Capítulo 41 En la terraza del club
La mañana amaneció con una brisa cálida que acariciaba las copas de los árboles en los alrededores de la mansión Bourth. Los días transcurrían plácidos para Enzo y Amatista en compañía de Alicia y Alessandra, cuya energía juvenil llenaba los espacios con conversaciones alegres y planes espontáneos. La convivencia era tranquila, marcada por momentos de risas y el creciente vínculo entre las cuatro personas que compartían el techo de aquella majestuosa residencia.
Esa mañana, Enzo y Amatista partieron temprano con un propósito especial: entregar las llaves de una nueva casa a Rose y su novio, Nicolás. El regalo era fruto de la propuesta de Enzo, quien había notado cuánto significaba Rose para Amatista durante su vida en la mansión del campo. Aunque el momento fue breve, la emoción que Rose expresó al recibir la llave se grabó en la memoria de Amatista, quien se despidió con un abrazo cálido y la promesa de visitarlos pronto.
Enzo, sin embargo, debía atender una reunión con algunos de sus socios, lo que lo llevó a despedirse de Amatista en la entrada de la mansión Bourth. "Nos veremos más tarde en el club de golf, gatita", le susurró antes de besar su frente.
Amatista asintió, tomando la mano de Roque, su inquebrantable escolta, quien la acompañó de regreso a la mansión. La perspectiva de unas horas en compañía de Alicia y Alessandra le pareció perfecta, especialmente cuando la recibieron con un desayuno ligero en el invernadero. Entre bocados de pan recién horneado y fruta fresca, las tres charlaron animadamente sobre la fiesta que se aproximaba. Alessandra, siempre entusiasta, propuso un día de compras juntas para elegir los vestidos. Amatista aceptó encantada, sintiéndose más cómoda con cada nueva experiencia que compartía con ellas.
Después del mediodía, Amatista subió a su habitación para darse un baño relajante y prepararse para su encuentro con Enzo en el club de golf. Escogió una remera suelta de mangas cortas y un pantalón corto que dejaban entrever su estilo sencillo pero encantador. Cuando Roque la llevó al club, Enzo ya la esperaba en la entrada, de pie junto a su imponente vehículo.
En cuanto la vio, sus ojos brillaron con una calidez que siempre hacía que Amatista se sintiera única. Enzo extendió los brazos, y sin dudarlo, ella corrió hacia él, envolviendo su cintura con las piernas y aferrándose a su cuello mientras le plantaba un beso lleno de ternura.
—¿Sabías que luces adorables incluso en algo tan simple, gatita? —comentó Enzo con una sonrisa divertida.
Amatista soltó una risita, acomodándose en el suelo cuando él la bajó.
—¿Y ahora qué haremos, amor? —preguntó, entrelazando sus dedos con los de él.
—El campo está en mantenimiento, pero podemos ir a la terraza de la cafetería. Después de un rato, estará listo —respondió Enzo, guiándola hacia el lugar con una mano en su espalda baja.
La terraza ofrecía una vista privilegiada del campo, con sus verdes extensiones interrumpidas solo por los suaves desniveles y los carritos de golf que ocasionalmente cruzaban. Enzo pidió su habitual bebida fuerte, mientras que Amatista, incapaz de resistir, pidió una limonada acompañada de una porción de pastel.
—Siempre encuentras algo dulce, ¿verdad? —bromeó Enzo, observándola con una mezcla de fascinación y diversión.
—No puedo evitarlo, amor. Este lugar tiene un menú irresistible —replicó ella, con una sonrisa inocente mientras tomaba el tenedor.
Mientras conversaban, el ambiente alrededor se llenó de una curiosidad palpable. Algunos socios del club, como Diego, Paul, Nahuel y Mario, estaban reunidos en una mesa cercana junto con varias mujeres, entre ellas Zoe, Delfina y Daphne. Esta última era recordada por haber intentado ocupar un lugar en la vida de Enzo, solo para ser rápidamente apartada por su fría indiferencia. Ahora, todos parecían intrigados por la mujer que compartía la mesa con Enzo, un hombre conocido por rechazar cualquier acercamiento femenino con un desdén legendario.
Los murmullos se intensificaron cuando Enzo, en un gesto inusual, extendió la mano para apartar un mechón del rostro de Amatista. Ella, lejos de incomodarse, se apoyó ligeramente en su palma y le dedicó una sonrisa que desbordaba ternura. La intimidad de ese momento rompió cualquier duda sobre la relación que compartían.
—¿Quién es ella? —preguntó Zoe con una mezcla de curiosidad y recelo.
La respuesta llegó con la llegada de Maximiliano y Mauricio Sotelo, acompañados por Luciano, Martín, Sofía y Diana. Al tomar asiento en la mesa de los curiosos, Maximiliano, con una sonrisa maliciosa, anunció:
—Esa mujer es Amatista, la esposa de Enzo.
La sorpresa fue unánime. Los murmullos se intensificaron, aunque los Sotelo se mantuvieron discretos, limitándose a observar. La noticia de que Enzo, el implacable y reservado empresario, tenía una esposa tan cercana a él como lo demostraba en esos gestos casuales, no tardó en correr.
Poco después, Massimo, Emilio, Mateo y Paolo llegaron a la terraza, uniéndose a la mesa de Enzo y Amatista. En cuanto los hombres tomaron asiento, Amatista, en un movimiento natural, se cambió al lado de Enzo. Esto no pasó desapercibido.
—¡Ni un minuto y ya se mueve! —bromeó Mateo, riendo mientras señalaba a Amatista.
—No pienso correr riesgos —replicó Amatista, arqueando las cejas en un gesto juguetón que hizo reír a todos.
Enzo, quien rara vez soltaba una carcajada, se unió al momento, posando una mano protectora sobre el hombro de su esposa.
—Antes me molestaban solo ustedes cuatro. Ahora lo harán los cinco juntos, ¿verdad? —dijo Enzo con un tono resignado pero divertido.
El ambiente se llenó de camaradería mientras las bromas iban y venían. Amatista se integraba sin esfuerzo, cautivando a los amigos de Enzo con su humor afilado pero respetuoso. Paolo, quien siempre encontraba algo fascinante en los libros, mencionó una obra reciente que había leído, y Amatista mostró un interés genuino, iniciando una conversación que capturó la atención de todos.
—Es raro verte tan relajado, Enzo —comentó Emilio en un momento, observándolo con curiosidad.
—¿Quién no estaría relajado con una gatita como ella al lado? —respondió Enzo, ganándose una mirada avergonzada de Amatista.
A medida que la tarde avanzaba, los murmullos en la terraza se desvanecieron, sustituidos por las risas de la mesa de Enzo y Amatista. Los demás socios no podían evitar mirar de reojo, fascinados por la dinámica entre ellos. Había algo magnético en cómo Amatista lograba suavizar los bordes de la personalidad de Enzo, mostrando un lado de él que pocos habían visto.
Cuando finalmente el campo estuvo listo, Enzo se levantó y le ofreció la mano a Amatista.
—Es hora de que sigamos con tus clases, gatita.
Ella asintió, despidiéndose de los demás con una sonrisa. Mientras se alejaban, Paolo bromeó:
—Cuidado con su swing, Enzo. Parece que ya aprendió a manejarte.
Las risas resonaron detrás de ellos, pero Enzo no pareció molesto. Por el contrario, miró a Amatista con una expresión de puro orgullo y devoción.
El campo de golf brillaba bajo el sol de la tarde. Los socios estaban dispersos por el terreno, algunos practicando y otros conversando, pero la atención de muchos se centraba en Enzo y Amatista, que habían llegado juntos al club. Enzo, vestido con una camisa polo azul y pantalones de golf cortos, se veía tan impecable como siempre, mientras que Amatista, con su remera ligera de manga corta y pantalón corto blanco, caminaba con una gracia que no pasaba desapercibida. Sus zapatillas deportivas completaban el atuendo, pero no necesitaba nada más para robar todas las miradas.
Enzo la observó mientras bajaba del carrito de golf, y no pudo evitar sonreír al ver cómo sus ojos se encontraban.
—¿Lista para perder, gatita? —preguntó, su tono lleno de confianza, pero con una chispa de diversión en sus ojos.
Amatista levantó una ceja, desafiándolo con su mirada mientras daba unos pasos hacia él.
—¿Perder? Amor, yo nunca pierdo. —Respondió con una sonrisa traviesa.
El aire a su alrededor parecía cargado de electricidad. Enzo observó cómo sus ojos se mantenían fijos en los de él, y no pudo resistirse a acercarse un poco más, hasta que el espacio entre ellos se redujo al mínimo. Se inclinó hacia ella, sus respiraciones se entrelazaban mientras sus cuerpos casi se tocaban.
—Veremos. —Dijo Enzo con suavidad, su voz baja y llena de una promesa no dicha. Luego, con un movimiento sutil, sus dedos rozaron la muñeca de Amatista, un roce delicado pero cargado de intenciones.
Amatista tragó saliva y no pudo evitar un escalofrío al sentir el contacto de su piel. Ella no se quedó atrás: con una sonrisa de desafío, su mano se deslizó hacia el pecho de Enzo, tocando su camisa con suavidad, sus dedos sintiendo el leve vaivén de su respiración.
—¿De verdad crees que podrías ganarme, amor? —dijo, su tono suave pero firme, mientras su mano permanecía sobre su pecho.
Enzo se tensó ligeramente al sentir su contacto, pero no se apartó. En lugar de eso, dejó que sus ojos se encontraran con los de ella, sin apartarse ni un milímetro.
—No, pero eso no significa que no lo intente. —Respondió con una sonrisa que mostraba claramente lo que estaba en su mente.
Con un rápido movimiento, Enzo tomó el palo de golf y la guió hacia el campo, sus manos recorriendo con una calma calculada su espalda mientras se acercaban. El roce de sus dedos sobre su piel, por debajo de la tela de su ropa, fue suficiente para hacer que Amatista respirara más profundamente.
Cuando se detuvieron frente al hoyo, él se inclinó hacia ella una vez más, ajustando su postura y rodeándola por detrás. La cercanía era tan intensa que Amatista pudo sentir el calor de su cuerpo contra el suyo, y su mano, casi sin querer, encontró su pierna, acariciándola lentamente, apenas un toque, pero suficiente para ponerla alerta.
—Relájate, gatita. No es solo un juego —susurró Enzo contra su oído, mientras su mano subía suavemente por su muslo, sin apuro, disfrutando de cada pequeño roce.
Amatista cerró los ojos por un momento, controlando el impulso de responder de la misma forma, pero se mantuvo firme, con una sonrisa juguetona. Con un giro de su muñeca, lanzó la pelota hacia el hoyo, siguiendo la indicación de Enzo. La pelota voló con precisión, acercándose más de lo que ella esperaba.
—¿Eso fue suerte, o puedo decir que eres buena? —preguntó Enzo, su tono lleno de diversión.
Amatista sonrió, sin dejar de mirarlo.
—No fue suerte. Pero podría ser aún mejor si tú me ayudas... más cerca. —Dijo, guiando su mano con suavidad hacia su brazo, acariciando lentamente la parte interna de su muñeca.
Enzo no pudo evitar un ligero escalofrío al sentir su toque.
—¿Más cerca, eh? —murmuró él, sonriendo de forma enigmática mientras se acercaba aún más, hasta que sus cuerpos estuvieron completamente pegados. Su rostro estaba tan cerca que, por un segundo, se detuvieron, respirando al mismo ritmo, compartiendo la misma tensión que se acumulaba en el aire.
Amatista miró sus labios con una sonrisa cómplice, sus dedos tocando de nuevo el pecho de Enzo, esta vez con un poco más de insistencia.
—No puedo evitarlo, amor. Tienes esa manera de acercarte... —dijo, su voz seductora.
La proximidad entre ambos era eléctrica, y Enzo, incapaz de resistir la necesidad de tocarla, pasó su mano por su pierna, subiéndola hasta la parte posterior de su muslo, disfrutando de su suavidad. Amatista se inclinó levemente hacia él, su respiración entrecortada.
—Sabes que te estoy ganando, ¿verdad? —dijo ella con una sonrisa pícara, sus dedos recorriendo suavemente la línea de su cuello.
Enzo la miró con intensidad, como si quisiera devorarla con la mirada, pero al mismo tiempo, su voz suave y firme interrumpió el juego.
—Ya ganaste, gatita. —Y con una rapidez inesperada, inclinó su rostro hacia el suyo, sellando la conversación con un beso.
El beso fue suave al principio, pero pronto se intensificó, como un reflejo de la tensión que ambos habían acumulado. Los susurros del viento, el sonido del golf lejano, todo desapareció mientras sus cuerpos se mantenían cerca, fusionándose por un instante que parecía eterno. Cuando se separaron, Amatista no pudo evitar una sonrisa satisfecha, su respiración agitada.
—Te dije que podía ganar... con mi encanto —bromeó, su tono juguetón mientras lo miraba, todavía rozando su mano sobre su pecho.
Enzo la miró, sin perder esa chispa de deseo en sus ojos.
—Ya ganaste, gatita. Pero no quiero que lo olvides. —Y antes de que pudiera añadir algo más, sus labios volvieron a buscar los de ella, este beso más profundo, más exigente, como si quisiera confirmar que su victoria no era solo un juego.
A la distancia, Maximiliano Sotelo, acompañado de su hermano Mauricio, Luciano, Martín, Sofía y Diana, disfrutaba de un juego relajado. Los cinco compartían risas y comentarios mientras alternaban turnos para golpear las pelotas, pero no podían evitar dirigir sus miradas hacia una pareja que destacaba en el campo.
Enzo y Amatista estaban en su propio mundo, ajenos a las miradas furtivas y los comentarios que comenzaban a surgir. La cercanía entre ellos, las caricias sutiles y las miradas intensas alimentaban las especulaciones del grupo. Maximiliano, con una sonrisa ladeada, se apoyó en su palo de golf y no disimuló su interés.
—Míralos —murmuró, dejando escapar un suspiro teatral mientras observaba cómo Enzo tomaba la mano de Amatista para ajustar su postura, sus dedos deslizándose con deliberada lentitud por su brazo.
Mauricio, quien ya había notado el interés de su hermano, se cruzó de brazos y le dio un leve empujón en el hombro.
—¿No crees que estás mirando demasiado, Maxi? Podrías acabar en problemas si Enzo te sorprende.
Luciano rió entre dientes mientras preparaba su próximo tiro.
—¿En problemas? Yo diría que Maximiliano ya está en problemas desde que ella llegó. La forma en que mira… No me extrañaría que acabara escribiendo poemas esta noche.
Sofía, siempre directa, giró los ojos con una mezcla de diversión y exasperación.
—Deberían llamarte "el romántico frustrado". ¿Qué esperas que pase, Maxi? ¿Que ella deje a Enzo y corra hacia tus brazos?
Maximiliano soltó una carcajada corta, inclinando la cabeza hacia atrás.
—No, claro que no. Pero, vamos… —volvió a dirigir su mirada hacia la pareja, esta vez justo cuando Amatista colocaba su mano en el pecho de Enzo, y él aprovechaba para acariciar su muslo con una descarada ternura—. Admitan que hay algo… excitante en solo mirar.
Diana arqueó una ceja, dejando su pelota lista para el siguiente golpe.
—Excitante o masoquista. No sé cómo te las arreglas para no arrancarte los pelos cada vez que los ves juntos.
Martín, quien había estado más callado, no pudo evitar reírse.
—Es peor que masoquista. Creo que Maxi sigue convencido de que Enzo le robó a su prometida.
—¡Claro que lo hizo! —replicó Maximiliano, levantando las manos como si la respuesta fuera obvia—. Aunque, técnicamente, no llegó a ser mi prometida. Pero ese era el plan, ¿no? Las familias ya estaban acordadas.
Mauricio dejó escapar un bufido de risa mientras daba un paso al frente para preparar su tiro.
—El plan se fue al diablo hace años, Maxi. Déjalo ir. Además, si realmente estuvieran comprometidos, ¿de verdad crees que podrías manejar a alguien como ella? —Mauricio señaló con un gesto hacia donde Amatista, ahora apoyada contra el carrito de golf, miraba a Enzo con una sonrisa cómplice.
La escena era de una intimidad avasallante: Enzo se inclinaba hacia ella, murmurando algo que la hizo reír con suavidad mientras sus manos se encontraban de nuevo. Maximiliano no respondió de inmediato, pero sus ojos no se apartaron de la pareja.
—No se trata de manejarla —dijo finalmente, su voz más seria—. Se trata de que… bueno, olvidenlo. Enzo siempre juega para ganar, ¿no?
Luciano dio un paso hacia él, colocándole una mano en el hombro con fingida compasión.
—Y tú perdiste, amigo. Mejor acéptalo antes de que acabes más obsesionado de lo que ya estás.
Sofía rió entre dientes mientras daba un golpe certero a su pelota.
—¿Más obsesionado? ¿Eso es posible?
Maximiliano fingió no escuchar, aunque una sonrisa resignada asomaba en su rostro. Mientras el grupo volvía a concentrarse en su juego, sus miradas seguían escapándose de vez en cuando hacia Enzo y Amatista, que parecían no tener ojos para nadie más que el uno para el otro.