Capítulo 174 Frágil como el cristal

El sol ya había alcanzado su punto más alto cuando Enzo cruzó los pasillos del club con pasos firmes, pero su expresión reflejaba una inquietud que rara vez permitía que se filtrara en su semblante. La noche anterior, Amatista no había bajado a cenar. No era la primera vez que lo hacía, pero algo en su instinto le gritaba que no era simple indiferencia esta vez. Al llegar a la puerta de su habitación, no se molestó en tocar. Giró el picaporte y entró sin anunciarse. Lo primero que vio fue la figura de Amatista aún en la cama, envuelta en las sábanas como si el frío la consumiera. Su cabello oscuro contrastaba con la palidez de su rostro, y su respiración era lenta, apenas perceptible. —Gatita… —murmuró, acercándose con cautela. No obtuvo respuesta. Su ceño se frunció al notar la fina capa de sudor en su frente. Su piel estaba demasiado pálida, sus labios más secos de lo habitual. —Mierda… —susurró, agachándose a su lado. Le apartó el cabello con suavidad, sus dedos recorriendo la línea de su mandíbula con un gesto inconsciente de posesión y preocupación. Cuando la tocó, la sensación ardiente de su piel le confirmó lo que temía: fiebre. —¿Por qué siempre te metes en problemas, Gatita? —murmuró con un deje de frustración y miedo. Sacó su teléfono y marcó de inmediato. —Amadeo, ven ahora. Amatista está con fiebre. No esperó respuesta, simplemente colgó y volvió su atención a ella. —Gatita, despierta. Amatista apenas abrió los ojos, su mirada desenfocada lo encontró por unos segundos antes de cerrarse de nuevo. —Déjame dormir… —susurró débilmente. —No puedes dormir así —respondió con seriedad—. ¿Desde cuándo te sientes mal? —No es nada… —No me mientas —gruñó, acariciándole la mejilla—. Si sigues ignorándote así, voy a enojarme. Amatista no respondió, simplemente giró el rostro, como si quisiera alejarse de su contacto. Ese gesto, más que cualquier palabra, fue un puñal para Enzo. Su mandíbula se tensó, pero no insistió. Minutos después, la puerta se abrió de golpe y Amadeo entró con su maletín en mano. Enzo se apartó a regañadientes, cruzando los brazos con impaciencia mientras el médico examinaba a Amatista. —Tiene fiebre, pero no parece ser una infección grave —comentó Amadeo tras revisar su temperatura—. Está débil… más de lo que debería. —¿Por qué? —preguntó Enzo de inmediato. Amadeo lo miró con seriedad antes de responder: —Porque no está comiendo bien. La frase cayó como un balde de agua fría en la habitación. Enzo sintió su estómago tensarse. —¿Qué? —Su cuerpo aún está recuperándose del parto. Si no se alimenta correctamente, su sistema inmunológico se debilita. De ahí la fiebre y el agotamiento. Enzo giró la mirada hacia Amatista, quien apenas si reaccionó al diagnóstico. Su corazón se apretó en su pecho con una rabia silenciosa, dirigida tanto a ella como a sí mismo. —¿Por qué no estás comiendo? —preguntó, su voz baja pero cargada de emoción contenida. Amatista apenas murmuró algo incomprensible. Enzo sintió el impulso de tomarla por la barbilla y obligarla a mirarlo, pero contuvo el gesto. No quería ser brusco, no ahora. —Le daré algunas vitaminas y le indicaré a Everly una dieta específica para que recupere fuerzas —dijo Amadeo mientras guardaba su instrumental. Enzo asintió. —Haz lo que sea necesario. Cuando Amadeo se retiró, Enzo permaneció junto a la cama, observando a Amatista con una intensidad que rozaba lo obsesivo. —¿Qué esperas lograr con esto, Gatita? —preguntó en voz baja, con los dientes apretados—. ¿Hacerme enojar? ¿Hacerme sentir culpable? No obtuvo respuesta. Se inclinó sobre ella, deslizando una mano por su mejilla con una suavidad que contrastaba con la tormenta dentro de él. —No sabes cuánto me enloquece verte así… —susurró. Bajó la mirada a sus labios, tentado de probarlos, de recordarle que le pertenecía, que él la cuidaría, aunque ella lo rechazara. Finalmente, se permitió un roce leve, apenas un contacto efímero, lo suficiente para sentir su calidez. Enzo permaneció unos segundos más junto a Amatista, observándola con una intensidad silenciosa. Su respiración aún era pesada, su piel ardiente al tacto. Sentía la necesidad de quedarse, de asegurarse de que no volviera a hundirse en esa fragilidad que lo desesperaba. Pero había asuntos que debía atender. Con un último vistazo a su rostro adormecido, se levantó y salió de la habitación. Bajó las escaleras con pasos firmes, su mente aún atrapada en la imagen de Amatista tan débil, tan ajena a lo que la rodeaba. Al llegar a la sala principal, vio a Amadeo conversando con Everly. El médico le daba indicaciones detalladas sobre la alimentación que debía seguir Amatista. —Debe consumir proteínas, hierro, vitaminas y mantenerse bien hidratada. No puede saltarse comidas ni seguir con esta dieta deficiente —explicaba Amadeo con seriedad—. Su cuerpo aún está en recuperación, y si no la cuidamos, esto puede repetirse. Everly asintió con preocupación, tomando nota mental de cada palabra. Enzo se acercó sin decir nada, pero su presencia fue suficiente para que ambos se giraran hacia él. Amadeo sacó un frasco de su maletín y se lo entregó. —Debe tomar una de estas cada mañana con el desayuno —indicó—. Ayudarán a fortalecer su sistema. Enzo tomó el frasco y lo sostuvo en su mano por un momento antes de guardarlo en el bolsillo de su pantalón. —Lo haré —respondió con voz firme. Amadeo lo observó con atención, como si analizara el torbellino de emociones que Enzo intentaba ocultar. —Cualquier cosa, llámame —añadió—. De todos modos, más tarde volveré con los demás. Debemos seguir avanzando en lo de Diego. Enzo asintió. —Gracias, Amadeo. El médico solo inclinó levemente la cabeza antes de despedirse, dejando a Enzo con Everly. Enzo se volvió hacia la mujer. —Haz una lista con todo lo que necesites para la dieta de Amatista y dásela a Ortega. Él se encargará de conseguir todo lo necesario. No quiero que falte nada. —Lo haré de inmediato, señor Bourth —respondió Everly con diligencia. Sin agregar más, Enzo se alejó, con la determinación grabada en cada uno de sus movimientos. Subió a su despacho y tomó su computadora. Sabía que no podría concentrarse en ningún asunto importante si se quedaba lejos de Amatista. No cuando aún sentía el ardor de su fiebre impregnado en sus dedos, no cuando la idea de que ella estaba en ese estado por descuidarse a sí misma lo carcomía. Antes de retirarse, localizó a Emilio, quien estaba revisando algunos informes en el salón contiguo. —Voy a estar en la habitación con Amatista —le informó sin rodeos—. Encárgate de todo mientras tanto. Si hay algo urgente, avísame. Pero solo tú. No quiero que nadie más entre a la habitación. Emilio levantó la mirada de los documentos y asintió sin cuestionar la orden. —No te preocupes, me encargaré de todo. Enzo no dijo nada más. Tomó su computadora y salió hacia la habitación. Enzo ingresó a la habitación con la computadora en una mano y el frasco de vitaminas en la otra. Amatista seguía en la cama, con los ojos entrecerrados, abrazada a una de las almohadas. Su respiración era pausada, pero el cansancio seguía marcado en su rostro. Poco después, Everly llegó con el desayuno. La bandeja estaba servida con frutas frescas, yogur, jugo de naranja y tostadas. Enzo tomó la bandeja y la llevó hasta la mesita de noche. —Tienes que comer —dijo con firmeza, sentándose en el borde de la cama. Amatista suspiró, sin abrir los ojos. —No tengo hambre… —No te pregunté si tienes hambre, Gatita —su voz se suavizó un poco, pero su tono seguía sin dar espacio a discusión—. Vas a comer. Amatista abrió los ojos, encontrándose con su mirada intensa. Él no iba a ceder, lo sabía. —No sabía que estaba tan grave —murmuró finalmente. Enzo tomó una rodaja de fruta y la acercó a sus labios. —Porque eres una terca —dijo, con una mezcla de reproche y ternura—. No me importa lo enojada que estés conmigo, tienes que cuidarte. Amatista lo miró fijamente por un instante antes de ceder y aceptar la fruta. Enzo sonrió con satisfacción y continuó alimentándola, asegurándose de que comiera suficiente. Una vez que terminó, le entregó la vitamina con un vaso de agua. —Tómala. Amatista suspiró y la bebió sin discutir. Luego se acomodó en la cama nuevamente, dejando claro que no planeaba levantarse aún. —Quiero ver a Renata y a Abraham… Llama a Alicia, por favor —pidió con voz baja. Enzo asintió, sacando su teléfono. —Está bien, pero tú descansa. Marcó el número y, en pocos segundos, Alicia contestó. Enzo activó la videollamada y se la mostró a Amatista. —¡Mira quiénes están aquí! —dijo Alicia con dulzura, girando la cámara hacia los bebés. Renata y Abraham descansaban en sus cunas, plácidos y tranquilos. Amatista los observó con ojos brillantes. —¿Están bien? —Muy bien cuidados, no te preocupes —le aseguró Alicia—. Todo está en orden, enfócate en recuperarte. Amatista suspiró, más tranquila, mientras observaba a sus hijos por unos segundos más. —Gracias, Alicia. —Siempre, querida. Cuando la llamada terminó, Enzo dejó el teléfono sobre la mesa y tomó su computadora, acomodándose en un sillón dentro de la habitación. Trabajaría desde ahí. No tenía intención de moverse. A pesar de todo, Amatista continuaba con su indiferencia hacia él. Apenas le dirigía la palabra más allá de lo necesario. Pero al menos entendía que debía cuidarse. Mientras tanto, en la sala de reuniones, Emilio, Alan, Joel, Facundo y Andrés revisaban los avances de la investigación sobre Diego. Las bromas y los comentarios relajados llenaban el ambiente, aunque la búsqueda en sí no estaba teniendo mucho éxito. Eugenio instalaba el equipo para acceder a las cámaras de todo el país sin ser rastreados, mientras Luna y Samara observaban con curiosidad. —¿Y por qué Enzo no está aquí investigando con ustedes? —preguntó Luna, fingiendo desinterés, pero con evidente curiosidad. Emilio ni siquiera levantó la vista de la pantalla. —Está ocupado. Alan, Joel, Facundo y Andrés intercambiaron miradas antes de reprimir una risa. —Muy ocupado —agregó Alan en voz baja, con diversión. Las mujeres fruncieron el ceño, pero no insistieron más. Más tarde, Ramis e Isis llegaron al club. Ramis tenía la intención de que Isis pidiera disculpas a Amatista para que Enzo restableciera el apoyo económico que había retirado. Pero Enzo ni siquiera les dio la oportunidad de hablar. Cuando Emilio llegó a su habitación para informarle, Enzo ni siquiera levantó la mirada de su computadora. —No estoy de humor para verlos —dijo con frialdad—. Diles que se vayan. Emilio asintió y salió de la habitación sin más preguntas. Por su parte, Isis jamás estuvo dispuesta a disculparse con Amatista. —Esto es ridículo —espetó con desdén—. ¿En serio creías que iba a humillarme pidiendo disculpas? Ramis suspiró, pero no dijo nada. Sabía que nada de lo que hicieran cambiaría la decisión de Enzo. El auto avanzaba a toda velocidad por la carretera, con Ramis al volante y su hija Isis en el asiento del copiloto, cruzada de brazos con evidente desdén en su rostro. La rabia se percibía en el aire. —Escúchame bien, Isis —dijo Ramis con un tono grave—. Si hace falta, te arrodillas frente a Amatista, pero consigues que Enzo nos devuelva el apoyo económico. Isis giró la cabeza hacia él con una expresión de puro desprecio. —¿Arrodillarme? —soltó una carcajada burlona—. ¿Por alguien como ella? Ni en un millón de años. Ramis chasqueó la lengua con frustración, apretando el volante con más fuerza. —Tampoco me parece la gran cosa —dijo con frialdad—, pero Enzo le tiene mucho más respeto y cariño que a nosotros. Y mientras eso sea así, estamos jodidos. Así que más te vale quedar bien con ella. Isis bufó, sacudiendo la cabeza con incredulidad. —Tal vez si hubieras sabido administrarte mejor, no estaríamos dependiendo de Enzo. Ramis soltó una risa sin humor antes de soltar el volante con una mano y propinarle un fuerte golpe en el rostro. —¡Cállate, estúpida! —gruñó—. Dependemos de Enzo porque nadie en este jodido mundo negociaría con nosotros sin su garantía. Así que deja de decir idioteces y empieza a pensar en cómo arreglar esto. Isis se llevó la mano a la mejilla, sintiendo el ardor, pero en lugar de mostrarse sumisa, lo miró con furia. —Haz lo que sea necesario —continuó Ramis, volviendo a fijar la vista en la carretera—. O logras que Amatista te perdone, o te casarás con alguien que te enseñe cómo ser una mujer que respete. Isis se rió con desdén, cruzándose de brazos con arrogancia. —Me encantaría ver cómo lo intentas. Ramis entrecerró los ojos. —Créeme, lo haré. Y cuando vuelvas suplicando, no conseguirás nada de mí. Isis giró la cabeza con indiferencia, mirando por la ventana. —De todos modos, no vas a conseguir nada de Enzo —espetó con frialdad—. Él no es de los que vuelven atrás por nadie. Menos por esa maldita de Amatista. Se giró para ver a su padre con una sonrisa desafiante. —Si quieres que Enzo restablezca el apoyo económico, la única forma será que Amatista se lo pida. Ramis frunció el ceño, pero no dijo nada. Sabía que su hija tenía razón. Y eso solo lo hacía enfurecer aún más. El silencio en la habitación se rompió cuando Amatista comenzó a moverse entre las sábanas. Enzo levantó la vista de su computadora y la observó con atención. Amatista abrió los ojos con pesadez, parpadeando un par de veces antes de intentar incorporarse. Su cuerpo aún se sentía débil, pero la incomodidad de haber estado acostada tanto tiempo la llevó a tomar una decisión. —Quiero darme un baño —dijo con voz ronca. Enzo frunció el ceño, dejando la computadora a un lado. —No puedes ni mantenerte en pie, Gatita —replicó con firmeza. Ella lo fulminó con la mirada, con ese brillo de terquedad que le conocía tan bien. —No estoy tan mal. Enzo suspiró, pasando una mano por su cabello. Se levantó de la silla y se acercó a la cama con calma, pero antes de que Amatista pudiera siquiera intentarlo, la alzó en brazos con facilidad. —¡Enzo! —exclamó ella, sorprendida—. ¡No hace falta que hagas esto! —No voy a discutir contigo —sentenció con voz grave, sosteniéndola con firmeza mientras caminaba hacia el baño. Amatista bufó, pero no tenía fuerzas para pelear. Se aferró débilmente a su camisa, sintiendo el calor de su cuerpo. A pesar de todo, era reconfortante. Cuando llegaron al baño, Enzo la depositó con suavidad en el suelo, asegurándose de que se sostuviera bien antes de soltarla. Abrió la ducha, dejando que el agua tomara una temperatura agradable. —Tómate tu tiempo —dijo mientras le entregaba una bata limpia—. Pero avísame cuando termines para llevarte de vuelta a la cama. Amatista suspiró con cansancio. —No hace falta, puedo hacerlo sola. Enzo la miró por un momento, evaluándola, pero decidió no discutir. Asintió levemente y salió del baño, cerrando la puerta detrás de él. Regresó a su computadora y trató de concentrarse en su trabajo, pero su mirada se desviaba constantemente hacia la puerta del baño. No podía evitarlo. Amatista estaba demasiado frágil, y él no confiaba en que pudiera mantenerse en pie por mucho tiempo. Pasaron unos minutos. El sonido del agua corriendo se mezclaba con el leve tecleo de su computadora. Enzo no apartaba la vista de la pantalla, revisando con detenimiento cada informe, cada pista que pudieran haber encontrado sobre Diego. Pero su concentración se quebró cuando escuchó un suspiro cansado detrás de él. Se giró. Amatista estaba de pie junto a la cama, la bata envuelta en su cuerpo frágil y el cabello aún húmedo. Se veía exhausta, pálida, con una evidente falta de energía. Apenas caminó unos pasos antes de que su cuerpo cediera y terminara recostándose nuevamente en la cama. Enzo frunció el ceño y cerró la laptop de inmediato. —Estás muy débil —dijo, acercándose a ella con el ceño fruncido. Amatista se limitó a cerrar los ojos por un momento, respirando profundo. —Estoy bien… solo necesito descansar. —No, no estás bien —su tono se endureció—. ¿Cuánto peso perdiste? Estás más delgada de lo que deberías estar. Ella se encogió de hombros con indiferencia. —No lo sé. No me he pesado. La mandíbula de Enzo se tensó. Sabía que ella no era tonta ni descuidada con su salud, pero esto iba más allá. —¿Has comido bien estos días? Amatista abrió los ojos y lo miró con seriedad. —No. La franqueza de su respuesta lo golpeó más de lo que esperaba. —¿Por qué? —inquirió, exigiendo una explicación. Ella apartó la mirada, como si no quisiera discutirlo. Pero cuando vio que Enzo no iba a dejarlo pasar, suspiró. —Me concentré en atrapar a Diego. Entre buscar pistas, coordinar con Roque, estar alerta… olvidé hacer todas las comidas. La respuesta solo empeoró el enojo de Enzo. —Eso no es una excusa, Amatista. Cuando los bebés vuelvan, te necesitarán bien. Ella apretó los labios, pero luego lo miró fijamente. —Si me hubieras hecho caso desde el principio, ya lo habríamos atrapado y mis hijos estarían aquí.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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