Capítulo 113 Bajo la luz de lune
Un mes había transcurrido desde la última vez que Amatista y Enzo compartieron espacio. La distancia entre ambos parecía un abismo, aunque en la mente de ambos aún resonaban los recuerdos de aquel encuentro. Amatista, con determinación, había volcado toda su energía en el lanzamiento de Lune, su nueva empresa de joyería. Había tomado una decisión estratégica: mantener su anonimato como rostro detrás de los diseños para crear un halo de misterio alrededor de la marca.
El salón donde tendría lugar el evento estaba lleno de vida esa tarde. Santiago, siempre enérgico, supervisaba los últimos detalles mientras los organizadores corrían de un lado a otro ajustando decoraciones y luces. Las vitrinas de cristal estaban perfectamente dispuestas, exhibiendo las piezas de la colección inaugural de Lune. Las joyas, iluminadas con precisión, irradiaban un brillo elegante, reflejo de la dedicación y visión de Amatista.
—Esto será un éxito total —comentó Santiago mientras daba un último vistazo al salón—. No hay forma de que algo salga mal.
—La verdad es que la campaña ha sido un golpe maestro —respondió Alejo desde su posición junto a la puerta, revisando la lista de invitados—. Aunque sigo pensando que Amatista debería estar aquí.
—Ese es el punto, Alejo —replicó Santiago con una sonrisa—. La ausencia es la mejor presencia.
Mientras los dos seguían inmersos en los preparativos, al otro lado de la ciudad, Enzo se encontraba en el exclusivo club de golf, acompañado de Albertina y un grupo de socios habituales: Massimo, Mateo y su novia Clara, Emilio, Paolo, Maximiliano, Mauricio Sotelo, Valentino y Felipe. El sol de la tarde iluminaba el campo, donde los hombres charlaban animadamente mientras Clara permanecía cerca de Mateo, sonriendo y aportando comentarios cuando el tema lo ameritaba.
—¿Han escuchado sobre el evento de Lune esta noche? —preguntó Mateo mientras se inclinaba para tomar su copa, con Clara abrazada a su brazo.
—Claro que sí —respondió ella con entusiasmo—. Pude ver algunos de los diseños durante la campaña previa. Son impresionantes, Mateo. Detallados, elegantes... simplemente hermosos. No puedo esperar a ver cómo presentan todo.
Mateo asintió, acariciándole la mano con afecto.
—Eso es porque tienes un ojo increíble para el diseño, mi amor. Quizá debería considerar comprar algo para ti esta noche.
Clara sonrió, encantada con la idea, y volvió su atención al grupo.
Albertina, que estaba sentada cerca de Enzo, mostró un repentino interés al escuchar la conversación.
—¿Por qué no vamos también, Enzo? Podría ser interesante ver lo que esta nueva marca tiene para ofrecer.
Sin embargo, Enzo negó con un gesto tranquilo pero firme.
—No. Esta noche tengo otros planes.
El rechazo de Enzo fue tan contundente que cortó cualquier posibilidad de insistencia. Clara observó a Albertina con una mezcla de simpatía y desconcierto, pero no dijo nada. Las conversaciones se reanudaron, aunque no sin ciertos murmullos discretos entre los socios.
—Es increíble cómo no lo ve —murmuró Valentino, inclinándose hacia Emilio—. Si "gatita" le hubiera pedido ir, ya estaría en camino.
—Siempre es lo mismo —añadió Massimo con una sonrisa sarcástica—. Ella tiene algo que ninguna otra mujer podrá igualar.
El apodo “gatita”, usado para referirse a Amatista de forma encubierta, pareció caer como un balde de agua fría sobre Albertina. Aunque intentó mantener una sonrisa neutra, sus dedos se crisparon levemente alrededor de su copa. La comparación implícita era evidente, y las palabras dolían más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Intentando romper la tensión, Emilio tomó la palabra.
—Bueno, si vamos a hablar de Lune, ¿por qué no asistimos todos? Podría ser divertido salir de la rutina y relajarnos un poco por una noche.
El grupo volteó hacia Enzo, esperando su reacción. Durante unos instantes, él pareció deliberar. Sus ojos se movieron hacia el horizonte, como si intentara leer algo invisible en el aire. Finalmente, asintió con un movimiento leve.
—Está bien. Iremos todos.
La decisión de Enzo fue recibida con entusiasmo, y el grupo empezó a planear la noche con renovado interés. Sin embargo, Albertina no pudo evitar sentirse desplazada. Era evidente que la razón detrás del cambio de opinión de Enzo no tenía nada que ver con ella.
Clara, ignorando la incomodidad de Albertina, tomó la mano de Mateo, sus ojos brillando con emoción.
—¡Será una noche increíble! Prometo que escogeremos algo para mí, y luego quizá podamos celebrarlo juntos.
Mateo sonrió, acariciándole el rostro con cariño.
—Siempre es un placer complacerte.
La noche llegó, y el evento de Lune se desenvolvía con una elegancia impecable. El salón principal estaba abarrotado de invitados, todos vestidos con sus mejores galas. Las luces cálidas se reflejaban en las vitrinas de cristal que exhibían las joyas, destacando cada detalle delicado de los diseños. Entre la multitud, Enzo llegó acompañado por Albertina, Massimo, Mateo y su novia Clara, Emilio, Paolo, Maximiliano, Mauricio Sotelo, Valentino y Felipe. El grupo destacaba entre los asistentes, no solo por su presencia imponente, sino también por la sofisticación de sus trajes y vestidos.
Al entrar, todos comenzaron a explorar las vitrinas, maravillándose con las piezas de la colección. Clara, con ojos brillantes, se detuvo frente a un colgante que colgaba delicadamente en su exhibidor.
—Miren esto —dijo con entusiasmo—. Es precioso. Los detalles son tan finos… parece algo sacado de un sueño.
Mateo, siempre atento a ella, la tomó del brazo con una sonrisa.
—Si te gusta, lo tendrás.
Mientras tanto, Enzo se detuvo frente a otra vitrina, observando las piezas con detenimiento. Había algo familiar en los diseños, algo que despertaba recuerdos enterrados. Se inclinó un poco hacia adelante, como si con una mirada más cercana pudiera confirmar sus sospechas. El estilo, las líneas delicadas, los detalles minuciosos… todo le resultaba inconfundible.
Amatista.
Los recuerdos lo golpearon de repente, reviviendo las noches en las que ella le mostraba sus bocetos con una mezcla de timidez y orgullo. Las similitudes eran demasiadas para ser una coincidencia. Su mente hiló rápidamente los eventos: la propuesta de diseño que había llegado a Amatista… Santiago Orsini.
Su mirada se desvió instintivamente hacia Santiago, que se encontraba cerca, charlando con algunos invitados. La conexión fue clara como el cristal. No había duda: Lune era su obra.
Albertina interrumpió sus pensamientos al señalar una pulsera que relucía bajo las luces.
—Mira esta pulsera, Enzo —dijo, con una sonrisa que intentaba captar su atención—. Es tan hermosa y delicada. ¿No te parece perfecta?
Enzo desvió la mirada hacia ella, observando brevemente la pieza que tenía en mente. Sin decir nada, caminó hacia Santiago, quien lo recibió con una sonrisa cordial.
—Orsini, quiero la colección completa —dijo con un tono que no admitía discusión.
Santiago parpadeó sorprendido, pero asintió rápidamente.
—Por supuesto, señor Bourth. Sin embargo, debo informarle que la producción para la venta apenas está comenzando. Dependerá de la cantidad de pedidos cuánto tiempo tardará en estar lista la entrega.
Enzo inclinó ligeramente la cabeza, con una expresión imperturbable.
—No hay problema. Pagaré por adelantado si es necesario.
Albertina, que había seguido a Enzo de cerca, no pudo contener su emoción.
—Enzo, muchas gracias… Es un gesto tan hermoso de tu parte.
Pero la ilusión en su rostro se desvaneció en un instante cuando Enzo, sin mirarla, respondió con frialdad.
—No te ilusiones. Las joyas son para mi madre.
La reacción fue inmediata. Los socios, que habían estado escuchando de cerca, no pudieron contener las risas y los comentarios sarcásticos.
—Parece que alguien tenía esperanzas de más —murmuró Massimo, mientras Paolo soltaba una carcajada.
—Quizá pensó que esto era un gesto romántico —añadió Emilio con una sonrisa burlona.
Albertina se mantuvo en silencio, su rostro enrojecido por la humillación. Intentó mantener la compostura, pero era evidente que los comentarios de los hombres la habían afectado profundamente.
Clara, ajena a la incomodidad de Albertina, seguía admirando un colgante que venía en juego con unos delicados aros.
—Mateo, esto es perfecto —dijo, girándose hacia él con una mirada suplicante—. Es exactamente lo que quiero.
Mateo sonrió, incapaz de resistirse a su entusiasmo.
—Entonces será tuyo.
Santiago, que aún estaba cerca, se acercó para advertirle.
—Señor Mateo, debo informarle lo mismo que al señor Bourth: la espera puede ser prolongada debido a la alta demanda.
Mateo asintió con tranquilidad, mirando a Clara.
—No importa cuánto tarde. Si lo quieres, lo tendrás.
Clara le dedicó a Mateo una sonrisa radiante, aferrándose a su brazo con ternura. Su felicidad era evidente, mientras Mateo disfrutaba del momento de hacerla sentir especial.
La fiesta continuaba en un ambiente sofisticado, con música de fondo y copas de champagne circulando entre los invitados. Las vitrinas seguían siendo el centro de atención, mientras las joyas de Lune deslumbraban a todos los presentes.
Albertina, cada vez más incómoda por los comentarios de los socios y la frialdad de Enzo, decidió tomar el control de la situación. Con pasos decididos, se acercó a una de las vitrinas y señaló un anillo que había estado observando.
—Quiero comprar ese anillo —le dijo al encargado, su tono dejando claro que no admitiría negativas.
El vendedor, después de explicarle el proceso y los tiempos de espera, accedió a tomar su pedido. Aunque Albertina mostraba una sonrisa triunfal, en el fondo sabía que este pequeño gesto no sería suficiente para borrar la humillación que había sentido esa noche.
Mientras observaba a su alrededor, Enzo se encontró con Franco Calpi, un hombre conocido tanto por su influencia como por su carácter directo. Franco, al notar a Albertina junto a Enzo, no perdió tiempo en acercarse.
—¡Enzo Bourth! —exclamó Franco con su habitual tono jovial—. ¿Cómo va todo?
Enzo le dirigió una mirada fría, manteniendo su habitual postura distante.
—Todo en orden, Calpi.
Franco sonrió de manera ladina, como si buscara provocar algo más que una conversación trivial. Su mirada pasó fugazmente a Albertina, quien se mantenía a un lado con aire de superioridad. Sin rodeos, Franco lanzó su siguiente comentario.
—Por cierto, ¿cómo está tu esposa?
El aire pareció tensarse de inmediato. Enzo clavó su mirada en Franco, sus ojos oscuros dejando claro que no toleraría ese tipo de preguntas.
—No pienso hablar de temas personales —respondió con voz firme, contenida pero cargada de amenaza.
Franco levantó las manos en un gesto de aparente calma, aunque su sonrisa burlona no se desvaneció.
—Tranquilo, Bourth. Solo era curiosidad. Después de todo, casi acabaste con media ciudad cuando la secuestraron, ¿no?
La mandíbula de Enzo se tensó, sus puños apretados a los costados. Los socios cercanos, Emilio, Massimo, Mateo y Paolo, se acercaron al notar el intercambio. Mateo fue el primero en intervenir, con una sonrisa irónica.
—Franco, hay temas que no es necesario tocar en público. Por tu bien.
Massimo asintió, cruzándose de brazos.
—Ya sabemos que tienes un don para provocar, pero a veces es mejor saber cuándo parar.
Albertina, intrigada, soltó un comentario con evidente desdén.
—No sabía que Enzo podía ser tan sentimental. ¿Qué tiene de especial esa mujer para que todos actúen como si fuera intocable?
Las palabras no pasaron desapercibidas. Enzo giró la cabeza hacia ella, sus ojos llenos de una frialdad que hizo que Albertina diera un paso atrás.
—No te metas en mi vida. No tienes derecho a cuestionar nada que no te concierne.
Paolo, divertido pero contundente, agregó en tono bajo, aunque suficientemente audible.
—Albertina, deberías aprender a guardar silencio. No estás en posición de opinar sobre ciertas cosas.
El rostro de Albertina se tensó, sintiendo que cada comentario era un golpe directo a su orgullo. Mientras tanto, Franco, ajeno o quizás deliberadamente indiferente, continuó con su actitud despreocupada.
—De todos modos, gracias a que la encontraste, construiste ese magnífico casino. —Franco dejó escapar una carcajada ligera—. Siempre estaré agradecido a tu esposa por eso.
Enzo dio un paso hacia él, sus movimientos controlados pero cargados de intención. Emilio, que siempre mantenía una postura neutral, decidió intervenir.
—Franco, será mejor que tomes ese agradecimiento y te alejes antes de que digas algo de lo que no puedas retractarte.
La advertencia era clara, pero Franco solo sonrió y se encogió de hombros.
—Tranquilos, no quiero problemas. Solo era un comentario.
Con un último guiño que no hizo más que tensar el ambiente, Franco se dio la vuelta y se alejó.
Albertina, que había escuchado todo con una mezcla de curiosidad y fastidio, finalmente murmuró algo por lo bajo.
—No entiendo qué tiene esa mujer que todos actúan como si fuera tan especial.
Paolo la miró con una sonrisa cargada de burla.
—Quizás algún día entiendas que no todo se trata de ti. Aunque dudo que ese día llegue pronto.
Albertina apretó los labios, reprimiendo una respuesta que sabía solo empeoraría su situación. La tensión en el aire comenzó a disiparse mientras los socios de Enzo retomaban la conversación entre ellos, aunque cada tanto lanzaban miradas hacia Albertina, dejando claro que su lugar en el grupo seguía siendo precario.
El evento continuó, pero el ambiente se agitó nuevamente con la llegada de Benicio Orsini, junto a sus hijos Eufemio y Penélope. La presencia de la familia era imponente, atrayendo miradas y murmullos a su paso.
Benicio, con su habitual postura autoritaria, se acercó a Santiago, acompañado de sus hijos.
—Santiago, necesitamos hablar contigo —dijo Benicio, su tono dejando claro que no aceptaría una negativa.
Santiago, quien ya esperaba algún movimiento por parte de su familia, mantuvo la calma.
—Si es sobre la marca, no tengo nada más que decirles —respondió, cruzando los brazos.
Eufemio intervino con una sonrisa cínica.
—Vamos, hermano. Sé razonable. Estás desperdiciando tu talento en este capricho. Vuelve con nosotros, a la empresa familiar. Hay un lugar para ti.
Penélope asintió, tratando de suavizar la conversación.
—Tú perteneces a los Orsini, Santiago. Esta tontería de Lune no tiene futuro.
Santiago dejó escapar una risa seca, mirándolos con incredulidad.
—¿De verdad esperan que vuelva? ¿Después de cómo me trataron durante años? Ustedes nunca valoraron mi trabajo. Solo porque mi vida no encajaba en sus estándares ridículos, me dejaron de lado.
Benicio frunció el ceño, perdiendo la paciencia.
—Estamos aquí para darte una oportunidad, Santiago. No la desperdicies.
Santiago dio un paso adelante, manteniendo su postura firme.
—Gracias, pero no necesito su oportunidad. Lune es mi proyecto, y no voy a renunciar a él. Ahora, si me disculpan, tengo una fiesta que atender.
Con esas palabras, Santiago les indicó que la conversación había terminado.
—Esto no se quedará así —advirtió Benicio, antes de girarse para marcharse con Eufemio y Penélope.
Santiago observó cómo se alejaban, sintiendo una mezcla de frustración y liberación. Había enfrentado a su familia, y aunque sabía que habría repercusiones, estaba decidido a seguir adelante con su sueño.