Capítulo 136 Refugio en la calma
El viaje de regreso a la mansión fue breve y silencioso. Enzo mantenía la vista fija en el camino, mientras Amatista miraba por la ventana, disfrutando del tranquilo paisaje nocturno. Al llegar, las luces de la entrada iluminaban la figura de Isis, que los esperaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Por qué no me ayudaste? —reclamó Isis apenas Enzo descendió del auto.
Enzo cerró la puerta con calma, sin inmutarse.
—Te dejé bien claro que Rita podía quedarse, pero sería tu responsabilidad.
Isis bufó, cruzando más los brazos.
—¡Ya lo sé! Pero estaban muy asustadas y a ti ni siquiera te importó.
Enzo la observó con frialdad.
—Estaba ocupado. Además, en la mansión está Roque y hay cientos de guardias armados. No había razón para alarmarse.
Isis apretó los labios, pero no dijo nada más.
Amatista, que había permanecido en silencio, se dirigió directamente a su habitación, desinteresada en la discusión. La tensión entre Enzo e Isis no le preocupaba; prefería refugiarse en la calidez de su espacio personal.
Al llegar a la habitación, Amatista suspiró aliviada. Sentía el peso del día acumulado en sus hombros, y el embarazo comenzaba a agotar sus energías. Se dirigió al baño y preparó un baño relajante, dejando que el vapor llenara el ambiente. Antes de sumergirse, fue al vestidor a buscar su pijama.
Cuando regresaba con la prenda en mano, Enzo entró en la habitación. Su expresión estaba tensa, los músculos de su mandíbula marcados.
Amatista lo miró con suavidad y se acercó.
—Preparé el baño... —susurró, buscando aliviar su tensión—. ¿Por qué no te unes a mí?
Enzo la miró por un momento, y la dureza en sus ojos se disipó. Esbozó una sonrisa y se inclinó para besarla.
—No podría decirte que no, gatita.
Amatista tomó su mano y lo guió al baño. Ambos se desvistieron lentamente, sin prisa. Enzo fue el primero en entrar al agua tibia, y luego ayudó con sumo cuidado a Amatista a acomodarse entre sus brazos.
Las manos de Enzo se posaron con ternura sobre el vientre de Amatista. Ella colocó sus manos sobre las de él y apoyó la cabeza en su hombro. El silencio era reconfortante, solo interrumpido por el sonido del agua.
—¿Cómo crees que será nuestro hijo? —preguntó Enzo en voz baja, rompiendo el silencio.
Amatista rió suavemente.
—Tal vez perezoso, como yo.
Enzo dejó escapar una carcajada, besando su sien.
—Sería adorable.
Amatista giró un poco el rostro para mirarlo.
—Me encantaría que tuviera mis ojos… pero, sin duda, que herede el cuerpazo de su padre —bromeó, acariciando su pecho.
Enzo rió de buena gana.
—Eso se trabaja, gatita. No se hereda.
Amatista sonrió.
—No importa. Cualquier cosa que herede de nosotros será perfecta.
Enzo asintió, estrechándola un poco más entre sus brazos.
Pasaron un largo rato en silencio, disfrutando de la tranquilidad. Finalmente, salieron del baño. Enzo tomó una toalla y comenzó a secar con delicadeza a Amatista, cuidando cada movimiento. Ella, con una sonrisa, tomó otra toalla y lo ayudó a secarse después.
Se pusieron sus pijamas y, agotados, decidieron acostarse sin cenar. Enzo envolvió a Amatista entre sus brazos, y ella se acurrucó contra su pecho, dejando que el sueño los envolviera lentamente.
Mientras Enzo y Amatista descansaban profundamente en la calidez de su habitación, en otra ala de la mansión, Isis se encontraba en su habitación junto a Rita. Ambas estaban sentadas en la cama, la expresión frustrada de Isis contrastaba con la aparente calma de Rita.
—No puedo creer que todo nuestro plan haya sido para nada —bufó Isis, cruzándose de brazos.
Rita suspiró, jugando con un mechón de su cabello.
—Parece que Amatista lo tiene hechizado. No hay nada que la saque de su lugar.
Isis frunció el ceño y la miró con desdén.
—No te preocupes. Mi primo se casará contigo. Solo tienes que seguir actuando vulnerable y desprotegida.
Rita arqueó una ceja, interesada.
—¿Y cómo planeas lograrlo?
Isis sonrió con malicia.
—Usaremos las fotos de Amatista con Santiago. Incluso me enviaron un video que ya mandé a modificar para que parezca que tienen una relación. Mañana nos enviarán todo el material listo.
Rita se mordió el labio inferior, dudosa.
—¿No es arriesgado? Si Enzo descubre la verdad, podría hacernos algo.
Isis negó con la cabeza, confiada.
—Ya pensé en eso. Hice que todo pareciera que fue idea de Albertina. Nadie sospechará de nosotras.
Rita asintió lentamente.
—Confío en ti, Isis.
Isis sonrió con satisfacción y se levantó.
—Vamos a cenar. Si no bajamos, Enzo se molestará más.
Ambas salieron de la habitación y descendieron al comedor. Se acomodaron con elegancia en sus asientos, aparentando tranquilidad.
Mariel se acercó con una leve inclinación.
—Señoritas, les serviré la cena de inmediato.
Isis la detuvo con un gesto.
—Esperaremos a Enzo.
Mariel mantuvo la compostura.
—El señor Enzo y la señorita Amatista no bajarán a cenar esta noche.
Isis forzó una sonrisa y asintió.
—Entonces sírvenos la cena.
Mariel asintió respetuosamente y se retiró. Rita miró de reojo a Isis, quien mantenía la expresión serena, pero en su mirada brillaba la determinación.
—Mañana será otro día —murmuró Isis con seguridad.
Mientras cenaban en silencio, el sonido de una notificación interrumpió el ambiente tranquilo. Isis tomó su teléfono y al ver la pantalla, una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios. Había recibido la confirmación de que las imágenes y el video manipulados estaban listos.
Sin perder tiempo, escribió un mensaje dando la orden para que el material fuera dejado en la mansión, estratégicamente colocado para ser descubierto al día siguiente. Sabía que debían ser cuidadosos; la propiedad estaba repleta de guardias, pero confiaba en que todo saldría según lo planeado.
Isis se inclinó levemente hacia Rita, sus ojos brillando con astucia.
—Mañana mismo caerá la gata —susurró con satisfacción.
Rita soltó una risa baja y cómplice, compartiendo la emoción del momento.
—No puedo esperar a ver su cara cuando todo estalle —murmuró, disfrutando de la idea.
Ambas continuaron cenando tranquilamente, disimulando sus verdaderas intenciones. Una vez terminaron, se pusieron de pie con elegancia y, sin cruzar palabra con nadie, se dirigieron a sus habitaciones, cada paso reforzando su seguridad en que su plan estaba por concretarse.
La mañana llegó con la luz del sol filtrándose suavemente a través de las cortinas. Amatista despertó lentamente, sintiendo aún el cansancio en su cuerpo, pero la responsabilidad de trabajar en la nueva colección la impulsó a levantarse. A su lado, Enzo también despertó con pereza, recordando que tenía reuniones importantes por la tarde y debía preparar algunos documentos en su oficina antes de salir.
Ambos bajaron juntos al comedor para desayunar. Isis y Rita ya estaban sentadas, esperándolos con una actitud aparentemente tranquila. Sin intercambiar muchas palabras, Amatista y Enzo ocuparon sus lugares mientras Mariel comenzaba a servir el desayuno.
Roque se acercó a Enzo con discreción.
—Señor, he dejado varios paquetes en su oficina. Llegaron esta mañana —informó con respeto.
Enzo asintió.
—Gracias, Roque.
Continuó desayunando sin darle demasiada importancia.
Al terminar, Amatista subió a su oficina para concentrarse en su trabajo, mientras Enzo se dirigió a la suya. Isis y Rita permanecieron en la sala principal, intercambiando miradas cómplices, sabiendo que solo era cuestión de tiempo para que su plan diera frutos.
El silencio se mantuvo hasta el mediodía.
Enzo abrió uno de los paquetes en su escritorio, extrañado. Encontró una memoria USB. Sin pensarlo demasiado, la conectó a su laptop. En la pantalla aparecieron fotografías de Amatista y Santiago, donde ambos parecían demasiado cercanos. Su expresión se endureció al instante. Sin embargo, lo peor llegó al reproducir el video: Santiago entraba a un hotel acompañado de una mujer que, aunque no se le veía bien el rostro, vestía igual que Amatista.
La rabia lo consumió. De un manotazo, arrojó los objetos sobre su escritorio, haciendo que varios papeles y adornos cayeran al suelo. Respiraba con dificultad, sus pensamientos desordenados y oscuros. Tomó las fotos con fuerza, arrugándolas un poco, y salió de la oficina con paso decidido.
Sin detenerse, caminó por los pasillos hasta llegar a la oficina de Amatista. Abrió la puerta de golpe y la cerró con violencia, provocando un fuerte estruendo.
Amatista levantó la mirada, sorprendida.
—¿Enzo? ¿Qué te pasa? —preguntó, dejando lo que estaba haciendo.
Enzo la fulminó con la mirada.
—¿De verdad creés que soy un estúpido? —espetó, con voz cargada de ira.
Amatista frunció el ceño, confundida.
—¿De qué estás hablando?
—¡Quiero saber qué clase de relación tenés con Santiago! —gruñó, avanzando hacia ella.
—Es mi socio... y mi amigo, nada más. —Su voz sonaba firme, pero la tensión en el aire era palpable.
Enzo soltó una risa amarga.
—¿Socio? ¿O te ofreció ser su socia a cambio de acostarte con él?
Amatista se quedó helada por un segundo, luego su mirada se endureció.
—¡Cuida tus palabras, Enzo! Estás diciendo estupideces.
Sin decir más, Enzo arrojó las fotos sobre su escritorio.
—¿Entonces me vas a decir que esto también es una estupidez? —su voz era un filo cortante—. Y también tengo un video de vos entrando a un hotel con él.
Amatista miró las fotos con incredulidad y luego lo encaró.
—Esas fotos no son reales. Jamás fui a un hotel con nadie. Vos sos el único hombre con el que he estado.
Enzo negó con la cabeza, soltando otra risa amarga.
—No te creo.
De pronto, tomó a Amatista de la muñeca con fuerza.
—Vamos a hacerle una prueba de ADN a ese bebé.
Amatista forcejeó y logró soltarse. Sin pensarlo, le dio una fuerte cachetada que resonó en la oficina.
—¡Pensá bien las estupideces que estás diciendo! —gritó, temblando de furia.
Enzo no se inmutó, solo la miró con frialdad.
—Te puedo perdonar que te acuestes con otro, pero no voy a aceptar que ese hijo no sea mío.
—¡No me acosté con nadie! —rugió Amatista, con lágrimas contenidas.
—Entonces no tendrás problema en hacerte la prueba.
Amatista lo miró con rabia.
—Me la haré, pero después de eso te vas a olvidar de mí.
La tensión era insoportable. Sin perder tiempo, ambos bajaron apresuradamente las escaleras. Enzo tomó las llaves de la camioneta y salieron de la mansión en silencio, cada uno consumido por sus propios pensamientos.
Desde la sala, Isis observó por la ventana cómo se marchaban, con una sonrisa satisfecha.
—El espectáculo acaba de comenzar —susurró, saboreando su aparente victoria.
El frío de la clínica calaba en los huesos. La luz fluorescente del pasillo se reflejaba en las paredes blancas, creando una atmósfera impersonal que acentuaba la tensión en el aire. Enzo y Amatista caminaron por el pasillo hacia el consultorio de Federico. Ambos parecían sumidos en su propia furia y angustia, el silencio entre ellos tan pesado que no se atrevían a romperlo.
Federico los recibió con una mirada profesional, pero al notar la tensión en sus rostros, optó por no preguntar nada. Sabía que el ambiente estaba cargado y que no era el momento de indagar.
—¿Qué es lo que necesitan? —preguntó con calma.
—Quiero que le hagan la prueba de ADN al bebé ahora mismo. —La voz de Enzo era tajante, decidida, aún con la furia a flor de piel.
Federico suspiró y miró a ambos, buscando el equilibrio en su respuesta.
—Entiendo lo que quieren hacer, pero debo advertirles que esta prueba es muy riesgosa. Puede poner en peligro tanto la vida de Amatista como la del bebé. Es un procedimiento delicado que preferiría evitar.
Amatista, que había estado callada hasta ese momento, respiró hondo y miró a Enzo.
—Amor, por favor… Te lo pido. Dejemos que el bebé nazca primero, y después realizamos la prueba —dijo con la voz suave, pero firme en su solicitud.
Enzo la miró con ojos duros, su enojo aún no disipado.
—No, Amatista. Esto no es negociable. Necesito saber que el bebé es mío. —Sus palabras eran cortantes, como si cada frase fuera un golpe.
Amatista, que ya había soportado mucho en ese momento, lo encaró con una mirada desafiante.
—Si algo le pasa al bebé, será tu culpa, Enzo. No te lo perdonaré nunca.
Federico los miró a ambos, sabiendo que no había mucho más que decir en ese momento. Con un suspiro, asintió.
—Está bien. Acompáñame, Amatista. Te prepararé para la prueba.
Amatista, con una última mirada a Enzo, siguió a Federico al consultorio. Enzo permaneció en el pasillo, su cuerpo tenso, como una olla a presión a punto de estallar.
Poco después, la sala de espera se llenó de voces. Emilio y Mateo llegaron, seguidos de cerca por Isis y Rita, quienes entraron con una sonrisa que no pasaba desapercibida.
Isis observó a Enzo y, con aire despreocupado, se acercó.
—¿Qué pasó, Enzo? ¿Por qué salieron así de la casa? —preguntó, su tono lleno de curiosidad, pero también de cierta diversión.
Enzo, sin alzar la voz, respondió con frialdad.
—Amatista me engañó. Necesito asegurarme de que el bebé sea mío.
Emilio y Mateo intercambiaron una mirada incrédula, como si lo que acababan de escuchar fuera una broma cruel.
—Eso es una estupidez —respondió Emilio, sin contener su desconcierto.
—Enzo, ¿en serio crees eso? —añadió Mateo, visiblemente molesto por el tono de su amigo.
Pero Enzo, todavía cegado por la rabia, no les prestó atención. Su mente estaba fija en la prueba de ADN y en el dolor que sentía al pensar que Amatista pudiera traicionarlo.
Isis, notando la tensión en la sala, aprovechó la oportunidad para retirarse.
—Voy al baño, no tardo —dijo con una sonrisa que, a nadie, le pareció genuina.
Mientras tanto, Enzo se mantenía rígido en su asiento, esperando a recibir noticias.
Poco después, un equipo médico salió con Amatista en una camilla, llevándola rápidamente hacia el quirófano. Federico se acercó a Enzo para informarle, su rostro serio.
—La prueba afectó tanto a Amatista como al bebé. Necesitamos estabilizarlos, pero estarán bien.
Enzo se sintió un poco más tranquilo al escuchar esas palabras, pero su impaciencia no desapareció.
—¿Puedo verlos? —preguntó con voz rasposa, deseando estar cerca de ella.
Federico lo miró, vacilando.
—Amatista no quiere recibirte. Lo siento, pero... ella está muy alterada.
El golpe de esas palabras fue como una daga para Enzo. Frunció el ceño, sin saber qué hacer con esa información.
La espera fue insoportable. Los minutos se estiraron como horas, hasta que finalmente Federico regresó con la prueba de ADN en la mano. Sin decir una palabra más, le entregó el sobre a Enzo.
—Aquí está. La prueba de ADN. Amatista y el bebé deberán permanecer en observación por un tiempo, pero se encuentran estables.
Enzo abrió el sobre con manos temblorosas, sin poder dejar de pensar en las consecuencias que todo esto tendría. Cuando vio el resultado, un suspiro de alivio escapó de sus labios. Era su bebé. La prueba lo confirmaba.
Emilio, que había estado observando todo con cautela, tomó el papel de las manos de Enzo. Al leerlo, lo miró con una mezcla de incredulidad y resignación.
—Esto es obvio, Enzo. El bebé es tuyo. Amatista jamás te engañaría. Debe haber alguna confusión.
Isis y Rita, que no se habían movido de sus asientos, intercambiaron miradas de desconcierto. Sin entender bien lo que estaba ocurriendo, Isis decidió dar un paso atrás, pero no sin antes hacer una última llamada.
En el pasillo, se encontró con el hombre que debía haber cambiado los resultados.
—¿Qué pasó? ¿Por qué no hiciste lo que te pedí? —le exigió con un tono que dejaba clara su molestia.
El hombre se rió, como si todo fuera un juego.
—Se me olvidó. No lo hice. —Su sonrisa era arrogante, como si no le importara lo más mínimo.
Isis lo miró con furia, pero no dijo nada más. Sabía que no valía la pena insistir en ese momento. Se dio la vuelta y se alejó, su mente maquinando nuevas formas de lograr lo que quería.
Mientras tanto, Amatista descansaba en la habitación, débil pero viva. Ella y su bebé peleaban por sobrevivir, el dolor de lo ocurrido y el miedo por lo que vendría se mezclaban en sus corazones.