Capítulo 130 Cunas y secretos
La habitación estaba llena de risas, comentarios ingeniosos y el sonido inconfundible de tornillos cayendo al suelo. Massimo sostenía una pieza de la cuna como si fuera un rompecabezas incomprensible, mientras Paolo intentaba interpretar las instrucciones con una expresión de absoluta confusión.
—¿Esto es un manual o una receta de cocina? No entiendo nada —bromeó Paolo, mirando a Emilio, quien estaba claramente frustrado.
—Si tú no entiendes, imagínate yo, que nunca he armado ni una estantería —resopló Emilio, ajustando sus gafas como si con eso pudiera entender mejor el papel que sostenía.
Mateo, mientras tanto, tenía el martillo en la mano y golpeaba suavemente una pieza que claramente no encajaba.
—Estoy seguro de que, si lo ajustamos un poco más, entrará.
Desde un costado, Amatista observaba la escena con los brazos cruzados y una sonrisa divertida. Enzo, apoyado en la pared junto a ella, la miraba de reojo.
—Gatita, creo que deberíamos grabar esto. Podría ser material para chantajearlos en el futuro.
Ella soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Creo que ya tienen suficiente humillación sin que lo grabemos, Enzo.
Mientras tanto, en un rincón de la habitación, Roque trabajaba en la mecedora con una precisión casi militar. Sus movimientos eran firmes y seguros, y en menos de diez minutos ya había ensamblado la base sin necesidad de consultar el manual.
—¿Por qué a él le resulta tan fácil? —se quejó Mateo, mirando a Roque con una mezcla de admiración y frustración.
—Experiencia, muchacho —respondió Roque sin levantar la vista—. Y seguir las instrucciones ayuda.
Isis y Rita, que habían llegado hace unos minutos, se quedaron observando desde la puerta, riendo discretamente al ver el caos que reinaba entre los hombres. Pero pronto, algo más captó su atención.
—Amatista, ¿es tu vestidor? —preguntó Isis con una mezcla de curiosidad y envidia al ver la puerta entreabierta del enorme armario.
—Sí —respondió Amatista con naturalidad, sin apartar la vista de los hombres que intentaban armar la cuna.
Sin pedir permiso, Isis y Rita se aventuraron dentro del vestidor. Sus ojos se abrieron de par en par al encontrarse con las filas interminables de ropa, zapatos y accesorios, todo de marcas reconocidas y exclusivas. Rita sacó un vestido de seda y lo sostuvo frente a sí.
—Esto debe costar más de lo que gano en un año —susurró, con un tono de asombro que no pudo ocultar.
—Definitivamente. Y seguro me quedaría mejor a mí que a Amatista —añadió Isis con una sonrisa sarcástica, revisando unos tacones con incrustaciones de pedrería.
—Todo esto debe ser de Enzo. ¿Quién más podría permitirse semejante gasto? —comentó Isis en voz baja, pero con suficiente volumen para que Enzo, desde afuera, captara sus palabras.
Enzo frunció el ceño y dejó de observar a los hombres para acercarse al vestidor. Se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos.
—¿Qué están haciendo? —preguntó con un tono seco, que hizo que ambas mujeres se sobresaltaran.
Isis intentó mantener la compostura y sonrió con aparente inocencia.
—Solo admirábamos las cosas de Amatista. Es impresionante, primo.
Rita, más insegura, bajó la mirada y se disculpó de inmediato.
—Lo siento si te molesta. Solo teníamos curiosidad. Nunca había visto algo así.
Enzo suspiró, tratando de contener su molestia.
—Este vestidor no es solo de Amatista. También hay cosas mías. No es apropiado que estén aquí sin permiso.
Isis intentó persuadirlo, utilizando su tono más despreocupado.
—Oh, vamos, Enzo. Solo estábamos mirando. No es para tanto.
En ese momento, Amatista se acercó, percibiendo la tensión.
—¿Qué pasa aquí?
Isis giró hacia ella, con una sonrisa fingida.
—Nada, gatita. Tu Enzo se enojó porque estábamos viendo tus cosas. Siempre tan protector contigo.
Amatista ignoró el comentario y se dirigió directamente a Rita, quien seguía con la cabeza gacha.
—Rita, saliste escapando de tu casa. No te preguntamos si trajiste todo lo necesario.
Aunque por dentro la pregunta la irritó, Rita levantó la vista con una expresión serena.
—Sí, traje lo necesario. No es mucho, pero es suficiente.
Sin más, Isis y Rita salieron rápidamente del vestidor y la habitación, dejando tras de sí una atmósfera incómoda.
Amatista esperó a que estuvieran fuera de alcance antes de susurrarle a Enzo.
—Hay algo en Rita que no me da buena espina.
Enzo asintió, manteniendo la mirada fija en la puerta.
—Pienso lo mismo. Haré que la investiguen.
El ambiente volvió a relajarse cuando Roque terminó de ensamblar la mecedora. La llevó hacia Amatista, quien no pudo evitar emocionarse al verla.
—¡Es perfecta, Roque! Muchas gracias.
—De nada, señora. Ahora permítame encargarme de la cuna.
Con la intervención de Roque, los cuatro hombres terminaron convertidos en sus asistentes, llevándole herramientas y piezas mientras él dirigía la operación con maestría. En menos de una hora, la cuna y la mecedora estaban completamente armadas, luciendo elegantes y hermosas.
Amatista agradeció a todos con una sonrisa radiante.
—Muchas gracias a todos. Sé que nuestro hijo tendrá a los mejores tíos del mundo. Y, por supuesto, un abuelo increíble —añadió, mirando a Roque con afecto.
—Es un honor, señora —respondió Roque, con una leve inclinación de cabeza.
Un rato después, todo el grupo bajó al jardín a compartir una bebida. Amatista disfrutaba de un jugo fresco mientras los hombres reían y bromeaban sobre cómo habían sido vencidos por una cuna.
—Tal vez la cuna nos venció, pero la intención es lo que cuenta, ¿no? —comentó Emilio, guiñándole un ojo a Amatista.
Ella rio suavemente y asintió.
—Definitivamente. Sé que nuestro hijo será muy afortunado de tenerlos a ustedes.
—Eso incluye a ti, abuelo Roque —añadió Massimo, levantando su copa en un gesto de reconocimiento.
La charla continuó entre risas y camaradería, mientras Amatista y Enzo observaban el grupo con una mezcla de diversión y satisfacción. La tarde era cálida, y el sol empezaba a teñir el cielo de tonos anaranjados. Aprovechando el momento, Enzo giró levemente hacia Roque, su voz baja pero firme.
—Roque, quiero que investigues bien a Rita —dijo sin rodeos—. Algo no me convence. Pero hazlo con discreción.
Roque, siempre sereno y confiable, asintió de inmediato.
—Me encargaré de eso, señor. No se preocupe.
El intercambio pasó desapercibido para los demás, que seguían inmersos en la conversación. Fue Mateo quien rompió el silencio, cambiando el rumbo del tema.
—La semana que viene es la presentación de la segunda colección de Lune —comentó con entusiasmo—. ¿Quiénes van a ir?
Massimo fue el primero en responder.
—Yo no me la pierdo. La primera fue espectacular, esta seguro será igual.
—Definitivamente asistiré —añadió Paolo, sonriendo con interés—. Tengo curiosidad por ver qué trae esta vez.
—Cuenta conmigo también —dijo Emilio, levantando la mano como si estuviera en una clase.
Amatista, sin embargo, dudó, su mirada perdiéndose momentáneamente en el jardín.
—No sé si iré —admitió, cruzando los brazos.
Mateo frunció el ceño, inclinándose un poco hacia ella como si quisiera convencerla.
—Deberías ir, Amatista. Los diseños son increíbles. Sería una pena que te lo perdieras.
Amatista le dedicó una sonrisa agradecida.
—Gracias, Mateo. Son mis diseños, después de todo. Por eso mismo no sé si debería asistir. Santiago y yo acordamos mantener el anonimato como parte de la estrategia de marketing.
Un silencio sorprendido siguió a su confesión. Los únicos que sabían la verdad —Enzo, Emilio y Massimo— mantuvieron la calma, pero los demás no pudieron ocultar su asombro.
—¿Tú eres Lune? —preguntó Mateo, boquiabierto.
—Sí, pero no quiero que esto salga de aquí —respondió Amatista con seriedad, mirando a cada uno para asegurarse de que entendieran su punto.
Mateo rió suavemente, rascándose la nuca.
—Clara va a volverse loca cuando se entere. Llevo un mes escuchando sus teorías sobre quién podría ser Lune. Ahora que lo sé, no puedo decir nada. Es una tortura.
La risa estalló entre todos, aunque Mateo parecía más resignado que divertido.
—No es gracioso —protestó—. Clara está obsesionada. Dice que tus diseños son obras de arte.
Amatista sonrió con ternura.
—Entonces aguanta un poco más guardándome el secreto. Cuando revele mi identidad, le haré un diseño exclusivo.
Mateo la miró con ojos brillantes, como si acabara de recibir el mejor regalo de su vida.
—Te tomo la palabra, Amatista.
Enzo, que había estado observando todo en silencio, intervino, su voz grave captando de inmediato la atención de todos.
—De todos modos, podrías ir. Como alguien más en la audiencia. Habla con Santiago. Así podríamos ir todos.
Amatista lo miró con una mezcla de duda y curiosidad.
—Le enviaré un mensaje a Santiago, a ver qué opina.
—Perfecto. Sería bueno que estuviéramos todos juntos —respondió Enzo, dedicándole una leve sonrisa cargada de ese toque seductor que siempre lograba hacer tambalear a Amatista.
Tras un rato más de conversación, los hombres comenzaron a despedirse. Mateo, Paolo, Emilio y Massimo se marcharon entre bromas y planes para la próxima semana. Roque también se retiró, asegurándole a Enzo que comenzaría con la investigación esa misma noche.
Amatista y Enzo permanecieron en el jardín, disfrutando del aire fresco de la tarde. Amatista revisó su teléfono mientras movía ligeramente los pies doloridos dentro de sus zapatillas. La respuesta de Santiago llegó rápido.
—Me dijo que puedo ir —anunció con una sonrisa.
Enzo asintió, satisfecho.
—Perfecto, entonces iremos todos.
—Será divertido —respondió Amatista mientras se masajeaba los pies con una mueca de alivio.
Enzo notó el gesto y, sin decir nada, se sentó en la mesita frente a ella, tomando sus pies con delicadeza. Comenzó a masajearlos con movimientos expertos.
—Gracias, me duelen un poco —dijo Amatista, sorprendida pero agradecida.
Enzo alzó la vista con una sonrisa pícara.
—Esto no es gratis, gatita. Tendrás que dejarme dormir en tu habitación esta noche.
Amatista soltó una risa suave, acomodándose mejor en la silla.
—Dependerá de si me quitas el dolor.
—Exigente como siempre —bromeó Enzo, apretando un poco más sus dedos contra los puntos de tensión en los pies de ella.
—Está bien, la intención también cuenta —dijo Amatista con una sonrisa coqueta.
—Eso es mejor —respondió Enzo mientras sus manos subían lentamente por su pierna, acariciando su muslo con un gesto íntimo.
El momento se interrumpió con la llegada de Isis y Rita al jardín. Amatista, aún divertida, retiró sus pies con elegancia.
—Gracias por los masajes, Enzo —le dijo, riendo suavemente.
Isis observó la escena con una expresión de desaprobación.
—Enzo, no deberías estar dándole masajes a nadie. Eres un Bianco.
Enzo mantuvo la calma, aunque su tono dejó entrever su molestia.
—Amatista no es “nadie”. Es mi esposa. Y ya me estoy cansando de esos comentarios, Isis.
Isis levantó una ceja, no dispuesta a ceder.
—Lo digo porque mereces que te traten como el mejor, no como alguien que está a disposición de otros.
Antes de que la tensión aumentara, Rita intervino con una sonrisa conciliadora.
—Cuando las parejas se aman, así es. Uno siempre está dispuesto a hacer sentir mejor al otro, sin importar quién es o a qué se dedica.
Enzo y Amatista optaron por no responder, manteniendo su postura tranquila. Rita, siempre astuta, tomó a Isis del brazo.
—Será mejor que les demos privacidad. Ven, Isis.
Mientras se alejaban lo suficiente para no ser escuchadas, Isis dirigió su molestia hacia su amiga.
—Debes conquistar a Enzo, no dejárselo servido a Amatista.
Rita suspiró con paciencia, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie más estuviera cerca.
—Ya lo sé, pero este tipo de confrontación solo hará que nos echen a las dos, y no tendremos oportunidad ni de acercarnos a él.
Isis frunció el ceño, aunque asintió a regañadientes.
—Está bien, pero hablemos de esto en mi cuarto. Todos aquí son leales a Enzo. Será mejor que no nos escuchen.
De vuelta en el jardín, Enzo observó a Amatista con curiosidad mientras ella se levantaba.
—Voy a trabajar un rato a mi oficina —anunció, estirándose.
Enzo sonrió, siguiendo su movimiento con la mirada.
—Está bien, gatita, pero no sobreexplotes a mi bebé.
Amatista rió ante el comentario.
—Exageras, Enzo. Estoy bien.
—Eso espero. Quiero que descanses —respondió él, serio, pero con ternura.
Amatista subió a su oficina y se concentró en su trabajo, perdiendo la noción del tiempo mientras revisaba documentos y organizaba algunas ideas. Cuando el reloj marcó la hora de la cena, decidió bajar al comedor, donde Enzo, Isis y Rita ya la esperaban.
Se sentó en su lugar habitual, y la comida transcurrió sin demasiada interacción. Aunque los comentarios triviales de Isis y Rita llenaban el espacio, Amatista se mantuvo mayormente en silencio, observando con discreción las dinámicas en la mesa. Enzo, atento como siempre, respondía a las intervenciones de manera breve pero cortés.
Al terminar la cena, Amatista tuvo la intención de regresar a su oficina para continuar trabajando, pero Enzo la detuvo suavemente.
—Gatita, mejor descansa. Has trabajado suficiente por hoy.
Ella dudó un momento, pero asintió al ver la expresión en su rostro.
—Está bien.
Ambos se dirigieron a la habitación. Amatista tomó una ducha rápida mientras Enzo se cambiaba, quedándose solo con el pantalón de pijama. Ella optó por un conjunto cómodo de remera y pantalón corto, sintiendo que necesitaba algo ligero.
Cuando terminó, se recostó junto a Enzo en la cama, ambos mirando la cuna que habían armado esa misma mañana. Recordaron con humor el caos que había sido la tarea.
—No puedo creer que Massimo, Emilio, Mateo y Paolo no pudieran ni leer las instrucciones —dijo Amatista entre risas.
—Y Roque tuvo que venir al rescate —añadió Enzo, riendo también.
—Aunque al final no fue tan difícil, ¿no? —comentó ella, apoyando su cabeza en el brazo de Enzo.
—No para Roque, claro. Pero esos cuatro... casi rompen la cuna antes de armarla —respondió él con una sonrisa amplia.
Enzo aprovechó el momento para colocar su mano suavemente sobre el vientre de Amatista, acariciándolo con ternura.
—Vamos, bebé, convéncela de que vuelva conmigo. Sabes que soy el mejor lugar para ustedes dos.
Amatista rió, apartándole la mano con delicadeza.
—No te aproveches, Enzo.
—Aún no me estoy aprovechando —replicó él en tono bajo, acercándose más hasta capturar sus labios en un beso suave pero decidido.
Amatista correspondió el beso, acariciándolo con cuidado, evitando la herida en su hombro. La intensidad entre ellos fue creciendo poco a poco. Enzo deslizó sus manos desde los muslos de Amatista hasta su cintura, acercándola aún más a él.
De repente, Amatista se separó, riendo suavemente.
—Mejor descansemos, Enzo.
Él la miró con una mezcla de deseo y frustración.
—No puedo, gatita. Te extraño demasiado.
Amatista se acomodó en la cama, apoyándose contra él.
—Aún no estamos juntos —susurró con dulzura, acariciándole el brazo.
Enzo suspiró, resignándose a su ritmo. La abrazó con fuerza y depositó un beso en su frente antes de recostarse también, disfrutando del momento de calma junto a ella.