Capítulo 116 Un destello en la multitud
Las últimas semanas habían sido intensas para Amatista. Se había dedicado de lleno a los diseños que Santiago Orsini le había propuesto. Entre ellos, tenía ya terminados diez diseños: tres relojes, dos pulseras, tres dijes de corbata y dos collares. Sin embargo, la colección estaba lejos de terminar. Santiago tenía en mente completar con dos pares de gemelos, algunos aretes para mujer que combinaran con ellos, y broches de traje.
Esa mañana, Amatista decidió mostrarle a Santiago los avances. Los diseños ya terminados captaron su atención al instante, y la joven aprovechó para explicarle sus ideas para las piezas faltantes.
—Son excepcionales, Amatista. Tienes un ojo único para los detalles —dijo Santiago mientras revisaba los bocetos. —Pero creo que podemos ir más allá. ¿Qué tal si ampliamos la colección a veinte piezas?
El desafío encendió el entusiasmo de Amatista.
—Acepto. Si logramos esto, demostraremos que podemos con cualquier reto —respondió ella, segura de sí misma.
Santiago rió, admirando su determinación.
—Eso espero, pero recuerda que solo tenemos cinco semanas para presentar la colección. En tres semanas deben estar listos los diseños para enviarlos al taller.
—Lo lograremos. Si esto sale bien, formar un equipo de diseño será pan comido —dijo Amatista con una sonrisa, ajustándose mentalmente al nuevo plazo.
Trabajaron con más dedicación que nunca, sabiendo que tenían que dar lo mejor de sí para demostrar su valía.
Más tarde, llegó el esperado cumpleaños de Maximiliano Sotelo. La invitación había sido enviada con semanas de anticipación, y como era de esperarse, el evento estaba lleno de figuras influyentes. Amatista asistiría acompañada por su padre, Daniel, su madrastra, Mariam, y su hermanastra, Jazmín.
Amatista eligió un vestido celeste ajustado, con un escote discreto que dejaba al descubierto su cuello, clavícula y hombros. El diseño sencillo pero elegante destacaba su figura y daba un aire de sofisticación que no pasaba desapercibido.
Al llegar al salón, la música y las risas llenaban el ambiente. Amatista se limitó a saludar a quienes conocía, dedicándoles especial atención a Massimo, Emilio, Mateo y Paolo, quienes siempre habían sido cordiales con ella. Mateo, sonriente, aprovechó la oportunidad para presentarle a su novia, Clara. Ambas congeniaron al instante, compartiendo risas y charlas sobre temas triviales que amenizaron el encuentro.
Mientras la noche avanzaba, Amatista se cruzó con Sofía, una vieja conocida con la que mantenía una relación afectuosa. Se saludaron con calidez y se quedaron conversando un rato, poniéndose al día sobre sus vidas y riendo como viejas amigas.
Finalmente, llegó el momento de buscar al cumpleañero. Amatista encontró a Maximiliano en medio de un grupo de invitados. Se acercó con una sonrisa y le entregó un elegante reloj como regalo.
—Feliz cumpleaños, Maximiliano. Espero que te guste —dijo con un tono cordial.
Maximiliano examinó el reloj en su muñeca con una sonrisa radiante.
—Es espectacular. Muchas gracias, Amatista. Este detalle es realmente único —dijo, mirándola con gratitud antes de darle un cálido abrazo.
Amatista correspondió al gesto, sonriendo.
—Me alegra que te guste. Fue diseñado especialmente para alguien como tú.
Maximiliano se separó, aún sonriendo, y se inclinó hacia ella con un aire de complicidad.
—Por cierto, por la sala anda Enzo. Aunque, bueno, con Albertina cerca no sé si querrás cruzarte con ellos. Ya sabes, esa inútil siempre está tratando de causar problemas. —Le guiñó un ojo y agregó con una sonrisa divertida—: Diviértete, gatita.
Amatista rió suavemente, sin decir nada, y se retiró deseándole nuevamente un feliz cumpleaños. Mientras caminaba con paso tranquilo por el elegante salón, no podía evitar sentirse observada. A la distancia, los ojos de Enzo Bourth seguían cada uno de sus movimientos con una intensidad que la hacía estremecer. Era una mirada cargada de emociones que Amatista había aprendido a reconocer: deseo, posesión y, sobre todo, celos.
De pronto, una voz masculina, brusca y llena de urgencia, rompió el murmullo del salón, pronunciando su nombre.
—¡Amatista!
El tono la hizo sobresaltarse. Giró rápidamente, encontrándose frente a un hombre mayor, de cabello entrecano y expresión seria.
—Jeremías Gartner —dijo él con una ligera sonrisa, inclinando la cabeza—. ¿Te acuerdas de mí?
Amatista parpadeó, reconociéndolo.
—Sí, claro. Nos conocimos hace unas semanas en un restaurante. Usted estaba con mi madre, Isabel, ¿verdad?
Jeremías asintió lentamente.
—Exacto. Aunque Isabel y yo tenemos una historia más… complicada.
Amatista arqueó una ceja, recordando algo que él había mencionado esa noche.
—Usted dijo que Isabel era alguien especial para usted. ¿Qué quiso decir con eso?
Jeremías sonrió de forma enigmática, evaluándola por un instante antes de responder.
—Eres bastante inteligente, lo noto. Te diré la verdad: Isabel y yo fuimos amantes durante mucho tiempo, incluso cuando ella estaba con Daniel.
Amatista no se inmutó, cruzándose de brazos.
—Bueno, el engaño es algo muy de Isabel —respondió con un tono indiferente, casi aburrido.
La reacción desconcertó a Jeremías.
—¿Eso no te molesta?
Amatista negó con la cabeza, dando un paso hacia atrás como señal de que quería cortar la conversación.
—No es asunto mío, y francamente, no me sorprende.
—Espera —interrumpió Jeremías, alzando una mano. Había algo más que quería decirle, y esta vez su tono era mucho más serio—. Hay algo importante que necesitas saber. Cuando Isabel estaba embarazada de ti, insinuó que el bebé podría ser mío.
El rostro de Amatista perdió todo rastro de expresión. La sorpresa la dejó sin palabras por un momento.
—¿Cree que podría ser mi padre? —preguntó finalmente, su tono más firme de lo que esperaba.
Antes de que Jeremías pudiera responder, una figura alta y dominante apareció junto a ellos. Enzo Bourth se acercó con paso decidido, sus ojos oscuros fijos en Jeremías, y saludó con una voz firme que bordeaba lo amenazante.
—Jeremías. Qué inesperado verte aquí.
Jeremías retrocedió ligeramente ante la presencia imponente de Enzo.
—No quiero interrumpir más. Amatista y yo podemos continuar esta charla en otro momento. —Hizo una pausa y añadió—: Pero tal vez sería mejor mantener a Daniel fuera de todo esto.
Sin esperar respuesta, Jeremías se retiró, dejando a Amatista con más preguntas que respuestas.
Enzo se giró hacia ella, su mirada cargada de una mezcla de curiosidad y molestia.
—Gatita, ¿podemos hablar un momento? —preguntó con una aparente calma.
Amatista lo miró con desconfianza.
—¿Es importante? Porque estaba en medio de algo relevante.
Enzo inclinó la cabeza, su tono ahora más serio.
—Sí, lo es.
Sin esperar más, tomó suavemente la mano de Amatista, guiándola hacia una sala privada. Una vez allí, cerró la puerta tras ellos y se giró para enfrentarse a ella.
—Hace unos días, Benicio Orsini vino a verme. Quería que lo ayudara a destruir tu empresa, Lune —soltó de golpe, observando su reacción.
Amatista lo miró con incredulidad, su mente aún enredada en la conversación con Jeremías.
—¿Benicio? —repitió, sorprendida—. ¿Por qué haría algo así?
—Supongo que quiere eliminar cualquier competencia antes de que crezca demasiado. Pero no te preocupes, gatita, ya lo advertí, y no creo que intente nada por ahora.
Amatista asintió lentamente.
—Gracias por decírmelo. Tendré cuidado.
Enzo la observó en silencio por un momento antes de preguntar:
—¿De qué hablaban tú y Jeremías?
Amatista tensó los labios, decidiendo rápidamente qué decir.
—De nada importante. Si no tienes nada más que decirme, me voy.
Cuando se giró para irse, Enzo la tomó del brazo, deteniéndola con firmeza.
—No parecía que hablaran de nada importante.
Amatista lo miró y, tras un breve momento, soltó una risa baja.
—¿No se supone que tú me pediste que te olvidara? Lo mejor sería que no me hagas escenas de celos ridículas, Enzo.
Él entrecerró los ojos, acercándose un paso más hacia ella.
—¿Y cuál es el problema si estoy celoso, gatita?
Amatista suspiró, intentando mantener la calma.
—El problema es que tienes una novia a la que deberías celar, no a mí.
La sonrisa de Enzo se tornó peligrosa mientras la arrinconaba contra la pared. Su voz se volvió más baja, más íntima, cargada de una intensidad que hacía que el aire se sintiera denso.
—Puede que no estemos juntos, pero tu cuerpo, tus besos, tus caricias… todo lo tuyo me pertenece, gatita.
Sin darle tiempo a replicar, inclinó la cabeza y comenzó a besarla en el cuello, dejando un rastro de calor en su piel.
—Eso era antes, Enzo —dijo Amatista, apartándolo con determinación.
Él la miró con una mezcla de frustración y deseo, y declaró en voz baja:
—No es así, y lo sabes. Mi cuerpo también es solo tuyo.
Antes de que pudiera responder, Enzo la besó en los labios. El beso comenzó lento, cargado de emociones contenidas, pero rápidamente se volvió intenso. Sus manos se movieron con urgencia, recorriendo la espalda de Amatista mientras ella, rendida por un momento, correspondía con igual fervor.
De pronto, sus labios dejaron los de él, y Amatista lo besó en el cuello, dejando deliberadamente una marca visible. Cuando Enzo se dio cuenta, sonrió con satisfacción, pero su expresión se transformó cuando ella se apartó bruscamente.
—Estoy en mi periodo —declaró con una mezcla de frialdad y burla.
Sin darle tiempo a replicar, abrió la puerta y salió de la habitación, dejando a Enzo solo, con el peso de su obsesión aún más arraigado en su mente.
Enzo no tardó en salir tras ella, su rostro endurecido por una mezcla de molestia y deseo. A pasos rápidos la alcanzó en el pasillo que conducía al salón principal.
—Esto no se queda así, gatita —gruñó, con su voz grave llena de determinación.
Amatista se detuvo, girándose lentamente hacia él con una sonrisa ladeada, esa que siempre lograba desarmarlo y encenderlo al mismo tiempo.
—Oh, Enzo, disfruta el momento, porque pronto esta "provocación" se va a volver tensión. —Le guiñó un ojo, dejándolo allí, estático y cargado de emociones contenidas, mientras ella caminaba con una elegancia despreocupada hacia la mesa donde su familia la esperaba.
Enzo apretó la mandíbula, observándola mientras se alejaba. Su mirada bajó instintivamente al contoneo de su cintura, y una chispa de posesividad le quemó el pecho. Respiró hondo, intentando recobrar la compostura antes de regresar a su propia mesa.
Cuando llegó, la atmósfera en su grupo de socios era relajada, con charlas triviales y risas que contrastaban con el torbellino interno que Enzo llevaba. Al sentarse, Massimo le lanzó una mirada inquisitiva, pero fue Emilio quien habló primero.
—¿Todo bien, Enzo? Pareces... distraído.
Enzo no respondió de inmediato. Su mirada se desvió automáticamente hacia la mesa de Amatista. Allí estaba ella, radiante, con una expresión de diversión evidente en su rostro. Y para añadir más leña al fuego, le dedicó una sonrisa de desafío que solo él pudo captar.
Enzo esbozó una sonrisa apenas perceptible, pero llena de significado. A su lado, Albertina, que hasta entonces parecía inmersa en una conversación sin interés con Clara, finalmente reparó en él.
—¿Qué demonios tienes en el cuello? —exclamó, alarmada, señalando la marca visible que Amatista había dejado.
La pregunta, cargada de reproche, llamó la atención de todos en la mesa.
—¿Una marca? —preguntó Paolo con una sonrisa traviesa, entrecerrando los ojos para observar mejor.
Massimo se rió entre dientes, claramente entretenido por la situación. Mateo, que estaba junto a su novia Clara, no tardó en añadir un comentario.
—Parece que alguien ha estado entretenido.
Albertina no lo dejó pasar. Su rostro se enrojeció de indignación, y su tono se volvió más estridente.
—¡Esto es una falta de respeto, Enzo! ¡Soy tu novia! ¿Cómo te atreves a aparecer con algo así en público?
Enzo la miró con una mezcla de fastidio y advertencia, su paciencia claramente llegando a su límite.
—Albertina, cállate. No me hagas perder lo poco que me queda de paciencia.
El tono de su voz fue suficiente para que Albertina se encogiera, aunque su expresión seguía siendo de puro enojo. Sin embargo, las miradas burlonas de los hombres en la mesa no pasaron desapercibidas.
—Parece que nuestra querida gatita sigue dejando su marca —comentó Massimo, con una sonrisa burlona, aunque evitó mencionar a Amatista directamente.
—Sí, y bien visible, por lo que veo —añadió Paolo, riendo mientras tomaba un sorbo de su copa.
Las bromas continuaron, pero Enzo no parecía molesto. Al contrario, una chispa de orgullo iluminó su mirada. Solo Albertina parecía cada vez más incómoda, consciente de que no era bienvenida en ese círculo cerrado de confidencias y lealtades.
Desde la distancia, Amatista observaba la escena con atención. Cuando notó la evidente incomodidad de Albertina y el leve gesto de frustración en el rostro de Enzo, no pudo evitar reírse por lo bajo. Su risa cristalina llamó la atención de su madre, quien le preguntó de qué se trataba.
—Nada, mamá, solo un chiste interno —respondió Amatista, mientras tomaba su copa y desvió la mirada nuevamente hacia Enzo.
Él la atrapó mirándolo y, en lugar de incomodarse, levantó su copa en un gesto casi imperceptible de reconocimiento. Amatista respondió con un movimiento de cabeza y una sonrisa pícara, disfrutando del control que parecía tener sobre él incluso en medio de un salón lleno de gente.
Por dentro, Enzo estaba dividido. Albertina le irritaba; su insistencia y reproches lo cansaban. Pero Amatista... Amatista lo fascinaba. No podía negar que el deseo que sentía por ella seguía tan vivo como siempre, si no más. Su pequeño acto de desafío al dejarle esa marca no era solo una provocación, era un recordatorio de lo mucho que le pertenecía, aun cuando ella intentara aparentar lo contrario.
El resto de la velada transcurrió en un tira y afloja silencioso entre ellos. Aunque estaban en mesas distintas y separados físicamente, sus miradas se cruzaron innumerables veces, cada una cargada de un mensaje que solo ellos comprendían.
Albertina, ignorada y humillada, finalmente dejó de hablar y se limitó a fingir una sonrisa mientras interactuaba con Clara.
Cuando Jazmín comenzó a palidecer y a quejarse de un fuerte malestar, Daniel decidió que era momento de retirarse.
—Será mejor que nos vayamos —anunció con firmeza, mientras ayudaba a su hija menor a levantarse.
Amatista asintió, recogiendo sus cosas con calma, aunque la inquietud de Jazmín parecía haberla distraído por completo del resto de la fiesta. Mariam, siempre atenta, se encargó de asegurarse de que todo estuviera en orden antes de salir.
Mientras caminaban hacia la salida, Amatista podía sentir los ojos de Enzo clavados en ella. Sabía que la estaba observando, analizando cada uno de sus movimientos. Pero no le dio el gusto de mirarlo. Mantuvo su porte elegante y altivo, como si no existiera nada ni nadie más en ese salón aparte de su familia.
Al llegar a la puerta, se detuvo un momento para ajustar el chal que llevaba sobre los hombros, y por un instante, pensó en dirigirle una última mirada. Sin embargo, decidió no hacerlo.
"Que siga ardiendo", pensó con una sonrisa ligera y altiva en los labios, mientras cruzaba el umbral.
Enzo, desde su mesa, no apartó la mirada hasta que Amatista desapareció por completo. Su mandíbula se tensó y su copa tembló ligeramente entre sus dedos.
"Bien jugado, gatita", pensó, fascinado por el desafío. Pero esta partida aún no terminaba.