Capítulo 87 "Sombras que se acercan"
La mansión Bourth estaba en silencio esa mañana. Los pasillos, amplios y luminosos, parecían ser el único lugar donde la calma reinaba, mientras afuera el viento jugaba con las copas de los árboles que rodeaban la propiedad. Roque, siempre atento a los detalles, no se permitió un solo respiro. Desde la llegada de Isabel, su vigilancia había aumentado. Había algo en ella que no terminaba de encajar, y sabía que su presencia en la ciudad no era una coincidencia. Ayer, al rastrear sus movimientos, Roque había descubierto algo que inquietaba a todos. Isabel había comprado boletos para Costa Azul, y su vuelo salía en dos días.
Decidió que no podía esperar más para hablar con Alicia, la matriarca de la familia Bianco, madre de Enzo, quien aún no sabía sobre la situación. La encontró revisando informes en una de las salas del complejo, con su mirada fija en las pantallas que monitoreaban los alrededores.
—Alicia —comenzó Roque, su tono grave—, necesitamos hablar.
Ella levantó la vista, notando de inmediato la tensión en su rostro.
—¿Qué ha pasado?
—Isabel compró boletos para Costa Azul. Saldrá en dos días. Creo que está al tanto de algo. Tal vez haya descubierto que Amatista está con Enzo.
Alicia frunció el ceño, pensativa. Sabía que no podía tomarse estas cosas a la ligera.
—¿Y qué propones?
Roque dio un paso hacia ella, sin perder la compostura.
—Lo mejor sería llamarle al hotel para asegurarnos de que no permita el acceso de Isabel, pero creo que lo más prudente sería advertir a Enzo ahora mismo.
Alicia se cruzó de brazos, mirando la pantalla en silencio antes de responder.
—Todavía tenemos tiempo. Esperemos un poco más. Dos días no son muchos, pero tenemos margen para actuar sin alarmar a Enzo. Si en dos días la situación no cambia, lo llamaremos.
Roque asintió, aunque no convencido de que esperar fuera lo más sensato.
—Entendido. Pero mientras tanto, puedo buscar a alguien en el aeropuerto para retrasar su vuelo. Si se ofrece el dinero adecuado, alguien podría encargarse.
Alicia reflexionó por un momento antes de dar la orden con firmeza.
—Hazlo. Pero asegúrate de que todo se maneje con discreción.
Roque salió de la sala con rapidez, sabiendo que el tiempo era esencial. Alicia, por su parte, permaneció en su lugar, pensativa. No podía permitirse que Enzo se enterara de algo tan delicado sin antes estar completamente preparada.
En la suite del hotel, Enzo acababa de terminar su reunión con sus socios, una jornada que había durado más de lo esperado. Aunque sus socios eran competentes, el ambiente estaba tenso, especialmente con Kaila, la nueva incorporación al equipo. Ella había preparado una presentación impresionante, llena de ideas frescas que incluso sorprendieron a Enzo.
Tras unos minutos de conversación, donde la tensión se desvaneció en parte gracias al entusiasmo de Kaila, los socios acordaron reunirse más tarde en un bar cercano para celebrar. La mayoría aceptó la propuesta con gusto, aunque Enzo parecía algo distraído. Había algo en el aire, algo que lo mantenía al margen de la euforia del momento.
Cuando la reunión terminó, Enzo se dirigió directo a la suite, donde Amatista lo esperaba. No podía evitar sonreír al pensar en ella. Era la única persona que lograba calmar la constante tormenta en su interior.
Al entrar en la habitación, la encontró sentada junto a la ventana, mirando hacia afuera, absorta en sus pensamientos. La luz del sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando su rostro. Enzo se acercó y la observó por un momento. Había algo diferente en su actitud, una especie de distanciamiento que no pasó desapercibido para él.
—Gatita —dijo suavemente, su voz llenándose de ternura—, ¿qué pasa? ¿Te sientes bien?
Amatista levantó la mirada y le sonrió, aunque no con la misma intensidad de siempre.
—Estoy bien, amor. Solo… me duele un poco el estómago. Tal vez comí demasiado en el desayuno, ¿sabes?
Enzo frunció el ceño, preocupado. Sabía que Amatista no solía quejarse sin motivo. Se acercó y le acarició la cabeza con suavidad.
—Eso te pasa por ser tan golosa. Ven, descansa un poco, gatita.
Ella aceptó sin protestar, dejándose caer suavemente sobre la cama, mientras él la arropaba con cuidado.
—Por la noche tengo que ir a una reunión en el bar con los socios. Quiero que vengas conmigo. Pero si te sientes mal, no hay problema. Quédate descansando.
Amatista lo miró, sus ojos cálidos y llenos de comprensión.
—No te preocupes por mí, amor. Anda a la reunión. Yo estaré bien.
Mientras tanto, en otra parte del hotel, Kaila estaba inmersa en una búsqueda meticulosa entre sus prendas. El contenido del armario estaba esparcido por la cama, y su rostro reflejaba una mezcla de frustración y determinación. Luis, su pareja, observaba desde el sofá, su expresión endurecida por el creciente malestar.
—¿Qué diablos haces, Kaila? —preguntó, su tono cargado de irritación.
—Busco algo que pueda impresionarlo —respondió ella, sin levantar la vista.
Luis se puso de pie, cruzando los brazos frente a ella.
—¿Impresionar a quién? —exigió, aunque ya sabía la respuesta.
Kaila finalmente lo miró, suspirando como si la conversación fuera una carga innecesaria.
—A Enzo. ¿A quién más?
El silencio que siguió fue tan tenso que casi podía cortarse con un cuchillo. Luis cerró los puños, conteniendo el impulso de levantar la voz.
—¿Estás loca? ¿Te estás insinuando a ese tipo?
—No seas tan dramático, Luis —dijo Kaila, volviendo su atención al vestido negro que tenía entre las manos—. Esto no es personal. Es una estrategia.
Luis soltó una risa amarga, incrédulo.
—¿Estrategia? ¿Qué estrategia?
—Enzo es dueño del 75% de este hotel, ¿sabías? —Kaila lo miró con una ceja alzada, como si estuviera explicando algo obvio—. Y seguramente tenga más propiedades, inversiones. No estoy hablando de engañarte, Luis. Estoy hablando de asegurarnos un futuro.
Luis se acercó a ella, su rostro a solo unos centímetros del suyo.
—¿Y qué pasa si él se da cuenta de lo que estás haciendo? —espetó—. Ese tipo no parece alguien con quien se pueda jugar.
Kaila sonrió con arrogancia, ajustando el vestido frente al espejo.
—Eso es lo que tú crees.
Luis apretó la mandíbula, frustrado.
—Escúchame bien, Kaila. Si me dejas por ese hombre, te juro que te haré arrepentirte de cada segundo.
Kaila lo ignoró, centrándose en los pequeños detalles de su atuendo.
—Veremos, Luis. Veremos.
Pasaron varias horas antes de que Enzo decidiera levantarse del lado de Amatista. La besó suavemente en la frente, asegurándose de no despertarla. Se metió en la ducha, permitiendo que el agua caliente relajara los músculos tensos de su cuerpo. Mientras el vapor llenaba la habitación, su mente seguía enfocada en Amatista. A pesar de los negocios y las intrigas que rodeaban su vida, ella era su refugio, su único punto de calma.
Tras vestirse con su habitual elegancia, se acercó a la cama una vez más, acariciando el rostro de Amatista.
—Descansa, gatita. Regresaré pronto.
El bar estaba lleno de energía cuando Enzo llegó. La música envolvía el ambiente con su ritmo animado, y las luces tenues danzaban sobre las copas que tintineaban en un rincón exclusivo, donde su grupo ya ocupaba una mesa apartada. La atmósfera estaba cargada de risas, conversaciones rápidas y el murmullo de un festejo que se sentía en cada rincón.
Nazareno fue el primero en notarlo. Con una sonrisa amplia, levantó su copa en un saludo.
—¡Enzo! Pensé que te harías rogar.
Enzo avanzó con paso firme, saludando a cada uno de los presentes con su característico control. Su presencia dominaba el espacio sin esfuerzo. Kaila, sentada junto a su pareja Luis, le dirigió una sonrisa cargada de intención. Por otro lado, Leticia, ya con una copa en la mano, se inclinó ligeramente hacia él, dejando que su voz adoptara un tono más coqueto de lo habitual.
—Al fin llegas. Pensé que no nos ibas a regalar tu compañía esta noche —dijo, sus palabras deslizándose como si fueran inofensivas, pero con un claro subtexto.
Enzo ladeó la cabeza, permitiéndose una breve sonrisa, pero su tono se mantuvo neutral.
—No sería una celebración completa si no estuviera aquí, ¿verdad?
Leticia rió suavemente mientras los demás brindaban. Kaila, por su parte, lo observaba desde la distancia, calculando cada uno de sus movimientos.
La conversación fluyó entre brindis y risas. Enzo se integró con aparente facilidad, tomando pequeños sorbos de su copa mientras escuchaba y participaba. Su atención nunca se quedaba demasiado tiempo en un solo tema, moviéndose con fluidez entre las discusiones sobre negocios y las anécdotas compartidas por el grupo.
Sin embargo, Kaila no perdía oportunidad de lanzar pequeños comentarios que buscaban llamar su atención.
—Es curioso cómo siempre logras mantener ese aire de misterio, Enzo. ¿Es tu secreto para tener éxito?
—El secreto está en no hablar más de lo necesario —respondió él con tranquilidad, sin apartar su mirada de la copa que giraba entre sus dedos.
Leticia, que no era de rendirse fácilmente, intentó un enfoque diferente.
—Vamos, Enzo. Esta es una noche para disfrutar. ¿Por qué no nos acompañas en la pista de baile? Una canción no te hará daño.
—Prefiero disfrutar desde aquí —respondió con su tono sereno, pero esta vez le dedicó una mirada más directa, dejando en claro que la sugerencia no era bien recibida.
Leticia fingió reírse, aunque su expresión revelaba un atisbo de frustración. Kaila, mientras tanto, observaba la interacción con una sonrisa apenas perceptible, disfrutando de la escena. Luis, sentado a su lado, mantenía su expresión rígida, cada vez más molesto por el evidente interés de Kaila hacia Enzo.
—¿No crees que ya es suficiente, Kaila? —murmuró Luis, en voz baja pero con un tono cargado de advertencia.
Ella le respondió sin mirarlo, con una calma estudiada.
—Estamos aquí para celebrar, Luis. Relájate.
A medida que la noche avanzaba, Enzo mantuvo su postura. Conversaba con los socios, reía en los momentos apropiados y aceptaba los brindis que se ofrecían. A pesar de su aparente tranquilidad, en su interior evaluaba cada interacción. Las insinuaciones de Kaila eran sutiles pero constantes, mientras que Leticia se mostraba más directa.
Enzo sabía que debía mantener el control. No podía permitirse perder la compostura, especialmente porque no quería que al regresar a la suite Amatista lo notara tenso. Sabía que su gatita lo observaba con una claridad que pocos podían igualar, y lo último que deseaba era preocuparla por algo tan trivial como las intenciones fallidas de dos mujeres.
—Enzo, ¿te sirvo otra copa? —preguntó Gabriel, intentando aliviar la tensión que notaba en el ambiente.
—Por supuesto —respondió, aceptando con un gesto cortés.
Mientras Gabriel llenaba su vaso, Leticia volvió a la carga, inclinándose hacia él con una sonrisa.
—¿Sabes, Enzo? Eres un hombre intrigante. Siempre tan reservado, tan... inaccesible.
—Tal vez porque no me gusta mezclar lo personal con lo profesional —replicó él, manteniendo su mirada fija en la copa.
Leticia rió, tratando de no mostrar que sus palabras habían caído en saco roto. Kaila, por su parte, aprovechó para intercalar un comentario.
—Eso es lo que lo hace tan interesante, ¿no? Siempre un paso adelante.
Luis soltó un suspiro, su paciencia al borde del límite.
—¿Puedes dejar de hacerlo tan obvio, Kaila? —le espetó, esta vez sin molestarse en bajar la voz.
Ella lo miró con una mezcla de burla y exasperación.
—No empieces, Luis. Estamos aquí para divertirnos.
Enzo, que había permanecido callado durante el intercambio, desvió la conversación hacia temas más neutrales. No tenía interés en involucrarse en los problemas de pareja de Kaila y Luis, pero tampoco iba a permitir que el ambiente se tornara incómodo.
Con el tiempo, la velada comenzó a disiparse. Algunos socios se dirigieron a la pista de baile, mientras que otros se acomodaron en la mesa, inmersos en conversaciones más relajadas. Enzo permaneció en su lugar, observando el movimiento a su alrededor con la calma calculada que lo caracterizaba.
Aunque sus pensamientos volvían constantemente a Amatista, sabía que debía cumplir con su presencia en la reunión. Era importante mantener las apariencias, pero también lo era preservar la confianza que había construido con cada uno de los presentes.
Cuando finalmente decidió que era hora de retirarse, Enzo lo hizo con su habitual discreción. Se levantó de su asiento y tomó su copa para brindar una última vez.
—Fue una excelente velada. Disculpen, pero tengo otros asuntos que atender —anunció con voz firme, dejando la copa sobre la mesa antes de acomodarse el saco.
Leticia, que no había dejado de mirarlo durante toda la noche, aprovechó el momento.
—¿Vas hacia el hotel? Podrías llevarme. No estoy lejos, y sería un desperdicio que cada uno tomara un taxi.
Enzo le dirigió una mirada breve, manteniendo su expresión neutral.
—Vine en taxi y me iré en taxi, Leticia.
—Entonces no hay problema —respondió ella con una sonrisa insistente—. Puedo acompañarte.
Antes de que Enzo pudiera replicar, Kaila, que había estado escuchando desde la distancia, intervino.
—En ese caso, Luis y yo también podemos unirnos. Es mejor ir juntos que estar esperando.
Luis, visiblemente incómodo con la idea, intentó protestar, pero Kaila ya se había levantado, dejando en claro que no aceptaría un no por respuesta.
Al salir del bar, el grupo se dirigió al punto donde aguardaban los taxis. Enzo, claramente desinteresado en prolongar la compañía, optó por sentarse en el asiento del copiloto en cuanto subieron al vehículo.
Leticia y Kaila se acomodaron en el asiento trasero, con Luis atrapado entre ambas. Las conversaciones continuaron en el trayecto, aunque Enzo se mantuvo al margen, observando la ciudad pasar por la ventana con la mente enfocada en otro lugar.
Kaila aprovechaba cada momento para intentar llamar su atención desde atrás.
—¿Sabes, Enzo? No me imaginaba que tuvieras un lado tan relajado en reuniones como esta.
Él respondió sin volverse, su tono apenas condescendiente.
—La relajación depende del contexto.
Leticia, por su parte, no perdía oportunidad de intercalar comentarios dirigidos exclusivamente a él, mientras Luis bufaba en silencio, cruzado de brazos.
Cuando llegaron al hotel, los cuatro se dirigieron al ascensor. Enzo permaneció en silencio mientras esperaban, con una calma calculada que contrastaba con la evidente tensión entre Kaila y Luis. Leticia, sin embargo, parecía disfrutar del momento, manteniéndose cerca de Enzo.
Antes de que las puertas del ascensor se abrieran, el sonido del teléfono de Enzo rompió el silencio. Él sacó el móvil del bolsillo y vio el nombre en la pantalla. Era una llamada que no podía ignorar.
—Adelántense —dijo mientras se apartaba hacia un rincón para atender—. No me esperen.
Leticia pareció dudar, pero Kaila, probablemente para evitar una discusión con Luis, la tomó del brazo.
—Vamos, es tarde —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.
Las puertas del ascensor se cerraron con los tres dentro, dejando a Enzo solo en el vestíbulo. Mientras hablaba por teléfono, su mente ya estaba enfocada en regresar a su suite y a la tranquilidad que solo Amatista podía ofrecerle.