Capítulo 203 Provocaciones peligrosas
La conversación continuó fluyendo con total naturalidad, al menos en apariencia.
Los socios de Enzo estaban completamente sumergidos en la discusión sobre el negocio, compartiendo ideas, proponiendo estrategias y analizando el mercado al que querían apuntar.
Pero Enzo no estaba realmente ahí.
No cuando bajo la mesa, Amatista seguía con su juego, su pie presionando su entrepierna con una mezcla de provocación, dominio y descaro.
Ella mantenía su expresión impecable, con una leve sonrisa en los labios, como si su atención estuviera únicamente en la charla.
Pero Enzo la conocía demasiado bien.
Sabía que detrás de esa fachada elegante, se estaba divirtiendo como nunca.
—Si queremos que el negocio sea completamente exclusivo, tenemos que manejar el acceso con absoluta discreción. —continuó Mauro—. No pueden ser clubes con membresías abiertas. Todo tiene que funcionar por recomendaciones directas.
Enzo inhaló con calma, luchando por no tensar su mandíbula.
—Eso es obvio. —Mantuvo su tono controlado, su mirada afilada mientras fingía que todo estaba bajo control.
Pero no lo estaba.
El ritmo lento y provocador con el que Amatista seguía moviendo su pie estaba llevándolo al límite.
Ella era meticulosa, perfecta en su tortura silenciosa.
Cada roce era calculado, cada presión medida con exactitud. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Y lo peor de todo, sabía que él no podía hacer absolutamente nada al respecto.
No ahí. No en medio de una reunión de negocios.
—También tenemos que asegurarnos de que el personal que trabaje en estos lugares sea altamente confiable. —comentó Tomás—. No podemos arriesgarnos a filtraciones o escándalos.
—Por supuesto. —Enzo apenas pudo responder, su concentración destrozada por completo.
Amatista sonrió con aire satisfecho.
Sabía que lo tenía exactamente donde quería.
Llevó lentamente su copa a los labios, probando el último bocado de su helado de chocolate con una expresión de deleite descarada.
Y Enzo casi gruñó en voz alta.
—Amor, te noto un poco distraído. —La voz de Amatista fue suave, inocente, pero Enzo la sintió como un golpe directo a su paciencia.
Ella le sostenía la mirada con descaro, desafiándolo a reaccionar.
Los tres socios también lo miraron, expectantes de su respuesta.
Enzo se obligó a recomponerse, a recuperar el control que ella estaba tratando de arrebatarle.
—Solo estoy analizando la propuesta. —Respondió con una sonrisa leve, aunque su mirada hacia Amatista prometía represalias.
Amatista contuvo una risa.
Sabía que cuando esta reunión terminara, Enzo no la dejaría salirse con la suya tan fácilmente.
Pero eso era exactamente lo que quería.
Un juego en el que ninguno de los dos perdía realmente.
—Me gusta que lo pienses bien, amor. —Dijo con dulzura, dándole un último y calculado movimiento con el pie antes de finalmente apartarlo.
Enzo exhaló lentamente, recuperando el control que Amatista había estado probando durante toda la conversación.
Aún sentía el eco de su provocación en cada músculo tenso de su cuerpo, pero no le daría la satisfacción de demostrarlo.
Fue Iván quien rompió el silencio con una propuesta concreta:
—Si te interesa la idea, podemos hablarlo mañana en mi club de golf. Vamos a estar por la tarde con algunos de nuestros otros socios, podríamos discutir los detalles con más calma.
Enzo deslizó su mirada hacia él, retomando su postura de negociador sin fisuras.
—Parece un buen lugar para discutir negocios.
Mauro asintió con una sonrisa.
—Además, podemos hacer unas apuestas para hacerlo más interesante.
Amatista soltó una risa baja, apoyando su mentón en la mano con aire entretenido.
—Eso suena peligroso.
Tomás le dirigió una sonrisa encantadora.
—Solo si uno no confía en sus habilidades.
Enzo chasqueó la lengua, con una sonrisa torcida.
—No pierdo en el golf.
Amatista arqueó una ceja con diversión.
—No me sorprendería que mi esposo tenga otra cosa en mente además de jugar.
Las miradas de los tres socios se encendieron con interés.
Pero Enzo mantuvo su aire enigmático, sin revelar nada.
—Siempre tengo algo en mente, Gatita.
Ella sonrió con una mezcla de diversión y desafío.
—Lo sé, amor.
Iván terminó su café y se inclinó ligeramente hacia la mesa.
—Entonces, ¿mañana en el club?
Enzo asintió con un gesto despreocupado.
—Nos vemos ahí.
Amatista observó a Enzo con curiosidad.
Sabía que su esposo solo aceptaba este tipo de reuniones cuando realmente veía potencial en un negocio.
Pero también sabía algo más.
Él no había olvidado lo que acababa de pasar bajo la mesa.
Y ella tampoco.
Lo que significaba que la verdadera partida aún no había terminado.
Marcas de la Noche Anterior
El sol de la tarde brillaba con intensidad sobre el club de golf de Iván, iluminando el campo con un tono dorado que contrastaba con el verde impecable del césped.
Enzo y Amatista llegaron juntos, como siempre, aunque esa vez llevaban las huellas evidentes de lo que había sucedido la noche anterior.
Marcas en la piel.
Rastros apenas visibles en sus cuellos y muñecas.
Una tensión velada en sus movimientos.
Pero ninguno de los dos se esforzó en disimularlo.
Amatista bajó de la camioneta con elegancia, vistiendo un conjunto deportivo que resaltaba su figura: una falda blanca con aberturas laterales y una blusa sin mangas que dejaba a la vista su piel dorada.
Enzo, por su parte, vestía su polo negro entallado y pantalones beige. Impecable. Dominante.
Pero a pesar de su porte imponente, su mirada no dejaba de deslizarse con descaro por el cuerpo de su esposa.
—No me mirés así, amor. —Amatista le sonrió con aire travieso.
Enzo soltó una risa baja.
—Es difícil no hacerlo cuando te ves así, Gatita.
Ella caminó a su lado con la seguridad de quien sabe que es el centro de atención.
Mientras avanzaban hacia la zona de práctica, Iván, Mauro y Tomás ya los esperaban junto a otros socios.
—¡Bourth! ¡Amatista! —Iván los saludó con una sonrisa amplia.
Los demás hombres los observaron con interés, pero lo que más llamó la atención fueron las discretas marcas en sus pieles.
Tomás arqueó una ceja con diversión.
—Parece que tuvieron una noche… intensa.
Amatista sonrió con inocencia.
—Siempre lo es.
Enzo rió bajo, deslizando una mano en la cintura de su esposa en un gesto posesivo.
—Menos charla, más juego.
El partido estaba a punto de comenzar.
Pero Amatista sabía que esta reunión no era solo para hablar de golf.
Era otra partida.
Y ella nunca jugaba para perder.
El sol de la tarde caía con fuerza sobre el club de golf, reflejándose en el césped perfectamente cuidado. Iván, Mauro y Tomás no estaban solos.
Con ellos, también se encontraban Damián y Ricardo, dos empresarios con los que compartían negocios y, al parecer, el mismo interés en este proyecto exclusivo.
—Bourth, es un placer verte por acá. —Damián fue el primero en saludar, con una sonrisa confiada.
—Lo mismo digo. —Enzo estrechó su mano con firmeza, antes de girarse hacia Ricardo.
—Hace tiempo que no coincidimos en un juego.
Ricardo rió con un dejo de diversión.
—Tal vez porque evitas jugar cuando sabes que podrías perder.
Amatista soltó una risa baja, divertida.
—Eso jamás pasa.
—Mi esposa tiene razón. —Enzo pasó una mano por la cintura de Amatista en un gesto posesivo. —Pero veremos si hoy tengo un reto real.
Amatista se liberó de su agarre con elegancia, tomando su palo de golf y dirigiéndose al campo con determinación.
—Hoy te voy a ganar. —Le advirtió a Enzo con una sonrisa desafiante.
Él arqueó una ceja con diversión.
—¿Tan segura estás, Gatita?
Amatista se posicionó para su tiro sin dejar de mirarlo.
—Solo no quiero que uses como excusa que te distraje.
Enzo soltó una carcajada baja.
—Bien. Entonces, juguemos.
El juego comenzó con una intensidad brutal.
Cada tiro era calculado, cada movimiento era una demostración de control y precisión.
Para Amatista y Enzo, la competencia era una extensión más de su relación, marcada por la misma obsesión y entrega con la que se amaban.
Ninguno de los dos aceptaba perder.
Pero mientras la competencia entre ellos se volvía más reñida, el ambiente a su alrededor comenzaba a cambiar.
Varias mujeres habían llegado al club, caminando con pasos elegantes, sus vestidos ajustados y sus miradas coquetas puestas en los hombres del grupo.
Los coqueteos comenzaron con disimulo.
Unas sonrisas aquí, unas miradas prolongadas allá.
Pero, poco a poco, los intentos de llamar la atención se hicieron más evidentes.
Algunas mujeres se acercaron a los socios, tomándolos del brazo con familiaridad, riendo con exageración.
Y otras, claramente interesadas en Enzo, decidieron tomar un enfoque más directo.
Comenzaron a alabar sus tiros en voz alta, aplaudiendo y festejando cada movimiento suyo con entusiasmo desmedido.
—¡Increíble tiro, Enzo! —exclamó una de ellas, sonriendo con descaro.
—Definitivamente, el mejor del campo. —agregó otra, asegurándose de inclinarse lo suficiente para que su escote fuera notorio.
Amatista no había prestado atención hasta ese momento.
Hasta que la exageración de los halagos se volvió imposible de ignorar.
Giró lentamente la cabeza hacia las mujeres.
Y sonrió con calma.
Pero Enzo, que la conocía mejor que nadie, supo de inmediato que esa sonrisa no era de diversión.
Era una advertencia.
El juego estaba a punto de volverse aún más interesante.
El golpe de Amatista fue limpio, preciso, con la fuerza justa para acercar la pelota al hoyo.
Pero su mirada no estaba en el campo.
No cuando el sonido de las risas femeninas y los aplausos exagerados resonaban detrás de ella.
No cuando las mujeres en busca de atención se esforzaban tanto por quedar en la órbita de Enzo.
Se giró lentamente, su expresión tan tranquila que solo alguien que la conociera bien podría notar el peligro detrás de su sonrisa.
Enzo sí lo notó.
Y aunque su postura permaneció relajada, no se perdió el destello de diversión oscura en sus ojos.
—¿Sucede algo, amor? —preguntó Enzo con falsa inocencia, ajustando su postura mientras preparaba su siguiente tiro.
Amatista ladeó la cabeza, observándolo con fingida dulzura.
—Nada, solo me distrajeron un poco los aplausos.
Mauro soltó una carcajada baja, adivinando la dirección que estaba tomando la conversación.
—No es algo a lo que estés acostumbrada, ¿cierto?
Amatista sonrió con elegancia, sin apartar la vista de las mujeres.
—Oh, estoy acostumbrada a muchas cosas, Mauro.
El tono era liviano, pero el mensaje era claro.
Las mujeres que habían estado alabando a Enzo sintieron la presión en el aire, pero no parecían dispuestas a ceder.
—Es solo admiración. —dijo una de ellas con una sonrisa que pretendía ser inocente.
Otra se atrevió a ir un poco más lejos.
—Tu esposo es realmente impresionante, ¿cierto?
Amatista soltó una pequeña risa.
—Lo sé mejor que nadie. —Su tono fue suave, seductor, lo suficientemente ambiguo como para que las otras entendieran que ella tenía más derecho que nadie a admirarlo.
Enzo golpeó la pelota con un movimiento fluido y certero.
Sin embargo, su verdadera diversión estaba en lo que estaba sucediendo entre su esposa y las mujeres que intentaban llamar su atención.
Porque Amatista nunca se quedaba atrás.
Y él estaba ansioso por ver qué haría ahora.