Capítulo 50 Una noche de contrastes
La tarde en la mansión Bourth avanzaba con una tranquilidad que contrastaba con las emociones de Amatista. Frente a la computadora de Enzo, repasaba diferentes opciones de cursos en línea. El diseño de joyas capturó su atención de inmediato, y después de leer todos los detalles y calcular costos, imprimió la información para mostrársela más tarde a Enzo.
Sin embargo, mientras esperaba su regreso, su entusiasmo comenzó a dar paso a dudas. ¿Sería capaz de completar el curso? ¿Y si no era lo suficientemente buena? Su mente bullía de preguntas hasta que decidió despejarse saliendo al jardín. Con un libro bajo el brazo, un vaso de limonada y un plato de galletitas, se acomodó en la sombra, dejando que la calma del lugar aliviara su ansiedad.
En otro lugar, Enzo estaba inmerso en sus reuniones. Aunque las discusiones de negocio requerían toda su atención, sus pensamientos divagaban hacia los Ruffo. Sabía que su próxima visita no auguraba nada bueno. Hugo Ruffo siempre buscaba sacar ventaja de cualquier situación, y Enzo desconfiaba profundamente de sus intenciones.
Cuando las reuniones formales concluyeron, Enzo se reunió con Massimo, Emilio, Mateo y Paolo para ajustar detalles de un proyecto en curso. Aunque la conversación fue productiva, su mente seguía regresando a la carta de los Ruffo. Finalmente, decidió regresar a la mansión y buscar a Amatista antes de la reunión-fiesta programada para esa noche.
Al llegar, lo primero que vio fue a Amatista en el jardín, absorta en su lectura. El plato vacío de galletitas y el vaso de limonada eran testigos de cuánto había disfrutado de su tiempo allí. Enzo sonrió al verla tan relajada y dejó escapar una risa baja antes de acercarse.
—Gatita, necesito que vengas conmigo esta noche —anunció desde la entrada del jardín.
Amatista levantó la vista del libro y sonrió al verlo.
—¿Una de tus reuniones?
—Una mezcla entre reunión y fiesta. Pero será breve, lo prometo.
Amatista asintió, cerrando su libro.
—Está bien, amor. Dame unos minutos.
Juntos entraron a la mansión y, tras una ducha rápida, comenzaron a prepararse. Enzo eligió un elegante traje oscuro, mientras Amatista optó por un vestido negro que realzaba su figura de manera sutil y elegante. Durante el trayecto al salón, Amatista aprovechó para contarle sobre el curso.
—Encontré uno en línea, amor. Diseño de joyas. Dejé toda la información en tu despacho para que lo veas.
Enzo le dirigió una mirada llena de orgullo antes de asentir.
—Si eso es lo que quieres, gatita, haremos que funcione.
Al llegar, el salón privado aún estaba vacío, salvo por Gianlucas, el organizador. Poco a poco, el lugar comenzó a llenarse con los habituales: Alejandro, Manuel, Felipe, Valentino, Demetrio, Jorge, Tyler, David y Leonardo, junto a los Sotelo, Maximiliano y Mauricio. También estaban presentes mujeres como Sofía, Diana, Alba y Sara, quienes solían destacarse por su ingenio y elegancia. Por supuesto, Bianca no perdió la oportunidad de aparecer.
El ambiente se animó rápidamente, y no pasó mucho antes de que también llegaran otros no tan frecuentes: Dareck, Marcelino, Thiago, Stefano y Axel, acompañados de mujeres que buscaban alianzas o favores, como Lara, Catalina, Ofelia y Ester.
Amatista, que generalmente permanecía cerca de Enzo en este tipo de eventos, esta vez decidió mantenerse un poco al margen y disfrutar de la compañía de Sofía y Alba. La conversación entre las tres era relajada y amena, llena de risas que resonaban por encima del murmullo general del salón. Sin embargo, la llegada de Ofelia y Catalina alteró la armonía del grupo. Aunque se mostraban amables, sus comentarios y gestos denotaban cierto aire de rivalidad silenciosa que no pasó desapercibido para nadie.
Desde otro rincón del salón, un grupo de hombres observaba con creciente interés. Entre ellos estaban Dareck, Axel, Marcelino y Camilo, quienes intercambiaban comentarios en voz baja mientras sus miradas se dirigían principalmente hacia Amatista.
—¿Quién es ella? —preguntó Dareck, inclinándose hacia Axel sin apartar la vista del grupo de mujeres.
—No lo sé —respondió Axel con una sonrisa confiada—, pero definitivamente no la he visto antes. Es nueva.
—Tiene una presencia distinta —añadió Marcelino, cruzándose de brazos mientras analizaba cada gesto de Amatista—. No parece como las otras que suelen venir.
—Elegante, pero accesible... eso siempre es un buen equilibrio —intervino Camilo, con un tono que rozaba la admiración.
—¿Creen que esté sola? —preguntó Dareck, sus ojos entrecerrándose como si intentara descubrir más con solo observarla.
Axel rió suavemente antes de responder.
—No lo creo. Con esa apariencia, seguramente está buscando alguien que la respalde.
—¿Y si no? Tal vez ya tiene respaldo y solo quiere algo más emocionante —sugirió Marcelino, con una sonrisa maliciosa.
—Deberíamos acercarnos —propuso Camilo, moviendo su copa ligeramente mientras miraba de reojo a los demás.
—No tan rápido —dijo Axel, deteniéndolo con un gesto. Su tono era calculador—. Esperemos a ver si intenta algo con Bourth primero.
—¿Por qué con Bourth? —preguntó Dareck, frunciendo el ceño.
Axel se encogió de hombros con una sonrisa astuta.
—Es el hombre con más influencia aquí. Si ella busca algo, probablemente irá hacia él. Si la rechaza, ahí es donde entramos nosotros.
—Interesante estrategia —comentó Marcelino, aunque su tono sugería cierta duda—. Pero ¿y si Bourth no la rechaza?
Camilo rió, dándole una palmada en la espalda.
—Vamos, no te pongas negativo. Con su historial, lo más probable es que la despache en cuestión de segundos.
El grupo rió suavemente ante el comentario, aunque sus miradas no se apartaban de Amatista. Su postura elegante, la naturalidad de sus gestos y la risa fácil que compartía con Sofía y Alba la hacían destacar de una manera que no podían ignorar.
—Es hermosa, eso es indiscutible —concluyó Dareck, llevándose la copa a los labios mientras observaba detenidamente.
—Y diferente a las demás —agregó Axel, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Será interesante ver cómo se desarrolla esto.
Mientras tanto, Enzo se encontraba en una mesa junto a Maximiliano y Mauricio Sotelo, discutiendo los detalles de una próxima negociación. Aunque las cifras y estrategias eran el centro de la conversación, su atención vagaba intermitentemente hacia el lugar donde estaba Amatista, riendo con Sofía y Alba. Era un hábito que ni él mismo podía controlar, un instinto de velar por su esposa incluso en los entornos más seguros.
Maximiliano, siempre observador, notó la distracción en la mirada de Enzo. Con una sonrisa maliciosa, no dejó pasar la oportunidad de provocarlo.
—¿Todo bien, Bourth?
Enzo no apartó la mirada de su copa mientras respondía con una frialdad calculada.
—Perfectamente.
Maximiliano soltó una risa baja, intercambiando una mirada cómplice con Mauricio, quien simplemente negó con la cabeza y continuó bebiendo. La charla se relajó, pasando de temas serios a anécdotas más triviales, cuando una mujer del grupo de Catalina decidió acercarse a la mesa.
Se movió con la seguridad de quien está acostumbrada a captar la atención, con una sonrisa coqueta y una copa de vino en la mano. Su mirada estaba fija en Enzo desde que había entrado al salón, y ahora parecía decidida a probar suerte.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó con un tono suave y seductor, deslizando su mano sobre el brazo de Enzo en un gesto que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.
Enzo ni siquiera se molestó en levantar la vista. Su mirada permaneció fija en el contenido de su copa, y su respuesta fue tan fría como inmediata.
—No.
El rechazo, tan contundente como un portazo, hizo que la sonrisa de la mujer vacilara por un instante. Sin embargo, en lugar de retirarse, intentó recuperarse, adoptando un tono más juguetón.
—¿Tan rápido? Ni siquiera sabes lo que iba a decir.
Enzo alzó la vista lentamente, su mirada helada encontrándose con la de ella.
—No necesito saberlo. No estoy interesado.
El silencio que siguió fue breve pero incómodo, rompiéndose solo por la carcajada de Maximiliano, que parecía disfrutar del momento más de lo necesario.
—¡Eso fue un récord, Bourth! Ni siquiera dejó que terminara la frase.
—Cuando algo no vale la pena, no pierdo el tiempo —respondió Enzo con indiferencia, regresando su atención a su copa.
La mujer, claramente ofendida pero tratando de mantener su dignidad, hizo un esfuerzo por sonreír.
—Tal vez él no quiera, pero yo no tengo problema en que te sientes aquí. —Maximiliano señaló la silla vacía a su lado, todavía riéndose de la situación.
La mujer vaciló por un momento, mirando a Enzo como esperando alguna señal, pero este ni siquiera volvió a mirarla. Finalmente, se sentó junto a Maximiliano, quien continuó con su tono burlón.
—Ves, no todos aquí son tan cerrados como Bourth.
—Agradezco la invitación —respondió ella con una sonrisa falsa, aunque su mirada aún traía algo de rencor hacia Enzo.
Mauricio, más tranquilo pero claramente divertido, intervino en un intento por cambiar de tema.
—¿Por qué insisten? Bourth nunca cambia.
Maximiliano asintió, riendo.
—Lo sabemos, pero siempre es entretenido verlo en acción.
La mujer, queriendo recuperar algo de control, decidió lanzarse nuevamente.
—Es curioso... alguien tan frío debe tener una razón para ser así. Tal vez no ha conocido a la persona adecuada.
Enzo, que hasta entonces había permanecido en silencio, alzó la vista con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Tal vez porque ya la conocí, y ninguna otra se acerca a su nivel.
El comentario, aunque simple, fue suficiente para desarmar por completo a la mujer, cuya sonrisa se congeló en su rostro. Maximiliano, por su parte, soltó una nueva carcajada, alzando su copa hacia Enzo.
—Eso sí fue directo.
La mujer permaneció en la mesa unos minutos más, pero su interés en continuar la conversación se desvaneció rápidamente. Maximiliano y Mauricio volvieron a bromear entre ellos, mientras Enzo mantenía su atención fija en Amatista, ignorando por completo el aire incómodo que la mujer dejaba tras su partida.
Mientras tanto, Amatista decidió ir al baño antes de unirse a la mesa principal. Aunque Sofía se ofreció a acompañarla, ella negó con una sonrisa, asegurándole que no tardaría. Al pasar por el salón, atrajo miradas y comentarios, aunque los ignoró con la misma gracia natural que siempre la caracterizaba.
Desde su lugar, Enzo la siguió con la mirada, una mezcla de orgullo y posesividad en sus ojos. Para él, Amatista no solo era la mujer más hermosa del salón, sino la única que realmente importaba.
El bullicio en la mesa crecía a medida que nuevas figuras se unían al grupo. Dareck, Marcelino, Camilo y Axel encontraron su lugar entre los habituales, acompañados por mujeres como Lara, Catalina, Teodora, Ofelia, Ester, Chloe, Gissela y Anahí. Estas últimas, siempre atentas a las oportunidades, se acercaron con sonrisas coquetas, buscando captar la atención de los hombres más influyentes de la noche.
La conversación fluía, cargada de risas y comentarios superficiales, pero un cambio en el ambiente ocurrió cuando alguien señaló que Enzo se había levantado de la mesa y ahora estaba sentado frente al piano en una esquina del salón. El murmullo disminuyó gradualmente, y varias miradas se dirigieron hacia él, intrigadas por el inesperado giro de los acontecimientos.
Entre tanto, Amatista salía del baño. Sus pasos se detuvieron por un instante al notar a Enzo en el piano. Una sonrisa surgió en su rostro mientras observaba cómo sus dedos recorrían las teclas con elegancia, produciendo una melodía que llenaba el salón con una suavidad hipnotizante. Sin dudarlo, comenzó a caminar hacia él, dejando atrás a los curiosos y atrayendo la atención de los que habían comenzado a agruparse cerca del piano.
Dareck, Camilo y Axel intercambiaron miradas, anticipando lo que creían que sucedería. Para ellos, Amatista no era más que una mujer desconocida que intentaría llamar la atención de Enzo, solo para enfrentarse al inevitable desdén con el que él solía rechazar a cualquier mujer que se acercara demasiado.
Pero lo que ocurrió los tomó completamente por sorpresa.
Enzo levantó la vista al notar a Amatista acercándose, y su expresión cambió de concentración a una sonrisa cargada de calidez. Sin detener su interpretación, dejó que sus ojos se encontraran con los de ella.
—¿Te gusta lo que ves, gatita? —preguntó con un tono bajo pero audible, lo suficiente para que todos alrededor lo escucharan.
El comentario dejó boquiabiertos a los presentes. Las mujeres que momentos antes coqueteaban descaradamente con Enzo quedaron congeladas, mientras que los hombres, especialmente Dareck y su grupo, se miraron entre sí, incrédulos.
Amatista soltó una risa suave, acercándose más al piano.
—Me encanta verte, amor —respondió con la misma confianza, inclinándose ligeramente hacia él—. Aunque debo admitir que estoy impresionada. La última vez que te escuché tocar parecía que asesinabas las teclas.
Las risas de Maximiliano, Mauricio, Sofía y Alba rompieron el breve silencio que siguió a las palabras de Amatista. Ellos, conocedores de la relación entre Enzo y Amatista, disfrutaban viendo las reacciones de los demás, que aún procesaban la interacción.
Enzo arqueó una ceja, deteniéndose solo un momento para mirarla con fingida indignación.
—¿Ah, sí? Entonces demuéstrame cómo se hace.
—¿Seguro que quieres arriesgarte a quedar mal frente a todos, amor? —bromeó Amatista mientras se posicionaba frente al piano.
Sin levantarse del banco, Enzo le dio algo de espacio, pero permaneció sentado detrás de ella, su proximidad tan cercana que su presencia era imposible de ignorar. Amatista tomó aire y dejó que sus dedos recorrieran las teclas, arrancando una melodía sencilla pero precisa. Sus movimientos eran fluidos, aunque no pretendía ser una experta, lograba transmitir una dedicación que atrapaba a todos los presentes.
Mientras tocaba, Enzo aprovechó cada oportunidad para acariciarla, primero en la cintura y luego en la espalda, dejando que sus dedos jugaran con mechones de su cabello. Amatista, consciente de su toque, mantuvo la compostura, pero la sonrisa que aparecía en sus labios delataba cuánto disfrutaba del momento.
El grupo alrededor del piano creció rápidamente. Dareck, Marcelino, Camilo y Axel observaban la escena con una mezcla de confusión y fascinación, mientras que las mujeres como Lara, Catalina y Gissela intercambiaban miradas incómodas, claramente dándose cuenta de que habían juzgado mal la relación entre Enzo y Amatista.
Cuando terminó de tocar, Enzo fue el primero en aplaudir.
—Eres mejor que yo, gatita —dijo con un tono lleno de orgullo, lo suficiente para que todos escucharan.
Sin esperar, Enzo presentó a los hombres cercanos.
—Amatista, estos son Dareck, Marcelino, Camilo y Axel. —Luego, volviendo su mirada hacia ellos, añadió—. Mi esposa.
La declaración cayó como un balde de agua fría entre las mujeres que habían estado coqueteando con Enzo momentos antes. Lara dejó escapar un débil “Oh”, mientras Catalina intentaba recomponerse rápidamente. Teodora murmuró algo inaudible a Ester, mientras Gissela simplemente cruzaba los brazos, claramente molesta.
—¿Esposa? —preguntó Anahí, intentando disimular su sorpresa.
—¿Alguien más quiere hacer preguntas obvias? —comentó Sofía con una sonrisa sarcástica, disfrutando de la incomodidad en el ambiente.
—Debo admitir que ella sabe cómo captar la atención —añadió Alba, mirando directamente a Lara, quien evitó su mirada.
Maximiliano rompió la tensión con una carcajada y comenzó a aplaudir nuevamente.
—¡Eso estuvo increíble, Amatista! Vamos, toca algo más.
Mauricio, Alba y Sofía se unieron rápidamente a la petición, animando a Amatista a que continuara.
—Bueno, si insisten… —dijo Amatista, mirando a Enzo por un momento antes de volver a colocar sus manos en las teclas.
Mientras ella tocaba una nueva melodía, Enzo no se movió de su lugar. Continuó sentado detrás de ella, acariciándola de manera distraída pero posesiva, dejando claro para todos que no había lugar para nadie más.