Capítulo 74 Una noche solo nuestra
El auto avanzaba por el camino oscuro, dejando atrás las luces y el bullicio del casino. Enzo conducía con una mano firme en el volante, mientras su otra mano descansaba sobre el muslo de Amatista, trazando ligeros círculos que parecían encender chispas a través de su vestido. Ella, recostada en el asiento, miraba por la ventana con una sonrisa que dejaba ver la satisfacción de la noche.
—Espero que no olvides la parada, amor. —murmuró Amatista, volviendo su mirada hacia él, con un tono cargado de provocación.
Enzo, sin apartar los ojos del camino, dejó escapar una leve risa.
—No lo he olvidado, gatita. Aunque si sigues mirándome así, tal vez no llegue a tiempo.
Amatista rió suavemente, pero dejó que sus dedos viajaran desde su propio muslo hasta el borde del saco de Enzo, deslizándose por su pecho con un toque que sabía lo que provocaba en él.
—No creo que puedas culparme. ¿Sabes lo difícil que es estar tan cerca y tener que esperar?
El auto se detuvo frente a una pequeña farmacia. Enzo salió sin decir más, dejando a Amatista con una sonrisa satisfecha mientras lo veía caminar hacia el interior. No tardó más de unos minutos en regresar, pero cuando volvió a entrar al auto, su mirada se encontró con la de Amatista, y la chispa que ya había entre ellos pareció encenderse aún más.
—¿Ya podemos irnos, amor? —preguntó ella con una voz suave, pero cargada de intención.
Enzo no respondió de inmediato. Encendió el motor, y el auto volvió a la carretera, avanzando hacia la mansión del campo, donde el silencio y la soledad les pertenecían por completo.
El auto avanzó lentamente hacia la entrada de la mansión, el sonido del motor resonando en el aire tranquilo de la noche. Enzo estacionó frente a la entrada, pero ni él ni Amatista se movieron. La tensión era palpable, y lo único que importaba era la necesidad insaciable que ambos sentían.
Amatista se giró hacia él, su respiración más agitada de lo normal, y sin previo aviso, se deslizó de su asiento hacia el regazo de Enzo. Su vestido negro, ajustado a su figura, se arrugó suavemente, pero eso no les importaba. Lo único importante era la proximidad, el deseo creciente.
Enzo la observó, su mirada cargada de lujuria, pero también de un profundo deseo de control. Amatista no perdió tiempo, y en un movimiento rápido, comenzó a besarle el cuello, dejando que sus labios recorrieran la piel expuesta con suavidad y urgencia. Sus manos, con un toque de delicadeza y firmeza, comenzaron a desabrocharle el pantalón de Enzo, mientras él la atraía hacia él con la otra mano, dominando el espacio entre ellos.
El roce de sus cuerpos encendió algo dentro de ambos, una necesidad que solo crecía a medida que avanzaba el encuentro. Amatista se movió encima de él con agilidad, disfrutando de la sensación de su cuerpo pegado al de él, y de cómo su calor le recorría el cuerpo.
—No podemos esperar más, amor —murmuró Amatista contra su piel, dejando que sus dedos recorriesen su pecho mientras continuaba desabrochando su pantalón.
Enzo respiró con dificultad, pero no la detuvo. Sabía que ya no había vuelta atrás. Siguió el movimiento de sus manos, guiándola de manera firme, pero sin perder el control de la situación.
En ese instante, él se detuvo un momento, sintiendo la necesidad de seguir el ritmo. Sacó una protección de su bolsillo y la colocó con rapidez, asegurándose de que nada interfiriera en su deseo mutuo. Después, no perdió tiempo. La atrajo hacia él, y en un movimiento rápido, continuaron lo que habían comenzado.
Los susurros y los gemidos se entrelazaban con la respiración entrecortada, mientras los dos se movían en un vaivén que solo aumentaba la necesidad entre ellos. El calor, la humedad, el roce de sus cuerpos llenaban el aire en el auto. No necesitaban palabras; solo la conexión que se intensificaba en cada beso, en cada toque, en cada impulso de deseo.
Finalmente, después de un clímax compartido, ambos se detuvieron, exhaustos pero satisfechos. Con una sonrisa cómplice, comenzaron a acomodarse, reajustando la ropa con prisa, sabiendo que lo que vendría después era aún más esperado.
Enzo respiraba profundamente, mientras Amatista sonreía de lado, ya anticipando lo que estaba por suceder. Ambos sabían que la noche no había hecho más que comenzar.
La mansión estaba sumida en un silencio expectante cuando Enzo y Amatista cruzaron la puerta de la sala principal. Solo el sonido de sus pasos rompía la quietud de la noche, pero el aire estaba cargado de una energía palpable, la anticipación flotando entre ellos. La puerta se cerró con suavidad, y, sin intercambiar palabra alguna, Enzo guió a Amatista hacia el sofá, su mirada fija en ella con una intensidad que solo él sabía transmitir.
Amatista lo observó con una sonrisa traviesa, sintiendo cómo su corazón latía más rápido con cada paso que daban. El deseo era un fuego imparable entre los dos. No había espacio para la duda ni para la indecisión. Al llegar al sofá, Enzo la empujó con suavidad, dejándola caer en el acolchado. La postura de Amatista, reclinada y esperando, lo retaba sin decir una palabra.
Enzo la miró con fijeza, tomando un momento para contemplarla antes de avanzar. Sin prisa, pero con firmeza, comenzó a desabrochar su chaqueta, la tela deslizándose por sus hombros, dejando al descubierto su torso. Amatista, observándolo, se inclinó hacia él y comenzó a quitarle la camisa, tocando cada músculo tenso de su cuerpo con una mezcla de adoración y deseo. El roce de sus manos sobre su piel encendió aún más la necesidad entre ellos.
—¿Estás segura de lo que quieres, amor? —preguntó Enzo con voz grave, su respiración más rápida mientras sus manos recorrían su rostro, buscando una confirmación que no necesitaba. Su tono de voz la desarmó por completo.
Amatista, con los ojos brillando de deseo, asintió y sin decir más, se acercó, tomando su rostro en sus manos y besándolo con una pasión que había estado acumulando durante toda la noche. El beso comenzó suave, casi cauteloso, pero pronto se convirtió en algo mucho más profundo. La lengua de Amatista se entrelazó con la de Enzo mientras sus cuerpos se acercaban más, el calor entre ellos creciendo.
Enzo, sintiendo cómo su control comenzaba a desvanecerse, la levantó con facilidad y la recostó sobre el sofá. Los movimientos entre ellos se volvieron más rápidos, más desesperados, como si la espera hubiera sido demasiado larga. Amatista lo atrajo hacia ella, tocando su espalda, sintiendo la firmeza de su cuerpo contra el suyo.
—No puedo esperar más, gatita —murmuró Enzo, su voz vibrante de deseo.
Enzo desabrochó su vestido con rapidez, sus manos acariciando su piel expuesta. El roce de sus dedos contra su piel provocó que Amatista se arqueara hacia él, disfrutando del toque, de la conexión que compartían. Sus manos se encontraron con su cintura, tocando la suavidad de su piel mientras sus labios recorrían su cuello con intensidad. Amatista cerró los ojos, dejándose llevar por el ritmo de los besos y las caricias.
—Te quiero ahora, amor —murmuró Amatista entre susurros, su voz cargada de necesidad mientras sus manos recorrían su torso con urgencia.
Enzo la miró, sus ojos reflejando el mismo deseo voraz. Sin decir más, él desabrochó el pantalón, deslizándolo rápidamente hacia abajo, sintiendo cómo la ropa caía mientras la proximidad los envolvía por completo. Amatista, con un toque atrevido, deslizó la mano hacia él, comprobando su respuesta a cada roce.
Ambos se movían con desesperación, el deseo consumiéndolos, pero Enzo no perdió su control por completo. Se apartó por un momento, respirando profundamente, antes de asegurarse de que todo estuviera listo. Con un gesto rápido, se colocó protección, mirando a Amatista mientras lo hacía, sin perder el contacto visual.
—Ahora, amor, no hay vuelta atrás. —su voz era firme, cargada de promesas y deseo.
Amatista asintió, su respiración profunda, y, sin esperar más, la atrajo nuevamente hacia él. Los movimientos entre ellos comenzaron a intensificarse, más frenéticos, hasta que llegaron a los clímax juntos, sus cuerpos en perfecta sincronización. El aire se llenó de sus respiraciones entrecortadas y gemidos suaves, y por un momento, el mundo se desvaneció, dejándolos sumidos en su propio universo de sensaciones.
Con el deseo satisfecho, pero la necesidad aún presente, ambos se acomodaron rápidamente. Enzo, con una sonrisa satisfecha, acarició suavemente su rostro mientras Amatista lo miraba con una mezcla de complicidad y deseo aún fresco en sus ojos. Ninguno de los dos quería detenerse, pero sabían que lo siguiente sería aún más intenso.
La habitación estaba envuelta en una suave penumbra, la luz de la luna filtrándose por la ventana y bañando sus cuerpos desnudos. El aire estaba impregnado de la mezcla de sudor y deseo, un recordatorio de todo lo que habían compartido hasta ese momento. Ambos se miraron, exhaustos, pero no satisfechos, sabiendo que la noche estaba lejos de terminar.
Amatista recostada sobre la cama, sus respiraciones lentas pero profundas, buscó la cercanía de Enzo, quien se encontraba a su lado, aún sintiendo el calor de su cuerpo. Ninguno de los dos dijo palabra alguna, pero ambos sabían que algo más los unía en este instante, una necesidad compartida que los mantenía despiertos, ansiosos por continuar lo que ya habían comenzado.
Enzo, sintiendo la urgencia de volver a tocarla, acercó su rostro al de ella, recorriendo con sus labios su cuello, su mandíbula, mientras sus manos exploraban la suavidad de su piel. El cansancio en sus cuerpos era evidente, pero la pasión seguía viva en el aire, empujándolos a seguir, a no detenerse.
—Te quiero aquí, gatita. —susurró Enzo, su voz rasposa, cargada de deseo mientras sus manos se deslizaban hacia su cintura, atrapándola cerca de él.
Amatista, con los ojos entrecerrados por el deseo, respondió con una sonrisa juguetona, pero sus labios pronto se encontraron con los de Enzo. Este beso no fue suave, sino intenso, lleno de la necesidad de ambos. Sus lenguas se encontraron, se rozaron, se dominaron en un juego de pasión que no parecía tener fin.
Aunque ambos sentían la fatiga de sus cuerpos, ninguno de los dos quería parar. Amatista, sin soltarlo, deslizó sus manos hacia su torso, sintiendo la firmeza de sus músculos mientras lo acariciaba con devoción. Enzo, con un control apenas mantenido, la atrajo hacia él con una fuerza que dejó claro que no iba a rendirse.
Los susurros seguían, mezclados con gemidos suaves y la respiración acelerada de ambos. Amatista, sintiendo cómo su cuerpo se llenaba de una creciente necesidad, se levantó ligeramente, permitiendo que Enzo la guiara con sus manos. Los movimientos eran cada vez más sincronizados, como una danza que no requería palabras, solo el deseo de estar más cerca, más unidos.
Enzo, incapaz de dejar de tocarla, deslizaba sus manos por su espalda, acariciando su piel como si intentara memorizarla. La suavidad de su cuerpo bajo sus dedos hacía que el deseo creciera, y aunque ambos estaban agotados, no podían dejar de moverse, de tocarse.
—No sé si puedo… —dijo Amatista, su voz temblando entre el deseo y la fatiga, pero su cuerpo le decía que no podía detenerse—. Pero te quiero. No puedo esperar más.
Enzo, mirándola con una intensidad que solo él sabía expresar, la besó nuevamente, esta vez con más urgencia. La cercanía de su cuerpo lo desbordaba, y sus movimientos se volvieron más fluidos, más frenéticos. El cansancio era solo un leve obstáculo frente a la conexión que los mantenía unidos.
El roce de su piel, el calor de sus cuerpos, la suavidad de cada caricia… Todo se fundía en una espiral de pasión imparable. Y, aunque el agotamiento se notaba en sus cuerpos, el deseo seguía siendo más fuerte. Ninguno de los dos quería que el momento terminara.
Amatista, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada roce de Enzo, alcanzó su clímax primero. El placer recorrió su cuerpo en ondas, mientras su respiración se volvía más errática. Sin embargo, aunque ella había llegado al éxtasis, Enzo no se detuvo. Su mirada fija en ella, su deseo aún palpable, continuó con movimientos lentos pero firmes, llevándola de vuelta al borde de la satisfacción.
Finalmente, alcanzó su propio clímax, su cuerpo temblando de placer mientras ambos se hundían en la sensación de la culminación compartida. La respiración de Enzo se entrecortó, pero su rostro mostraba una sonrisa de satisfacción, de conexión plena. Amatista, con los ojos cerrados y aún atrapada en el remolino de emociones, no hizo más que sonreír mientras se recostaba junto a él, abrazándolo con fuerza.
La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por sus respiraciones profundas y los latidos acelerados de sus corazones. El cansancio estaba presente, pero no era suficiente para hacerlos detenerse. Con una suavidad casi inesperada, Enzo la besó en la frente y la abrazó más fuerte, como si no quisiera soltarla nunca.
—Te amo, gatita. —murmuró Enzo, su voz suavizada por la satisfacción, mientras la acariciaba lentamente.
—Yo también te amo, amor. —respondió Amatista, abrazándolo con la misma fuerza, dejando que sus cuerpos descansaran juntos, sin separarse.
Ambos sabían que, aunque la noche los había consumido, no todo había terminado. Habían explorado su pasión, pero había más por venir. El deseo aún brillaba en sus ojos, y la conexión que compartían se mantenía viva en cada gesto, en cada susurro.
A medida que el tiempo pasaba y la noche avanzaba, ambos se dejaron llevar por el cansancio, pero sin perder la conexión. El amanecer llegó lentamente, con la luz de la mañana comenzando a filtrarse por las ventanas de la mansión. Ambos descansaron, exhaustos pero satisfechos, sabiendo que lo que había comenzado esa noche había sido solo el principio de algo mucho más profundo.