Capítulo 125 Fiebre en la madrugada
La habitación estaba sumida en penumbras cuando Amatista abrió los ojos, inquieta. Algo no andaba bien. Miró hacia Enzo, notando que su respiración era irregular y su frente perlada de sudor. Al tocarlo, su piel ardía.
—Enzo... —susurró, con un tono preocupado, acercándose más a él.
Él apenas abrió los ojos, murmurando algo inaudible. Amatista no perdió tiempo y bajó rápidamente a buscar paños y agua fresca para bajar la fiebre. En su camino, se dirigió al cuarto de Roque. Golpeó suavemente, y el guardia más leal de los Bourth apareció casi de inmediato, con el cabello algo revuelto pero alerta.
—Señorita, ¿ocurre algo? —preguntó, preocupado.
—Enzo tiene fiebre, por favor, llama a Federico. Necesita que lo revise.
—Entendido. Enseguida me ocupo.
Roque asintió y se alejó para cumplir con la orden. Amatista volvió al cuarto de Enzo y comenzó a colocar los paños húmedos en su frente y cuello, intentando estabilizarlo. Con paciencia, lo cuidó durante varios minutos hasta que su respiración se normalizó y el calor disminuyó.
Cuando Federico llegó, acompañado por Roque, Amatista los recibió en la puerta del cuarto.
—¿Cómo está? —preguntó Federico mientras sacaba su maletín.
Amatista se hizo a un lado para que pudiera examinarlo. Federico revisó la herida con rapidez y profesionalismo, mientras Enzo apenas abría los ojos, todavía medio dormido.
—La fiebre es normal en este tipo de heridas —explicó Federico—. Pero deben asegurarse de que tome los medicamentos en horario. Esto evitará infecciones.
—Gracias por venir tan rápido —dijo Amatista con sinceridad.
Federico asintió y recogió sus cosas. Roque lo acompañó a la salida, mientras Amatista volvía a acercarse a Enzo.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó, sentándose al borde de la cama.
—Mucho mejor, gatita —respondió él, con una sonrisa débil pero cargada de confianza.
Amatista suspiró, aliviada. —Me asustaste. Iré a buscar agua y tus medicamentos para que los tomes.
Enzo dejó escapar una leve risa. —Siempre tan cuidadosa.
Amatista lo miró de reojo antes de salir de la habitación. Al bajar, se encontró nuevamente con Roque en el pasillo.
—¿Necesita algo más, señorita? —preguntó él, con seriedad.
—No, Roque, gracias. Y lamento haberte despertado tan tarde.
—Es mi trabajo. Llámeme si necesita algo más.
Amatista asintió y continuó hacia la cocina, donde tomó los medicamentos y un vaso de agua. Al regresar al cuarto, notó que Enzo estaba en el baño. El sonido del agua al caer llenaba el ambiente. Amatista lo esperó sentada en el borde de la cama, y cuando él salió, con el torso desnudo y solo el pantalón del pijama, sus ojos se encontraron.
Por un instante, la respiración de Amatista se detuvo. Había visto a Enzo así incontables veces, pero esta vez, una sensación de deseo le recorrió el cuerpo. Su mirada no pasó desapercibida.
—¿Todo bien, gatita? —preguntó él, con un tono juguetón, mientras se acercaba a ella.
Amatista recuperó la compostura y le extendió los remedios y el agua. —Tómalos.
Enzo obedeció sin protestar, y luego se sentó en la cama. Amatista lo observó con preocupación.
—Deberías ponerte una remera. No quiero que tu herida se infecte —dijo, algo nerviosa.
Enzo soltó una carcajada baja. —Sabes que no me gusta dormir con remera.
—Al menos cúbrete la herida. No debiste quitarte el vendaje para bañarte —insistió ella.
Enzo suspiró, pero con una sonrisa. —Está bien, gatita. Límpiame la herida y véndala tú. Siempre lo haces mejor que Federico.
Amatista negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ante el comentario. —Voy por las cosas. No te muevas.
Cuando salió del cuarto, Enzo la siguió con la mirada, una mezcla de admiración y ternura reflejándose en sus ojos.
Amatista volvió al cuarto con el botiquín en una mano y una toalla limpia en la otra. Enzo estaba sentado en el borde de la bañera, esperándola con una sonrisa que denotaba una mezcla de cansancio y picardía. Sus ojos recorrieron su figura mientras ella entraba al baño.
—Sujeta esto —dijo Amatista, entregándole las cosas antes de acercarse al lavabo para lavarse las manos.
Enzo tomó el botiquín y la toalla con su mano buena, observándola con interés mientras el agua corría sobre sus dedos.
—Desde que discutimos, me he dedicado a entrenar más —comentó Enzo de manera casual, su tono cargado de intención.
Amatista tomó un profundo respiro y se giró hacia él. —Deja de hablar y quédate quieto, ¿quieres?
Con movimientos cuidadosos, comenzó a limpiar la herida en su hombro. La cercanía la hizo sentir cada músculo definido bajo su piel, pero ella mantuvo la compostura, enfocada en su tarea.
—¿Te distraigo mucho, gatita? —insistió él, con una sonrisa ladeada, inclinándose ligeramente hacia ella.
—No. Quédate quieto o tardaré más.
Enzo dejó escapar una risa baja. —Si te distraigo, puedes tocarme. No me molesta.
—Enzo, cállate.
La respuesta directa de Amatista lo hizo reír de nuevo. Ella continuó limpiando con movimientos precisos, pero él no se lo ponía fácil. Con la mano libre, comenzó a acariciar su pierna, subiendo lentamente hacia su cintura.
—¿Puedes parar? —dijo Amatista, mirándolo brevemente con una mezcla de advertencia y firmeza.
—Solo trato de ayudarte a relajarte —replicó él, sin dejar de sonreír.
Amatista ignoró sus palabras y tomó el vendaje para cubrir la herida. Mientras trabajaba, Enzo aprovechó la cercanía para inclinarse y besar suavemente su cuello, justo donde su piel era más sensible. Ella se detuvo por un segundo, pero no lo miró ni se dejó llevar por el gesto.
—¿Terminaste tu juego? —preguntó finalmente, alzando una ceja mientras ajustaba el último trozo del vendaje.
—Nunca es un juego contigo, gatita —respondió él, su tono grave y sincero.
Amatista tomó un paso atrás y recogió las cosas, dejándolas sobre la encimera antes de girarse hacia él. —Vamos a la cama. Necesito descansar.
Enzo la siguió sin decir nada, ambos acomodándose en el colchón. Una vez bajo las sábanas, él se acercó como siempre lo hacía, apoyando una mano en su vientre con suavidad.
—Ven aquí —pidió Enzo en voz baja—. Quiero acariciar a nuestro bebé.
—Enzo, quiero estar cómoda, o no podré dormir —replicó ella, girándose levemente para mirarlo. Sus ojos estaban serios, pero su tono era suave.
—¿Qué pasa? —preguntó él, preocupado.
—Mi vientre está muy duro. Creo que es por el estrés.
Enzo se quedó en silencio un momento, deslizando su mano hacia su cintura. —Está bien, gatita. Descansa como prefieras, pero si necesitas algo, despiértame.
Amatista asintió y cerró los ojos, acomodándose del otro lado de la cama.
Amatista abrió los ojos al sentir los primeros rayos de sol colarse por las cortinas. Al girar la cabeza hacia el lado, notó que la cama estaba vacía. Enzo ya no estaba. Con un suspiro, se incorporó lentamente, estirando su cuerpo aún adormecido. La noche había sido tranquila, y descansar le había hecho bien.
Después de una ducha rápida, eligió un vestido cómodo y sencillo. Se miró en el espejo, colocando una mano sobre su vientre antes de bajar al comedor.
Al entrar, encontró a Enzo sentado junto a Isis, su prima, ambos conversando mientras desayunaban. La atmósfera era relajada, pero cambió sutilmente cuando Amatista se acercó y tomó asiento a la mesa.
—Buenos días, gatita. ¿Cómo te encuentras? —preguntó Enzo, observándola con una mezcla de interés y calidez.
—Bien, descansar me hizo bien —respondió Amatista con tranquilidad.
Enzo hizo un gesto hacia Mariel, la cocinera, quien se encontraba cerca. —Mariel, tráele el desayuno a Amatista, por favor.
Mariel asintió con una sonrisa y desapareció hacia la cocina. Mientras tanto, Isis tomó un sorbo de su café antes de hablar, su tono cargado de ligera provocación.
—Amatista debería comer en la cocina. Después de todo, están peleados, y ella no es una Bourth.
Enzo dirigió a su prima una mirada fría e implacable. —No te pregunté, Isis. Amatista sigue siendo mi esposa, aunque estemos pasando por un mal momento.
—Solo era un comentario —dijo Isis con una sonrisa forzada, levantando las manos como si se disculpara—. No te enojes, hermano.
Amatista decidió ignorar el intercambio, tomando un vaso de agua mientras esperaba su desayuno. No tenía interés en alimentar los juegos de Isis. Mariel regresó con un plato completo: frutas frescas, tostadas integrales, un poco de avena con miel y un vaso de jugo de naranja, todo cuidadosamente seleccionado para el embarazo.
—Gracias, Mariel —dijo Amatista con una pequeña sonrisa.
Enzo tomó su mano brevemente bajo la mesa, dándole un apretón de apoyo antes de soltarla. Ella le devolvió el gesto con un ligero movimiento de cabeza, agradeciendo su presencia.
Isis no se quedó mucho más tiempo. Terminó su café y se levantó con elegancia. —Los dejo. Estaré en mi habitación si me necesitan —dijo antes de desaparecer por el pasillo.
Cuando estuvieron solos, Enzo se inclinó un poco hacia Amatista. —No le prestes atención. Esa es su forma de llamar la atención.
Amatista levantó los ojos del plato para mirarlo. —No me importa, Enzo. Ya sé cómo es Isis.
Con un tono más suave, agregó: —A propósito, no olvides que a las 10 debes tomar tu medicamento.
—No lo olvidaré, gatita. Siempre tengo a alguien que me lo recuerde —respondió él con una media sonrisa, su tono cargado de cariño.
Amatista terminó su desayuno en silencio, con la mente aún ocupada en los nuevos proyectos que debía abordar. Enzo la miró por un momento antes de romper el silencio.
—Hablé con Santiago —dijo ella, finalmente, levantando la mirada hacia Enzo.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Enzo, claramente interesado.
—Santiago se encargará de la organización de la segunda colección —respondió ella mientras tomaba un sorbo de su jugo—. Yo me quedaré aquí, en la mansión, trabajando en los diseños para las próximas colecciones.
—Está bien —respondió Enzo con tono tranquilo—. Es más seguro así, sobre todo porque Albertina sigue suelta.
Amatista asintió, sintiendo la incomodidad de la situación, pero también comprendiendo la necesidad de mantener las distancias.
—Ah, y la oficina que te preparé… sigue lista para que la uses —agregó Enzo con una ligera sonrisa.
Amatista le sonrió agradecida. —Gracias, Enzo. Lo tendré en cuenta. —Al terminar de desayunar, se levantó y se dirigió a la habitación que él había reformado para ella. Entró en la oficina, que había sido completamente organizada para sus trabajos, y se sentó en el escritorio. Aunque no necesitaba muchas cosas, las herramientas básicas para crear sus diseños de joyas estaban dispuestas: lápices, papeles, y herramientas.
Con concentración, comenzó a trazar algunos diseños nuevos bajo el seudónimo que usaba en su profesión.
A las diez en punto, Enzo entró en la habitación con un vaso de agua y los remedios que debía tomar.
—Es la hora —dijo él, acercándose a la mesa.
Amatista lo observó tomar los remedios de manera rápida y meticulosa, casi como si quisiera demostrar que era responsable.
—Ya los tomé —comentó, con una leve sonrisa.
Amatista no pudo evitar reírse. —Pareces un niño —dijo con tono suave, divertida por el gesto tan serio.
Enzo la miró con una ligera sonrisa. —¿Un niño? No lo creas, gatita. Solo soy cuidadoso.
—Bueno —respondió Amatista, aun sonriendo—, al menos no se te olvida nada.
Enzo se quedó en el umbral de la puerta, observándola mientras volvía a concentrarse en su trabajo.
Enzo permaneció en el umbral por un momento más, observándola antes de romper el silencio.
—Más tarde vendrán Massimo, Emilio, Mateo y Paolo. Tal vez algunos más también —comentó con un tono casual mientras cruzaba los brazos.
Amatista levantó la mirada de sus bocetos, fijando sus ojos en él con una mezcla de curiosidad y reproche.
—¿Vas a trabajar así, herido? —preguntó, con un leve fruncimiento de cejas.
Enzo sonrió al notar su expresión. Se acercó a ella con pasos tranquilos y apoyó una mano en el borde del escritorio.
—No, gatita. Solo vendrán a visitarnos —dijo con un tono suave, inclinándose un poco hacia ella—. Aunque me encanta verte así… te ves hermosa cuando te preocupas por mí.
Amatista bufó ligeramente, apartando la mirada hacia su cuaderno de bocetos mientras sentía un leve calor.
—También llegarán tus cosas de la mansión Torner más tarde —añadió Enzo, enderezándose mientras la observaba con atención.
Ella asintió y, con un gesto breve, murmuró:
—Gracias.
Sin agregar nada más, volvió a centrarse en sus diseños, dejando que el sonido del lápiz rasgando el papel llenara el espacio entre ellos.
Enzo la miró por un instante más, con una expresión que mezclaba orgullo y algo más profundo, antes de darse la vuelta y salir de la habitación, dejando que ella trabajara en paz.
Enzo apenas había cruzado el umbral de la puerta cuando escuchó la voz de Amatista llamándolo. Se detuvo y giró sobre sus talones, levantando una ceja con curiosidad.
—Enzo, ¿puedes conseguirme brownies? —preguntó ella con un tono inocente, aunque sus ojos brillaban con un destello de anhelo—. Pero que no tengan nuez, ¿sí?
Enzo dejó escapar una carcajada suave, apoyándose contra el marco de la puerta.
—¿Brownies? Gatita, eso suena como un antojo serio. Le pediré a Mariel que los prepare.
Amatista sonrió con entusiasmo, dejando a un lado por un momento la seriedad con la que trabajaba.
—Gracias. Pero asegúrate de que haya helado para acompañarlos, ¿sí?
Enzo inclinó la cabeza, fingiendo estar considerando su pedido.
—¿Algún sabor en particular? —preguntó, divertido por la expresión seria con la que ella lo miraba.
Amatista llevó un dedo a sus labios, pensándolo por un momento antes de responder con una pequeña sonrisa.
—De vainilla, por favor.
Enzo asintió con un gesto teatral, como si estuviera recibiendo órdenes importantes.
—De vainilla será. No te preocupes, gatita, me aseguraré de que todo esté perfecto.
Con una sonrisa en sus labios y un brillo juguetón en los ojos, salió de la habitación, dejando a Amatista disfrutando de la idea de su pequeño antojo mientras volvía a sus bocetos.