Capítulo 46 La fiesta de francesco
El día de la fiesta de Francesco había llegado, y la mansión Bourth estaba llena de actividad. Enzo, como siempre, había comenzado su jornada sumido en reuniones y compromisos ineludibles, pero la fiesta estaba cerca y él sabía que pronto podría relajarse. Había algo especial en esa noche. Francesco, viejo amigo de su padre, Romano, celebraba su cumpleaños, y aunque en su mundo de negocios todo seguía un curso imparable, esa noche era distinta.
Mientras Enzo se ocupaba de las tareas del día, Alicia, Amatista y Alesandra se preparaban para asistir al evento. Roque, el guardia más leal y confiable de Enzo, quien conocía a los dos desde pequeños, estaba listo para acompañarlas. Roque había sido testigo de la complicidad que existía entre Enzo y Amatista desde que eran niños, y su respeto y aprecio por ambos eran palpables.
Alicia, con su toque de distinción, había decidido que las tres pasarían por una estética cercana para arreglarse el cabello. La charla entre las tres, llena de risas y pequeñas bromas, reflejaba la cercanía que compartían. Alesandra, con su energía juvenil, y Alicia, con su mirada atenta y elegante, eran la compañía perfecta para Amatista, quien, aunque disfrutaba de la belleza y la atención, no podía evitar pensar en Enzo, en lo que sentiría al verla esa noche.
Cuando terminaron en la estética, regresaron a la mansión Bourth, donde se dirigirían al tocador y a la zona de vestidores. Las tres se preparaban con calma, sabiendo que la noche que se avecinaba sería especial. Amatista, en particular, no podía evitar sentir una mezcla de excitación y nerviosismo mientras se miraba en el espejo, ajustando los pequeños detalles para lograr la perfección. Decidió que esa noche se vería espectacular, y el vestido que había elegido reflejaba todo eso.
El vestido azul, con una tela ligera y brillante, caía perfectamente sobre su cuerpo. La parte superior se ajustaba a su figura con un escote sutil que no era demasiado revelador, pero dejaba entrever con elegancia su cuello delicado. La falda fluía libremente, con una abertura lateral que dejaba escapar apenas una mirada de sus piernas. Era un vestido sofisticado, pero lo suficientemente audaz para llamar la atención, y Amatista lo sabía.
Alicia, que siempre había tenido buen gusto, le entregó unos aros y un collar que combinaban a la perfección, completando su look con una elegancia que le daba el toque final. Amatista, al mirarse en el espejo, no pudo evitar sonreír. Sentía una seguridad renovada, pero, al mismo tiempo, una pequeña chispa de nerviosismo.
—Te ves increíble, Amatista —comentó Alicia, observando su hija política con una sonrisa satisfecha.
Alesandra, siempre animada, no se quedó atrás y eligió un vestido blanco sencillo, pero elegante, que reflejaba su juventud y frescura. Mientras se preparaba, las risas no cesaban, y la atmósfera estaba llena de una energía positiva.
Roque, siempre puntual y con una sonrisa cálida, las esperaba a la entrada de la mansión Bourth. No pudo evitar alabar la belleza de las tres mujeres al verlas salir, asegurando que no había nada que temer esa noche, ya que se verían deslumbrantes.
—Están radiantes —dijo, con una mirada de admiración mientras las guiaba al coche.
El viaje hacia el hotel donde se celebraba la fiesta fue tranquilo, pero el aire estaba cargado de emoción. Las conversaciones entre las tres mujeres eran suaves, pero llenas de complicidad. Amatista disfrutaba de esos momentos de calma, de la cercanía de su nueva familia, pero sabía que lo que se venía sería más que una fiesta cualquiera. Era un evento importante, y ella se sentía nerviosa, pero también agradecida por tener a Enzo a su lado.
Al llegar al hotel, Enzo ya estaba en el lugar, acompañado de Massimo, Emilio, Paolo y Mateo, quienes discutían sobre negocios en un rincón del salón. Francesco, el cumpleañero, había llegado poco antes, acompañado de su hijo Rogelio. Francesco, un hombre de buena presencia, de alguna manera era una figura de autoridad en el círculo de Enzo, aunque a veces su presencia se veía eclipsada por la actitud arrogante de su hijo. Rogelio, de apariencia imponente como su padre, había heredado, sin embargo, muy poco de su educación. Era conocido por su actitud despectiva y su creencia de que el mundo debía rendirse ante él.
Roque avisó que las tres mujeres estaban a punto de llegar, y Enzo, al recibir el mensaje, se levantó para recibirlas en la entrada del hotel. Cuando las vio aparecer, su mirada se detuvo por completo en Amatista. Cada detalle de ella parecía brillar esa noche: desde el brillo sutil de su vestido hasta la forma en que caminaba con gracia, todo en ella parecía estar a la altura de la ocasión. Enzo soltó un suspiro, sin poder evitarlo, admirado por la belleza que su esposa exudaba.
Amatista, al notar su reacción, sonrió de manera juguetona, disfrutando de la atención de Enzo. Se acercó con paso firme y elegante, como si supiera que había conquistado, una vez más, su mirada.
—¿Te gusta lo que ves, amor? —preguntó con una sonrisa traviesa.
Enzo, incapaz de contener su admiración, asintió, no sólo con la cabeza, sino también con los ojos, claramente cautivado por ella.
—Te ves espectacular, gatita —respondió en voz baja, tomando su mano y guiándola hacia el ascensor.
Mientras subían, la atmósfera se volvió algo más íntima, a pesar de la multitud. Enzo no dejó de observar a Amatista, y ella, sintiendo la intensidad de su mirada, no pudo evitar reírse en silencio, disfrutando de la seguridad que le daba tenerlo a su lado. Al llegar al salón, el ambiente se tornó más animado, con la risa y las conversaciones llenando el aire. Enzo, sin embargo, siguió siendo el centro de atención.
Se dirigieron a la mesa, donde Massimo, Emilio, Mateo y Paolo estaban ya conversando con Francesco y su hijo Rogelio. Enzo, con su habitual seguridad, presentó a Amatista a Francesco, quien la saludó con una sonrisa afable. Rogelio, sin embargo, no pudo ocultar su mirada algo fría, pero Amatista no se dejó intimidar. Respondió con una sonrisa cortés y se acomodó junto a Enzo, sintiendo la familiaridad del ambiente, pero también la presión de ser observada.
A medida que la fiesta continuaba, la diversión era evidente. Enzo, a pesar de estar rodeado de conocidos, no perdía de vista a Amatista, quien, aunque se integraba con los demás, disfrutaba del juego de miradas y gestos entre ambos. Pronto, la pista de baile comenzó a llenarse, y Amatista, sin pensarlo mucho, miró a Enzo con una sonrisa juguetona.
—¿Bailamos, amor?
Enzo, que había estado observando a la multitud con cierta distancia, no dudó en aceptar el desafío.
—Claro, gatita.
Al principio, el baile fue suave y elegante, un juego de cuerpos que se movían con naturalidad. Pero pronto, la cercanía entre ellos aumentó, y Amatista no pudo resistirse a coquetear de manera más intensa. Mientras bailaban, sus manos se deslizaban, primero por la espalda de Enzo y luego por su pecho, de manera sutil, pero cargada de intención. Cada roce, cada movimiento, parecía intensificar la química entre ellos. Enzo, lejos de molestarse, correspondió al coqueteo con una mirada profunda y una sonrisa cómplice.
—Si sigues así, voy a perder el control, gatita —murmuró Enzo, con voz grave, mientras la mantenía cerca de su cuerpo, su aliento entrecortado por la proximidad.
Amatista, encantada con la intensidad de su respuesta, bajó la mano suavemente por su torso, dejándola descansar sobre su abdomen.
—¿Y qué pasaría si lo pierdes, amor? —preguntó ella, con una sonrisa retadora, mientras lo miraba fijamente.
La respuesta de Enzo fue un beso breve, pero lleno de promesas, que hizo que el ambiente se volviera aún más cargado de tensión. Mientras tanto, el grupo que los observaba desde la mesa no podía dejar de mirar la conexión palpable entre ellos. Las risas y los murmullos se mezclaban mientras algunos intercambiaban miradas sorprendidas, otros simplemente disfrutaban de la escena.
Alejandro, Manuel, Felipe, Valentino y los demás no pudieron evitar sonreír al ver el baile entre Enzo y Amatista. Las risas no eran burlonas, sino admirativas, pues el amor y la atracción entre ellos era evidente. Pero no todos compartían la misma sensación. Bianca, que estaba cerca, continuaba observando la escena con un ceño fruncido. Cada movimiento de Enzo y Amatista la irritaba profundamente, y no podía evitar sentirse desplazada por la atención que él le brindaba a su esposa. Mientras todos a su alrededor comentaban con complicidad y diversión, Bianca permanecía en silencio, su mirada fija en ellos con desdén. Sabía que su intento por atraer la atención de Enzo era inútil, pero eso no le impedía sentir celos.
El contraste entre la atmósfera alegre y la incomodidad que Bianca sentía era palpable. Mientras el resto de los presentes disfrutaba de la química evidente entre Enzo y Amatista, Bianca se aislaba aún más, aferrándose a su copa con la esperanza de que el vino suavizara el malestar que la consumía.
Mientras tanto, en la pista de baile, Enzo y Amatista seguían compartiendo miradas y caricias discretas. Amatista, juguetona, rozaba su pierna contra la de Enzo, provocando una reacción en él que no pasó desapercibida. Sin embargo, él no se apartó ni mostró signos de molestia; al contrario, su mirada se volvió más intensa y profunda, como si no pudiera apartar los ojos de ella.
—Gatita, me haces perder el control —murmuró Enzo, su tono grave y cargado de deseo, mientras sus manos recorrían lentamente su espalda.
Amatista, con una sonrisa traviesa, disfrutaba de la cercanía. Sabía cómo tenía a Enzo completamente cautivado, y aunque disfrutaba de ese poder sobre él, también se sentía más cerca de él que nunca. El roce de sus cuerpos mientras bailaba se volvía más íntimo, y cada movimiento parecía atraerlos aún más.
Enzo la miraba con una mezcla de admiración y pasión. Aunque había personas observando, no le importaba. La presencia de Amatista a su lado lo hacía sentir completo, y no podía evitar demostrarlo. Cada paso de baile, cada gesto, parecía ser una extensión de esa conexión tan profunda que compartían.
Al fondo, los murmullos seguían. La conversación en la mesa no había cesado, aunque las miradas se volvían constantemente hacia la pareja en la pista de baile. Alejandro, Manuel y Felipe, que conocían a Enzo desde hace tiempo, intercambiaron sonrisas cómplices mientras observaban cómo la relación de Enzo y Amatista se mostraba tan evidente ante todos.
—No es por nada, pero... ¿alguien más siente que esto parece una película? —comentó Alejandro, su tono lleno de diversión.
—Sí, ¿y de las buenas? —agregó Manuel, sin ocultar la sonrisa.
—Es más que una película —dijo Maximiliano, que estaba en la mesa con los Sotelos—. Esto es digno de un guion de los que hacen historia.
La risa generalizada acompañó la conversación, pero Bianca no pudo evitar girar la cabeza hacia la pista de baile, observando con más resentimiento cada gesto entre Enzo y Amatista. La facilidad con la que ellos compartían esa complicidad, esos gestos de amor, la hacía sentirse aún más desplazada.
Mientras tanto, en la pista de baile, Amatista, disfrutando de la atmósfera, susurró en el oído de Enzo.
—¿Me dejarías poner el cartel en el campo de golf? —preguntó, con una sonrisa pícara, sabiendo que, al mencionarlo, probablemente lo haría reaccionar.
Enzo la miró de reojo, sintiendo el desafío en su tono. No podía resistirse a su forma de ser, a cómo siempre lograba hacer que sus pensamientos se centraran únicamente en ella. Sin embargo, no iba a ceder tan fácilmente.
—¿Otra vez con el cartel, gatita? —dijo, mientras la levantaba un poco, sin perder el ritmo del baile.
Amatista, con su sonrisa juguetona, lo miró fijamente.
—Solo quiero recordarle a todos quién es el verdadero campeón —respondió con una risa ligera.
Enzo la miró, divertido por su actitud, pero también cautivado por la manera en que ella lograba llevar el juego a su terreno.
—Si ganas sin trampas, tal vez —respondió, desafiante.
Amatista, con una mirada traviesa, aceptó el desafío sin dudarlo.
—¡Trato hecho! —dijo, mientras le daba un beso rápido en la mejilla.
La intensidad del momento, aunque breve, dejó claro que la dinámica entre Enzo y Amatista era única. Era una danza de poder y atracción, una mezcla de cariño, deseo y respeto que solo ellos compartían. Cada mirada, cada gesto, parecía estar cargado de significados profundos, algo que no pasaba desapercibido para los demás.
El grupo que los observaba continuaba hablando sobre ellos, comentando sobre la evidente química entre la pareja. Sin embargo, las miradas más escépticas, como las de Bianca, no podían ocultar el malestar que sentían al ver la complicidad tan natural entre Enzo y Amatista. La manera en que él la trataba, con una mezcla de adoración y respeto, contrastaba con la actitud despectiva de otros hombres hacia sus parejas.
En la mesa, las bromas seguían, y todos parecían disfrutar del ambiente relajado y lleno de camaradería. Sin embargo, Bianca, incapaz de soportar la situación, se levantó de la mesa y se alejó un poco, intentando calmar la rabia que sentía por dentro.
Mientras tanto, Enzo y Amatista continuaron bailando, sin preocuparse por las miradas ajenas, como si el mundo a su alrededor no existiera. En ese momento, el salón, la fiesta, las risas, todo parecía desvanecerse. Solo quedaban ellos dos, el uno para el otro.