Capítulo 75 Una mañana juntos
El sol ya había ascendido alto en el cielo, la luz suave y cálida filtrándose por las ventanas de la mansión del campo. El aire era fresco, y la mansión, que normalmente estaba llena de vida y actividad, ahora parecía estar envuelta en una tranquila calma, como si solo existieran Enzo y Amatista en ese momento.
Amatista despertó lentamente, sus ojos aún medio cerrados mientras sentía la calidez de Enzo a su lado. Estaba acostada sobre su pecho, escuchando el suave ritmo de su respiración, sintiendo su corazón latir de manera tranquila. El peso de la noche anterior todavía estaba en sus cuerpos, el cansancio lo había impregnado todo, pero, al mismo tiempo, había una satisfacción profunda en el aire. Era como si ambos estuvieran completamente consumidos por la conexión que habían compartido, pero el día apenas comenzaba.
Se estiró suavemente, moviéndose para apoyarse sobre su pecho, y al hacerlo, sintió la suavidad de su piel y la calidez de su abrazo. Enzo despertó lentamente, sintiendo el movimiento a su lado. Sus ojos se abrieron lentamente, y cuando se encontró con la mirada de Amatista, una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Buenos días, gatita —dijo Enzo, su voz grave y aún cargada de sueño.
Amatista sonrió, levantando ligeramente la cabeza para mirarlo, disfrutando de la sensación de estar tan cerca de él. La habitación estaba en silencio, pero su conexión era evidente en cada mirada, cada gesto.
—Mmm… ¿qué hora es? —preguntó Amatista, frotándose los ojos mientras miraba hacia el reloj en la mesita de noche. Al ver que ya era tarde, una leve risa escapó de sus labios—. ¡Es tarde! ¡Muero de hambre!
Enzo soltó una pequeña risa, mirando a Amatista con una expresión juguetona. Él también estaba medio adormilado, pero su cuerpo reaccionaba a la cercanía de ella con la misma intensidad.
—No te preocupes, gatita —dijo, sonriendo de forma traviesa—. No voy a dejar que mi gatita pase hambre. ¡Voy a encargar algo enseguida!
Amatista lo miró con una sonrisa burlona y arqueó una ceja.
—¿Por qué no me cocinas algo tú, amor? —dijo, provocativa, mientras se recostaba de nuevo sobre su pecho, disfrutando del calor de su cuerpo.
Enzo soltó un suspiro exagerado y se frotó los ojos, haciéndose el cansado.
—¿Cocinar? —repitió, con tono juguetón—. Estoy realmente agotado, gatita. Necesito descansar.
Amatista soltó una risa suave, acomodándose sobre él y levantando la mirada hacia su rostro.
—Te perdono por haber cumplido tu promesa —dijo, aún riendo—. Sabía que no me fallarías.
Enzo sonrió, disfrutando de la complicidad entre ellos, pero pronto una idea cruzó por su mente.
—Bueno, si prefieres algo más fresco y divertido, ¿qué te parece si nos damos un baño juntos? —sugirió, con una sonrisa traviesa en sus labios.
Amatista lo miró con curiosidad, sus ojos brillando con esa chispa juguetona que él adoraba.
—¿Un baño juntos? —preguntó, levantando una ceja—. Eso suena más tentador que un desayuno, ¿no?
Enzo asintió, sin poder evitar una sonrisa más amplia.
—Exactamente —dijo, acariciando su rostro con ternura—. Después de eso, podemos ir a comer a algún lugar donde te consienta con lo que más te gusta. Yo elijo el restaurante.
Amatista no necesitó más invitación. Se levantó de la cama con una sonrisa y extendió la mano hacia él. Sin decir una palabra más, ambos caminaron hacia el baño, donde la cálida agua ya estaba lista para ellos.
El agua fluía suavemente del grifo, envolviendo la habitación en vapor y calor. Amatista entró primero, su cuerpo desnudo contrastando con la suavidad de la luz que se filtraba a través de la ventana. Enzo la siguió, sin apartar los ojos de ella, y cuando la alcanzó, la abrazó por la cintura, sumergiéndola suavemente en el agua tibia.
El baño no fue simplemente una rutina, sino un momento de cercanía, de compartir el espacio mientras el calor del agua rodeaba sus cuerpos. Las caricias fueron suaves al principio, explorando y disfrutando del contacto. Enzo la rodeó con sus brazos, y ella se recostó contra su pecho, dejando que el agua tibia relajara sus músculos adoloridos. Sus manos se deslizaron lentamente por la piel de ella, tocándola con devoción.
—Esto es lo que necesitaba —dijo Amatista, sonriendo mientras cerraba los ojos y se apoyaba más en él.
Enzo la besó suavemente en la cabeza, acariciando su cabello mojado.
—Yo también, gatita. —respondió, disfrutando de la paz que solo podía encontrar con ella.
A medida que el baño continuaba, las risas se mezclaron con caricias más atrevidas. La necesidad de estar cerca el uno del otro, de reconectar después de tanto tiempo, los envolvía. Las risas se convirtieron en susurros y las caricias en toques más íntimos, pero ninguno de los dos quería apresurarse. La paz de estar juntos era suficiente por ahora.
El sol de la tarde iluminaba suavemente el camino mientras el auto avanzaba hacia la ciudad. Enzo conducía con una mano firme en el volante, mientras la otra descansaba sobre el muslo de Amatista, que, con una sonrisa tranquila, observaba el paisaje. Después de su baño juntos y el momento de complicidad en la mansión del campo, ambos se sentían relajados, como si el mundo exterior hubiera dejado de existir por un rato.
—Dicen que preparan la mejor pasta de la ciudad, gatita —comentó Enzo, rompiendo el silencio cómodo que los envolvía.
Amatista levantó la mirada hacia él, una ceja arqueada y una sonrisa traviesa en sus labios.
—Espero que no estés exagerando, amor. Sabes que tengo expectativas altas cuando se trata de comida. —respondió, juguetona, dejando que sus dedos rozaran ligeramente su brazo.
Enzo sonrió, girando ligeramente la cabeza para mirarla de reojo.
—Confía en mí. Esta pasta hará que no quieras comer en ningún otro lugar.
El viaje continuó entre bromas ligeras y conversaciones relajadas. Amatista jugaba con su cabello, ahora suelto después del baño, mientras Enzo la miraba de reojo con admiración. Había algo en la manera en que ella llenaba el auto con su presencia que lo hacía sentir completo.
El restaurante era un edificio elegante, con una fachada de ladrillos rojos y ventanales altos que dejaban ver un interior sofisticado pero acogedor. Al bajar del auto, Amatista ajustó su vestido casual pero ajustado, mientras Enzo, vestido con una camisa perfectamente planchada y pantalones oscuros, le ofreció su brazo.
—¿Lista para sorprenderte? —preguntó él con una sonrisa confiada.
—Siempre estoy lista, amor. La pregunta es si tú puedes mantener tus promesas. —respondió ella, siguiéndolo mientras subían los escalones hacia la entrada.
El aroma a hierbas frescas y ajo los envolvió al entrar, y Amatista dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción. El lugar estaba decorado con tonos cálidos, mesas de madera oscura y lámparas colgantes que creaban una atmósfera íntima pero elegante. Los camareros, vestidos impecablemente, se movían con precisión entre las mesas, atendiendo a los comensales.
Un maître los recibió con una inclinación de cabeza y los condujo a una mesa junto a una ventana que daba hacia la avenida principal. Amatista se acomodó en su asiento mientras Enzo, como era su costumbre, esperaba a que ella estuviera lista antes de sentarse.
—¿Qué opinas hasta ahora? —preguntó él, mirándola mientras le entregaban los menús.
—El lugar tiene estilo, lo admito. Pero la comida será la verdadera prueba. —respondió ella, sonriendo mientras abría la carta.
Enzo rió suavemente, apoyando un codo en la mesa y observándola con detenimiento.
—Siempre tan exigente, gatita. Pero eso me encanta de ti.
Amatista le devolvió la mirada, una mezcla de travesura y ternura en sus ojos.
—Lo sé. Pero eso también significa que tienes que esforzarte para impresionarme.
Mientras estudiaban el menú, intercambiaron algunas bromas sobre los platos. Amatista insistió en que probaría el fettuccine con trufas, mientras que Enzo, fiel a sus raíces, eligió un rigatoni con salsa de tomate y especias. Un camarero llegó rápidamente para tomar el pedido, y ambos se acomodaron en sus asientos, disfrutando de la tranquilidad del momento.
Mientras esperaban, Amatista notó que algunas miradas se dirigían hacia su mesa. A lo lejos, un grupo de personas mayores estaba sentado en una esquina estratégica del restaurante. Los reconoció vagamente como socios influyentes, el tipo de personas que siempre parecían estar al tanto de todo lo que ocurría en el mundo de los negocios. Entre ellos estaban Maicol, Diego, Bera, Eva y Alex, figuras importantes que habían trabajado con Romano en el pasado.
—Enzo… —murmuró Amatista, inclinándose ligeramente hacia él—. Creo que tienes admiradores al otro lado del restaurante.
Enzo siguió su mirada y, al ver a los socios observándolos con curiosidad, dejó escapar un suspiro suave. Sus ojos se oscurecieron ligeramente, como siempre lo hacían cuando sentía que alguien invadía su espacio personal.
—Son Maicol y los demás. Viejos socios de Romano. —dijo, recostándose en su silla, aunque su expresión se mantuvo firme—. Seguramente están intrigados por verte conmigo.
Amatista se encogió de hombros, manteniendo una sonrisa despreocupada.
—Deja que miren. No les debo nada. Pero parece que no piensan dejar de observar.
Enzo la miró con una sonrisa que no alcanzó sus ojos, y luego dejó escapar un suspiro.
—Voy a saludarlos. Así quizá nos dejen en paz. —dijo, levantándose con elegancia.
Amatista asintió, divertida, y lo vio caminar hacia el grupo. Enzo, con su porte impecable y su aura de autoridad, se acercó a los socios con paso seguro, estrechando manos y haciendo comentarios corteses. Desde la distancia, Amatista podía notar cómo las miradas de ellos pasaban de curiosas a respetuosas. No importaba quiénes fueran o cuán poderosos se considerarán, Enzo siempre tenía la capacidad de dominar cualquier espacio.
Mientras tanto, Amatista se recostó en su silla, disfrutando de la música suave que llenaba el restaurante y observando cómo Enzo interactuaba con los socios. Había algo fascinante en la forma en que manejaba las situaciones, siempre con una mezcla perfecta de firmeza y encanto.
Cuando regresó a la mesa, Amatista lo recibió con una sonrisa burlona.
—¿Y bien? ¿Quedaron satisfechos con tu aparición? —preguntó, con un tono juguetón.
Enzo se sentó, dejando escapar una risa suave.
—Espero que sí. Aunque no sería la primera vez que tengo que lidiar con su curiosidad. —respondió, tomando la mano de Amatista sobre la mesa—. Pero no voy a dejar que nos arruinen la tarde.
El camarero llegó en ese momento con sus platos, interrumpiendo la conversación. Amatista miró su fettuccine con trufas, y su sonrisa se amplió mientras el aroma la envolvía.
—De acuerdo, amor. Admito que esto huele increíble. —dijo, tomando el tenedor.
Enzo, con una sonrisa de satisfacción, levantó su copa de vino.
—A la mejor pasta de la ciudad. Y a nosotros. —dijo, alzando la copa hacia ella.
Amatista chocó su copa contra la de él, riendo suavemente.
—Por nosotros. Y porque nunca te quedas corto con tus promesas, amor.
Amatista llevó el tenedor a su boca con expectación, y al probar el primer bocado de su fettuccine con trufas, cerró los ojos, disfrutando de la explosión de sabores. El aroma terroso de las trufas combinado con la textura cremosa de la salsa era simplemente perfecto.
—Esto… —comenzó, dejando el tenedor en el plato por un momento mientras lo miraba con los ojos entrecerrados—. Esto es increíble, amor. Creo que puedo perdonarte por todo lo que me hiciste esperar.
Enzo rió, tomando un bocado de su rigatoni. Su expresión relajada y satisfecha decía todo lo que necesitaba sobre la calidad de la comida.
—Te dije que no te arrepentirías. —respondió, apoyando un codo sobre la mesa mientras la miraba comer con un brillo de diversión en los ojos—. Aunque estoy empezando a pensar que vine aquí solo para ganarme tu perdón con comida.
Amatista soltó una risa suave y negó con la cabeza, tomando un sorbo de su copa de vino antes de responder.
—No puedo negarlo. Es difícil enojarse contigo cuando me llevas a lugares como este. —comentó, su tono juguetón mientras señalaba su plato—. Esto es una obra maestra. Pero no creas que puedes usar la comida como excusa siempre.
Enzo alzó una ceja, un toque de picardía en su mirada.
—¿Siempre? ¿Desde cuándo crees que necesito excusas contigo, gatita? —dijo, inclinándose hacia ella.
Amatista rodó los ojos, aunque una sonrisa seguía en sus labios. Se llevó otro bocado a la boca, disfrutando del silencio momentáneo entre ellos. El almuerzo era más que una simple comida; era un espacio para compartir, para conectar después de los días y las noches cargados de emociones que habían vivido.
—Entonces, ¿qué opinas del rigatoni? —preguntó Amatista, señalando su plato con el tenedor mientras lo miraba con curiosidad.
Enzo tomó otro bocado antes de asentir con aprobación.
—Perfecto. Aunque tengo que admitir que me intriga más cómo sigues mirando tu plato como si fuera el mejor regalo del mundo. —respondió, con una sonrisa divertida.
Amatista le devolvió la mirada, levantando el mentón con fingida altivez.
—Es que lo es, amor. Mira esto. —dijo, girando su plato ligeramente para mostrarle la perfección de la presentación—. Si esto no es arte, no sé qué lo es.
Enzo rió, tomando otro sorbo de vino mientras la observaba. Había algo en su entusiasmo que siempre lograba desarmarlo. Por más que intentara mantener su compostura, Amatista tenía una manera de hacerlo olvidar todo lo demás.
—Siempre encuentras algo que disfrutar en cada momento, ¿no? —comentó Enzo, su tono más suave mientras jugaba con la base de su copa de vino.
Amatista lo miró, inclinando la cabeza ligeramente mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios.
—¿Y por qué no lo haría? Estoy con el hombre que amo, comiendo la mejor pasta de la ciudad. ¿Qué más podría pedir? —respondió, su tono sincero, pero con un destello de picardía al final.
Enzo se inclinó hacia adelante, tomando su mano sobre la mesa. Sus dedos acariciaron los de ella con suavidad, y sus ojos encontraron los de Amatista, sosteniendo su mirada con intensidad.
—No sé qué hice para merecerte, gatita. Pero sé que no hay nada que no haría por ti. —dijo, su voz baja, cargada de significado.
Amatista sintió cómo su corazón se aceleraba ligeramente ante la intensidad de sus palabras, pero no dejó que eso la desarmara por completo. En cambio, apretó suavemente su mano, sonriendo.
—Solo sigue trayéndome a lugares como este, y todo estará bien. —respondió, devolviéndole la sonrisa mientras ambos reían suavemente.
Mientras continuaban con su almuerzo, disfrutando de la conversación y la compañía mutua, Amatista notó que las miradas de los socios al otro lado del restaurante seguían ocasionalmente dirigidas hacia ellos. Sin embargo, ya no le preocupaban tanto. Enzo parecía relajado, su atención completamente en ella, y eso era lo único que importaba.
—¿Siguen mirando? —preguntó Enzo en voz baja, sin voltear hacia ellos.
Amatista asintió ligeramente, inclinándose hacia él para susurrar.
—De vez en cuando. Pero creo que se están acostumbrando a la idea de que no vamos a hacer nada interesante más allá de disfrutar de nuestra comida.
Enzo soltó una leve risa, levantando su copa en un gesto discreto hacia los socios antes de regresar su atención a Amatista.
—Eso es porque no entienden lo interesante que eres, gatita. —comentó, su voz baja y cargada de intención.
Amatista rió suavemente, sacudiendo la cabeza mientras tomaba otro sorbo de su vino.
—O tal vez solo quieren saber cómo logras mantenerte tan intrigante después de tantos años. —respondió, su tono juguetón.
Ambos intercambiaron una sonrisa cómplice, disfrutando del momento mientras el resto del mundo parecía desvanecerse a su alrededor. La comida continuó siendo el centro de su conversación, pero más allá de los sabores y las bromas, lo que realmente los unía era la conexión inquebrantable que compartían.