Capítulo 120 Protección y frustración
Dos semanas habían transcurrido desde que Amatista confirmó su embarazo. Aunque apenas se notaba su vientre, ella sentía cada vez más cerca la conexión con la nueva vida que llevaba dentro. Esa mañana, con determinación renovada, decidió presentarse en la empresa Lune.
Había trabajado sin descanso en los 20 diseños que Santiago le había encargado, pero su inspiración había ido más allá. Había creado cinco diseños adicionales: dos pulseras y tres collares, todos pensados para mujeres, buscando un balance perfecto entre las colecciones para ambos géneros.
Cuando Santiago llegó a la empresa y escuchó su propuesta, quedó impresionado. —Esto es fantástico, Amatista. Una colección de 25 piezas con este equilibrio atraerá tanto al público masculino como al femenino. Has superado todas mis expectativas.
Ambos revisaron los diseños finales y, después de darles el visto bueno, enviaron los bocetos al taller para que comenzaran a fabricarlos. Amatista sonrió, orgullosa de su trabajo. Era un paso más en su independencia y en construir algo más.
Albertina, consumida por sus celos y resentimiento, acompañó a su padre, Santino, en la búsqueda de alguien dispuesto a deshacerse de Amatista. Sabían que debían actuar con sigilo, por lo que fueron a visitar a Alex, un hombre conocido por ser profesional, eficiente y leal en este tipo de trabajos.
—Queremos que elimines a esta mujer —dijo Albertina con frialdad mientras le entregaban una foto de Amatista junto con sus datos.
Alex miró la imagen y sus ojos se endurecieron. Dejó los papeles sobre la mesa y, con una voz cargada de enojo, respondió:
—Fuera de aquí. No lo haré. Y si no se van ahora, haré que los golpeen.
Albertina y Santino, sorprendidos y furiosos, se retiraron de inmediato. —¿Qué le pasa a ese idiota? —gritó Albertina cuando ya estaban fuera.
—Cálmate, hija. Hay otros que estarán dispuestos a hacerlo —respondió Santino mientras revisaba mentalmente sus contactos.
Santino los llevó con Saúl, otro hombre conocido por aceptar cualquier tipo de trabajo a cambio de dinero. Al principio, Saúl se mostró interesado y dispuesto, pero al ver la foto de Amatista y leer sus datos, su rostro cambió.
—No. Fuera de aquí, y no vuelvan a buscarme —ordenó mientras los echaba de su propiedad.
—¡Idiota! ¡Eres un cobarde! —gritó Albertina desde la entrada mientras su padre intentaba calmarla.
—Es extraño que dos hombres diferentes hayan rechazado esto. Necesitamos saber por qué —comentó Santino.
Decididos a encontrar respuestas, fueron a visitar a Bruno, un hombre que aceptaba cualquier trabajo mientras le pagaran bien. Bruno los recibió con su habitual actitud despreocupada.
—¿Qué necesitan?
Cuando le explicaron y mostraron la foto de Amatista, Bruno los observó en silencio, y luego negó con la cabeza.
—No. Es mejor que dejen este asunto. Si Enzo Bourth se entera de lo que están planeando, los hará pagar caro.
Albertina, perdiendo la paciencia, le preguntó: —¿Por qué nadie quiere aceptar este trabajo? ¡Podemos pagarte el doble!
Bruno suspiró, con una mezcla de cansancio y miedo en su rostro. —No es cuestión de dinero. ¿No saben lo que pasó hace un tiempo?
Santino negó con la cabeza, y Bruno continuó:
—Amatista fue secuestrada por Martina y su padre, Hugo Ruffo. La tuvieron cautiva durante un mes. Enzo estaba desesperado, y ofreció una fortuna para encontrarla. Aunque logró dar con su ubicación, Franco Calpi se adelantó y rescató a Amatista, capturando a dos de los hombres que la tenían.
Bruno hizo una pausa, evaluando su reacción antes de seguir. —Enzo no dejó que esos hombres vivieran. Los mató a golpes, luego eliminó a los Ruffo por completo, y como agradecimiento, construyó un casino para Calpi. Después de eso, fue directo con nosotros, los que trabajamos en esto: nos advirtió que quien aceptara un trabajo en contra de Amatista pagaría con su vida. Y créanme, cumplirá su amenaza.
Albertina y Santino se miraron, incrédulos.
—¿Estás diciendo que no hay forma de que nadie acepte este trabajo? —preguntó Santino.
Bruno asintió. —Exacto. Si fueran inteligentes, dejarían de buscar. Si esto llega a oídos de Enzo, estarán muertos antes de poder arrepentirse.
Albertina y Santino salieron de la mansión de Bruno como una tormenta. Los pasos de Albertina resonaban furiosos sobre el pavimento mientras lanzaba insultos al aire, su rostro desencajado por la rabia.
—¡Es inútil! —gritó Albertina, con la voz temblando de furia—. Nadie aceptará el trabajo. Y ni siquiera podemos arriesgarnos tanto.
Santino la miró con una mezcla de comprensión y preocupación, pero no dejó que la desesperación los venciera.
—Es cierto, hija. Pero no te preocupes. Aún puedo pensar en alguien que pueda ayudarnos.
Albertina se detuvo bruscamente, dándole la espalda a su padre mientras lo fulminaba con la mirada.
—No. No vamos a conformarnos con eso. No me importa lo que tengamos que hacer, todo lo que tiene Amatista debe ser mío —declaró, el veneno en sus palabras claro y punzante—. No dejaré que se quede con lo que por derecho debería ser mío.
Santino suspiró, mirando a su hija. Sabía que no había forma de detenerla.
—Tienes razón, si Enzo estuvo dispuesto a amenazar a gente tan peligrosa, es porque está dispuesto a todo por ella. Pero lo que me preocupa es... ¿qué pasa si ellos nos descubren? Es arriesgado.
Albertina, con los ojos brillando de ambición, no se dejó disuadir.
—No me importa lo que arriesguemos. No quiero solo ser su "falsa novia", quiero ser una Bourth, ¡y lo haré! Lo haré con tu ayuda o sin ella.
Mientras tanto, en la empresa Lune, Amatista, Santiago y Alejo se encontraban en una pausa almorzando juntos en la sala de reuniones. La atmósfera era relajada, y las risas de los tres rompían la tensa normalidad de la oficina.
—Te ves hermosa con tu pancita —dijo Alejo a Amatista, sonriéndole con ternura.
Santiago, levantando la mirada hacia ella con curiosidad, preguntó:
—¿Qué prefieres? ¿Un niño o una niña?
Amatista sonrió y negó suavemente con la cabeza.
—No me importa. Solo quiero que todo esté bien para el bebé —dijo con sinceridad, apretándose un poco la pancita.
Ambos, con una sonrisa tierna, expresaron sus buenos deseos para el bebé, deseando de todo corazón que todo saliera bien.
—Cualquiera de los dos será perfecto, pero lo más importante es que estés bien —dijo Santiago, mientras Alejo asentía con una expresión de ternura.
Amatista les agradeció con una sonrisa cálida, agradecida por tener amigos como ellos.
—Gracias, chicos. Me siento afortunada de tenerlos.
Luego, se levantó de la mesa y dijo:
—Bueno, ya debo irme. Tengo que ver a Jeremías para revisar las pruebas de ADN.
Ambos le desearon suerte antes de que se marchara.
El sol de la tarde comenzaba a declinar cuando Amatista llegó al club de golf. Tomó un taxi y, al llegar, vio a Jeremías esperando en la entrada, con una expresión ansiosa. Ambos compartían la misma tensión. Al entrar al café, se sentaron en una mesa apartada para revisar los resultados de las pruebas.
Cuando Amatista vio el resultado positivo de la prueba de ADN, un sentimiento de indignación y confusión la invadió. Las mentiras de Isabel no tienen fin...
Jeremías, por su parte, sonrió con una expresión que hacía pensar que estaba satisfecho con el resultado.
—Será un gran padre, Amatista. Recuperaremos el tiempo que hemos perdido —dijo con seguridad, aunque en su interior comenzaba a idear cómo utilizarla para sus propios fines.
Amatista, sintiendo una mezcla de rabia y desconcierto, se levantó de la mesa.
—Hablemos después —dijo, sin querer escuchar más.
Al salir del café, mientras bajaba las escaleras hacia la salida del club, se encontró con Enzo, quien subía las escaleras junto a algunos socios y... Albertina.
Amatista intentó mantener la compostura, pero Enzo, al notar su alteración, no tardó en acercarse.
—¿Qué pasa, gatita? —le preguntó, su voz llena de preocupación.
Amatista trató de disimular, pero unas lágrimas traicioneras cayeron de sus ojos. Enzo la miró con más intensidad, preocupado.
—Nada, solo... estoy bien —dijo ella, pero su voz temblaba.
Enzo no dudó ni un segundo en abrazarla, rodeándola con sus brazos, y mirando de reojo a sus socios, quienes no podían ocultar su sorpresa al ver que Enzo, en lugar de estar con Albertina, se encontraba consolando a otra mujer.
Albertina, incómoda, trató de intervenir.
—Enzo, tenemos una negociación importante. ¿De verdad vamos a perder tiempo con esto?
Enzo la ignoró por completo, dirigiendo su mirada a sus socios.
—Continúen sin mí. Esto es más importante —les dijo, su tono firme. Luego se volvió hacia Albertina y, con voz controlada pero tajante, añadió—: No te metas en esto, Albertina.
Aún más confundidos, los socios se retiraron, murmurando entre ellos mientras Enzo tomaba a Amatista de la mano y la guiaba hacia su oficina en el club de golf.
En la oficina privada, lejos de las miradas de los demás, Enzo le ofreció agua a Amatista mientras la acomodaba en una silla. Se sentó frente a ella, su rostro aún marcado por la preocupación.
—¿Qué sucedió, gatita? —preguntó con suavidad.
Amatista, después de un largo silencio, finalmente le contó todo.
—La prueba... Jeremías es mi padre —dijo con un susurro de frustración.
Enzo frunció el ceño, pero no dudó en calmarla.
—No te preocupes por eso. Yo me encargaré de que no te hagan daño. No dejaré que te toque nadie —dijo, su tono decidido.
Amatista, sintiendo el peso de las mentiras y la confusión que la había arrastrado a ese punto, se acercó y lo abrazó con fuerza.
—Estoy cansada de las mentiras de Isabel... de todo lo que me ocultó. Me siento perdida —murmuró, apoyando su cabeza en su pecho.
Enzo la sostuvo en sus brazos, acariciando suavemente su abdomen que comenzaba a crecer, y luego pasó su mano por su cabello, intentando consolarla. La cercanía entre ambos los envolvía en una intimidad que, aunque tensa por los secretos no revelados, también alimentaba sus deseos y necesidades mutuas.
—No tienes que temer, gatita —le susurró al oído—. Yo te protegeré.
Albertina, furiosa por la situación, se encontraba en una esquina del café, mientras los socios se acomodaban en las mesas. Emir, uno de los hombres mayores, observó a Albertina con una ceja levantada.
—¿Quién era esa mujer, Albertina? —preguntó, con voz grave, mientras sus ojos se deslizaban hacia la entrada del café, buscando al dueño de la escena.
Albertina, con una sonrisa forzada, se apresuró a asegurarles que Enzo estaría de vuelta en un momento. Lo que había sucedido no era más que una molestia pasajera.
—Esa mujer es una cualquiera, manipulando a Enzo con mentiras sobre el bebé —dijo, intentando mantener la calma—. Asegura que el bebé que espera es de él, pero ya veremos, estamos esperando a que nazca para hacerle una prueba de ADN y comprobarlo.
Los socios lanzaron comentarios despectivos hacia la mujer, claramente disgustados con la situación. Guido, que había permanecido en silencio hasta ese momento, añadió:
—Es una pena que alguien tan baja quiera involucrarse con nuestro negocio. —Su tono era frío, con una mirada desconfiada dirigida hacia la puerta.
Emir asintió, claramente preocupado por la estabilidad de la relación entre Enzo y Albertina.
—¿Y tú qué piensas, Albertina? —preguntó. —Deberías tener cuidado con este tipo de mujeres. No es solo una cuestión personal, también es una cuestión de negocio.
Albertina agradeció su preocupación, disimulando su enojo y asegurando que mantendría todo bajo control. No podía permitirse que los socios dudaran de su posición.
Pero fue entonces cuando Emilio, que había estado escuchando todo desde una mesa cercana, se levantó y se acercó con paso firme.
—No se dejen engañar por lo que acaba de decir Albertina —dijo, mirando a los socios con determinación—. Ella es solo la novia de Enzo, aunque lo que acaba de insinuar probablemente acabe con esa relación.
Los socios se miraron confundidos. ¿Qué quería decir con eso? ¿Enzo había estado saliendo con Albertina solo para luego salir corriendo tras otra mujer?
Emilio continuó, sin perder la compostura.
—La mujer que vieron antes se llama Amatista, y en realidad, es la esposa de Enzo. Se conocen desde pequeños, y han sido pareja desde que ambos alcanzaron la mayoría de edad. Sin embargo, recientemente se separaron debido a algunas diferencias menores. Enzo comenzó a salir con Albertina, pero el único amor verdadero de Enzo siempre será Amatista.
El ambiente se tornó tenso. Los socios intercambiaron miradas, algunos se mostraron incrédulos, otros más desconcertados. Massimo, quien había estado escuchando todo desde el principio, intervino.
—Lo que Emilio dice es cierto —afirmó—. Enzo no tiene dudas sobre quién es la madre de su hijo. Y no dejen que algunos comentarios maliciosos los distraigan. Amatista es tan importante para Enzo que, si escuchara lo que acaban de decir, terminaría con las negociaciones inmediatamente.
Los socios asintieron, comenzando a comprender la situación. Emir, algo más calmado, se inclinó hacia el grupo.
—Tienes razón, Massimo. Perdón por habernos dejado llevar por lo que Albertina insinuó.
Albertina, completamente enfadada por la interrupción y los comentarios de Emilio, no pudo soportarlo más. Se levantó de su asiento con rapidez y, sin decir palabra, se dirigió hacia la salida del café, dejando atrás a los socios.
Mientras tanto, en la oficina del club, Amatista estaba sentada sobre el regazo de Enzo, con la cabeza apoyada en su pecho. Él la acariciaba con ternura, buscando tranquilizarla tras las emociones intensas de la conversación anterior.
Amatista levantó la mirada, notando la preocupación aún visible en los ojos de Enzo.
—¿No deberías regresar con los socios? —preguntó con un tono tranquilo, aunque en el fondo sabía que Enzo estaba debatiéndose entre sus prioridades.
Él negó con la cabeza, llevando una mano a su vientre.
—Iré luego. Lo más importante ahora eres tú y el bebé, gatita. —Su voz tenía un toque firme, dejando claro dónde estaba su prioridad.
Amatista suspiró, enternecida por sus palabras, pero también sabía que debía dejarlo ir.
—Enzo, está bien. Regresa con ellos. Yo me iré a casa, a la mansión Torner. Necesito descansar un poco.
Enzo la observó por unos segundos, como si estuviera considerando algo. Finalmente asintió con una mezcla de resignación y cuidado.
—Está bien, pero prométeme que te cuidarás. Federico ya nos advirtió que el estrés es muy malo para el bebé.
—Lo sé. No te preocupes —respondió Amatista, dedicándole una leve sonrisa que buscaba calmarlo.
Ambos salieron juntos de la oficina y se encontraron con los socios, acompañados por Emilio y Massimo. Amatista saludó con amabilidad a todos, manteniendo su elegancia y calma.
—Fue un gusto verlos. Les deseo una buena tarde. —Luego, se giró hacia Enzo y, con una voz suave, agregó—: Gracias por todo, Enzo.
Él asintió con un gesto breve, observándola mientras se marchaba sola. Había algo en su postura que denotaba fortaleza, pero también un ligero vacío al verla alejarse.
Los socios, Emilio y Massimo permanecieron en silencio por unos segundos, observando la escena. Fue Emilio quien rompió el momento.
—Parece que las cosas están más complicadas de lo que creía. —Miró a Enzo con un leve atisbo de comprensión, mientras Massimo hacía un gesto sutil hacia los socios para continuar la conversación.
Enzo respiró hondo y volvió a unirse al grupo, intentando enfocarse en las negociaciones, aunque su mente seguía con Amatista y su bienestar.