Capítulo 45 Bajo la mirada del club
Tras el final de la competencia, el grupo se dirigió a la terraza del club de golf, un espacio abierto que ofrecía una vista privilegiada del campo. Las mesas dispuestas estratégicamente bajo sombrillas brindaban sombra suficiente para disfrutar de la brisa suave de la tarde. Las conversaciones comenzaron con un tono ligero, acompañadas por las bebidas frías que los camareros distribuían con precisión.
Amatista y Enzo se acomodaron en una de las mesas centrales. Ella, con una postura relajada, se sentó con las piernas recogidas sobre la silla, apoyando la cabeza ligeramente en el brazo de Enzo. Mientras él mantenía una charla seria con algunos de los presentes, su esposa parecía ajena a las tensiones del momento, su atención completamente capturada por el paisaje que se extendía ante ella.
Aunque Amatista había visitado ese club en múltiples ocasiones, cada vez encontraba algo nuevo que admirar. La mezcla de colores, el brillo del sol sobre el césped perfectamente cuidado y la calma del ambiente parecían transportarla a otro mundo. Su expresión tranquila contrastaba con la atmósfera seria de la conversación.
—Entonces, ¿qué piensan hacer con los rumores sobre los ataques? —preguntó Felipe, inclinándose hacia Enzo con el ceño fruncido.
Enzo, como siempre, se mostró firme y directo.
—Después de la fiesta de Francesco, tendremos una reunión en la mansión Bourth. Necesitamos reestructurar las rutas.
—¿Quiénes estarán? —preguntó Tyler, mientras dejaba su vaso sobre la mesa.
—Demetrio, David, tú, los Sotelo… y también Massimo, Mateo, Paolo y Emilio —respondió Enzo, sin rodeos—. Quiero garantías de que las entregas se llevarán a cabo sin inconvenientes.
Los hombres asintieron, entendiendo la gravedad de la situación. Mientras tanto, Amatista permanecía sumida en sus propios pensamientos, sin prestar atención a la tensión que flotaba en el aire. Este contraste no pasó desapercibido para algunos.
Valentino, que observaba la escena, murmuró algo por lo bajo a Alejandro, quien asintió.
—Son como dos mundos distintos coexistiendo —comentó Valentino, impresionado por cómo la tranquilidad de Amatista parecía complementar la intensidad de Enzo.
Aunque algunos intercambiaban miradas curiosas y de admiración, sabían que no debían abusar de la paciencia de Enzo con comentarios inapropiados. La lealtad hacia él era incuestionable, pero también conocían su carácter impredecible si se cruzaba un límite.
El ambiente cambió ligeramente cuando Massimo y Emilio llegaron a la mesa, saludando a Enzo y Amatista con animada familiaridad.
—¡Siempre tan serios aquí! ¿No pueden relajarse un poco? —bromeó Massimo, levantando una ceja mientras se cruzaba de brazos.
—Tú nunca cambias, Massimo —respondió Enzo con una ligera sonrisa, indicándoles que se sentaran.
Massimo negó con la cabeza.
—Me encantaría, pero tengo un compromiso que atender. La próxima vez será.
Emilio, en cambio, aceptó la invitación. Mientras buscaba una silla cercana, Amatista lo interrumpió.
—Siéntate aquí —dijo, señalando la silla que ella ocupaba, antes de levantarse y acomodarse en el regazo de Enzo como si fuera lo más natural del mundo.
Enzo, lejos de incomodarse, pasó un brazo por su cintura y la levantó ligeramente para que se acomodara mejor. Este gesto, que para otros podría parecer extraño, para ellos era simplemente una extensión de su rutina diaria.
Emilio, sin perder la oportunidad, lanzó una broma juguetona:
—Al menos esta vez no hay una manta de por medio.
Amatista y Enzo rieron suavemente, pero cuando los demás, intrigados, pidieron una explicación, Enzo respondió con su característico tono firme.
—Es algo privado.
La declaración no dejó espacio para preguntas adicionales. Emilio, al ver las miradas de curiosidad, decidió no agregar nada más, respetando el límite implícito que su amigo acababa de marcar.
La tarde comenzó a suavizarse, y las conversaciones en la terraza se volvieron menos tensas. Los temas de negocios dieron paso a anécdotas y bromas ligeras. Mientras la risa llenaba el ambiente, Enzo inclinó ligeramente la cabeza hacia Amatista, susurrándole algo que solo ella podía escuchar.
—Gatita, ¿qué te gustaría hacer ahora?
Amatista levantó la mirada, pensativa, y tras unos segundos respondió con una sonrisa traviesa.
—Te desafío en el golf.
Enzo arqueó una ceja, divertido por la idea.
—¿Un desafío, eh? Espero que no llores cuando pierdas.
Amatista rió, golpeándole suavemente el hombro.
—Eso mismo iba a decirte, amor.
Sin decir nada más, ambos se levantaron de la mesa, atrayendo la atención del grupo. Enzo tomó suavemente la mano de Amatista y juntos se dirigieron al campo, dejando atrás las conversaciones.
Emilio, que no tenía mucha afinidad con algunos de los presentes, aprovechó la salida de los Bourth para despedirse.
—Creo que es hora de retirarme. Nos vemos en la reunión —dijo, mientras se levantaba y caminaba hacia la salida, despidiéndose con un gesto.
Mientras tanto, Amatista y Enzo caminaban tranquilamente hacia el campo. La tarde comenzaba a teñirse de tonos cálidos, y el aire fresco del atardecer hacía el momento aún más agradable.
—¿Lista para perder, gatita? —preguntó Enzo, sosteniendo el palo de golf con una postura impecable, su expresión tan segura como siempre.
—Más que lista para ganarte, amor —respondió Amatista con una sonrisa llena de confianza, inclinando ligeramente la cabeza mientras lo miraba.
El primer golpe de Enzo fue, como cabría esperar, preciso y elegante. La pelota cruzó el aire con una trayectoria perfecta antes de aterrizar a una distancia considerable. Enzo se enderezó, lanzándole a Amatista una mirada de desafío mientras dejaba el palo a un lado.
—Tu turno, gatita —dijo con tono calmado, pero había un brillo en sus ojos que delataba cuánto disfrutaba de su competencia con ella.
Amatista tomó su posición, ajustando su postura con deliberación. Sabía que Enzo la observaba, y se aseguró de mover las caderas un poco más de lo necesario al prepararse para el golpe.
—¿Estás cómodo ahí, amor? —preguntó con un tono juguetón, sin girarse hacia él.
Enzo soltó una risa baja y respondió:
—Demasiado, gatita. Pero no intentes distraerme.
Ella giró ligeramente la cabeza, lo suficiente para lanzarle una mirada coqueta antes de volver a concentrarse en la pelota. El golpe fue fuerte, aunque no tan preciso como el de Enzo, pero logró mantener la competencia cerrada.
Desde la terraza del club, el grupo que los observaba seguía cada movimiento con creciente interés. Tyler, que no podía apartar los ojos de la pareja, dejó escapar un suspiro antes de girarse hacia Maximiliano.
—Tienes razón. Son dignos de una película erótica.
Maximiliano, que había estado observando la interacción con una mezcla de diversión y fascinación, asintió sin dudar.
—Y lo de hoy no es nada. Deberías haberlos visto hace unos días.
—¡Exageras! —intervino Jorge, aunque su tono delataba que también estaba intrigado.
—No exagera —interrumpió Sofía, que se encontraba a unos pasos de ellos. Su sonrisa traviesa captó la atención de todos—. Los vi. Fue como ver una escena que no se supone que compartas con el resto del mundo.
Las risas estallaron entre algunos del grupo, mientras otros, como Felipe y Valentino, intercambiaban miradas incrédulas.
—No entiendo cómo pueden actuar así delante de todos —murmuró Bianca, cruzando los brazos con evidente disgusto—. Es completamente innecesario.
—Tal vez si te relajaras un poco, lo entenderías —respondió Diana con una sonrisa que apenas escondía su intención de molestarla.
Bianca, claramente molesta, no respondió, limitándose a apretar los labios mientras seguía observando desde la distancia.
Mientras tanto, en el campo, Amatista y Enzo continuaban con su juego, aunque la tensión competitiva estaba mezclada con un constante coqueteo.
—Déjame ayudarte, gatita —dijo Enzo mientras ella se preparaba para su siguiente tiro.
Antes de que pudiera negarse, él se colocó detrás de ella, colocando sus manos sobre las de Amatista en el palo de golf.
—Así es como debes posicionarte —susurró en su oído, su voz baja y cargada de intención.
Amatista sonrió, inclinándose ligeramente hacia él mientras dejaba que la guiara.
—Gracias, amor. Eres el mejor instructor.
Cuando el golpe salió mejor de lo esperado, Enzo dejó un beso rápido en su cuello, arrancándole un leve suspiro.
—¿Qué harías sin mí, gatita? —murmuró con una sonrisa antes de retroceder.
El intercambio, aunque breve, era suficiente para que los presentes en la terraza intercambiaran miradas de asombro y risa.
—¡Increíble! ¡Es como si olvidaran que están en público! —dijo Leonardo, riendo mientras se inclinaba hacia David.
—Es parte de su encanto —respondió David, encogiéndose de hombros.
—O parte de su exhibicionismo —añadió Mauricio con una sonrisa burlona.
Bianca, que seguía observando, chasqueó la lengua con frustración.
—No entiendo cómo pueden ser tan… así.
—Así felices, tal vez —respondió Alba con un tono suave pero lleno de significado.
Bianca miró a Alba con una mezcla de incredulidad y enojo, pero prefirió guardar silencio.
En el campo, la competencia seguía cerrada. Enzo, preparado para realizar un golpe decisivo, se posicionó mientras Amatista lo observaba atentamente. Sin embargo, antes de que pudiera concentrarse por completo, sintió la mano de Amatista deslizarse suavemente por su espalda.
—¿Seguro que puedes ganarme, amor? —susurró ella con un tono que combinaba desafío y coquetería.
El golpe, aunque sólido, no alcanzó la precisión que Enzo esperaba. Cuando vio dónde había aterrizado la pelota, se giró hacia Amatista con una ceja levantada.
—Eso fue trampa, gatita.
—¿Yo? ¡Jamás! —respondió ella, llevándose las manos al pecho con un gesto de falsa inocencia.
Enzo dejó escapar un suspiro dramático, aunque era evidente que disfrutaba de sus tácticas.
Finalmente, fue el turno de Amatista. Con un golpe preciso y lleno de confianza, logró superar a Enzo, asegurándose la victoria.
—¡Te gané, amor! —dijo con una sonrisa triunfante mientras se giraba hacia él.
Enzo se acercó lentamente, cruzándose de brazos con una expresión que mezclaba diversión y fingido enojo.
—Solo porque me distrajiste. Eso no cuenta.
—Claro que cuenta. Soy la mejor, ¿recuerdas? —respondió ella con una sonrisa que lo desarmó por completo.
Enzo rió, inclinándose hacia ella para murmurar:
—Está bien, gatita. Eres la mejor.
—¡Lo sé! —dijo Amatista, riendo mientras añadía—. Creo que voy a pedirle permiso al dueño para poner un cartel que diga que el gran Enzo Bourth perdió.
Enzo soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza.
—¿Permiso al dueño? Gatita, este campo es mío.
Amatista lo miró con sorpresa genuina.
—¿Es tuyo? ¿De verdad?
—Claro. ¿Nunca viste el cartel en la entrada? Dice Bourth bien grande.
Ella frunció el ceño, claramente tratando de recordar.
—No, nunca lo vi.
Enzo se encogió de hombros con una sonrisa divertida.
—Por eso siempre digo que estás en tu propio mundo, gatita.
Sin darse por vencida, Amatista añadió:
—Entonces, si el campo es tuyo, ¿la cafetería también lo es?
—No exactamente. Esa cafetería pertenece a un empresario que me paga por usar el espacio.
Amatista asintió lentamente, fingiendo entender.
—Ah, claro… eso tiene sentido. Creo.
—¿Crees? —preguntó Enzo, divertido.
Ella rió, encogiéndose de hombros antes de añadir:
—¿Y puedo poner mi cartel?
Enzo fingió una expresión seria, sus labios curvándose apenas en una sonrisa contenida.
—No.
Amatista frunció el ceño, su expresión una mezcla de decepción y desafío.
—¿Por qué no? —preguntó, dando un paso hacia él, con las manos en las caderas, mostrándose deliberadamente inocente.
Enzo no respondió de inmediato. En cambio, dejó que sus ojos recorrieran su figura, deteniéndose un instante en los mechones sueltos de su coleta y luego en el escote sutil de su remera. Finalmente, se acercó un poco más, borrando cualquier espacio entre ellos.
—Porque no, gatita —dijo en un tono bajo, su voz cargada de esa mezcla de firmeza y diversión que siempre la desconcertaba.
Amatista dejó escapar un suspiro exagerado, mirando hacia un lado mientras se cruzaba de brazos.
—Amor, ¿qué daño puede hacer un pequeño cartel? —insistió, regresando su mirada a la de él.
Enzo no respondió con palabras. En lugar de eso, deslizó su mano suavemente por la cintura de Amatista, sus dedos trazando un camino lento y deliberado hasta la parte baja de su espalda. Amatista se tensó ligeramente bajo su toque, pero no se apartó; al contrario, permitió que su sonrisa se ampliara mientras lo miraba con fingida incredulidad.
—No me vas a convencer así —murmuró ella, aunque su tono la delataba.
—¿No? —preguntó Enzo con una sonrisa traviesa, inclinándose hacia ella para dejar un beso en la curva de su cuello.
Amatista soltó un leve suspiro, y antes de que pudiera responder, él deslizó su otra mano hacia su pierna, acariciando su muslo desnudo con una lentitud que solo él podía dominar.
—Amor, eso es trampa —dijo ella en un susurro, aunque no se apartó.
—¿Trampa? Tú eres la experta en eso, gatita —respondió Enzo, su voz baja y cercana a su oído, antes de dejar otro beso, esta vez más cerca de sus labios.
A la distancia, el grupo que los observaba desde la terraza se encontraba dividido entre el asombro y la diversión. Tyler, que ya había perdido toda pretensión de discreción, volvió a dirigirse a Maximiliano.
—Ahora entiendo por qué dijiste que parecen una película erótica. Esto es demasiado.
Maximiliano, que había estado observando con una sonrisa divertida, asintió lentamente.
—Es su forma de ser. No importa si están solos o no.
—¿Cómo pueden actuar así en público? —preguntó Bianca con evidente irritación, su mirada fija en los movimientos de Enzo mientras alzaba a Amatista con facilidad.
—Porque pueden —respondió Diana, sin molestarse en disimular su tono sarcástico.
Mientras tanto, Alba y Sara intercambiaban miradas de complicidad, ambas sonriendo ante la escena.
—Nunca había visto a Enzo así —comentó Alba en voz baja—. Es… diferente.
—Diferente es poco. Parece otro hombre con ella —añadió Sara.
De vuelta en el campo, Amatista trató de recuperar algo de control sobre la conversación.
—Amor, el cartel no es tan mala idea. Es un recordatorio de quién ganó aquí —dijo, alzando ligeramente la barbilla con un gesto triunfal.
Enzo, aún sosteniéndola contra su pecho, rió suavemente antes de inclinarse hacia ella para mirarla directamente a los ojos.
—No vas a convencerme, gatita.
Amatista hizo un puchero, un gesto que sabía que era una de sus armas más efectivas contra él.
—¿Por favor? —pidió, con su tono más dulce.
Enzo la observó en silencio por un momento antes de negar con la cabeza, pero sus ojos brillaban con una chispa de diversión.
—Solo lo permitiré si me ganas otra vez… pero esta vez sin trampas.
Amatista arqueó una ceja, intrigada.
—¿Un desafío?
—Exacto. Pero no será hoy —dijo, bajándola con cuidado hasta que sus pies tocaron el suelo.
Ella lo miró, calculando sus probabilidades de ganar sin distraerlo, pero al final asintió con una sonrisa.
—Está bien, amor. Un desafío es un desafío.
Enzo extendió su mano hacia ella, recuperando su postura serena de siempre.
—Vamos, gatita. Es hora de volver a la mansión.
Mientras se alejaban del campo, las miradas de todos en la terraza los siguieron. Algunos murmuraban en voz baja, otros simplemente se reían ante la intensidad de la interacción. Incluso Jorge, que normalmente era reservado, dejó escapar un comentario.
—Esto no es normal. Pero, bueno, ¿qué es normal en el mundo Bourth?
—Normal o no, es bastante entretenido —respondió Felipe, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.
Bianca, por su parte, seguía inmóvil, su expresión endurecida mientras los veía desaparecer en la distancia. Aunque intentaba ocultarlo, el disgusto en su mirada era evidente para cualquiera que se molestara en observarla.
El grupo en la terraza continuó con sus charlas, pero la mayoría no podía evitar lanzar comentarios esporádicos sobre la pareja que acababa de irse, mientras el día en el club llegaba a su fin.