divertido—. Al parecer, su mejor noche con Amatista fue de… ¿cuántas veces dijiste?
—Siete. —respondió Enzo con indiferencia, sirviéndose otra copa—. Aunque puede que más. Jamás contamos.
—Un hombre con prioridades. —soltó Mariano con una carcajada.
—Y no olvidemos la lista de lugares. —añadió Samara con una sonrisa traviesa.
Darío arqueó una ceja.
—¿Qué lista de lugares?
—Los lugares donde Amatista y Enzo lo hicieron. —explicó Emilio, divertido.
—¿Y cuáles fueron? —insistió Juan con interés.
Samara enumeró algunos con los dedos:
—El jardín de la mansión, el auto, la oficina, la ducha, la piscina, la cocina, el sillón…
—El vestidor de una tienda. —agregó Alan, recordando con una risa.
—El baño de un bar. —dijo Luna, aún con incredulidad.
—Eso sí que fue inesperado. —comentó Juan con los ojos bien abiertos.
—El baño del bar es sagrado. —soltó Enzo con una sonrisa, recostándose en el sillón—. De ahí salieron mis gemelos.
Las risas explotaron en la sala, incluso entre los hombres que acababan de llegar.
—Eso no lo supero. —dijo Darío, riendo.
—Yo sí. —intervino Enzo con una sonrisa ladeada—. Olvidaron la terraza.
La reacción fue inmediata. Entre carcajadas y comentarios cómplices, Amatista finalmente levantó las manos, interrumpiendo la conversación.
—¡Ya basta! —dijo con una sonrisa, poniéndose de pie—. Dejen de contar esas cosas.
Se acercó a su padre y lo miró con suavidad.
—Voy a prepararte un café. Así podemos charlar un rato.
Jeremías asintió con una ligera sonrisa.
—Me parece bien.
Ambos salieron de la sala principal y se dirigieron a la cocina. En cuanto la puerta se cerró detrás de ellos, Darío se inclinó levemente hacia Juan y, en un susurro, comentó:
—Como pensábamos… Ahora que no está embarazada, se ve mucho mejor.
Juan asintió con una sonrisa de aprobación.
—Definitivamente.
Mariano, que había estado observando la escena, soltó una carcajada y le dio una palmada en el hombro a Enzo.
—Felicidades, Bourth. Esas fechorías con Amatista son legendarias.
Enzo solo sonrió con suficiencia mientras se llevaba la copa a los labios.
Jeremías observaba con interés cómo Amatista batía el café a mano. Su hija tenía una expresión tranquila mientras el sonido del batidor contra la taza llenaba la cocina.
—No esperaba que hicieras el café así. —comentó con una leve sonrisa—. Me recuerda a cómo lo hacía…
No terminó la frase, pero Amatista comprendió de inmediato.
—A mi madre.
Jeremías asintió, con una mirada nostálgica.
—Isabel solía prepararlo así. Siempre decía que batirlo a mano le daba un mejor sabor.
Amatista lo observó en silencio unos segundos antes de hacer la pregunta que rondaba su mente.
—¿La amabas?
Jeremías levantó la vista con un dejo de tristeza en su expresión.
—Sí. La amé.
La sinceridad en su voz hizo que Amatista bajara la mirada, removiendo el café en la taza.
—Lo entiendo. —murmuró, pensativa—. A pesar de que ahora estoy peleada con Enzo… sé que tarde o temprano volveremos. Siempre hay algo que me hace desear regresar.
Jeremías asintió lentamente.
—Sí. Hay vínculos que son difíciles de romper.
Amatista lo miró con seriedad y tomó aire antes de soltar la bomba.
—Isabel está viva.
Jeremías parpadeó sorprendido.
—¿Qué?
—Está casada. Tiene dos hijos. —dijo sin rodeos—. Si quieres, puedo darte la dirección.
Jeremías tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo, su expresión era una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—Por supuesto que quiero.
Amatista tomó un papel y escribió la dirección con calma antes de entregárselo. Jeremías lo miró fijamente, como si en esas letras estuviera encerrado todo su pasado.
De repente, se levantó con brusquedad.
—Necesito irme.
Amatista no se inmutó cuando él se marchó con rapidez, dejando la cocina en un silencio momentáneo. Suspiró, tomó la taza de café y decidió regresar con los demás.
Mientras tanto, en la sala principal, las bromas y comentarios no cesaban.
—Tienes suerte, Bourth. —dijo Darío con diversión—. No todas las mujeres aceptarían que hablaran de su vida íntima con tanta tranquilidad.
—La forma en la que lo dice sin vergüenza es lo mejor. —agregó Juan—. Casi como si estuviera hablando del clima.
—Eso porque para ellos es normal. —Mariano sonrió con malicia—. Debe ser entretenido verlos juntos.
Enzo los escuchaba sin inmutarse, con su típica expresión imperturbable, pero era evidente que disfrutaba la conversación.
Fue entonces cuando Amatista apareció con la taza de café y se la extendió a Enzo.
—Mi papá se tuvo que ir. —informó con calma—. Y a mí no me gusta el café, así que…
Enzo la miró con una sonrisa ladeada.
—Ahora no quiero café.
—Yo sí lo acepto. —intervino Emilio con rapidez, estirando la mano.
Amatista sonrió y caminó hacia él con la taza.
—Lo batí yo misma, con mis propias manos.
Antes de que Emilio pudiera tomarla, Enzo reaccionó en un instante, arrebatándole la taza.
—Cambié de idea.
Las carcajadas estallaron en la sala.
—¡Qué posesivo! —se burló Alan—. Ni el café quiere compartir.
—Por supuesto que no. —dijo Enzo con naturalidad antes de darle un sorbo.
Amatista rodó los ojos con diversión y miró a Emilio.
—Te traeré otro.
Emilio sonrió.
—Gracias. Espero que lo batas con el mismo cariño.
La risa continuó mientras Amatista regresaba a la cocina. Enzo la observó desaparecer con una sonrisa satisfecha antes de seguir bebiendo su café.
Amatista regresó con la taza de café y se la entregó a Emilio con una leve sonrisa.
—Aquí tienes. Lo batí con el mismo cariño que el otro.
Emilio tomó la taza con una sonrisa agradecida.
—Espero que sí. Si no, le pediré a Enzo que me la arrebate otra vez.
Todos rieron mientras Amatista rodaba los ojos con diversión. Luego, se acomodó en uno de los sillones, justo al lado del de Enzo.
Alan miró a Darío, Mariano y Juan con una sonrisa de complicidad.
—Bueno, ya que están aquí, ¿qué dicen? ¿Se quedan a jugar?
—¿Perdernos esto? Ni locos. —respondió Darío con diversión.
—Tengo la sensación de que será interesante. —añadió Juan, cruzándose de brazos.
Mariano asintió con una sonrisa maliciosa.
—Definitivamente me quedo.
Mientras los hombres hablaban con entusiasmo sobre continuar con el juego, Amatista suspiró con tranquilidad y tomó un libro que había traído consigo al regresar de la cocina.
—Yo ya no juego. —dijo con calma, acomodándose mejor en el sillón.
Se sentó sobre sus piernas y ajustó el vestido con naturalidad antes de abrir su libro, dejando en claro que ya no participaría en la dinámica.
—¿Qué? ¿Abandonando el barco? —bromeó Alan.
Amatista alzó la vista con una sonrisa serena.
—Prefiero verlos a ustedes hacer el ridículo.
Las carcajadas no tardaron en aparecer.
Justo cuando estaban a punto de retomar el juego, Rose se acercó a Amatista con una sonrisa amable.
—Amatista, tu almuerzo está listo.
Everly, que la acompañaba, también habló.
—El almuerzo de todos está servido.
Enzo, que hasta ese momento solo había estado observando, tomó la decisión con un tono firme.
—Almorcemos primero. Luego pueden seguir con el juego.
Hubo algunas protestas juguetonas de parte de Alan y los demás, pero al final, todos aceptaron. Con ese acuerdo, comenzaron a levantarse para dirigirse al comedor.