Capítulo 131 Diez minutos más
La luz de la mañana se filtraba por las cortinas, acariciando el rostro de Amatista mientras permanecía acurrucada en la cama. Enzo ya estaba despierto, pero no se movía, observándola con una mezcla de ternura y deseo. Cuando ella abrió los ojos lentamente, dejó escapar un suspiro cansado. Habían pasado varios días, y ahora había llegado el esperado día de la presentación de Lune.
—No quiero levantarme... Estoy tan cansada —murmuró con la voz aún adormilada, escondiendo su rostro entre las almohadas.
Enzo se inclinó hacia ella, acariciándole la espalda con suavidad.
—Entonces quédate, gatita. Yo también me quedo contigo.
Amatista sonrió débilmente, sin abrir los ojos.
—Solo diez minutos más...
—Diez minutos, está bien —respondió Enzo, aunque el tono travieso de su voz la hizo dudar de sus intenciones.
Se inclinó hacia su cuello, besándola suavemente. Sus labios cálidos recorrieron la curva de su piel, dejando una estela de escalofríos. Amatista se estremeció y dejó escapar una risa baja.
—Así no me dejas descansar, Enzo.
—¿Y cómo podría resistirme? —murmuró él contra su cuello, tomando su mano y guiándola hacia su propio cuerpo.
Amatista abrió los ojos, divertida, y levantó la mirada para encontrarse con la suya. La intensidad en los ojos de Enzo siempre lograba acelerar su corazón.
—Eres imposible... —dijo con un tono coquetamente rendido, deslizándose hacia él.
Sin poder resistir más, Enzo se inclinó para besarla en los labios. El beso comenzó lento, como si cada uno estuviera disfrutando del momento, pero pronto se intensificó. Sus manos se movieron con familiaridad y deseo, trazando líneas invisibles sobre la piel del otro.
Amatista se inclinó sobre Enzo, acariciando su torso desnudo con sus manos, moviéndose con cuidado por la herida en su hombro. Enzo dejó escapar un gemido bajo, parte dolor, parte placer, mientras la atraía hacia él con firmeza.
—No aguanto más, gatita —murmuró con voz ronca, sus manos deteniéndose en su cintura—. Necesito estar contigo... Me siento como si fuera a morir si no lo hago.
Amatista lo miró con una sonrisa cómplice, su respiración también acelerada.
—A mí me pasa igual...
Enzo la levantó ligeramente, acomodándola sobre él con cuidado, siendo consciente de su embarazo. Amatista tomó el control, moviéndose con suavidad, pero no con menos pasión. Sus cuerpos se encontraron como piezas de un rompecabezas, cada toque encendiendo una chispa que los consumía.
El ritmo se intensificó, y Enzo dejó escapar un gemido cuando la mano de Amatista tocó su hombro herido por accidente.
—Eso duele... —susurró, pero su sonrisa lo contradecía—. No te detengas.
Amatista rió suavemente, inclinándose para besarlo mientras seguía moviéndose con cuidado, pero sin perder la intensidad del momento. Los dos se aferraban al otro como si fueran la única cosa segura en el mundo, dejando que el placer los envolviera por completo.
Cuando ambos alcanzaron el clímax, sus respiraciones entrecortadas llenaron la habitación. Amatista se dejó caer suavemente sobre el pecho de Enzo, ambos sumidos en una sensación de completa satisfacción.
—Creo que nuestros diez minutos se extendieron un poco —bromeó Amatista, aún tratando de recuperar el aliento.
—Valió cada segundo —respondió Enzo, acariciando su espalda con ternura.
Decidieron levantarse juntos y dirigirse al baño. La ducha compartida estuvo llena de risas y caricias juguetonas
El agua de la ducha dejó una sensación de frescura en sus cuerpos mientras Amatista y Enzo se vestían con ropa cómoda para quedarse en casa. Amatista optó por un conjunto ligero de pantalones holgados y una blusa suelta de algodón, mientras que Enzo se puso una camiseta gris y unos pantalones deportivos negros.
Mientras ajustaba los últimos detalles de su atuendo, Enzo la observó fijamente, dejando entrever un dejo de seriedad en su mirada.
—Gatita… —comenzó, aunque su tono era más suave que de costumbre—. ¿Vamos a volver a estar juntos? Ya no aguanto tenerte cerca, pero sentir que no somos nada.
Amatista se volvió hacia él, divertida, pero algo sorprendida por la sinceridad en sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
Enzo suspiró, acercándose y tomando su rostro entre sus manos.
—Quiero que me vuelvas a llamar amor. Que seas cariñosa conmigo como antes… No puedo soportar sentir esta distancia entre nosotros.
Amatista esbozó una sonrisa pícara, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Está bien, amor —respondió, su tono juguetón—. Pero que quede claro que lo de hace un rato no tuvo nada que ver.
Enzo dejó escapar una carcajada baja, y antes de que ella pudiera agregar algo más, la besó con intensidad, tomándola por sorpresa. Amatista rió contra sus labios, empujándolo suavemente.
—Ya basta, amor. Vamos a bajar a desayunar. Es bastante tarde.
Al llegar al comedor, Isis y Rita ya estaban allí, esperando. La prima de Enzo los miró con una sonrisa burlona.
—Por fin, primo. ¿Por qué tardaron tanto?
Enzo se encogió de hombros, tomando asiento junto a Amatista.
—Estábamos ocupados. Hubieran comenzado si ya era la hora.
Isis rodó los ojos, pero antes de responder, Roque entró en la sala con una bolsa en la mano. Caminó hacia Enzo y le entregó el paquete con un gesto respetuoso.
—Traje lo que pidió, señor.
Enzo tomó la bolsa y la colocó frente a Amatista.
—Es para ti, gatita.
Amatista parpadeó, sorprendida, antes de tomar la bolsa. Al abrirla, sus ojos se iluminaron al sacar un vestido de seda color celeste. Los delicados tirantes y el escote en la espalda, cubierto apenas por finos hilos de seda, lo hacían elegante y sensual a la vez.
—Enzo, no era necesario. Es realmente hermoso... —murmuró, sonriendo mientras lo sostenía frente a ella.
—Debes verte hermosa esta noche para la presentación de Lune —respondió él con una sonrisa y un guiño, evitando dar más detalles.
—¡Oh, escuché sobre las joyas de Lune! —exclamó Isis con entusiasmo, girándose hacia Enzo—. ¿Me dejas ir también, primo? Por favor…
Enzo suspiró, pero terminó accediendo.
—Puedes ir, pero no molestes.
Isis dio un pequeño grito de alegría, aplaudiendo.
—¡Perfecto! Rita también puede acompañarnos.
Rita, quien hasta entonces había permanecido en silencio, fingió sorpresa y modestia.
—No creo que sea apropiado. No tengo ropa para ese tipo de eventos… Ni la educación para algo así.
—No digas tonterías. Yo te ayudo con eso —respondió Isis, emocionada—. Podemos conseguirte un vestido perfecto.
—De verdad, no quiero molestar —insistió Rita, bajando la mirada con un gesto de falsa timidez.
—Si quieres ir, no hay problema —intervino Enzo con un tono seco y distante, como si no le importara realmente.
—Entonces podemos buscar algo entre las cosas de Amatista —sugirió Isis con descaro—. Seguro algo le quedará a Rita.
Amatista, manteniendo la calma, negó suavemente.
—No creo que sea apropiado. Rita, por favor, no lo tomes a mal, pero soy muy cuidadosa con mi ropa. La mayoría son regalos muy importantes de Enzo y cada uno tiene una historia detrás.
Rita levantó las manos en señal de rendición.
—Entiendo perfectamente, no quiero incomodar a nadie.
—¡Ay, por favor! No pasará nada porque le prestes un vestido —insistió Isis—. Si no quieres, yo le prestaré uno mío. Encontraremos algo que le quede bien.
Enzo intervino antes de que la discusión escalara.
—Puedes ser tan generosa como quieras con tus cosas, Isis, pero no puedes esperar lo mismo de los demás.
Amatista, buscando calmar el ambiente, propuso:
—Podemos pedirle a Roque que compre lo necesario para Rita, algo de su talla, para que no se sienta obligada a usar algo de otra persona.
Rita intentó rechazar la oferta, pero Isis insistió, mostrándose emocionada.
—¡Claro que sí! Rita también debe verse perfecta esta noche.
Enzo levantó una mano para interrumpir la conversación.
—Desayunen primero. Luego, Rita, dale tus medidas y preferencias a Roque. Él conseguirá lo que necesites. Será un regalo de Amatista y mío.
Rita agradeció, ocultando su molestia tras un gesto de vergüenza fingida. La tensión disminuyó, y todos continuaron con el desayuno.
El desayuno transcurría en una relativa calma, con las charlas fluyendo entre bocados de pan recién horneado y café caliente. De pronto, Amatista levantó la vista y, mirando a Enzo con curiosidad, preguntó:
—Amor, ¿dónde está Cookie? Hace días que no lo veo por la mansión.
Enzo dejó su taza de café sobre la mesa con una sonrisa casi divertida.
—Lo envié a una academia para entrenarlo. No quiero que vuelva a comerse los zapatos de Valentino. Y mucho menos que Valentino venga a reclamarme por eso.
Amatista no pudo evitar reírse ante la explicación.
—¿Así que lo castigaste por eso? Pobrecito. Pero está bien, seguro le hará bien aprender un poco de disciplina.
Isis aprovechó el momento para cambiar de tema, con una sonrisa astuta.
—Primo, ya que estamos hablando de decisiones importantes, ¿por qué no dejas que Rita y yo vayamos a comprar nuestros vestidos con tu tarjeta? En vez de enviar a Roque, nosotras mismas podemos escoger lo que necesitamos.
Enzo arqueó una ceja, con una expresión mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Ya se te olvidó que hace unos días arrasaste con medio centro comercial?
Isis hizo un puchero, inclinando la cabeza como una niña pequeña.
—Ay, no seas malo. ¡Soy tu primita! No puedo ir con algo que ya usé antes.
Enzo suspiró teatralmente y sacó su tarjeta de la billetera.
—Está bien, pero escucha bien, Isis: solo vestidos y zapatos. Si compras algo más, te haré pagar limpiando los baños del club de golf por una semana.
Isis se llevó una mano al pecho, horrorizada por la idea.
—¡Primo, qué crueldad la tuya! Está bien, prometo comportarme.
En ese momento, Rita intervino con un tono aparentemente humilde.
—Señor Bourth, si es necesario, puedo trabajar para pagar el vestido o incluso mi estadía. No quiero ser una carga para ustedes.
Enzo la miró con calma, pero su desconfianza hacia ella creció un poco más. Aun así, no dejó que sus pensamientos se reflejaran en su rostro.
—No te preocupes por eso, Rita. Está todo bajo control.
Amatista, notando la incomodidad en el aire, miró a Enzo y sonrió.
—Amor, ¿por qué no les permites ir a un café también? No sería justo que salgan de compras y no puedan tomarse un descanso.
Isis se iluminó de inmediato.
—¡Sí, por favor!
Enzo se encogió de hombros con aparente indiferencia.
—Está bien, pero nada más.
Rita giró hacia Amatista con una expresión de gratitud.
—Amatista, sería genial si pudieras acompañarnos. Tienes un ojo increíble para la ropa, y la verdad es que yo no sé mucho sobre estas cosas.
Amatista negó con suavidad, mostrándose comprensiva.
—Lo siento, Rita, pero no podré ir. Tengo una cita médica y luego debemos volver a la mansión para prepararnos para la fiesta.
Isis, no queriendo perder la oportunidad de molestar, miró a Enzo con una sonrisa traviesa.
—¿Y por qué no vienes tú, primo? Nos ayudarías a elegir y podrías asegurarte de que no compremos nada fuera de lo permitido.
Enzo se rió, negando con la cabeza.
—No iré. Estaré con Amatista en su cita médica.
Tras el desayuno, los grupos se separaron. Enzo y Amatista se dirigieron a la clínica, mientras que Isis y Rita tomaron un taxi hacia el centro comercial.
El camino hacia la clínica transcurrió en silencio cómodo. Amatista miraba por la ventana, acariciándose suavemente el vientre, mientras Enzo mantenía una mano en el volante y otra descansaba sobre su pierna. Al llegar, Federico los recibió con una sonrisa profesional y una leve inclinación de cabeza.
—Enzo, Amatista, qué gusto verlos. Espero que estén listos para una mañana emocionante.
—Por supuesto, doctor —respondió Enzo, pasando un brazo por los hombros de Amatista mientras avanzaban hacia la sala de espera.
La clínica era discreta y lujosa, diseñada para la comodidad. Aunque había pocas personas, la espera se hacía notar. Enzo no parecía impaciente; mantenía una conversación tranquila con Amatista sobre los posibles nombres para el bebé.
Finalmente, Federico los llamó a la sala de ecografía. Amatista se recostó en la camilla, y Enzo tomó asiento a su lado, sosteniéndole la mano.
—Vamos a ver cómo está el bebé —dijo Federico, aplicando el gel frío sobre el vientre de Amatista antes de empezar.
La pantalla pronto mostró una imagen nítida, y Federico sonrió.
—Ahí está. Todo parece estar en perfecto estado… Y ahora vamos a confirmar algo más.
El médico giró un poco el monitor hacia ellos, señalando un punto específico.
—Felicidades, van a tener un niño.
Amatista miró a Enzo con una sonrisa radiante.
—¿Escuchaste eso, amor? Un niño.
—Lo escuché, gatita. Nuestro pequeño estará perfecto —respondió Enzo, con una satisfacción evidente mientras seguía observando la pantalla.
Federico les entregó las primeras imágenes impresas del bebé, y ambos salieron de la clínica, con Enzo murmurando algo sobre asegurarse de que el niño tuviera todo lo que necesitara, y más.
Isis y Rita bajaron del taxi frente a un centro comercial elegante, pero no tan exclusivo como las tiendas que Amatista frecuentaba. Al entrar, los escaparates ofrecían vestidos llamativos y zapatos brillantes, aunque no del nivel que ambas hubieran preferido.
—Es una lástima que Amatista no me haya prestado uno de sus vestidos —comentó Rita, fingiendo un tono casual mientras examinaba un maniquí con un vestido rojo.
Isis resopló, cruzándose de brazos.
—Claro que no lo haría. ¿Viste su vestidor? Está lleno de marcas exclusivas que ni tú ni yo encontraremos aquí. Enzo le compra todo porque está obsesionado con ella desde que tenía cuatro años.
Rita levantó las cejas, fingiendo sorpresa.
—¿Desde los cuatro?
—Sí, gatita por aquí, gatita por allá. Si fueras inteligente, podrías hacer que Enzo sea así de atento contigo —añadió Isis con una sonrisa maliciosa.
Sin embargo, su tono pronto cambió a uno envidioso mientras revisaba un par de zapatos.
—Ni siquiera mi vestidor tiene cosas tan exclusivas. ¿Y sabes qué es lo peor? Amatista vivió mucho tiempo en otro lugar. Estoy segura de que ahí debe haber mucha más ropa de lujo.
Rita asintió, ajustándose el cabello.
—Es demasiado consentida. Pero ya veremos cómo cae. Nadie tiene tanta suerte para siempre.
Ambas rieron entre murmullos despectivos mientras seguían eligiendo vestidos y zapatos, cada una asegurándose de que lo que compraran superara, al menos en su imaginación, cualquier cosa que Amatista pudiera usar.