Capítulo 112 Un nuevo comienzo
La mañana del encuentro con Ethan, Amatista y Santiago llegaron al edificio con nerviosismo, pero también con esperanza. El contrato ya estaba listo, como había prometido Ethan. Al llegar, los recibieron con una sonrisa profesional, entregando las llaves y el contrato que ambos firmaron sin pensarlo dos veces. Santiago hizo el pago inicial de inmediato, y con una cortesía que ya era su sello, Ethan les deseó éxito en este nuevo proyecto.
—Lo mejor está por venir —dijo Ethan, antes de retirarse, dejándolos a solas en el nuevo espacio que, en ese momento, parecía una promesa de grandes oportunidades.
Una vez solos, Santiago no pudo evitar sonreír. Estaba entusiasmado, la energía de este nuevo comienzo lo llenaba de optimismo. Se dio vuelta hacia Amatista, quien parecía igualmente absorbida por el lugar.
—Es perfecto, Amatista. —Santiago miró alrededor con brillo en los ojos—. Todo lo que necesitamos, lo tenemos aquí.
A pesar de la emoción, la joven no pudo dejar de notar algo que la inquietaba. Se acercó a una de las maquinarias, tocándola con un dedo pensativo.
—Sí, pero… es demasiado perfecto. Las maquinarias son nuevas, la ubicación es excelente, el precio es bajo. Todo parece... ¿demasiado bueno para ser cierto?
Santiago rió, desechando de inmediato sus dudas.
—Amatista, ya firmamos el contrato, y si no pasa nada raro, entonces no veo por qué no aprovechar la suerte que estamos teniendo. Este es nuestro momento.
Amatista no estaba tan segura, pero dejó escapar una pequeña sonrisa. Decidió seguir el ritmo y, por un momento, dejó de preocuparse por lo que podría salir mal. En lugar de eso, decidió que era hora de hacer algo productivo.
—Vamos a dejar de limpiar por un momento. Tengo algo que mostrarles —dijo mientras sacaba un sobre de su bolso. Era el sobre con los diseños que había estado preparando. Lo abrió y, con una mirada confiada, comenzó a mostrar las piezas a Santiago y Alejo, quien había llegado poco después.
Alejo observó los dibujos con detenimiento, sorprendido por la calidad y el nivel de detalle que Amatista había logrado.
—Esto es impresionante —dijo, mirando a Santiago, quien compartía su entusiasmo—. Es un muy buen comienzo, definitivamente.
Santiago asintió, claramente orgulloso de lo que su socia había creado.
—Lo sé. Más tarde vendrán los empleados, si deseas conocerlos. De todas formas, lo importante ahora es que tenemos todo listo.
Amatista sonrió, contenta de que su trabajo hubiera impresionado a ambos, pero también consciente de que aún quedaba mucho por hacer.
—Tengo un compromiso —dijo, mirando a Santiago. —Pero confío en ti. Si ya los conoces, no me opondré a que sigas adelante.
Esa tarde, Amatista se dirigió al centro comercial para encontrarse con Jazmín. Sabía que, a pesar de las diferencias pasadas, en ese momento su hermanastra era su única compañía constante. La saludó con una sonrisa antes de ir directamente a lo que más le gustaba: la moda.
Jazmín, algo nerviosa por la fiesta de la noche, le había pedido ayuda para encontrar el vestido perfecto. Amatista la observó mientras buscaban entre las estanterías, pasando de un vestido a otro, hasta que finalmente encontró el ideal.
—Este —dijo, señalando uno con una tela brillante y un corte que resaltaba la figura de Jazmín—. Póntelo, ¡te va a quedar espectacular!
Jazmín se probó el vestido y, al salir, Amatista no pudo evitar aplaudir y sonreír.
—Si ese chico no se enamora de ti al verte con este vestido, es un idiota.
Jazmín rió nerviosa pero feliz, y ambas hermanas se dirigieron a la peluquería para un peinado especial. El estilista les hizo un recogido elegante pero juvenil, justo lo que Jazmín necesitaba para esa noche. Al salir del lugar, Amatista se sintió satisfecha con el resultado.
—Ahora, a maquillarte en casa, para que resaltes aún más —le dijo mientras se dirigían a la mansión Torner.
Al llegar a la casa, Jazmín se acomodó en el vestíbulo, esperó pacientemente a que Amatista terminara de preparar sus utensilios de maquillaje. Sabía que su hermana se encargaría de que todo saliera perfecto. El maquillaje fue sutil, pero resaltaba sus rasgos con delicadeza, dándole un aire radiante.
Cuando Jazmín se miró al espejo, no pudo evitar sonreír al ver el resultado del maquillaje. El vestido le quedaba perfecto y, con el toque sutil de Amatista en su rostro, se veía radiante.
—Estás lista para robarle el aliento a cualquiera —bromeó Amatista, sonriendo mientras admiraba a su hermanastra.
Jazmín soltó una pequeña risa, sintiéndose más segura y hermosa que nunca. Sabía que esta noche podría brillar, y con la ayuda de Amatista, su confianza se había disparado.
Amatista, satisfecha con el trabajo, se dirigió rápidamente al piso de abajo para asegurarse de que Mariam y Daniel estuvieran listos para ver a Jazmín antes de que se fuera. Llegó al salón, donde ambos se encontraban, y, con una sonrisa en el rostro, les dio un grito.
—¡Jazmín, baja! ¡Que todos vean lo hermosa que estás!
Pocos segundos después, Jazmín descendió por las escaleras con gracia. La transformación fue tan notable que tanto Mariam como Daniel se quedaron sorprendidos por el cambio.
—¡Vaya! ¡Qué guapa estás, hija! —exclamó Mariam, mirando a Jazmín con una mezcla de orgullo y admiración.
Daniel, no menos impresionado, también elogió a su hija.
—Sin duda, vas a ser la estrella de la fiesta esta noche —comentó con una sonrisa orgullosa.
Jazmín sonrió tímidamente, agradecida por los elogios, pero rápidamente les hizo un gesto con la mano.
—Gracias, pero no se emocionen demasiado —dijo, intentando restarles importancia a los halagos.
En ese momento, Marco, apareció en la entrada del salón.
—El auto está listo para llevar a Jazmín a la fiesta, señora —comentó con su tono habitual, indicando que el tiempo se había agotado.
Jazmín asintió, levantándose con una última mirada hacia sus padres y hacia Amatista, quien la miraba con una sonrisa cálida.
—Nos vemos luego —dijo Jazmín, y se dirigió hacia la puerta con paso firme.
Amatista, aún con la sensación de satisfacción por ver a su hermanastra tan feliz, se quedó un momento en el salón mientras los últimos momentos de la velada pasaban. El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos, y al ver quién era, una ligera sonrisa apareció en su rostro. Era Santiago.
—Hola, ¿cómo estás? —preguntó él en cuanto contestó.
—Todo bien, ¿y tú? —respondió Amatista, preparándose para ir a cambiarse.
—Bien, gracias. Te invito a un bar para festejar la firma del contrato, ¿te gustaría unirte? —dijo Santiago, con su tono habitual, cálido y amigable.
Amatista miró a Daniel y Mariam, que seguían conversando, y les sonrió.
—Claro, ¿me pasas la dirección? —respondió, buscando una excusa para despejar su mente un rato.
—Te la mando ahora. Nos vemos pronto, entonces —contestó Santiago antes de colgar.
Daniel, que había escuchado la conversación, la miró y le dijo con una sonrisa cómplice:
—Anda, distraerte un poco. No te preocupes por nosotros, estaremos bien.
Amatista asintió y subió rápidamente a su habitación. Se cambió a un vestido negro elegante con un sutil escote en la espalda, que la hacía sentirse segura y lista para salir. Se ató el cabello en un recogido sencillo, dejando algunos mechones caídos alrededor de su rostro. Para completar el look, se aplicó un perfume con brillitos que resaltaba en su piel, haciéndola sentir aún más radiante.
Poco después, llegó al bar donde Santiago y Alejo ya la esperaban. La música estaba animada, y la atmósfera era relajada. Ambos la recibieron con sonrisas y comenzaron a festejar. Las risas no se hicieron esperar, y las conversaciones sobre el futuro del negocio y otros temas comenzaron a fluir con facilidad.
Sin embargo, mientras Amatista disfrutaba de la compañía de los dos, alguien más observaba desde una esquina del bar. Enzo, sin que ella lo supiera, estaba allí también. Sus ojos no podían dejar de seguirla, observando cada uno de sus movimientos, y pensaba, perdido en sus recuerdos, cómo su madre le había advertido que jamás podría olvidarla.
"Con solo verla, querría volver", pensó, mientras veía a Amatista disfrutar con Santiago y Alejo. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por Emir, quien lo había llamado para hablar de algunos negocios. Emir estaba acompañado por Samuel, Nicolás y Leonel, con quienes Enzo comenzó a discutir asuntos importantes.
Amatista, ajena a la presencia de Enzo, se levantó para ir al baño. Fue entonces cuando él, al verla caminar, decidió seguirla discretamente. Enzo la observó entrar al baño y, sin pensarlo mucho más, se levantó y la siguió, quedando a unos pasos de ella, sin que ella lo notara aún.
Dentro del baño, Amatista se estaba lavando las manos cuando una sensación extraña la invadió. De repente, sintió la presencia de alguien detrás de ella. Se giró lentamente, y vio a Enzo, quien se acercó con paso firme hasta quedar justo detrás de ella.
Amatista sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando él levantó la mano para acariciar la piel desnuda de su espalda, descubierta por el escote de su vestido.
—Te ves realmente hermosa, gatita —susurró Enzo en su oído, usando el apodo que siempre la había hecho estremecer.
Amatista se tensó al instante, pero no pudo evitar sentir esa chispa que siempre existía entre ellos. Aun con el corazón acelerado, se dio vuelta para enfrentar a Enzo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz intentando sonar firme, pero en su interior no podía evitar la confusión. —Me dijiste que te olvidara.
Enzo no respondió con palabras. En su lugar, levantó su mano, tocando suavemente su rostro y, con una suavidad inesperada, la besó. Al principio, Amatista intentó resistirse, pero rápidamente cedió, respondiendo al beso con la misma intensidad. Sus cuerpos parecían moverse por su cuenta, como si todo lo que habían sentido en el pasado regresara de golpe.
Enzo comenzó a acariciar su cuerpo lentamente, y Amatista, a pesar de la lucha interna, dejó que la pasión tomara el control. En un abrir y cerrar de ojos, Enzo la levantó con facilidad y la colocó sobre el lavabo del baño, besándola con más pasión, deslizándose por su vestido mientras lo hacía.
La intensidad del momento fue creciendo rápidamente, y, entre susurros de satisfacción, ambos cedieron completamente al deseo. La cercanía, los toques, los besos se volvieron cada vez más intensos, y lo que empezó como un encuentro lento se transformó en algo más feroz.
Cuando finalmente ambos llegaron al clímax, el ambiente quedó impregnado de la sensación del momento, pero también de la inevitable pregunta que flotaba en el aire: ¿qué significaba todo esto? Amatista no quería admitir lo que sentía, pero no podía negar lo que acababa de ocurrir.
Ambos, ya recuperando el aliento, se acomodaron rápidamente la ropa. Amatista, al mirarlo, fue la primera en hablar, aunque su voz temblaba ligeramente.
—Esto no cambia nada —dijo, con una mirada decidida—. Todavía elijo el diseño, y si no estás de acuerdo con eso, no estaremos juntos.
Enzo, observándola, asintió, aunque su rostro mostraba una mezcla de comprensión y frustración.
—Lo entiendo —respondió Enzo, con una mirada cargada de emociones encontradas. Se quedó en silencio por un momento, su mente dividida entre lo que deseaba y lo que sabía que debía hacer. Finalmente, rompió la tensión:
—Te dejaré en paz, Amatista. Deberías olvidarte de mí.
Amatista sintió cómo esas palabras le atravesaban el corazón como una daga. Su respiración se detuvo por un segundo, y sus manos, temblorosas, buscaron algo a lo que aferrarse, aunque no había nada. A pesar de la devastación que sentía, se obligó a mantener una fachada de firmeza.
—Si eso es lo que quieres... está bien —respondió con voz contenida, intentando que no se quebrara.
Sin mirar atrás, Amatista salió rápidamente del baño, luchando por contener las lágrimas. Su mente era un torbellino de emociones: la pasión que habían compartido minutos atrás aún ardía en su piel, pero las palabras de Enzo la habían dejado fría, como si un muro infranqueable se hubiera levantado entre ellos.
Al llegar junto a Santiago y Alejo, esbozó una sonrisa forzada para no levantar sospechas. Los dos estaban inmersos en una conversación ligera, ajenos a la tormenta que se libraba dentro de ella. Amatista tomó un sorbo de su bebida, intentando concentrarse en el presente y olvidar lo que acababa de suceder.
Mientras tanto, Enzo regresó con su grupo, compuesto por Samuel, Nicola, Emir y Leonel. Los hombres lo recibieron con bromas y preguntas.
—¿Qué te tomó tanto tiempo? —inquirió Samuel, arqueando una ceja con una sonrisa burlona.
—Negocios inesperados —respondió Enzo con una calma calculada, evitando cualquier detalle que pudiera delatar lo que realmente había ocurrido.
Se acomodó en su asiento, pero no logró concentrarse en la conversación que continuaba a su alrededor. Su mirada, aunque disimulada, seguía buscando a Amatista entre la multitud. Sin embargo, se obligó a sí mismo a no acercarse nuevamente, reafirmándose en su decisión.
Amatista permaneció en el bar un rato más, interactuando con Santiago y Alejo, aunque apenas prestaba atención a lo que decían. Finalmente, decidió despedirse.
—Creo que ya es hora de que me vaya —dijo, forzando una sonrisa.
—¿Segura? Apenas empieza la noche —comentó Santiago con una ligera risa.
—Sí, estoy algo cansada —respondió, dejando el asunto ahí.
Tras intercambiar abrazos de despedida, Amatista salió del bar y tomó un taxi hacia la mansión Torner. Durante el trayecto, su mente no dejaba de repasar todo lo sucedido: la intensidad de su encuentro con Enzo, las caricias, el beso... y luego, las palabras que lo habían cambiado todo. "Te dejaré en paz", resonaba una y otra vez en su mente, creando una confusión que no lograba disipar.
Cuando llegó a la mansión, entró en silencio. La casa estaba en penumbras, y no había nadie para recibirla, lo que agradeció. Subió lentamente a su habitación, dejando caer su bolso sobre la cama antes de quitarse los zapatos.
El cansancio físico y emocional la abrumaba. Se cambió rápidamente, poniéndose un camisón ligero, y se metió bajo las sábanas. Cerró los ojos, intentando apagar los pensamientos que la mantenían inquieta. Sin embargo, el contraste entre el deseo que aún sentía por Enzo y su dolor por sus palabras no le permitía encontrar paz.
Finalmente, el agotamiento la venció. Se quedó dormida, aunque su descanso fue intranquilo, lleno de imágenes borrosas de lo que había sucedido en el bar, el baño y, sobre todo, de los ojos de Enzo, que parecían grabados en su memoria.
envolviera y tomar distancia de todo lo sucedido. Sin ganas de reflexionar más, se dirigió directamente a su habitación. Al entrar, se deshizo de su vestido, dejándolo caer sobre una silla, y con movimientos automáticos, se preparó para dormir.
El cansancio físico y emocional la había agotado por completo. Se deslizó entre las sábanas de la cama, cerrando los ojos con fuerza, como si eso pudiera ayudar a borrar las imágenes del encuentro con Enzo. El roce de sus labios, la intensidad de su toque, la forma en que había caído bajo su hechizo una vez más. Pero, al final, lo único que quedó fue el silencio profundo de la noche.
Amatista, finalmente, logró encontrar algo de paz en su mente, aunque no podía evitar la sensación de que algo había cambiado dentro de ella. Mientras se entregaba al sueño, se preguntaba qué implicaría todo aquello para el futuro, pero en ese momento, no tenía fuerzas para pensar en ello. Solo deseaba dormir, dejar que el cansancio la llevara lejos de sus pensamientos por unas horas.