Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde
La tarde avanzaba con una pereza agradable, bañada por el calor del verano. Enzo y Amatista dejaron atrás el momento íntimo en el sofá y se dirigieron hacia la piscina, buscando refugio en el agua fresca. La idea era simple: Enzo quería enseñarle a Amatista a nadar, aunque ambos sabían que no sería una lección fácil, especialmente con la distracción que provocaba el traje de baño de Amatista.
La joven llevaba un bikini azul celeste que realzaba su figura, mientras que Enzo, con un short oscuro, no podía apartar la vista de ella. Cada movimiento de Amatista parecía diseñado para tentarlo, aunque ella lo hacía sin intención aparente. Enzo sabía que debía concentrarse, pero su mirada seguía a cada paso de ella con un interés que no trataba de ocultar.
—¿En qué piensas, amor? —preguntó Amatista, notando la intensidad en su mirada.
Enzo sonrió, inclinándose ligeramente hacia ella mientras se apoyaba en el borde de la piscina.
—En lo difícil que será concentrarme contigo luciendo así, gatita.
Amatista rio suavemente, lanzándole una mirada juguetona antes de entrar al agua.
—Entonces será un desafío para ambos. —Le guiñó un ojo antes de comenzar a chapotear torpemente, demostrando que sus habilidades para nadar eran, en el mejor de los casos, básicas.
Enzo entró detrás de ella, dejando que el agua fresca envolviera su cuerpo. Se acercó a Amatista, que intentaba mantenerse a flote, y la sostuvo con firmeza por la cintura, guiándola en el movimiento correcto.
—Relájate, gatita. Solo sigue mis indicaciones —le dijo con calma, su voz grave contrastando con las risitas nerviosas de ella.
Las primeras lecciones estuvieron llenas de momentos torpes y risas. Amatista se frustraba fácilmente cuando no lograba coordinar sus movimientos, pero Enzo, paciente, la sostenía cada vez que el agua amenazaba con desbordarla.
—¡No puedo hacerlo! —protestó ella después de varios intentos fallidos, aferrándose a los hombros de Enzo con una mezcla de frustración y diversión.
—Claro que puedes, gatita. Solo necesitas dejar de pensar tanto. Confía en mí.
Amatista lo miró con fingida incredulidad.
—¿Y si no confío?
Enzo sonrió con malicia antes de inclinarse hacia ella y susurrar:
—Entonces tendré que distraerte hasta que lo hagas.
Amatista soltó una carcajada, y el momento de tensión se disipó. Continuaron con la lección, pero eventualmente, el cansancio ganó. Amatista se aferró al cuello de Enzo, dejando que él la sostuviera mientras salían de la piscina. Enzo posó sus manos en sus glúteos para mantenerla en equilibrio, lo que provocó que Amatista lo mirara con una mezcla de diversión y coquetería.
—Siempre encuentras una excusa, amor —dijo, mientras Enzo la colocaba con cuidado sobre el borde de la piscina.
—Solo aprovecho lo que me das, gatita —respondió él con una sonrisa que hablaba de orgullo y deseo.
Ambos decidieron sentarse en el jardín, donde los grandes sillones bajo la sombra de un árbol ofrecían un refugio del sol abrasador. Amatista llevó un par de toallas, mientras que Enzo regresaba con bebidas frías. La conversación entre ellos se volvió ligera y relajada, pero pronto Enzo sacó unos papeles que había dejado en la mesa y comenzó a revisarlos.
—¿Ya trabajando? —preguntó Amatista, mientras bebía su limonada.
—No queda otra, gatita. —Enzo le lanzó una mirada breve antes de volver a sus documentos—. Además, quiero que entiendas cómo funcionan algunas cosas.
Comenzó a explicarle detalles sobre los proyectos en los que estaba trabajando, simplificando los términos para que Amatista pudiera seguir el hilo. Aunque ella escuchaba con atención al principio, pronto empezó a aburrirse.
—Esto no es tan emocionante como nadar —comentó, dejando escapar un suspiro.
Enzo rio suavemente.
—Es el lado menos glamoroso de todo, gatita. Pero igual de importante.
Amatista no respondió. En cambio, se deslizó hasta apoyar la cabeza entre las piernas de Enzo, buscando una posición más cómoda. Desde allí, podía observar su rostro concentrado mientras él repasaba los papeles. La cercanía entre ellos era natural, como si sus cuerpos se ajustaran perfectamente el uno al otro.
Un rato después, Amatista levantó la vista y preguntó:
—Amor, ¿te molestaría si estudio algo?
La pregunta sorprendió a Enzo, quien dejó los papeles de lado y la miró fijamente. Se tomó unos segundos para responder, sus ojos analizando cada expresión en el rostro de Amatista.
—¿Qué tienes en mente, gatita? —preguntó finalmente, con un tono neutral, aunque había cierta tensión en su postura.
—No estoy segura aún. Pero ahora que mamá y Alesandra se fueron, estaré más sola cuando estés trabajando. Quiero ocupar mi tiempo en algo útil.
Enzo no respondió de inmediato. Sus manos acariciaron lentamente el cabello de Amatista mientras reflexionaba sobre la idea. Finalmente, asintió.
—Está bien. Pero si es algo presencial, tendrás que ir con Roque a todas partes. Eso no es negociable.
Amatista sonrió, aliviada por su aprobación.
—Buscaré algo en línea. Así no tendrás que preocuparte.
La emoción era evidente en su voz, y antes de que Enzo pudiera decir algo más, se incorporó ligeramente para besarle la mejilla.
—Gracias, amor.
—No tienes que agradecerme nada, gatita. Quiero que hagas lo que te haga feliz.
Amatista volvió a acomodarse en su regazo, cerrando los ojos mientras disfrutaba de las caricias de Enzo. El cansancio del día comenzó a apoderarse de ella, y pronto se quedó dormida, su respiración volviéndose lenta y tranquila.
El tiempo pasó, y Enzo continuó revisando los papeles con una mano, mientras con la otra acariciaba el cabello de Amatista. Su rostro reflejaba una calma que solo ella podía provocar.
El sol comenzaba a teñir el cielo con tonos dorados y rosados cuando los sonidos de pasos y risas se aproximaron al jardín de la mansión Bourth. Enzo, aún concentrado en acariciar distraídamente el cabello de Amatista, alzó la mirada al ver llegar a sus invitados. Uno tras otro, Demetrio, David, Tyler, Maximiliano, Mauricio, Massimo, Emilio, Sofía, Bianca y Alba hicieron su aparición, llevando consigo el bullicio de una tarde relajada entre amigos.
Amatista seguía profundamente dormida, su cuerpo acurrucado cómodamente en el sillón. Con la entrada de los demás, Enzo tomó una de las mantas que estaban sobre el respaldo y la colocó sobre ella, cubriéndola cuidadosamente. No lo hizo por preocupación al clima, sino por algo mucho más sencillo: celos. No quería que ninguno de los presentes, ni hombres ni mujeres, viera demasiado de su esposa en ese momento, vestida únicamente con su bikini.
Demetrio fue el primero en notar el gesto, arqueando una ceja con evidente diversión.
—¿Una manta, Bourth? ¿En pleno verano? —preguntó con un tono burlón mientras se acomodaba en uno de los sillones cercanos.
—Protección contra el sol, supongo —añadió Tyler con una risa baja.
Enzo, como siempre, mantuvo su calma habitual.
—Está descansando, y prefiero que nadie la moleste —respondió, su tono firme pero tranquilo, dejando claro que no iba a justificar su acto más allá de lo necesario.
Emilio, sentado justo frente a él, soltó una carcajada mientras tomaba un vaso de whisky que le ofreció uno de los empleados.
—Claro, claro. Porque seguro que está pensando en el sol, ¿no? Vamos, Bourth, todos sabemos que es puro instinto territorial.
Massimo, divertido, se unió al juego.
—Ya sabíamos que eras posesivo con los negocios, pero esto es un nuevo nivel, amigo.
—Tú hablas como si no lo fueras —le respondió Enzo con una leve sonrisa, sin apartar la mirada de Amatista.
Mientras las bromas seguían, Bianca, sentada junto a Sofía y Alba, observaba la escena con los brazos cruzados, visiblemente molesta.
—Qué exageración —murmuró, aunque Sofía, siempre rápida con sus comentarios, no tardó en responderle.
—¿Exageración? Yo lo llamo amor verdadero —dijo Sofía, con una sonrisa que Bianca no supo si tomar como burla o sinceridad.
—Yo lo llamo “cuidar lo suyo” —añadió Alba, apoyándose cómodamente en el respaldo del sillón mientras miraba a Amatista con curiosidad—. Aunque admito que tener a alguien que te cuide así no suena nada mal.
Bianca rodó los ojos, pero decidió no responder.
La conversación entre los hombres fluyó hacia temas triviales, desde recuerdos de reuniones pasadas hasta anécdotas de viajes y negocios.
El calor de la tarde se intensificaba en el jardín de la mansión Bourth, donde Enzo y sus invitados compartían una charla relajada. Amatista seguía profundamente dormida, envuelta en la manta que Enzo había puesto sobre ella por pura posesividad. Sin embargo, el calor comenzaba a hacerse evidente.
Con un movimiento perezoso, Amatista se giró, dejando que la manta resbalara de su cuerpo hasta revelar el bikini que llevaba puesto. La reacción fue inmediata. Las conversaciones cesaron y las miradas se dirigieron hacia ella. Enzo, con el ceño fruncido, se apresuró a cubrirla nuevamente antes de que alguien pudiera observar más de lo necesario.
—¿Siempre tan rápido, Bourth? —bromeó Tyler, inclinándose hacia Maximiliano.
—Diría que esto supera incluso tus estándares de control —añadió Emilio, riendo.
Enzo les dirigió una mirada seria, pero no dijo nada. Su enfoque seguía en mantener a Amatista cubierta.
—Debo admitir que es admirable lo atento que eres —dijo Massimo con un tono burlón—. Aunque estoy seguro de que no lo haces por protegerla del fresco.
Los hombres rieron, excepto Enzo, que se limitó a ajustar la manta con cuidado mientras fingía ignorar los comentarios. Bianca, que también estaba presente, cruzó los brazos con evidente molestia.
—Al menos alguien cuida lo que es suyo —comentó Alba con una sonrisa divertida, provocando que Sofía se uniera con un gesto cómplice.
—Es un ejemplo para todos nosotros, ¿no creen? —añadió Sofía, mirando a Bianca con intención.
Mientras las bromas continuaban, Amatista comenzó a moverse nuevamente, esta vez liberándose casi por completo de la manta. Su figura quedó nuevamente expuesta, y antes de que Enzo pudiera reaccionar, los murmullos y risas se intensificaron.
—Es oficial. Este es el mejor día que hemos tenido en mucho tiempo —bromeó Maximiliano, levantando su copa.
Finalmente, Amatista abrió los ojos, parpadeando lentamente mientras se incorporaba. Su mirada, aún algo somnolienta, recorrió el jardín hasta encontrarse con las caras de los hombres. Por un momento, pareció confundida, pero rápidamente comprendió la situación.
—Oh, entiendo todo ahora —dijo, dirigiéndose a Enzo, mientras tomaba la manta con una mezcla de diversión y reproche.
Sin perder tiempo, se levantó y envolvió la manta alrededor de su cuerpo antes de dirigirse a la mansión. Pero antes de alejarse, se inclinó hacia Enzo y le susurró al oído:
—Eres de lo peor.
Enzo no respondió, pero una leve sonrisa se formó en su rostro mientras la observaba marcharse. Los demás estallaron en carcajadas.
—¿De lo peor? Creo que quiso decir “el más protector” —comentó Tyler, riendo mientras bebía de su copa.
Massimo añadió:
—Bourth, ¿cuántas veces más vamos a presenciar esto? Porque estoy disfrutando cada segundo.
Bianca rodó los ojos, claramente irritada. Sofía, notando su incomodidad, no dejó pasar la oportunidad de lanzar un comentario.
—Bianca, quizás podrías aprender algo de esto. No todo es competencia, ¿sabes?
—Aprender a qué, ¿a ser una sombra? —replicó Bianca, aunque su tono no tenía tanta fuerza como de costumbre.
Alba se unió a las bromas, señalando hacia la mansión donde Amatista había desaparecido.
—Creo que si tuviera una competencia, ya estaría perdida desde hace rato.
Amatista regresó poco después, vestida con un short blanco y una camiseta de manga corta que resaltaban su figura sin esfuerzo. Como siempre, estaba descalza, y en una mano llevaba una galletita que mordisqueaba despreocupadamente. En la otra sostenía un sobre.
—Estoy de vuelta —anunció con naturalidad, entregándole el sobre a Enzo—. Roque me pidió que te lo diera. Dice que es importante.
Mientras Enzo tomaba el sobre, Amatista se inclinó hacia él nuevamente, esta vez con una sonrisa divertida.
—La próxima vez, despiértame para cambiarme. No me hagas morir de calor —murmuró antes de acomodarse nuevamente en uno de los sillones cercanos.
Las risas volvieron a llenar el jardín.
—Esto es demasiado para procesar en un solo día —dijo Maximiliano, aún riendo.
—Definitivamente, la pareja más interesante de todo el club —añadió Massimo, levantando su copa hacia Enzo.
—No hay duda —concluyó Alba, mirando a Amatista con una sonrisa cómplice—. Y siempre regresa con una galletita.
Amatista rio suavemente, sin dejar de morder su galletita.
—Es que siempre son una buena idea.
—Y tú siempre sabes cómo mantener el ambiente interesante —comentó Sofía, ganándose una mirada agradecida de Amatista mientras la conversación continuaba en el jardín, cargada de camaradería y risas.
La atmósfera en el jardín había comenzado a relajarse nuevamente cuando Enzo, con gesto serio, abrió el sobre que Amatista le había entregado. Mientras lo leía, su mandíbula se tensó, y sus cejas se fruncieron ligeramente. Amatista, siempre atenta a sus cambios de humor, alzó la mirada desde su galletita y notó la incomodidad de Enzo. Sin decir nada, deslizó su mano por el antebrazo de él, acariciándolo en un intento de calmarlo.
Emilio, que había estado observando en silencio, se inclinó hacia Enzo con curiosidad.
—¿Qué pasa, Bourth? No pareces muy feliz con esa carta.
Enzo dejó el sobre sobre la mesa y dejó escapar un suspiro, apoyándose en el respaldo del sillón.
—Es de los Ruffo —respondió con un tono seco.
El simple nombre pareció resonar entre los presentes. Maximiliano arqueó una ceja, mientras que Alba y Sofía intercambiaron miradas cómplices. Massimo dejó su copa en la mesa y se cruzó de brazos, claramente intrigado.
—¿Los Ruffo? —repitió Emilio con incredulidad—. ¿Qué quieren ahora?
Amatista, que hasta ese momento había permanecido tranquila, parpadeó sorprendida.
—¿Quiénes son los Ruffo? —preguntó con un tono inocente, mirando a Enzo y luego a Emilio.
Enzo hizo una pausa antes de responder. Sus dedos tamborilearon sobre el reposabrazos mientras organizaba sus pensamientos.
—Hugo Ruffo fue amigo de mi padre, Romano. Aunque "amigo" es una palabra generosa —añadió con un deje de sarcasmo—. Más bien era un oportunista que siempre encontraba la manera de sacar provecho de las conexiones con nuestra familia.
Amatista ladeó la cabeza, intrigada por la brusquedad de Enzo. Era raro verlo tan molesto por algo que, en apariencia, parecía trivial.
—¿Y qué dice la carta? —preguntó Maximiliano, directo al punto.
Enzo tomó el sobre nuevamente y leyó en voz baja, como si confirmara lo que ya sabía.
—Anuncian una visita a la mansión Bourth en unos días. No explican el motivo, pero viniendo de Hugo, seguramente buscarán algo.
—Nada nuevo bajo el sol —comentó Massimo, soltando una risa corta y sarcástica—. Los Ruffo siempre han sabido cómo llegar en el momento justo para pedir favores.
—O para crear problemas —añadió Emilio, apoyándose contra el respaldo de su silla.
Amatista observaba con atención, su mano todavía descansando sobre el brazo de Enzo. La tensión en él era palpable, y su expresión endurecida no hacía más que aumentar su curiosidad.
—No entiendo, ¿por qué querrían venir ahora? —preguntó, dirigiéndose a Enzo con suavidad.
Él la miró por un momento, y su expresión se suavizó ligeramente al encontrar la de ella. Sin embargo, su tono seguía siendo firme cuando respondió.
—No lo sé, gatita. Quizás usen la relación que Hugo tenía con mi padre como excusa. Tal vez quieran algo relacionado con negocios o... quién sabe.
—Es Hugo Ruffo, Enzo. Seguro viene con un discurso bien preparado para justificar cualquier cosa —dijo Maximiliano, levantando su copa en un gesto despreocupado—. Aunque sabes tan bien como nosotros que siempre tiene un objetivo escondido.
Alba, que había estado escuchando en silencio, interrumpió con un comentario mordaz.
—Tal vez solo quieren asegurarse de que los recuerdes. Dicen que el tiempo borra las deudas, pero ellos parecen tener buena memoria.
Las risas llenaron el jardín, pero Amatista seguía mirando a Enzo, intentando descifrar el motivo de su irritación.
—¿Te preocupa algo, amor? —preguntó en voz baja, sin dejar de acariciar su brazo.
Enzo negó con la cabeza, su tono más suave esta vez.
—No, gatita. No hay nada que me preocupe. Solo me molesta tener que lidiar con gente como ellos.
—¿Vas a recibirlos? —preguntó Emilio con genuino interés.
Enzo suspiró, entrecerrando los ojos.
—No tengo muchas opciones. Si los rechazo, buscarán otra forma de acercarse, y prefiero saber de primera mano qué quieren.
—Eso sí —dijo Massimo, asintiendo lentamente—. Mejor que lleguen a tu terreno.
Amatista, aún algo impresionada por el cambio en el humor de Enzo, dejó caer su cabeza ligeramente hacia un lado, observándolo con una mezcla de curiosidad y cautela. Aunque confiaba plenamente en él, las palabras de los demás y su propia reacción la dejaban con muchas preguntas. Sin embargo, decidió no insistir en ese momento.
—Bueno, al menos tendrás un poco de entretenimiento la próxima semana, Bourth —bromeó Maximiliano, intentando aligerar el ambiente—. Aunque no sé si "entretenimiento" sea la palabra adecuada.
Enzo soltó una risa seca y se pasó una mano por el cabello.
—Si Hugo Ruffo es entretenimiento, prefiero aburrirme.
Los hombres rieron, pero Amatista no podía evitar sentir que algo más se escondía tras las palabras de Enzo. Sin embargo, eligió guardar sus pensamientos para sí misma, al menos por ahora. Mientras tanto, la conversación en el jardín comenzó a girar hacia temas más ligeros, aunque el nombre Ruffo seguía flotando en el aire como un eco incómodo.