Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro
El sol de la tarde iluminaba la estancia, y el ambiente era tranquilo como cualquier otro día. Amatista, con ocho meses de embarazo, se había acostumbrado a los ritmos del lugar. Estaba revisando unos diseños en la sala cuando un dolor agudo la hizo inclinarse sobre la mesa.
—¡Emilia! —llamó, pero no obtuvo respuesta.
Sabía que Emilia estaba afuera trabajando en los corrales con Luis y el resto del personal. Otro dolor, más fuerte, recorrió su cuerpo, y en ese momento comprendió lo que estaba sucediendo.
Respirando con dificultad, tomó el teléfono que estaba sobre la mesa y marcó el número de Emilia. No tardó mucho en llegar, con el rostro cubierto de preocupación.
—Amatista, ¿qué ocurre? —preguntó, dejando sus herramientas en la puerta.
—Es... es el bebé. Creo que... se adelantó.
Sin dudarlo, Emilia ayudó a Amatista a subir al vehículo. Las contracciones se intensificaban, y Amatista, con la mano en su vientre, trataba de mantenerse calmada.
Cuando llegaron al hospital, el personal médico las recibió de inmediato. Emilia esperó afuera, nerviosa, mientras Amatista era llevada a la sala de partos. La complicación no tardó en surgir, pero los médicos trabajaron con rapidez y determinación.
Después de horas de tensión, dos llantos llenaron el aire. Los gemelos habían llegado al mundo. Amatista, agotada, pero con lágrimas en los ojos, no pudo evitar sonreír al verlos. Eran pequeños, pero estaban sanos.
Los días siguientes, Amatista se mantuvo en el hospital recuperándose. Emilia iba y venía, asegurándose de que no le faltara nada, mientras Roque llegaba en las noches para vigilar que todo estuviera bajo control. Sin embargo, Roque tenía una noticia que debía compartir, y no sabía cómo hacerlo.
En la tercera noche, mientras Amatista alimentaba a uno de los bebés, Roque entró a la habitación. Su semblante serio llamó la atención de Amatista de inmediato.
—Roque, ¿qué ocurre? —preguntó, dejando al bebé en la cuna y volviendo su atención hacia él.
—Necesito hablar contigo —dijo Roque, sentándose en una silla junto a la cama—. Es algo importante.
Amatista se tensó, notando de inmediato la seriedad en su voz. Roque nunca usaba ese tono si no era algo grave.
—Dime, ¿qué está pasando? —preguntó, ansiosa por conocer la razón de su inquietud.
Roque respiró hondo antes de hablar.
—Detrás de ti hay un hombre llamado Diego. Lo conociste en el edificio donde solías quedarte antes de mudarte a la estancia.
Amatista frunció el ceño, pensativa.
—¿Es un nuevo vecino? —preguntó, intentando hacer sentido de la situación.
Roque negó con la cabeza.
—No, no es un vecino. Es mucho más que eso. Diego es hermano de Martina Ruffo e hijo de Hugo Ruffo.
Las palabras de Roque golpearon a Amatista como un mazazo. Su mirada se desvió, perdida en recuerdos dolorosos. Recordó cómo Martina la había mandado a secuestrar y cómo, por culpa de esa mujer, había perdido su primer embarazo.
—¿Qué quiere Diego? —preguntó, su voz vacía de emoción, pero llena de tensión.
Roque se inclinó hacia adelante, su mirada fija en ella.
—Quiere vengarse. Recuerda que Enzo eliminó a Martina y Hugo. Él solo busca destruir a Enzo.
Amatista asintió, su mente volviendo a los momentos oscuros con los Ruffo, pero no podía evitar sentir cierta indiferencia hacia la situación.
—Sí, pero ellos no son inocentes. —Amatista lo dijo con calma, aunque no estaba segura de si se refería a su propia experiencia con ellos o al enfoque de Diego.
Roque la miró, con una expresión grave.
—Eso no es lo que ve Diego. Para él, es solo una venganza ciega. Lo único que busca es destruir a Enzo.
Amatista se quedó en silencio por un momento, procesando sus palabras.
—¿Está detrás de mí solo para lastimar a Enzo? —preguntó, su tono reflejando una mezcla de confusión y cansancio.
Roque asintió lentamente.
—Sí. Está seguro de que atacándote a ti, destruiría a Enzo. Lo tiene claro.
Un escalofrío recorrió la espalda de Amatista, pero trató de mantener la compostura.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó, buscando una respuesta que la calmara.
Roque la miró con determinación.
—Esperaremos a que te den el alta médica. Luego, si lo prefieres, te puedo llevar directamente con Enzo o a otro lugar seguro. Lo que elijas.
Amatista pensó por un momento. A pesar de todo lo que había pasado, no quería volver a ver a Enzo, no quería estar cerca de él mientras siguiera tan terco con el tema del engaño.
—Prefiero ir a un lugar seguro —dijo, con firmeza—. No quiero ir con Enzo aún.
Roque asintió, comprendiendo.
—Entiendo. Y hablando de eso, conseguí las grabaciones de los micrófonos de la mansión. Se las mandé a Tomás para que las revise. En cuanto encuentre algo, me avisará.
Amatista asintió agradecida, sintiendo un alivio mínimo al saber que las pruebas finalmente se revisarían.
—Gracias, Roque —dijo en un susurro, antes de dejarse caer en la almohada—. Me siento un poco más tranquila sabiendo que estás vigilando todo esto.
Roque sonrió levemente, aunque su expresión seguía seria.
—Descansa, Amatista. Estaré cerca.
Enzo estaba reunido con Ezequiel en una de las salas privadas del Club Le Diable, donde se encontraba también Rita, Isis y los socios de Enzo: Alan, Joel, Facundo, Andrés, y algunas mujeres que los acompañaban para amenizar la velada. La conversación giraba en torno a Amatista, como siempre.
—Necesito que averigües dónde está Amatista —dijo Enzo, con firmeza, mientras miraba a Ezequiel. —Ya dio a luz a los gemelos, debo saber su ubicación antes de que le den el alta médica.
Rita, al escuchar el nombre de Amatista, no pudo evitar intervenir con una mezcla de celos y frustración.
—¿Por qué sigues pensando en esa mujer? —dijo, cruzando los brazos con desdén. —Deja que se quede donde está, Enzo. Es lo que merece.
Isis, que no podía quedarse atrás, aprovechó la oportunidad para añadir su propia opinión.
—Es cierto —dijo con una sonrisa cínica—. Esa traidora ya hizo lo suficiente. Deja que se pudra en su propio lío. ¿Por qué te sigues preocupando por ella?
Enzo se giró lentamente hacia su prima, su mirada fría como el hielo.
—Si vuelves a hablar mal de Amatista, te cortaré la lengua —dijo, con una amenaza tan palpable que la sala se quedó en silencio por un momento.
Las risas de los socios comenzaron a llenar el espacio. Parecía que disfrutarían de una buena diversión a costa de Enzo. Alan, uno de los socios más osados, fue el primero en comentar.
—Parece que Enzo sigue obsesionado con esa chica, ¿eh? —dijo, burlándose suavemente. —Si no fuera por Amatista, ¿qué haría Enzo?
Joel, quien siempre estaba dispuesto a añadir su toque sarcástico, intervino.
—¡Vaya! No sabía que alguien podía tener tanto poder sobre Enzo. Si esta Amatista es tan importante, tal vez hasta debería ser la reina del club, ¿no?
Las risas de los demás socios se volvieron más intensas, con Facundo mirando a Enzo con un brillo juguetón en los ojos.
—Hablando de eso... ¿qué tiene de especial Amatista en la cama? —dijo, con una sonrisa perversa. —Debe de ser algo realmente bueno para que Enzo esté tan enganchado.
Enzo, completamente enojado, lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres que te mate por lo que acabas de decir? —respondió, su tono furioso y amenazante.
Facundo se encogió de hombros, intentando quitarle hierro al asunto.
—Era solo una broma, Enzo. Relájate —dijo, sin mucha convicción.
Enzo no se movió ni un milímetro.
—No vuelvas a hablar de Amatista, o te romperé la cara —advirtió, con una furia contenida.
La conversación se desvió un poco, pero la atmósfera seguía tensa. Ezequiel aprovechó la oportunidad para hablar, aliviando un poco la presión del momento.
Ezequiel, al ver la tensión, intervino para desviar el foco de la conversación.
—Roque es muy difícil de seguir. Cada vez que intentamos rastrearlo, se da cuenta y se escapa rápidamente. Además, la chica realmente sabe cómo mantenerse oculta —comentó Ezequiel, mirando a Enzo.
Enzo asintió con conocimiento.
—Lo sé. Yo mismo le enseñé. Y con la guía de Roque, no cometerá ningún error. Incluso en las dos ocasiones en que hablamos por teléfono, Amatista se aseguró de que la llamada no pudiera ser rastreada —explicó, con una sonrisa torcida.
Ezequiel frunció el ceño, pensando.
—Voy a ponerme a buscar el hospital, pero es probable que Roque ya se haya encargado de eso.
—Es posible, pero aún es una oportunidad para saber dónde está —respondió Enzo, con una ligera sensación de urgencia.
Alan, al escuchar la conversación, levantó la mano con una idea.
—Tengo una idea, Enzo —dijo, con una sonrisa astuta.
Enzo, un poco fastidiado por la interrupción, le preguntó:
—¿Cuál es tu idea, Alan?
Alan le sonrió, confiado.
—Aprovecha que nacieron tus hijos para enviarle un regalo a través de Roque. Si le pones un rastreador al regalo, podrás saber dónde está.
Ezequiel, al escuchar la propuesta, asintió con aprobación.
—Es una buena idea, pero tendrás que asegurarte de que Roque no sospeche del rastreador. No puedes arriesgarte a que lo descubra.
Enzo asintió lentamente, tomando una decisión.
—Primero busca el hospital. Si no logran encontrarla, haremos lo que Alan sugiere.
Ezequiel se levantó de inmediato, tomando su teléfono.
—Lo haré ahora mismo —dijo antes de salir de la sala, dejando a Enzo con las demás personas.
Apenas Ezequiel cerró la puerta, Rita no perdió la oportunidad de volver a alzar la voz.
—¡Ya basta, Enzo! ¿Qué tanto esperas conseguir con Amatista? Deja a esa mujer donde está. Solo te traerá problemas.
Isis asintió rápidamente, uniendo su voz al reclamo de Rita.
—Rita tiene razón. Amatista no traerá nada bueno si vuelve. Ella es una traidora. Es mejor que la dejes fuera de nuestras vidas y de la mansión.
Enzo se giró lentamente hacia ellas, su paciencia completamente agotada.
—Cierren la boca —ordenó, con un tono tan cortante que la sala entera quedó en silencio.
Isis, indignada, se levantó de su asiento, plantándose frente a él.
—¡Estoy harta de que defiendas tanto a esa cualquiera! —espetó, con una mezcla de enojo y resentimiento.
La reacción de Enzo fue inmediata. Se levantó de su silla y, sin previo aviso, le dio una cachetada tan fuerte que Isis cayó al piso. El golpe resonó en la sala, dejando a todos en shock. Isis, con la mano en la mejilla, lo miró desde el suelo, incrédula y furiosa.
Enzo no mostró ni un atisbo de arrepentimiento mientras las observaba desde arriba, su mirada fría y despectiva.
—Amatista tiene más derecho de estar en la mansión que ustedes dos juntas —declaró, señalando tanto a Isis como a Rita—. Ella es mi mujer y la madre de mis hijos. Si no les gusta, pueden irse ahora mismo.
Rita, furiosa, se levantó de su asiento, enfrentándolo.
—¡Soy tu esposa! —espetó—. Deberías mostrarme respeto.
La risa de Enzo fue dura y sarcástica.
—¿Respeto? —repitió, con desdén—. Tú no eres nada, Rita. Solo una puta por la que pagué veinte mil. Y créeme, incluso esa cifra tan insignificante fue demasiado por alguien tan inútil como tú.
Rita, herida y humillada, apretó los puños.
—¡Te devolveré el dinero! —gritó.
Enzo dio un paso hacia ella, su expresión implacable.
—Mejor firma el divorcio y lárgate. Ya no te aguanto.
El rostro de Rita cambió, pasando de furia a arrepentimiento. Su tono se suavizó, tratando de recuperar el control de la situación.
—No hace falta decidir nada mientras estamos enojados —dijo, con una voz más calma—. Es mejor que lo hablemos después.
Sin responderle, Enzo se giró hacia una de las mujeres que estaban en la sala, una rubia despampanante que había estado observando todo con interés.
—Ve a darte un baño y espérame en la habitación —ordenó con frialdad.
La mujer asintió rápidamente, sonriendo coquetamente antes de salir de la sala. Rita, al borde de un ataque de nervios, volvió a alzar la voz.
—¡¿Por qué vas a acostarte con esa mujer delante de todos nosotros?!
Enzo no respondió. Terminó su bebida de un solo trago, lanzó una última mirada de desprecio hacia Rita y salió del lugar, ignorándola por completo.
Cuando la puerta se cerró tras él, las risas contenidas de los socios llenaron el ambiente. Alan fue el primero en romper el silencio.
—Parece que la reina de la mansión se quedó sin corona —dijo, lanzándole una mirada burlona a Rita.
Joel se rió entre dientes y añadió:
—Oye, Isis, tal vez tú podrías tomar su lugar. Aunque después de esa cachetada, no sé si te animarías.
Facundo miró a Rita con una sonrisa maliciosa.
—¿Veinte mil, Rita? —se burló—. Pensé que el precio sería más alto. Tal vez deberías devolverle una parte con intereses, ¿no crees?
Andrés, recostado cómodamente, lanzó la última estocada.
—Deberían aprender algo de Amatista. Parece que ella sí sabe cómo mantener a Enzo interesado.
Rita apretó los dientes y les lanzó una mirada de furia mientras ayudaba a Isis a levantarse del suelo.
—¡Cierren la boca! —espetó, tratando de ocultar la humillación en su rostro.
Isis se sacudió la falda y, aunque intentaba mantener la compostura, su mirada reflejaba un profundo rencor. Las risas continuaron, pero ambas mujeres eligieron no responder, sabiendo que cualquier intento de defenderse solo alimentaría más las burlas.
En el hospital, Amatista estaba recostada en la cama, sosteniendo a uno de los bebés en brazos mientras el otro descansaba en la cuna. Miró a Roque con un brillo en los ojos.
—Roque, quiero que le envíes una foto de los bebés a Enzo. Seguro le gustará saber de ellos.
Roque la miró en silencio por un momento, entendiendo las implicaciones de su solicitud. Asintió sin decir nada y se acercó para tomar al otro bebé de la cuna, acomodándolo en los brazos de Amatista. Los tres formaban una escena enternecedora, con los pequeños profundamente dormidos en el regazo de su madre. Roque tomó su teléfono y capturó la imagen. Después de revisarla, la envió directamente al número de Enzo.
Enzo estaba en la habitación del club Le Diable, sentado al borde de la cama, esperando a que la mujer con la que había decidido pasar la noche saliera del baño. Su teléfono vibró y lo tomó con desgano, pero al ver el remitente de Roque, su atención se agudizó. Abrió el mensaje y encontró la foto. Por un instante, el mundo se detuvo.
Los bebés eran perfectos, con las mejillas rosadas y una calma angelical en sus rostros. Pero lo que realmente capturó su atención fue Amatista. En la imagen, ella tenía una expresión dulce y serena, aunque el cansancio del parto aún era visible en sus ojos. Para Enzo, parecía incluso más hermosa de lo que podía recordar. Perfecta. Absolutamente perfecta.
Una sonrisa suave, casi imperceptible, se formó en su rostro mientras seguía mirando la foto. La mujer salió del baño en ese momento, envuelta en una toalla, y lo miró con una mezcla de expectativa y coquetería.
—¿Adónde vas? —preguntó cuando lo vio levantarse y dirigirse hacia la puerta.
Enzo no respondió. Sin mirarla, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él, dejando a la mujer completamente desconcertada.
Cuando Enzo apareció en la sala principal, Rita, Isis y los socios lo observaron salir rápidamente. Las conversaciones se detuvieron por un momento mientras lo veían pasar.
—¿Qué demonios pasó ahora? —preguntó Alan, mirando a los demás con curiosidad.
Joel lanzó una risa breve.
—¿Se habrá arrepentido en el último segundo? Eso sí que sería raro.
Facundo levantó una ceja.
—No sería la primera vez que deja tirada a una mujer. Pero parece que esta vez es algo más.
Andrés se encogió de hombros, bebiendo de su copa.
—Si fue por Amatista, entonces ya sabemos la respuesta. Nada ni nadie compite con ella.
Rita y Isis intercambiaron miradas cargadas de frustración, pero no dijeron nada. Mientras tanto, Enzo ya había salido del club, perdido en sus pensamientos, con la imagen de Amatista y sus hijos grabada en su mente.