Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia
La madrugada avanzaba en la vieja casa de campo donde Amatista permanecía cautiva. La habitación seguía envuelta en penumbras, iluminada solo por la luz temblorosa de una bombilla que colgaba del techo, como si estuviera a punto de agotarse. El frío del cemento bajo sus pies descalzos era un recordatorio constante de su encierro. A pesar de las condiciones hostiles, Amatista mantenía una actitud firme, sus ojos buscando entre las sombras algo que pudiera darle una pista, una oportunidad para cambiar su destino.
El silencio fue interrumpido cuando se abrió la puerta de golpe. Dos hombres irrumpieron en la habitación, su presencia llenando el espacio con un aire de tensión. Amatista no se sobresaltó; había aprendido a leer sus movimientos y sabía que algo estaba por suceder. Uno de ellos, alto y corpulento, dirigió una mirada a Lucas, quien estaba sentado en una esquina de la habitación, observando con calma a la joven.
—Prepara a la chica. Nos vamos en menos de una hora —ordenó el hombre con voz grave, sin siquiera dirigirle una mirada a Amatista.
Lucas asintió con una mueca de resignación. Se levantó con calma y tomó de su mochila una pequeña jeringa. Mientras se acercaba, su expresión cambió a una mezcla de incomodidad y empatía.
La camioneta se detuvo frente al galpón, rodeado de un paisaje árido y desolado. La puerta trasera se abrió de golpe, y los hombres bajaron a Amatista, que aún estaba adormilada por el sedante. Sus movimientos eran torpes, pero su mente empezaba a despejarse. La llevaron al interior, donde una silla de madera vieja aguardaba en el centro del espacio vacío. Sin ceremonias, la sentaron allí y ataron sus manos detrás de su espalda, asegurándose de que no pudiera moverse.
El espacio olía a humedad y abandono, con paredes cubiertas de óxido y ventanas altas que dejaban entrar haces de luz débil. Amatista se esforzó por mantener la calma, su mirada buscando alguna señal que pudiera usar a su favor.
Uno de los hombres, el más corpulento, sacó una hoja de papel y un bolígrafo de un bolsillo. Su compañero permanecía al lado, con los brazos cruzados y una expresión de impaciencia.
—Vas a escribirle otra carta a tu esposo. Esta vez, asegúrate de que lo entienda —ordenó el hombre, colocando el papel y el bolígrafo sobre la mesa frente a ella.
Amatista levantó la mirada hacia él, manteniendo una expresión neutral.
—No puedo escribir con las manos atadas, ¿o esperan que haga magia? —respondió con una pizca de ironía.
El corpulento frunció el ceño, pero asintió hacia Lucas, quien estaba de pie cerca de la puerta. Lucas avanzó con cautela, desenrollando la cuerda que mantenía inmovilizadas sus manos.
—No intentes nada —advirtió en voz baja, mientras soltaba los nudos.
Amatista frotó sus muñecas, adoloridas por la presión de las cuerdas, y tomó el bolígrafo. Su mirada permaneció fija en el papel, aunque sus pensamientos estaban lejos de lo que los hombres esperaban. Sabía que cada palabra debía estar cuidadosamente calculada.
Escribió con calma, trazando líneas que parecían desesperadas, pero que contenían un mensaje oculto. Aunque no sabía si Enzo recibiría la carta o siquiera si podría descifrarla, era su única oportunidad de enviarle una pista.
Cuando terminó, dobló el papel con cuidado y lo extendió hacia el hombre corpulento.
—Aquí tienen. Espero que cumpla con sus expectativas —dijo, manteniendo su voz firme.
El hombre tomó la carta sin molestarse en mirarla. Dio una orden breve a su compañero, y ambos salieron del galpón, dejando a Lucas y Amatista en el lugar.
Lucas volvió a atarle las manos, esta vez con una expresión más sombría.
—Es solo por seguridad —murmuró, aunque su tono revelaba incomodidad.
Amatista lo miró mientras volvía a asegurar la cuerda y luego sujetaba una cadena al tobillo de la joven, fijándola a una tubería cercana. Lucas se levantó, alejándose unos pasos, pero su mirada seguía inquieta.
—¿De verdad crees que alguien vendrá por ti? —preguntó tras un rato, su voz mezclada con duda y curiosidad.
Amatista lo observó con cuidado antes de responder.
—Sé que lo hará. No porque deba, sino porque quiere.
Lucas suspiró y se dejó caer sobre una caja al otro lado de la habitación. Parecía debatirse entre lo que le habían ordenado hacer y algo más profundo que no terminaba de admitir.
El silencio se instaló entre ellos, roto solo por los ruidos lejanos del viento que se colaba por las grietas del galpón. Amatista se acomodó como pudo sobre el viejo colchón donde la habían dejado, su mente trabajando en un plan mientras esperaba el siguiente movimiento de sus captores.
La mañana siguiente en el despacho del club de golf transcurría en un ambiente de tensión creciente. Enzo caminaba de un lado a otro, incapaz de ocultar la frustración que lo consumía. Junto a él estaban Maximiliano, Valentino, y el resto del equipo, cada uno sumido en sus propios pensamientos mientras analizaban posibles estrategias. La falta de noticias sobre Amatista hacía que el ambiente se volviera más pesado con cada minuto que pasaba.
De repente, Valentino irrumpió en la oficina, jadeando ligeramente.
—Hubo movimiento cerca de una de las casas que estábamos vigilando. ¡Podría ser una pista!
Sin perder un segundo, Enzo asintió, y todos se pusieron en marcha. Al llegar al lugar, se encontraron con la casa abandonada donde Amatista había estado retenida. Aunque ahora estaba vacía, el aire todavía conservaba el aroma a humedad y abandono que Enzo había aprendido a detestar. Caminó con pasos firmes hacia el interior, revisando cada rincón con una mezcla de esperanza y desesperación. Fue en el suelo, junto a una esquina, donde vio algo que lo detuvo en seco: una pequeña pulsera de tobillo.
La reconoció al instante. Era el regalo que le había dado a Amatista en uno de sus cumpleaños. Enzo la levantó, apretándola en su puño mientras la furia lo consumía. Sus ojos se oscurecieron, y de repente, golpeó con fuerza una vieja mesa, haciéndola añicos. Su grito de ira resonó por todo el lugar.
—¡Malditos! ¡Les voy a hacer pagar por esto!
El resto del equipo, consciente de que no podían calmarlo en ese momento, se limitó a observar mientras él liberaba su frustración. Finalmente, Maximiliano se atrevió a hablar.
—Si la movieron, Enzo, es porque se sintieron amenazados. Estamos cerca.
Enzo respiró hondo, asintiendo lentamente.
—Volvamos al club. Dejen a alguien vigilando aquí por si regresan.
Cerca del mediodía, Alicia irrumpió en el despacho con una carta en la mano. Su expresión era seria, pero había un leve destello de esperanza en sus ojos.
—Enzo, esto llegó hace unos minutos a la mansión —dijo, entregándole la hoja de papel.
Enzo tomó la carta con rapidez. La desplegó, y sus ojos comenzaron a recorrerla con intensidad. Las palabras escritas parecían simples, un mensaje cargado de emociones, pero algo no cuadraba. De inmediato, notó ciertos trazos incompletos en el texto.
Amatista había encontrado la forma de enviar un mensaje oculto.
Deslizó sus dedos por la carta, subrayando mentalmente las letras incompletas y anotando en una hoja las que formaban las palabras clave: "campo", "galpón" y "guardia débil".
—Está tratando de decirnos algo —murmuró, más para sí mismo que para Alicia.
Maximiliano, que había estado esperando cerca, se acercó con cautela.
—¿Qué significa? —preguntó con el ceño fruncido, observando la hoja.
—"Campo" y "galpón" indican el lugar donde la tienen ahora. Probablemente la han trasladado a un sitio más aislado, lejos de cualquier área vigilada. Y "guardia débil"... —Enzo se detuvo, dejando escapar un suspiro tenso—. Significa que identificó a alguien entre sus captores que podría ser útil. Tal vez alguien con dudas o debilidades que ella planea aprovechar.
El despacho se llenó de un silencio cargado de tensión. Alicia, que había permanecido de pie junto a ellos, habló con calma.
—Esto también significa que Amatista está corriendo riesgos. Si han trasladado a alguien para vigilarla, es porque saben que es peligrosa.
Enzo cerró los ojos un instante, controlando la furia que crecía en su interior. Luego, levantó la vista, decidido.
—Maximiliano, necesitamos actuar de inmediato. Rastrea todos los galpones cercanos al último lugar donde estuvo. Busca propiedades abandonadas o con movimiento reciente. Que nuestros contactos investiguen con discreción.
Maximiliano asintió, tomando nota mentalmente antes de salir apresuradamente del despacho para coordinar las búsquedas.
Enzo miró nuevamente la carta. Su mente repasaba cada detalle. Amatista había logrado enviarles esta pista bajo condiciones extremas. Su lealtad y valentía eran inquebrantables, y él no podía permitirse fallarle.
—Ella sabe lo que hace, Enzo —dijo Alicia, colocándole una mano en el hombro—. Siempre ha sido más fuerte de lo que cualquiera cree.
—Lo sé, madre. Pero no puedo quedarme quieto. Cada minuto que pase, puede ser crucial.
Enzo tomó su teléfono y llamó directamente a uno de sus hombres de confianza.
—Empiecen a movilizarse. Quiero un equipo discreto vigilando las zonas donde estén los galpones que identifiquemos. Nada de movimientos hasta que tengamos confirmación. Y asegúrense de que no queden cabos sueltos.
Cortó la llamada y volvió a centrarse en la carta. Había algo más en ella, un mensaje que iba más allá de las palabras. Un recordatorio de que Amatista confiaba plenamente en él para traerla de vuelta.
Mientras las horas avanzaban, los informes comenzaron a llegar. Maximiliano regresó con noticias importantes.
—Tenemos cuatro galpones que coinciden con lo que buscamos. Dos están completamente abandonados, pero los otros dos han tenido actividad reciente. Uno de ellos está rodeado de campos abiertos y tiene un camino secundario que apenas se utiliza. Creo que ese es nuestro mejor candidato.
Enzo asintió, evaluando rápidamente la información.
—Envía un equipo al lugar. Quiero vigilancia constante y un informe detallado de cualquier movimiento. Pero recuerda, no quiero que se acerquen demasiado.
Maximiliano salió nuevamente, dejando a Enzo con Alicia.
—Si ella está en ese lugar, no tardaremos en descubrirlo —dijo Enzo con determinación.
La conexión entre él y Amatista era más fuerte que cualquier peligro. Aunque sabía que los riesgos eran enormes, también entendía que ella estaba haciendo su parte para mantenerse viva. Y él no descansaría hasta tenerla de vuelta, sana y salva.
Habían pasado días desde que Enzo y su equipo comenzaron a investigar los galpones mencionados en el mensaje oculto de Amatista. Los informes eran desalentadores.
—El primer galpón solo tiene cautivos hombres —informó Maximiliano, dejando caer un expediente sobre el escritorio de Enzo—. No hay ninguna señal de Amatista ahí.
Enzo apretó los puños, tratando de mantener la calma.
—¿Y el segundo? —preguntó con voz tensa.
—Ese lugar está siendo usado para operaciones ilícitas, tráfico de armas principalmente. Es imposible que tengan a alguien como ella ahí. La zona está demasiado expuesta, y sería un riesgo innecesario para ellos.
Enzo golpeó la mesa con el puño, su frustración creciendo. Sabía que cada minuto perdido alejaba más la posibilidad de encontrarla. Sin embargo, no podía permitirse actuar sin información certera.
—Entonces, descartamos esos dos. Maximiliano, amplía la búsqueda. Si esto no nos lleva a ella, revisemos cualquier sitio que no haya sido reportado o que esté fuera de los registros oficiales. No me importa cuán oculto esté.
Maximiliano asintió y salió del despacho sin decir una palabra.
Mientras tanto, en su nuevo lugar de cautiverio, Amatista estaba observando a Lucas. Durante los días anteriores, había notado cómo su comportamiento cambiaba. Estaba más callado y distraído, incluso más torpe en su trabajo de vigilarla. Esa mañana, cuando entró al galpón para llevarle un poco de comida, Amatista decidió hablarle.
—Lucas, ¿qué te sucede? —preguntó con voz suave, aprovechando que no había nadie más cerca.
Lucas levantó la vista, sorprendido por la pregunta, pero luego suspiró y dejó el plato sobre el suelo, junto al colchón donde Amatista estaba atada.
—Nada que te importe —murmuró, pero su tono no tenía la dureza habitual.
Amatista lo miró con atención, notando el cansancio en sus ojos.
—No parece que sea nada. Estás más preocupado que antes. ¿Es por tu hijo?
Lucas la miró de reojo, su expresión endureciéndose por un instante, pero luego asintió.
—Mariano está enfermo. No sé si va a mejorar, y no puedo hacer nada para ayudarlo.
Amatista inclinó la cabeza, empatizando con su dolor.
—Enzo podría ayudarte, Lucas. Podría hacer que tu hijo reciba el mejor tratamiento. Pero para eso, necesitas ayudarme primero.
Lucas negó con la cabeza, su voz cargada de frustración.
—Deja de hablar, Amatista. No puedo hacer nada. Sabes que no puedo.
Amatista no se detuvo.
—Si no haces nada, las cosas seguirán igual. Ninguna de estas personas para las que trabajas va a ayudarte con Mariano. A ellos no les importa tu hijo. Pero Enzo sí puede cambiar tu vida y la de él.
Lucas cerró los ojos, tratando de contener su rabia.
—¡No sigas! Ya te dije que no puedo ayudarte.
Amatista lo observó fijamente, su voz ahora más tranquila pero llena de determinación.
—Entonces, si no quieres ayudarme, ¿por qué dejaste mi pulsera en la casa anterior?
Lucas se tensó al escuchar esas palabras.
—¿Qué estás diciendo?
—Mi pulsera. La vi. Sabías que alguien la encontraría. Querías que alguien supiera que estuve allí, ¿verdad? Si no querías ayudarme, ¿por qué arriesgarte a dejar esa pista?
Lucas la miró fijamente, su expresión endurecida, pero no respondió. La tensión en el aire era palpable. Amatista sabía que había tocado un punto sensible.
—Lucas —continuó, su voz firme, pero sin agresividad—, no te estoy pidiendo que me saques de aquí ahora mismo. Pero si realmente te importa Mariano, piensa en esto: ¿qué harás cuando ya no puedas seguir trabajando para ellos? ¿Qué harás cuando te des cuenta de que ellos no te salvarán?
Lucas bajó la mirada, su mandíbula apretada. No dijo nada más, pero Amatista podía ver que sus palabras habían dejado una impresión. Sabía que era una batalla difícil, pero también sabía que Lucas no era como los demás. Había algo en él, una chispa de humanidad que aún podía salvarlos a ambos.