Capítulo 140 Sombras en el silencio
La mañana en Santa Aurora estaba teñida de un suave resplandor dorado. El aire era fresco, y las calles, aún tranquilas, parecían susurrar promesas de tranquilidad. Amatista observaba con atención el departamento que había visitado esa mañana. El edificio era moderno y elegante, con grandes ventanales que permitían que la luz natural se deslizara suavemente por los espacios. La decoración era sencilla pero acogedora, y el lugar tenía el tamaño perfecto para convertirse en su refugio durante los próximos cinco meses.
La administradora del lugar, una mujer mayor de cabellos plateados y sonrisa amable, la observaba con paciencia.
—Es un buen lugar, querida —comentó con voz serena—. Tranquilo y seguro. Estoy segura de que te sentirás cómoda aquí.
Amatista asintió lentamente, recorriendo con la mirada cada rincón del departamento. Ese lugar prometía ser su nuevo hogar, al menos mientras durara la pasantía en Valmont Designs. Había pasado la última semana en un pequeño hotel, pero ese sitio carecía de la calidez que ahora anhelaba. Este departamento, con sus espacios luminosos y su aire de serenidad, le ofrecía una sensación de estabilidad.
—Lo tomaré —decidió al fin, con una pequeña sonrisa.
La administradora le devolvió la sonrisa y le extendió los papeles del contrato.
—Perfecto. Podemos firmar el contrato hoy mismo y mañana podrías mudarte.
Amatista tomó el bolígrafo con decisión. Sus manos temblaron levemente mientras firmaba bajo su falsa identidad. Ese detalle, aunque necesario, la hacía sentir un vacío extraño. Pero debía protegerse. No podía dejar cabos sueltos.
Al salir del edificio, sintió una ligera punzada en el vientre. Instintivamente llevó la mano a su abdomen. Cuatro meses de embarazo. Aún le parecía irreal. Ese hijo era de Enzo, pero ahora no podía permitirse debilidades.
Mientras la mansión retumbaba con los gritos de Enzo. Su voz grave y furiosa hacía eco por los pasillos, resonando con fuerza en las paredes adornadas con cuadros antiguos.
—¡¿Cómo demonios no la has encontrado todavía, Roque?! —rugió Enzo, golpeando con el puño cerrado el escritorio de su oficina.
Roque, de pie frente a él, mantenía una expresión seria, aunque tensa. Sabía que cualquier palabra mal dicha podría encender aún más la ira de su jefe.
—He revisado cada movimiento, Enzo. Amatista no ha utilizado ninguna de sus tarjetas ni ha dejado rastros. También vigilé las casas de Daniel, Jeremías y Rose. No ha aparecido en ninguna de ellas.
La furia de Enzo creció, sus ojos brillaban con intensidad.
—¡Entonces busca en la casa de ese imbécil de Santiago! ¡Seguro se fue con él!
Roque respiró hondo.
—Ya tengo a alguien vigilando su casa. Amatista tampoco ha ido allí.
Enzo apretó la mandíbula, sus músculos tensos, y de pronto estalló.
—¡Eres un inútil, Roque! ¡Lárgate de mí vista!
Roque asintió, sabiendo que discutir sería inútil. Salió de la oficina, pero comprendía que la desesperación de Enzo no era solo enojo, era miedo. Miedo a haber perdido a Amatista.
Enzo cayó pesadamente en el sillón de la sala principal, apoyando los codos en las rodillas y enterrando la cabeza entre las manos. Respiraba con dificultad, intentando calmar la tormenta que rugía dentro de él.
—Vas a pagarme esto, gatita… —susurró con voz rota.
Unos pasos suaves lo sacaron de sus pensamientos.
—¿Aún sin noticias de la traidora? —preguntó Isis con tono despectivo, cruzando los brazos mientras lo observaba.
Enzo alzó la mirada, fulminándola con los ojos.
—No estoy de humor, Isis. Lárgate.
Pero Isis no se movió. Se acercó lentamente, ladeando la cabeza.
—Deberías olvidarla, Enzo. Ella te traicionó. Mereces algo mejor.
Enzo soltó un suspiro de frustración.
—No entiendes nada…
Isis se inclinó un poco más cerca de él, con una expresión casi compasiva.
—Lo que no entiendo es por qué te aferras a alguien que claramente no te valora. Necesitas a alguien más, alguien que sepa apreciarte.
—Aléjate antes de que desate toda mi ira contigo.
Isis no se inmutó.
—No es locura, es lógica. Amatista te traicionó. Cualquier mujer puede darte lo que ella te daba.
Enzo negó con la cabeza.
—No es tan simple. Amatista es mía. No solo es amor… es obsesión, es pertenencia. Es proteger algo que es mío. No puedo simplemente reemplazarla.
Isis sonrió con suficiencia.
—No es cuestión de reemplazarla. Solo encuentra a alguien que necesite ser protegida… como Rita. Mírala. Su padre y hermano intentan venderla a un hombre horrible. ¿No crees que deberías ser su salvador?
Antes de que Enzo pudiera responder, los gritos en la entrada de la mansión captaron su atención. Se levantó bruscamente y salió al vestíbulo.
Allí estaban el padre y el hermano de Rita, gritando y exigiendo llevársela. Rita, asustada, temblaba al borde de las lágrimas.
—¡Ella es mi hija! ¡Debe casarse con el hombre que pagó por ella! —vociferó el padre.
Enzo entrecerró los ojos.
—¿Cuánto te pagaron?
—Diez mil.
Enzo sonrió con frialdad.
—Te daré veinte. Pero desaparece. No vuelvas nunca más.
El hombre dudó solo un segundo antes de asentir. Enzo giró hacia Roque.
—Tráele el dinero.
Roque asintió y se dirigió a la oficina. Al buscar el efectivo, sus ojos se posaron brevemente en el USB con las fotos y videos del supuesto engaño de Amatista. Sin pensarlo, lo tomó y lo guardó. Luego volvió con el dinero.
El padre de Rita tomó los billetes y se marchó sin mirar atrás.
Dentro de la mansión, Rita, con voz temblorosa, se acercó a Enzo.
—Yo… le pagaré todo el dinero. Puedo trabajar para usted o… incluso con intereses.
Enzo la observó en silencio. Las palabras de Isis resonaban en su mente.
—Págame casándote conmigo.
Rita fingió sorpresa.
—Pero usted… usted ama a Amatista. No puedo…
—Amatista me traicionó. Se fue.
Rita bajó la mirada.
—Entonces… si eso lo ayuda, acepto.
Una sonrisa amarga curvó los labios de Enzo.
Isis, de pie en la sombra, sonrió satisfecha.
Enzo observó cómo Roque se acercaba a él tras la marcha de Isis y Rita. La expresión en su rostro era seria, con un leve toque de preocupación.
—¿Estás seguro de casarte con Rita? —preguntó Roque, mirando a Enzo con una mezcla de duda y cautela.
Enzo levantó la mirada, su rostro endurecido por la frustración. La última cosa que necesitaba era alguien cuestionando sus decisiones.
—No te metas en eso, Roque. Solo ocúpate de encontrar a Amatista. Y, de paso, ve a comprar unos anillos para la boda —respondió Enzo con tono cortante.
Roque asintió, reconociendo que el asunto ya estaba cerrado.
—Claro, Enzo. Lo haré —dijo, y se dio media vuelta, alejándose rápidamente.
Enzo, completamente frustrado, salió del despacho con un suspiro pesado. Subió a su auto, con la mente llena de pensamientos oscuros, y condujo sin rumbo fijo. Terminó llegando al club de golf, buscando un poco de paz. Allí, se encontró con varios socios, entre ellos Alan, Joel, Facundo y Andrés. Todos eran jóvenes, con un estilo de vida libre y ostentoso, que disfrutaban de la vida con una actitud despreocupada.
Alan fue el primero en verlo y lo llamó con una sonrisa amplia, invitándolo a unirse a ellos. Enzo, con el rostro grave, decidió hacerlo. Quizás una distracción le ayudaría a calmar su mente.
—Enzo, qué bueno verte —dijo Alan, mientras los demás asentían con entusiasmo.
—¿Cómo estás, Enzo? —preguntó Joel, con una mirada confiada.
—Bien, solo algo ocupado con varios proyectos —respondió Enzo, sin querer entrar en detalles.
—Justamente estábamos hablando sobre algo interesante —interrumpió Facundo, recargándose en su silla.
—Pensamos invertir en un club con salas privadas, de juegos, y otras cosas. Un lugar para pasar un buen rato, sabes, algo más… exclusivo.
Enzo lo escuchó en silencio, pensativo. Era una idea atractiva. Un lugar discreto, donde la diversión estuviera asegurada, sin la necesidad de salir a los lugares públicos que frecuentaban los demás.
—Suena interesante, pero tengo mucho que hacer con otros proyectos —respondió Enzo, mirando a los demás,—. Si están dispuestos a esperar unas semanas, podemos reunirnos y hablar más sobre eso.
Joel asintió rápidamente.
—Esa es la idea, Enzo. Queremos algo privado, solo para nosotros. Será perfecto para nuestros… momentos de diversión —dijo, con una sonrisa traviesa.
Enzo se rió entre dientes, sabiendo a qué se refería.
—Tengo otras cosas que hacer, chicos, pero me parece bien. Nos reunimos en unas semanas para hablar de eso con más calma.
Los hombres asintieron y comenzaron a despedirse mientras Enzo se levantaba.
—Nos vemos pronto, Enzo —dijo Alan, dándole una palmada en el hombro.
Enzo asintió y se dirigió a su oficina. Cerró la puerta detrás de él con fuerza y se dejó caer en la silla. No quería ver a nadie más, solo necesitaba estar a solas. Se acomodó, sacó su teléfono móvil y comenzó a deslizar por las fotos, buscando algo que lo distrajera de su creciente malestar.
La primera foto que apareció fue una de Amatista y él, tomándose una selfie en una tienda después de comprar ropa para el golf. Ella, con su típica sonrisa confiada, decía que se veía fabulosa porque ganaría esa tarde. Recordaba cómo había jugado con él, no por talento, sino porque se había pasado seduciéndolo. No pudo evitar reír mientras recordaba lo bien que se había sentido esa tarde.
"Siempre sabes cómo jugar tus cartas, gatita", murmuró para sí mismo, sonriendo ante el recuerdo.
Deslizó la pantalla otra vez, y se detuvo en una foto que le hizo reír a regañadientes. Era una de Amatista en la cama, con lencería, una de esas fotos que siempre le enviaba como un juego de desafíos. Sabía que a Enzo lo volvía loco, y siempre que enviaba algo así, él no podía resistirse y corría hacia ella.
"Siempre tan juguetona... nunca me dejaste en paz", comentó Enzo en voz baja, mirando la foto con una mezcla de deseo y frustración.
Deslizó nuevamente, y otra imagen apareció. Esta vez era de un desayuno que habían tenido juntos en la mansión, una foto espontánea donde Amatista había comenzado a reír por algo que él había dicho. A pesar de la tensión de los últimos días, esa imagen capturaba una paz que parecía distante ahora.
"Si tan solo supieras lo que me haces, gatita... Pero no, claro que no lo sabes".
Al girar la mirada hacia la ventana, se dio cuenta de que la tarde avanzaba. Enzo metió el teléfono en su bolsillo y se levantó, la cabeza llena de pensamientos oscuros sobre lo que había hecho con Rita, pero sin poder evitar que Amatista fuera siempre la que dominaba su mente.
Mientras tanto, en la tranquila ciudad de Santa Aurora, Amatista esperaba en la elegante sala de espera de Valmont Designs. A su lado estaban Hannah y Giovani, los otros dos seleccionados para la pasantía. Los tres habían sido elegidos entre veinte candidatos, destacando por sus habilidades y creatividad.
La puerta se abrió y una asistente los invitó a pasar. Dentro, los esperaban los contratos.
—Este documento formaliza su ingreso como pasantes durante los próximos cinco meses. Aunque trabajarán de forma remota, deberán permanecer en la ciudad por si son convocados a reuniones —explicó la encargada.
Amatista asintió, al igual que Hannah y Giovani. Sin dudar, firmaron los papeles.
Al salir, los tres mostraban una mezcla de entusiasmo y alivio.
—Deberíamos mantenernos en contacto —sugirió Giovani, sacando su teléfono.
—Totalmente. Podríamos compartir ideas o trabajar juntos si es necesario —añadió Hannah.
Intercambiaron números rápidamente. Amatista sonrió levemente, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una conexión genuina con otras personas.
Instintivamente llevó la mano a su vientre, como si compartiera ese pequeño triunfo con el hijo que crecía dentro de ella.
—Lo estamos logrando, pequeñito… —susurró para sí misma, con una calidez que suavizó su mirada.
En la habitación de Isis, el ambiente estaba cargado de una tensión satisfecha. La habitación era elegante, pero fría, como la propia Isis. Rita se sentó en el borde de la cama, mientras su mirada brillaba con una mezcla de euforia y cálculo.
—Lo hemos logrado… Enzo está a punto de casarse contigo —comentó Isis, una sonrisa de malicia curvando sus labios.
Rita asintió, sus ojos fijos en el vacío mientras imaginaban su futuro.
—Sí, pero aún no es suficiente. Necesito algo más.
Isis se acercó a ella, posando su mano sobre su hombro con una suavidad casi maternal.
—Esto es solo el principio, querida. A partir de hoy, serás una reina. Todo lo que toques será tuyo.
Rita dejó escapar una risa baja, que sonó más a un susurro de determinación que a alegría genuina.
—¿Una reina? —repitió, pensativa—. No puedo esperar.
Isis le sonrió, sus ojos llenos de confianza.
—Recuerda, Rita, este matrimonio no solo es un paso hacia el poder, es el primero de muchos. Los hombres como Enzo son fáciles de manejar cuando se les tiene bajo control. Estás en el camino correcto. Ahora todo depende de ti.
Rita levantó la mirada, su rostro decidido.
—Lo sé. Ahora que soy su prometida, nada ni nadie me va a detener.
Roque caminaba con paso firme por el pasillo del centro comercial, con la misión clara de conseguir los anillos que Enzo le había encargado. Al llegar a una joyería de alta gama, eligió un par que consideró adecuado, completando su tarea rápidamente.
Mientras salía de la tienda, sacó de su bolsillo el pequeño USB que había conseguido esa misma mañana. Había algo en los videos que no lo dejaba tranquilo, y decidió aprovechar el momento para resolver sus dudas.
Se desvió hacia un café cercano, donde se encontró con Tomás, un viejo amigo de confianza. Se sentaron en una mesa apartada y Roque le entregó el USB sin perder tiempo.
—Necesito que me digas si estos videos están modificados. Algo no está bien... —dijo, su tono serio.
Tomás miró el USB con cautela y asintió.
—Lo revisaré. Te daré la respuesta pronto.
Sin más, Roque se levantó, agradeció brevemente y se marchó, dejando atrás un mar de preguntas sin respuesta.