Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf
La mañana amaneció con un cielo despejado y una suave brisa que auguraba un día perfecto. Amatista despertó junto a Enzo, entrelazados como si el mundo no existiera más allá de ellos. Habían pasado la noche juntos en la gran cama de la finca, pero ahora un nuevo escenario esperaba: el club de golf.
Amatista vestía una camiseta de mangas cortas ceñida al cuerpo que dejaba un pequeño espacio al descubierto en su cintura, y una falda de tenis que le daba un aire juvenil y fresco. Enzo, por su parte, lucía impecable con un polo blanco y pantalones beige que marcaban su porte elegante y su dominio natural sobre cualquier situación. Era la primera vez que Amatista visitaba un lugar como ese, y la emoción y curiosidad brillaban en sus ojos mientras se acomodaba junto a él en el auto.
El club ya bullía de actividad cuando llegaron. El césped era tan perfecto que parecía una alfombra, y el murmullo de risas y conversaciones daba vida al entorno. A pesar de la cantidad de personas, la presencia de Enzo destacaba, como siempre. Él caminaba con paso seguro, manteniendo a Amatista cerca, como si el simple acto de que ella estuviera a su lado fuera un privilegio que nadie más debía cuestionar.
Amatista no podía evitar sentirse pequeña y, al mismo tiempo, inmensamente importante bajo la mirada protectora de Enzo. Su mano descansaba en la parte baja de su espalda mientras la guiaba hacia uno de los hoyos más alejados, donde estarían más tranquilos. “Hoy vas a aprender a jugar golf como se debe, gatita,” dijo él, con una sonrisa que mezclaba diversión y picardía.
Ella asintió, fingiendo más nerviosismo del que realmente sentía, aunque su mirada juguetona lo delataba. "Espero que tengas paciencia, amor. No quiero arruinar tu reputación aquí," respondió, mordiéndose el labio para contener una sonrisa.
Enzo se rió suavemente, sacudiendo la cabeza. "Mi reputación está segura. La que necesita concentrarse eres tú."
Cuando llegaron al hoyo, él comenzó a explicarle las reglas básicas con una precisión meticulosa. Sin embargo, Amatista estaba demasiado distraída para seguir cada palabra. La voz grave de Enzo, con esa forma particular de arrastrar algunas palabras como si cada frase fuera un secreto solo para ella, la hacía perderse en sus propios pensamientos.
“Amor, ¿estoy sujetando esto bien?” preguntó finalmente, sosteniendo el palo de forma deliberadamente torpe. Sus ojos brillaban con un destello de desafío, como si estuviera provocándolo a propósito.
Enzo soltó un leve suspiro, caminando hasta quedar detrás de ella. "Casi, gatita. Pero necesitas un poco más de... precisión," murmuró, colocando sus manos sobre las de ella. La cercanía era ineludible, sus brazos envolviendo los de ella mientras guiaba el movimiento con delicadeza. Su torso rozaba la espalda de Amatista de forma casual, pero ella sabía que nada en Enzo era casual.
"¿Así está mejor?" preguntó ella, girando ligeramente el rostro hacia él. Sus ojos se encontraron, y por un momento el mundo entero se redujo a ese intercambio de miradas.
“Así está perfecto,” respondió Enzo, su voz grave bajando un tono más, casi como un ronroneo. Sus manos seguían sosteniendo las de ella, aunque ya no era necesario.
Amatista sonrió, completamente consciente de la tensión eléctrica que parecía rodearlos. "Creo que ya entiendo cómo se hace. Puedes soltarme," dijo, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarse.
“¿Soltarte? Ni en sueños, gatita,” respondió él, inclinándose lo suficiente como para que sus labios rozaran levemente su oreja. "No me arriesgaría a que pierdas el equilibrio."
Ella rió suavemente, un sonido que Enzo encontró tan adictivo como su sonrisa. "Qué considerado," replicó, aunque el rubor en sus mejillas la traicionó.
El primer intento de Amatista con el palo fue, como era de esperarse, un desastre. La bola apenas rodó unos centímetros, lo que provocó que ella soltara un bufido frustrado. Enzo, por su parte, no pudo contener una carcajada.
“¿Te estás burlando de mí?” preguntó ella, girándose hacia él con los brazos cruzados, pero una sonrisa se asomaba en las comisuras de sus labios.
“¿Yo? Jamás,” dijo él, alzando las manos en un gesto de falsa inocencia. “Solo estoy admirando tu técnica única.”
"Ah, claro, mi técnica única," replicó, empujándolo suavemente con el hombro. “¿Te importa demostrar cómo se hace, o prefieres seguir riéndote de mí?”
“Con gusto,” dijo Enzo, tomando el palo y colocándose en posición. Sus movimientos eran fluidos, precisos, y llenos de una confianza que Amatista encontraba irresistible. Ella observó con detenimiento cómo su cuerpo se movía, y aunque intentó concentrarse en la técnica, no pudo evitar que sus pensamientos se desviaran hacia otras cosas.
Cuando Enzo golpeó la bola con un swing impecable, Amatista aplaudió con entusiasmo exagerado. “Increíble. Eres un prodigio del golf. ¿Cómo tuve tanta suerte de tenerte como instructor?” dijo, dejando caer una pizca de sarcasmo en su tono.
“Soy un hombre de muchos talentos, gatita,” respondió él, devolviéndole el palo. "Y tengo toda la paciencia del mundo para enseñarte."
"¿Toda la paciencia del mundo?" preguntó ella, alzando una ceja. "No sé si creer eso."
"Ponme a prueba," dijo Enzo, acercándose lo suficiente como para que su voz pareciera más un susurro. "Aunque no creo que sea mi paciencia lo que está en juego aquí."
Amatista sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero se negó a dejar que él ganara ese pequeño duelo de voluntades. "Entonces será mejor que sigamos practicando. No quiero defraudarte, amor."
Así continuaron, con Enzo corrigiéndola cada poco minuto, a menudo aprovechando cualquier excusa para acercarse más de lo estrictamente necesario. Cada vez que ella fallaba, él hacía algún comentario entre divertido y coqueto, mientras que ella no se quedaba atrás, lanzándole réplicas que mantenían el intercambio ligero pero cargado de tensión.
“Tu problema es que te distraes demasiado fácilmente,” dijo Enzo después de que Amatista fallara otro golpe.
“¿Quién podría distraerse con un profesor tan serio y profesional?” replicó ella, con una sonrisa traviesa.
Enzo arqueó una ceja, claramente disfrutando del juego. “¿Serio y profesional? Te aseguro que no has visto nada todavía, gatita.”
Amatista soltó una risa suave, pero no respondió. En lugar de eso, tomó el palo nuevamente, decidida a demostrar que podía lograrlo. Esta vez, logró un golpe decente, lo que provocó que levantara los brazos en señal de victoria.
“¡Lo logré!” exclamó, girándose hacia Enzo con una sonrisa radiante.
Él la observó por un momento, con una expresión que mezclaba orgullo y algo más profundo, algo que hacía que su mirada se sintiera como un abrazo cálido. “Lo hiciste,” dijo finalmente, acercándose para rodearla con un brazo. "Sabía que podías hacerlo."
“¿No vas a decir algo sarcástico esta vez?” preguntó ella, mirando hacia arriba para encontrarse con sus ojos.
“Ni siquiera yo puedo burlarme cuando mi gatita demuestra ser tan talentosa,” respondió él, inclinándose para rozar su frente con la de ella.
El momento se sintió eterno, hasta que una voz distante interrumpió su pequeño mundo privado. Ambos se giraron, notando por primera vez al grupo de hombres y mujeres que los observaban desde lejos. Amatista sintió un leve rubor subir a sus mejillas, pero Enzo simplemente los ignoró, como si su presencia fuera irrelevante.
“¿Te incomodan las miradas?” preguntó él, en un tono suave.
Ella negó con la cabeza. “No, pero parece que tú y yo somos más entretenidos que cualquier otra cosa aquí.”
“Por supuesto que lo somos,” dijo él, tomando su rostro entre sus manos por un instante antes de soltarla. "¿Listos para seguir practicando, señorita?"
Amatista asintió, aunque una pequeña sonrisa traicionera se asomaba en sus labios. Estaba claro que, más que practicar golf, lo que realmente disfrutaban era ese juego constante de provocaciones y coqueteos que hacía que el tiempo juntos se sintiera como un pequeño mundo privado dentro de uno más grande.
A unos metros, el grupo observaba con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Antonio, con una ceja alzada, fue el primero en romper el silencio: “¿Ese es Enzo Bourth? ¿El hombre que no sonríe ni en fotos?” murmuró, incrédulo. Leonel soltó una carcajada baja. “Y míralo ahora, como si estuviera en un comercial de romance.”
Julia, cruzando los brazos con cierto fastidio, lanzó una mirada desdeñosa hacia Amatista. “Debe de ser buena actriz. No veo qué tiene de especial.” Verónica, igual de ácida, no tardó en secundarla. “Tal vez se viste bonito, pero eso no compra clase.” Marina, sin embargo, no podía disimular cierta admiración mezclada con envidia. “¿Clase o no? Es hermosa... y parece que lo tiene comiendo de la mano.”
Nicolás observó cómo Enzo corregía el golpe de Amatista, inclinándose cerca de ella. “¿Quién lo diría? El señor intocable con una chica tan... vivaz.” Santiago asintió con una sonrisa torcida. “Más que vivaz, parece que sabe exactamente cómo manejarlo. Eso sí que es un talento.”
Julia bufó, visiblemente irritada. “Sea lo que sea, está claro que sabe cómo llamar la atención. Aunque, por cómo la mira Enzo, no creo que a él le importe.
No pasó mucho tiempo antes de que Massimo, Mateo, Paolo y Emilio llegaran al club. El sol brillaba con fuerza sobre el campo, pero la atención de todos rápidamente se desvió hacia la escena en la que Amatista y Enzo se encontraban. Al verlos juntos, no pudieron evitar intercambiar bromas.
“¿Enzo, le estás enseñando golf o cómo hacer que todos te miren?” comentó Massimo, soltando una risa traviesa.
“Parece que no solo tienes un gran swing, Enzo, sino también una gran distracción,” agregó Paolo, guiñando un ojo hacia Amatista.
Enzo, acostumbrado a las bromas de sus socios, no dejó que le afectaran. “Está aprendiendo,” respondió sin cambiar su expresión, aunque sus ojos brillaban con algo de orgullo. “Y si no se callan, les mostraré a todos quién tiene el mejor juego aquí.”
Amatista, intentando mantenerse enfocada en el juego, sonrió con timidez. No era la primera vez que recibía bromas de los socios, y aunque algunas le causaban gracia, otras la hacían sentir incómoda. Sin embargo, notaba cómo las miradas de los hombres y las mujeres que las acompañaban se dirigían hacia ella, con cierto interés y, no podía negar, algo de envidia.
Mientras Enzo tomaba su turno y le daba instrucciones a Amatista, los hombres ofrecían consejos, aunque más de la mitad de sus palabras estaban impregnadas de sarcasmo. “No está nada mal para alguien que nunca había tocado un palo de golf,” comentó Paolo, levantando una ceja y lanzándole un guiño a Amatista.
El momento de las bromas y risas se interrumpió cuando Enzo recibió una llamada de Samuel, quien le informó que no podría asistir debido a un problema familiar. Tras colgar, Enzo compartió la noticia con los demás.
“Bueno, entonces disfrutemos del día,” dijo Emilio con una sonrisa, siendo el primero en cambiar de tema. Sin embargo, antes de que pudieran retirarse, algunos hombres y mujeres decidieron acercarse para hacer su propio aporte al día.
“¿Qué tal si hacemos una pequeña competencia para animarnos?” sugirió Nicolás con una sonrisa confiada. La idea fue aceptada al instante, y los equipos se formaron rápidamente: Antonio y Leonel, Nicolás y Santiago, Pedro y Massimo, Mateo y Paolo, y finalmente Emilio y Enzo. Amatista se quedó al margen, observando y tratando de aprender más sobre el juego.
La atmósfera en el campo de golf cambió de forma inmediata. Lo que había comenzado como una competencia amigable se transformó en un desafío serio, marcado por la tensión entre los jugadores. Cada equipo se preparaba con concentración, pero las bromas y risas ocasionales seguían apareciendo entre los participantes, suavizando la rigidez que poco a poco se instalaba.
Enzo, al ser su turno, se mostró absolutamente centrado. Cada movimiento suyo parecía calculado al milímetro. Su postura era impecable, su concentración total. Amatista, desde el borde del campo, observaba cada detalle, cautivada por la destreza con la que Enzo manejaba el palo. Había algo hipnótico en su forma de jugar, como si cada golpe fuera una obra maestra. No podía evitar fijarse en cada uno de sus movimientos, admirando la manera en que dominaba el juego. Se sentía completamente atrapada por él, pero de una forma que solo ella entendía.
Enzo, por su parte, sabía que su mirada no pasaba desapercibida. La sentía sobre él, constante, atenta. Y aunque su carácter competitivo lo mantenía enfocado en el juego, no podía evitar disfrutar de la atención de Amatista. De vez en cuando, cuando la veía un tanto distraída o con la mirada perdida, se acercaba a ella de manera casi imperceptible, posando su mano en su espalda o acariciando suavemente su mejilla. Cada gesto, una forma de recordarle que, aunque todo lo demás estuviera en juego, ella siempre sería su prioridad.
"¿Estás bien, gatita?" susurró Enzo en una de esas ocasiones, inclinándose levemente hacia ella, sus ojos fijos en los de Amatista. "No te pongas nerviosa, sólo disfruta el momento."
Amatista le sonrió, sintiendo el toque cálido de su mano en su rostro. "Lo estoy, amor," murmuró, intentando calmar el ritmo acelerado de su corazón, causado no solo por el juego, sino por la proximidad de Enzo, que parecía desestabilizarla más de lo que podía admitir.
Sin embargo, los murmullos del resto del grupo no se hicieron esperar. Las mujeres que observaban no podían evitar intercambiar comentarios entre ellas, sorprendidas por la atención que Enzo le dedicaba a Amatista.
"¿Qué le ve en ella?" susurró una mujer, bajando la voz para que nadie más pudiera escuchar. "Es bonita, sí, pero... hay algo raro en todo esto."
La otra mujer, que había estado observando con cautela, asintió y susurró a su vez, "No lo entiendo, con todas las mujeres que podría tener... y se obsesiona con ella."
Mientras tanto, entre los hombres, Antonio, Santiago y Pedro se mantenían al margen, conversando en voz baja para que sus comentarios no se filtraran más allá de ellos mismos.
"¿Ves cómo Enzo la mira?" dijo Antonio, con una sonrisa que apenas se notaba. "Está claro que la tiene completamente atrapada. Y con esa belleza... seguro sabe cómo jugar sus cartas."
Santiago rió suavemente, y en su tono había algo de burla. "No me sorprendería que Enzo se cansara de ella pronto. Esos chicos siempre son así. Y si no, siempre estamos nosotros para tomar el relevo," dijo, con una mirada descarada, dejando entrever lo que pensaba sobre el atractivo físico de Amatista. "Eso sí, tiene lo que se necesita para atraparnos, ¿eh?"
Pedro, que hasta ese momento había escuchado en silencio, se unió a la conversación con una risa baja, casi imperceptible. "Sí, seguro. Y cuando Enzo se canse de ella, no creo que tengamos problema en quedarnos con ella. Después de todo, con su compañía podríamos hacer mucho," añadió, provocando que los tres hombres se rieran discretamente entre ellos.
A pesar de sus comentarios, nadie más parecía haberlos escuchado. La competencia continuó, con todos los jugadores sumidos en el desafío. Enzo, completamente inmerso en el juego, apenas se dio cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Sin embargo, algo en la actitud de Amatista lo distrajo, la vio acomodándose el cabello con ambas manos, una imagen tan simple y a la vez tan atractiva que no pudo evitar acercarse a ella.
"¿No puedes dejar de mirarme, gatita?" le dijo, en un tono suave, aunque algo juguetón. "No puedo concentrarme si lo sigues haciendo."
Amatista, con una sonrisa inocente, levantó la mirada y le respondió sin pensarlo demasiado. "No sé de qué hablas," dijo, con un tono casual, casi como si no hubiera ningún tipo de intención en su mirada. Su respuesta era natural, como si realmente no supiera el efecto que causaba en él.
Enzo, al escucharla, no pudo evitar soltar una ligera risa, sabiendo que Amatista no comprendía del todo lo que estaba sucediendo entre ellos. Sin embargo, el juego no esperaba, y Enzo no quería perderse la oportunidad de avanzar.
Con un gesto rápido, sin mucha pasión, pero con una ternura inconfundible, se inclinó y le dio un beso breve en el cuello de Amatista. Era un gesto sencillo, pero cargado de afecto, como un recordatorio de que, a pesar de la competencia, ella seguía siendo lo más importante para él.
Amatista sonrió al sentir su beso, una sonrisa que irradiaba complicidad, y respondió con un ligero movimiento de su cuello, dejando que la cercanía de Enzo la envolviera un poco más.
A su alrededor, los comentarios continuaron, pero ahora con un tono más bajo, consciente de que Enzo podría estar al tanto de cualquier observación inapropiada. Pedro, Antonio y Santiago no pudieron evitar lanzar algunas últimas bromas, aunque siempre asegurándose de que sus palabras no llegaran a más oídos.
La competencia siguió su curso, pero el ambiente ya no era el mismo. Los comentarios se mantenían discretos, pero la atmósfera había cambiado. La tensión entre Enzo y Amatista era palpable para todos los presentes, aunque nadie se atrevió a comentarlo abiertamente.
Finalmente, después de varias rondas y momentos cargados de tensión, el equipo de Enzo y Emilio salió victorioso. Los demás jugadores, aunque con una mezcla de envidia y resignación, aceptaron su derrota con una sonrisa forzada.
"Nosotros invitamos al café," dijo Emilio, con una sonrisa burlona, mientras observaba cómo el resto del grupo se dirigía a la cafetería del club. "El café está en nuestra cuenta, como corresponde."