Capítulo 42 Certezas bajo el sol
El sol comenzaba a descender, cubriendo el campo de golf con un suave resplandor dorado. Amatista ajustó sus manos sobre el palo mientras Enzo observaba su postura con atención. Habían estado practicando durante un rato, y aunque sus tiros aún no eran precisos, la paciencia de Enzo parecía infinita cuando estaba con ella.
—Relaja los hombros, gatita. No necesitas golpear con fuerza, sino con control —murmuró Enzo, inclinándose para ajustar sus manos sobre las de ella.
Amatista sonrió, sintiendo el calor de su cercanía, pero su siguiente golpe envió la pelota en una dirección completamente opuesta.
—¿Control, dices? Creo que es lo único que no tengo ahora mismo —rió ella, dejando caer el palo con un suspiro.
Enzo soltó una carcajada, tomando su mano y guiándola hacia el carrito de golf.
—Ya basta por hoy. Vamos a caminar.
Dejaron el carrito estacionado y comenzaron a recorrer el campo tomados de la mano, mientras el viento jugueteaba con el cabello de Amatista. Ella se sentía ligera, como si el mundo estuviera compuesto únicamente por el calor de la mano de Enzo y el crujido de la hierba bajo sus pies.
—Mañana iré con Alicia y Alesandra a comprar cosas para la fiesta —comentó Amatista, mirando el cielo con una sonrisa suave.
Enzo sacó una tarjeta de su billetera y se la entregó.
—Compra lo que quieras, gatita. Incluido un teléfono, para que podamos comunicarnos más fácilmente.
Amatista tomó la tarjeta con sorpresa, mirándola por un momento antes de asentir.
—Gracias, amor.
Enzo la observó con una expresión divertida antes de añadir:
—Se supone que debes pedirme la clave.
Amatista parpadeó, confundida, y luego dejó escapar una risita.
—¡Es verdad! Me olvidé por completo.
Enzo negó con la cabeza, sonriendo, y se inclinó hacia ella.
—La clave es tu fecha de cumpleaños.
Amatista abrió la boca para responder, pero en ese instante, un grupo de hombres llamó a Enzo desde la distancia, interrumpiendo el momento. Uno de ellos lo invitó a pasar un rato en la cafetería del club.
—Será solo un momento, gatita —le aseguró Enzo, tomando su mano y guiándola hacia el lugar.
En la cafetería, se unieron a una mesa donde estaban Nahuel, Lucas, Hernán, Darío, Dalia, Verónica y Soledad. Enzo y Amatista, como era habitual, se sentaron juntos, su cercanía dejando claro a todos que ella era una presencia constante y especial en su vida.
Las conversaciones giraban en torno a negocios menores, aunque Enzo solo participaba lo justo, reservando la mayor parte de su atención para Amatista. Su mano descansaba sobre su pierna, y de vez en cuando le susurraba algún comentario al oído que la hacía reír suavemente.
Poco después, Maximiliano y Mauricio Sotelo llegaron a la mesa. Aunque Maximiliano era conocido por su naturaleza galante, mantuvo sus gestos hacia Amatista limitados a miradas discretas, consciente de la fama de celoso que tenía Enzo.
—Amor, tengo un poco de frío. ¿Me das la llave de la camioneta? Dejé mi campera adentro —pidió Amatista en un momento, inclinándose hacia Enzo.
Sin dudarlo, Enzo le entregó la llave, pero arqueó una ceja cuando ella añadió:
—También quería un poco de dinero para comprar galletas artesanales.
—¿De verdad, gatita? ¿No acabas de recibir una tarjeta con cupo ilimitado? —preguntó él, riendo suavemente.
Amatista hizo una mueca divertida, recordando su olvido.
—Lo olvidé… otra vez.
Ambos rieron, y tras un beso rápido, Amatista se levantó y se dirigió al estacionamiento. Las mujeres en la mesa intercambiaron miradas cargadas de envidia, mientras Maximiliano y Mauricio, divertidos, intercambiaban comentarios en voz baja.
Mientras Amatista bajaba por las escaleras del club para recoger su campera, se cruzó con un grupo de hombres y mujeres que ingresaban. Ninguno de ellos le prestó mucha atención, aunque su porte intimidante era innegable. Alejandro, Manuel, Felipe y Valentino, todos bajo las órdenes de Enzo, caminaban con una seguridad que parecía llenar el espacio. Bianca, Alba y Sara, las mujeres del grupo, los seguían de cerca.
Bianca, en particular, parecía ansiosa, ajustándose el cabello y la ropa con movimientos calculados. Tenía una fijación evidente por Enzo, convencida de que algún día él la elegiría, aunque nunca había obtenido más que frialdad de su parte.
Cuando el grupo llegó a la mesa, Nahuel, Hernán, Darío, Dalia, Verónica y Soledad se levantaron casi de inmediato, entendiendo que la presencia de los recién llegados implicaba temas de mayor importancia. Solo los hermanos Sotelo permanecieron junto a Enzo.
Amatista ajustó su campera mientras se dirigía nuevamente hacia el café. El cálido tejido había disipado el frío, pero no su pequeña desilusión por no haber conseguido las galletas que tanto deseaba. Sin embargo, sabía que al regresar junto a Enzo, cualquier molestia quedaría en el olvido.
Cuando llegó a la mesa, lo primero que notó fue la presencia de varias caras nuevas. Alejandro, Manuel, Felipe, Valentino, Bianca, Alba y Sara se habían unido a los Sotelo, llenando el espacio con un aire de importancia y autoridad. No obstante, lo que realmente captó su atención fue que su lugar habitual junto a Enzo había sido ocupado por una mujer desconocida, quien se inclinaba descaradamente hacia él con una sonrisa coqueta.
Amatista ni siquiera se molestó en detenerse a observar. Con pasos decididos, caminó directamente hacia Enzo y, sin decir una palabra, se acomodó en su regazo.
Enzo apenas reaccionó, más allá de ajustar su postura para acomodarla mejor, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Dónde están las galletitas, gatita? —preguntó él con una sonrisa suave, su tono cargado de complicidad.
Amatista suspiró y apoyó la cabeza en su hombro.
—No quedaban, amor —dijo, con una mezcla de tristeza y resignación.
Enzo soltó una carcajada y le acarició el cabello con ternura.
—Te prometo que la próxima vez tendrás todas las galletas que quieras.
La escena desató las risas de Maximiliano y Mauricio Sotelo, quienes estaban acostumbrados a la dinámica entre ellos. Maximiliano se inclinó hacia su hermano y murmuró en tono divertido:
—A veces no sé si Enzo es un mafioso o un esposo abnegado.
Mauricio rió por lo bajo, respondiendo:
—Tal vez ambas cosas. Pero, sinceramente, es más aterrador cuando está siendo amable.
Mientras tanto, los demás en la mesa observaban con sorpresa. Alejandro arqueó una ceja, impresionado por la cercanía entre Enzo y Amatista, mientras Felipe y Valentino intercambiaban miradas cómplices.
—Les presento a mi esposa, Amatista —declaró Enzo, su tono tranquilo pero firme, como si fuera una verdad incuestionable.
La noticia cayó como una bomba. Alejandro inclinó la cabeza en señal de respeto, mientras Alba y Sara se miraban con curiosidad. Bianca, por su parte, parecía petrificada, incapaz de ocultar su incredulidad.
—Esposa… —murmuró Felipe, girándose hacia Valentino—. Ahora todo tiene sentido.
Valentino asintió, reprimiendo una sonrisa.
—Sí, especialmente lo de las galletas.
Sin embargo, la calma en la mesa no duró mucho. Amatista, acurrucada en el regazo de Enzo, de repente frunció el ceño y comenzó a revisar los bolsillos de su campera.
—Amor… —murmuró con un tono que mezclaba confusión y preocupación.
—¿Qué pasa, gatita? —preguntó Enzo, ladeando la cabeza para mirarla.
—La llave de la camioneta… Creo que la perdí.
Enzo arqueó una ceja, pero antes de que pudiera responder, Amatista comenzó a buscar frenéticamente en sus bolsillos.
—Estoy segura de que la guardé aquí —dijo, su voz volviéndose nerviosa mientras revisaba una y otra vez el mismo lugar.
Maximiliano soltó una carcajada, seguido por Mauricio, mientras Alejandro y Felipe observaban con evidente diversión.
—¿Seguro que la traías, pequeña? —preguntó Alejandro, su tono burlón pero amable.
Amatista se detuvo por un momento, mirando a Enzo con ojos llenos de pánico.
—¡No está, amor! ¡La perdí!
Enzo, incapaz de contener una sonrisa, la acercó a su pecho y comenzó a acariciarle el cabello con ternura.
—No pasa nada, gatita. Tranquila.
—¡Pero era tu llave! ¡No quiero que te enojes conmigo! —exclamó Amatista, su voz quebrándose mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Mauricio inclinó la cabeza hacia Maximiliano, murmurando:
—¿Estás viendo esto? Creo que nunca he visto a alguien tan preocupado por una llave.
—O a alguien tan paciente con una pérdida —respondió Maximiliano, conteniendo la risa.
Enzo continuó consolando a Amatista, limpiándole las lágrimas con cuidado.
—No estoy enojado, gatita. Todo está bien.
—Esto es fascinante —comentó Valentino en voz baja, inclinándose hacia Felipe—. Enzo pasa de intimidante a un completo romántico en cuestión de segundos.
—Es un hombre de muchos talentos —respondió Felipe, mientras Alba y Sara reían en silencio.
Enzo levantó la mano y llamó a uno de los empleados del café.
—Busca una llave en el camino por donde ella vino, por favor.
El empleado asintió rápidamente y se marchó. Mientras tanto, Amatista permanecía acurrucada contra el pecho de Enzo, sollozando suavemente.
—No llores más, gatita —susurró él, su voz cargada de ternura—. Te prometo que encontraremos la llave.
El momento de tensión terminó cuando el empleado regresó con la llave en la mano.
—Aquí está, señor. La encontré cerca del mostrador.
Amatista se enderezó de inmediato, sus ojos brillando de alivio.
—¡Gracias! —dijo, sonriendo con tanta naturalidad que su rostro parecía iluminarse.
Enzo tomó la llave antes de que ella pudiera alcanzarla.
—Yo la guardaré, gatita. Es más seguro así.
Amatista hizo un puchero, pero finalmente asintió.
—Está bien, amor…
La escena desató una ola de comentarios divertidos.
—Esto merece un brindis —declaró Alejandro, levantando su vaso con una sonrisa.
—¿Por la llave o por Enzo siendo un esposo modelo? —preguntó Felipe con una risa.
—Por ambos —respondió Valentino, causando más carcajadas.
Incluso Alba y Sara no pudieron evitar unirse a las risas, mientras Bianca permanecía rígida, claramente molesta por el espectáculo.
—Nunca pensé que te veríamos consolar a alguien por una llave perdida, Enzo —bromeó Maximiliano, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Las risas se desvanecieron lentamente mientras el grupo volvía a enfocarse en los negocios. Enzo, aún con Amatista en su regazo, comenzó a discutir los puntos más relevantes de las próximas operaciones. Su voz firme y controlada dominaba la conversación, dejando claro quién tenía la última palabra en esa mesa.
Amatista, sin embargo, no compartía el interés de los presentes por los temas financieros o estratégicos. Mientras Enzo hablaba, ella jugueteaba distraídamente con un mechón de su cabello, enredándolo entre sus dedos. A veces, deslizaba sus dedos suavemente por el pecho de Enzo, un gesto casual que no buscaba llamar la atención pero que, sin duda, lo hacía.
Enzo parecía completamente fascinado por ella, aunque no dejó que sus reacciones interrumpieran su concentración en la conversación. Su mano descansaba sobre la pierna de Amatista, acariciándola de forma inconsciente, como si reafirmara que ella estaba exactamente donde debía estar.
Bianca, sentada al otro lado de la mesa, lanzaba comentarios velados entre coquetos e irritantes.
—Es impresionante cómo manejas todo, Enzo. Me pregunto si siempre tienes tiempo para lo que realmente importa —dijo con una sonrisa que claramente buscaba provocar.
Enzo ni siquiera la miró.
—Siempre hago tiempo para lo que realmente importa —respondió, apretando suavemente la pierna de Amatista como si subrayara su punto.
Amatista, entretenida por la interacción, se inclinó hacia el oído de Enzo, sus labios casi rozando su piel, y susurró juguetonamente:
—Mañana compraré algo especial para ti, amor. Algo que creo que te va a encantar.
Enzo giró ligeramente la cabeza hacia ella, su expresión relajada transformándose en una sonrisa divertida.
—¿Algo especial, gatita? ¿Qué tienes en mente? —preguntó en voz baja, su tono cargado de complicidad.
—Una lencería nueva. Quiero sorprenderte —confesó Amatista con un brillo travieso en los ojos.
Enzo soltó una risa profunda, esa que pocas veces dejaba salir, y negó con la cabeza.
—Eres increíble, gatita —murmuró, dejando un beso rápido en su frente.
Bianca, claramente molesta por la risa de Enzo y la evidente conexión entre ellos, alzó la voz, interrumpiendo el momento.
—¿De qué se ríen? —preguntó con una sonrisa tirante, tratando de disimular su irritación.
Enzo la miró brevemente, sin molestarse en ocultar su desinterés por su pregunta.
—Es algo personal —respondió con sencillez, regresando su atención a Amatista, quien sonrió satisfecha y volvió a juguetear con su cabello.
El gesto de Enzo, aunque breve, fue suficiente para encender aún más la frustración de Bianca, quien apretó los labios y miró hacia otro lado.
Tras unos minutos más de conversación, Enzo se levantó, llevando a Amatista consigo con movimientos fluidos y seguros.
—Es todo por hoy. Buenas noches —dijo, despidiéndose con un leve gesto de cabeza antes de girarse hacia la salida.
Amatista, tomada de su brazo, caminaba con él, irradiando calma y seguridad. Al desaparecer de la vista, el grupo permaneció en silencio por unos instantes, hasta que Maximiliano rompió el hielo con una carcajada.
—Bueno, Bianca, parece que tu gran amor no está disponible. ¿Qué harás ahora? —dijo con una sonrisa burlona.
Bianca se limitó a fruncir el ceño, mirando su copa con frustración.
Mauricio se unió a las risas, dándole una palmada en el hombro a su hermano.
—No seas tan duro, Maxi. A lo mejor todavía tiene una oportunidad… en sus sueños.
Las carcajadas resonaron en la mesa mientras Bianca intentaba mantener la compostura.
—Si lo de hoy te molestó, Bianca, deberías haberlos visto jugando al golf esta mañana —añadió Maximiliano con un tono divertido—. Fue como una escena sacada de una película erótica.
Felipe levantó una ceja, claramente intrigado.
—¿De qué hablas? —preguntó, riendo suavemente.
—Roces casuales, besos que se daban cada tanto… solo mirarlos era suficiente para que cualquiera quisiera dejar de jugar y empezar a disfrutar el espectáculo —explicó Maximiliano, levantando su copa como si brindara por ello.
Mauricio asintió de inmediato, apoyando las palabras de su hermano.
—Totalmente de acuerdo. Si esto es lo que pasa en el campo de golf, imagina lo que sucede cuando no hay testigos.
Valentino se rió por lo bajo, sacudiendo la cabeza.
—Deberíamos empezar a cobrar entradas. Podría ser el negocio del año.
Incluso Alba y Sara, quienes habían permanecido más reservadas hasta ahora, no pudieron evitar unirse a las risas.
Bianca, sin embargo, estaba en su límite.
—Por favor, basta —murmuró, su voz tensa mientras se levantaba de la mesa—. Yo también tengo cosas importantes que atender.
—Claro que sí, Bianca —dijo Maximiliano con una sonrisa burlona mientras ella se alejaba—. ¡Cuídate de no perderte en tus “negocios importantes”!
Cuando Bianca desapareció de la vista, las risas continuaron, y el ambiente en la mesa se tornó mucho más relajado. La imagen de Enzo y Amatista había dejado una marca en todos, recordándoles que incluso en el mundo de las decisiones frías y los movimientos estratégicos, había espacio para la pasión y el amor.