Capítulo 127 Espacios y silencio
Amatista despertó lentamente, notando la suavidad de las sábanas que la rodeaban. A su lado, Enzo ya había despertado, estaba sentado en la cama, apoyado contra el respaldo, observándola en silencio. No hizo ningún movimiento, solo la miraba con una expresión profunda, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo.
—Buenos días, gatita —dijo Enzo, su voz suave, casi cautelosa.
Amatista le respondió con un murmullo de buenos días, aunque su tono aún reflejaba una cierta distancia. Con una leve sonrisa, se levantó de la cama, tratando de evitar la mirada intensa de Enzo.
—¿Dónde vas? —preguntó Enzo, su voz cargada de una ligera preocupación.
—A mi habitación —respondió ella, sin mirarlo, con la cabeza baja—. Quiero darme un baño.
Enzo notó el tono frío en sus palabras, la falta de la cercanía que solían tener. Algo no estaba bien, y aunque no era evidente en sus palabras, podía percibirlo en el aire que los rodeaba. Decidió no presionar más, entendiendo que no se trataba de lo que Amatista decía, sino de lo que sentía.
Amatista caminó hacia su habitación, y antes de poder entrar al baño, la puerta se abrió detrás de ella. Enzo entró sin pedir permiso, la siguió hasta el baño, sus pasos silenciosos pero firmes. Se detuvo frente a ella, mirándola con esa intensidad que no podía esconder.
—¿Por qué viniste a mi habitación anoche para dormir conmigo, y ahora me tratas con esta frialdad? —preguntó, su tono lleno de curiosidad y confusión.
Amatista lo miró fijamente, su rostro algo tenso, pero sus ojos reflejaban una honestidad que no podía ocultar.
—No estoy enojada contigo —respondió con suavidad—. Solo estoy preocupada. Tenías fiebre anoche, y… quiero asegurarme de que estés bien. No quiero que el estrés me haga daño, no quiero que eso afecte al bebé.
Enzo la observó en silencio, procesando sus palabras. Luego, con una expresión entre confundida y algo herida, preguntó:
—¿Yo te produzco estrés?
Amatista suspiró, alzando la mirada hacia él.
—No es tú —respondió—. Es la situación. Los comentarios de Isis que no ayudan en nada. Su forma de echarme la culpa solo me pone más nerviosa.
Enzo, un poco molesto por la mención de Isis, se acercó un paso más.
—Si lo necesitas, echaremos a Isis de la mansión. No quiero que nadie te haga sentir incómoda.
Amatista negó con la cabeza rápidamente.
—No necesito que hagas eso. Solo quiero estar tranquila y descansar. Necesito un poco de paz.
Enzo la miró con una mezcla de comprensión y frustración, pero asintió.
—Está bien, gatita. Te daré todo el espacio que necesites. Pero no me trates de esta forma fría, por favor.
Amatista, con una leve sonrisa triste, asintió.
—Lo siento, no era mi intención. Perdóname.
Enzo no respondió de inmediato. En lugar de eso, la abrazó con fuerza, un abrazo lleno de consuelo y amor. Por un momento, ambos permanecieron en silencio, como si el simple acto de abrazarse fuera suficiente para calmar la tensión que había entre ellos.
Finalmente, Amatista rompió el silencio, mirando a Enzo con ojos cansados.
—¿Puedes dejarme darme un baño, por favor? —pidió, su voz suave pero firme.
Enzo la miró por un instante más, asegurándose de que todo estuviera bien. Al ver su expresión más relajada, asintió y salió del baño, dejándola tener el espacio que necesitaba.
Amatista se tomó su tiempo en el baño, dejando que el agua tibia relajara sus músculos tensos. Cerró los ojos, intentando despejar su mente de las preocupaciones que la habían perseguido los últimos días. Al terminar, se envolvió en una toalla y caminó hacia su armario. Eligió un vestido ligero y cómodo que le favorecía, pensando en la posibilidad de que, con el tiempo, tendría que renovar su guardarropa.
Al bajar al comedor, encontró a Enzo e Isis ya sentados, desayunando en silencio. Amatista los saludó con un leve "buenos días" y se sentó en su lugar. Tomó un poco de té y comenzó a comer. El ambiente se mantenía tranquilo, aunque cargado de un leve aire de tensión que nadie parecía querer abordar.
Finalmente, Amatista rompió el silencio.
—Estuve pensando… Quiero comprar algunas prendas nuevas. Por ahora mi ropa todavía me queda, pero a medida que mi vientre crezca, me va a ser imposible usar muchas de estas cosas.
Enzo levantó la vista de su taza de café, asintiendo con interés.
—Claro, gatita. Podemos ir juntos más tarde —respondió con calma, su tono mostrando disposición.
Isis, que hasta el momento había permanecido en silencio, intervino rápidamente.
—¡Yo también quiero ir! Hace tiempo que no salgo de compras —comentó con entusiasmo, mirando a Enzo.
Amatista, un poco incómoda con la idea, dirigió su mirada a Enzo antes de hablar.
—¿No sería peligroso? —preguntó con cautela—. Albertina sigue libre, y no sabemos si podría intentar algo.
Enzo dejó su taza sobre la mesa con un gesto tranquilo, pero firme.
—Albertina está escondida. No va a hacer nada por ahora, lo sabemos por nuestras fuentes —aseguró—. Además, iremos con Roque, y el centro comercial tiene buena seguridad.
Amatista asintió, algo más tranquila, aunque no del todo convencida.
—Está bien, entonces.
El desayuno continuó en silencio, con pocos intercambios entre los tres. Una vez terminaron, Enzo se puso de pie y se dirigió a ambas mujeres.
—Salimos en una hora —dijo con firmeza—. Prepárense.
Amatista subió a su oficina, aprovechando el tiempo para revisar los últimos diseños que había estado trabajando. Envió algunos correos a Santiago para que los revisara, asegurándose de que todo estuviera en orden. La concentración en su trabajo le permitió olvidarse momentáneamente de las preocupaciones que rondaban su mente.
Una hora más tarde, bajó lista y se encontró con Enzo, Isis y Roque esperándola en la entrada. Sin muchas palabras, los cuatro subieron al auto y se dirigieron al centro comercial, cada uno sumido en sus pensamientos.
Veinte minutos más tarde, el auto se detuvo frente al moderno centro comercial. Las luces brillantes y las vitrinas elegantes daban la bienvenida, pero Amatista no se sentía del todo emocionada. Enzo, siempre atento, colocó una mano en su espalda mientras la guiaba hacia la entrada.
—Elige lo que quieras, gatita —le dijo con una sonrisa que pretendía animarla.
Antes de que pudiera responder, Isis se adelantó con un tono algo sarcástico:
—¿También pagarás por lo mío, primo? —preguntó, levantando una ceja y cruzando los brazos, claramente buscando priorizarse.
Enzo no pareció inmutarse. Con su tono seguro, respondió:
—Claro, Isis. Tómalo como una cortesía, pero no abuses.
Isis sonrió con falsa dulzura y se adentró en las tiendas, dejando a Enzo y Amatista en un ambiente más tranquilo. Pronto, encontraron una tienda de ropa que parecía adecuada para Amatista. Enzo intentó animarla, señalándole vestidos con tonos suaves y cortes cómodos.
—¿Qué te parece este? Creo que resaltaría tus ojos —sugirió, mientras tomaba un vestido azul pastel del perchero.
Amatista lo miró, agradecida por el esfuerzo, pero su entusiasmo no era el mismo de otras veces. Aunque no estaba distante, su seriedad era evidente. Después de unos minutos de recorrer la tienda, finalmente eligió tres vestidos. Se acercó a Enzo, sosteniéndolos con cuidado.
—Quiero pagarlos yo misma, Enzo. Es algo que me gustaría hacer —dijo, con una mezcla de determinación y dulzura.
Enzo frunció levemente el ceño. No estaba acostumbrado a que Amatista tomara estas iniciativas. Siempre había sido él quien se encargaba de todo lo que ella necesitara o quisiera. Pero al ver la sinceridad en sus ojos, suspiró y cedió.
—Está bien, gatita. Pero será solo esta vez.
Amatista le sonrió y, agradecida, le dio un beso en la mejilla.
—Gracias, Enzo.
Mientras Amatista pagaba, Enzo notó que Isis ya no estaba cerca. Sus compras la habían distraído hasta el punto de perderse en la multitud. Decidieron no buscarla y aprovechar el tiempo para ver artículos de bebé. Aunque no tenían planes de comprar nada en ese momento, se dejaron llevar por la ternura de los pequeños zapatitos, mantas suaves y diminutos conjuntos.
—Mira estos zapatitos —comentó Amatista, sosteniendo un par en miniatura.
Enzo sonrió, relajándose por un momento mientras los observaba.
—Es increíble lo pequeños que son... —murmuró, su voz cargada de una mezcla de asombro y ternura.
Después de un rato, continuaron caminando por el centro comercial. Amatista se detuvo frente a una vitrina y señaló una camisa elegante.
—Creo que esta te quedaría muy bien, Enzo. ¿Por qué no te la pruebas?
Enzo arqueó una ceja y negó con la cabeza.
—Con el vendaje será complicado, apenas puedo vestirme por las mañanas.
—Entonces te ayudaré —ofreció Amatista sin dudar.
Sin darle tiempo a protestar, lo tomó del brazo y lo llevó al probador. Una vez dentro, Enzo comenzó a desabotonarse la camisa con movimientos lentos, y Amatista se acercó para ayudarle. Sus dedos rozaron la piel de Enzo, cálida bajo el vendaje. Ambos sintieron una tensión que ninguno mencionó. Amatista trataba de mantener la calma mientras lo ayudaba a ponerse la nueva camisa, pero no podía ignorar lo cerca que estaba de él. Por su parte, Enzo notaba cada ligero roce, un calor extraño recorriendo su cuerpo.
Cuando finalmente terminó de acomodarle la camisa, Enzo se giró hacia el espejo. Se observó con detenimiento y sonrió.
—Me queda bien —comentó con satisfacción.
Amatista lo miró desde atrás, satisfecha con su elección. Salieron juntos del probador, y Enzo se dirigió a pagar, pero ella lo detuvo.
—Quiero hacerlo yo. Que sea un regalo —dijo, mirándolo directamente.
Enzo la miró por un momento antes de asentir, aunque con una ligera advertencia.
—Está bien, gatita. Pero será la única vez.
Amatista sonrió y procedió a pagar. Una vez fuera, continuaron recorriendo el centro comercial. El reloj marcaba las dos de la tarde cuando Amatista comentó:
—Enzo, tengo hambre.
—Hay una cafetería aquí cerca. Vamos —respondió él mientras tomaba su teléfono para enviar un mensaje a Isis y Roque, indicándoles dónde los encontrarían.
En la cafetería, Amatista pidió un jugo de naranja y una ensalada ligera. Enzo, en cambio, pidió pasta y una copa de vino.
—¿No quieres pedir algo más sustancioso, gatita? —sugirió Enzo, con tono suave pero firme.
Amatista reflexionó un momento antes de asentir.
—Tienes razón. Pediré carne.
El almuerzo transcurrió en un ambiente tranquilo, aunque Isis y Roque aún no llegaban. Enzo revisó su teléfono y vio un mensaje de Roque indicando que Isis seguía comprando. Aprovechando la demora, Enzo sugirió:
—Deberías elegir algo más de ropa, gatita. Tres vestidos no serán suficientes.
Amatista lo miró, considerando la sugerencia, y asintió.
—Tal vez tengas razón. Vamos a buscar algo más mientras esperamos.
Ambos se levantaron, listos para continuar el recorrido. Amatista y Enzo se dirigieron a una tienda más grande y variada. La joven comenzó a recorrer los pasillos con detenimiento, inspeccionando cada prenda. En medio de su búsqueda, levantó un vestido de colores estridentes y cortes exagerados, mostrándoselo a Enzo con una sonrisa traviesa.
—¿Qué opinas de este? —preguntó, aguantando una risa.
Enzo arqueó una ceja y respondió con tono seco, aunque divertido:
—Si quisieras asustar a alguien, sería una excelente elección, gatita.
Ambos rieron suavemente, compartiendo ese momento relajado, casi olvidando las tensiones recientes. Amatista continuó seleccionando con cuidado, y al final eligió cinco vestidos que le parecían perfectos. Sin embargo, Enzo no parecía satisfecho.
—Cinco no son suficientes —dijo, cruzando los brazos mientras observaba los percheros cercanos—. Lleva al menos diez.
Amatista negó con la cabeza, sosteniendo su argumento con firmeza.
—Enzo, si necesitamos más, podemos volver otro día. Además, ya tenemos otras cosas por hacer.
Enzo la observó con seriedad por un momento, luego suspiró y asintió.
—Está bien, gatita. Tú ganas... por ahora.
Salieron de la tienda y continuaron recorriendo el centro comercial. En el camino hacia donde Isis y Roque los esperaban, algo llamó la atención de Amatista. En una de las tiendas, una cuna blanca de diseño elegante y clásico capturó su mirada. Venía acompañada de una mecedora a juego, tapizada con un suave tejido beige. Para Amatista, era la cuna más hermosa del mundo.
Se detuvo en seco, girándose hacia Enzo con ojos llenos de súplica.
—Enzo, ¿podemos comprarla más adelante? Es perfecta para el bebé.
Enzo la miró, analizando la situación. Sin embargo, no tardó en tomar una decisión.
—Es mejor comprarla ahora mismo, gatita. Así la enviarán directamente a la mansión.
Amatista dudó por un instante, pero la emoción por la cuna y la mecedora superó cualquier indecisión. Asintió con entusiasmo.
—De acuerdo. Tienes razón.
Entraron juntos al local. Enzo, como siempre, se encargó de las gestiones con un tono autoritario y decidido. Compraron tanto la cuna como la mecedora, organizando el envío a la mansión. Mientras caminaban hacia Isis y Roque, Amatista comenzó a hablar emocionada.
—No puedo esperar para usar esa mecedora, Enzo. Imagino estar sentada allí, amamantando al bebé, mientras lo arrullo para que se duerma.
Enzo la miró de reojo, y aunque su expresión permaneció seria, sus ojos reflejaron algo más profundo. Esa imagen que Amatista describía también le parecía fascinante.
—Será un buen lugar para ti y el bebé, gatita —respondió, con un leve tono de ternura en su voz.
Finalmente, llegaron donde estaban Isis y Roque. La escena era casi cómica: Roque estaba rodeado de bolsas, tantas que apenas podía sostenerlas, mientras Isis continuaba seleccionando ropa con un entusiasmo casi infinito.
Amatista y Enzo intercambiaron una mirada, y luego se acercaron para aliviar un poco la carga de Roque. Cada uno tomó algunas bolsas, lo que provocó un suspiro de alivio del hombre.
—Gracias... de verdad, gracias —murmuró Roque, casi sin aliento.
Enzo, siempre pragmático, dirigió su atención hacia Isis. Su tono era estricto, pero no del todo severo.
—Isis, tienes diez minutos para terminar tus compras. Después de eso, no pagaré nada más.
Isis frunció el ceño, claramente molesta por la advertencia, pero no se atrevió a desafiarlo. Enzo no era alguien con quien valiera la pena discutir.
—Está bien, primo. Ya casi termino —respondió, tomando un último vestido antes de dirigirse a la caja.