Capítulo 53 Compromisos en la mesa
La atmósfera en la mansión Bourth se encontraba cargada de expectativas mientras Enzo descendía las escaleras que llevaban al comedor principal. Su andar era decidido, aunque su expresión denotaba cierto fastidio por la conversación que estaba por sostener. Al entrar al comedor, encontró a Hugo y Martina Ruffo ya instalados en la mesa, ambos luciendo una calma que claramente ocultaba segundas intenciones.
—Señor Ruffo, Martina —saludó con cortesía medida, ocupando su lugar en la cabecera de la mesa.
Con un movimiento de la mano, indicó a Mariel, la empleada encargada, que comenzara a servir la cena. Los aromas cálidos y especiados comenzaron a llenar el espacio, pero la tensión entre los tres ocupantes parecía impenetrable.
Enzo, directo como siempre, no estaba dispuesto a prolongar la velada más de lo necesario.
—Hugo, creo que podemos saltarnos las formalidades. ¿A qué se debe realmente su visita?
El hombre mayor, un tanto sorprendido por la falta de rodeos, soltó una ligera risa mientras dejaba el tenedor a un lado.
—Enzo, querido, pensé que podríamos disfrutar de una cena tranquila antes de abordar los temas importantes.
—Prefiero ir al grano —respondió Enzo, su tono impasible mientras apoyaba una mano sobre el respaldo de la silla.
Hugo, comprendiendo que no había escapatoria, enderezó su postura y, tras una breve mirada hacia su hija, comenzó su discurso.
—Sabes que la relación entre tu padre, Romano, y yo siempre fue sólida. Ambos compartíamos una visión de negocios y, más importante aún, una confianza mutua que pocos llegan a tener.
Enzo lo escuchaba, pero su paciencia se agotaba rápidamente.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —interrumpió, cruzando los brazos con una expresión indescifrable.
Hugo titubeó un instante, pero recuperó la compostura.
—Quiero que esa relación entre nuestras familias perdure. Y la mejor manera de asegurar eso es a través de un compromiso formal entre tú y mi hija Martina.
El silencio que siguió fue tan denso que parecía llenar cada rincón del comedor. La respuesta de Enzo llegó, no como palabras inmediatas, sino como una risa baja y seca que rompió la tensión.
—Eso no sucederá, Ruffo.
Hugo levantó una ceja, como si esperara algo más que un rechazo. Sin embargo, Enzo añadió:
—No sé qué le hizo pensar que sería posible. Además, como puede ver, ya estoy casado.
En ese momento, los pasos ligeros de Amatista resonaron en las escaleras. Vestida con sencillez pero con un aire de elegancia natural, se acercó al comedor, ajena a la conversación que había tenido lugar minutos antes.
Al verla, Enzo se levantó de inmediato, extendiendo una mano hacia ella con una sonrisa que parecía desafiar cualquier intento de cuestionar su autoridad.
—Permítanme presentarles a mi esposa, Amatista.
Martina se tensó visiblemente, claramente incomoda por la revelación. Había esperado cierta resistencia de Enzo, pero no anticipaba que ya estuviera casado. Por su parte, Hugo trató de mantener la compostura, aunque su expresión lo traicionaba por un breve instante.
—Un placer conocerlos —saludó Amatista, con una sonrisa cortés mientras tomaba asiento junto a Enzo.
El silencio incómodo que siguió fue interrumpido por Hugo, quien, con una mezcla de diplomacia y obstinación, retomó la palabra.
—Debo decir que no estaba al tanto de su matrimonio, Enzo. Sin embargo, quiero dejar algo claro. Tu padre y yo compartimos más que negocios. Romano y yo éramos amigos cercanos, y le debo mi vida. Hubo un momento en que nuestras familias enfrentaron una amenaza, y yo arriesgué todo para protegerlo.
Amatista notó cómo la mención de Romano endurecía ligeramente la expresión de Enzo. Sin embargo, el hombre mayor continuó.
—Siempre esperé que esa deuda se tradujera en una unión entre nuestras familias. De hecho, tu padre sugirió este compromiso hace años. Pensé que sería algo que ambos honraríamos.
Enzo apoyó ambos codos sobre la mesa, inclinándose hacia adelante mientras fijaba su mirada penetrante en Hugo.
—Con todo el respeto que le tengo por su historia con mi padre, eso no sucederá. El compromiso es un tema cerrado.
La contundencia en su voz no dejaba lugar a réplicas, pero Hugo no era alguien que se diera por vencido fácilmente.
—Entiendo tu posición, pero espero que puedas reconsiderarlo. Es algo que podría beneficiar tanto a tu familia como a la mía.
Amatista, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se limitó a observar la interacción con atención. Aunque no conocía a fondo la historia entre los Ruffo y los Bourth, intuía que lo que Hugo buscaba no era simplemente fortalecer lazos familiares.
—No tengo nada más que reconsiderar, Ruffo —insistió Enzo, su tono más frío que antes—. Como mencioné, están en mi casa y serán tratados como mis invitados. Pero cualquier cosa relacionada con ese supuesto compromiso no es negociable.
Martina, que hasta ahora se había mantenido en segundo plano, habló por primera vez, su voz medida pero cargada de cierta intensidad.
—Entendemos su posición, Enzo. Agradecemos su hospitalidad.
El comentario parecía destinado a calmar las aguas, pero Amatista notó la forma en que Martina evitaba mirarla directamente, como si su presencia fuera una complicación inesperada.
Enzo, sin embargo, no cedió un ápice de su autoridad.
—Perfecto. Espero que disfruten la cena.
La conversación derivó hacia temas más ligeros, aunque la tensión en el aire permanecía palpable. Amatista, consciente del papel que debía desempeñar, participó con comentarios corteses, pero no dejó de percibir las miradas que Martina le lanzaba de vez en cuando, como si estuviera evaluándola en silencio.
La cena se desarrolló en un equilibrio precario, con Enzo marcando límites claros y los Ruffo intentando mantener una apariencia de cordialidad. Sin embargo, algo le decía a Amatista que esa no sería la última vez que se enfrentaran a los intentos de Hugo por conseguir lo que quería.