Capítulo 171 La espera inmóvil
Las horas pasaban lentamente, como si el tiempo mismo se estuviera burlando de la tensión que envolvía la dependencia. Las pantallas en la sala de control seguían mostrando mapas en blanco y negro, con las rutas que Diego había tomado, pero sin una pista clara de su paradero. Los oficiales seguían buscando, pero cada intento era inútil.
Enzo caminaba de un lado a otro, con la mandíbula apretada, sin poder dejar de pensar en lo que había fallado. La frustración era palpable en cada uno de sus movimientos, y su rostro, normalmente impenetrable, mostraba los signos del cansancio y la impotencia. Cada minuto sin resultados concretos era una herida más en su orgullo, y sabía que no podía permitirse fallar.
Mientras tanto, en la sala de interrogaciones, Amatista seguía esperando, atrapada en su propio tormento. La habitación, fría y desolada, solo estaba iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de una pequeña rendija en la pared. Aunque el tiempo parecía haberse detenido para ella, no podía dejar de pensar en Diego. Sabía que algo había salido mal, pero no sabía qué. Sus pensamientos giraban en torno a una única pregunta: ¿Escapó? ¿Realmente había caído en la trampa, o había logrado burlar a todos?
No sabía nada, solo la desesperación de estar allí, encerrada, sin poder hacer nada.
Guevara, que seguía observando las cámaras de seguridad, fue el primero en romper el silencio en la sala de operaciones. Con una expresión tensa, se giró hacia Enzo.
— Tal vez Diego tenía un plan B. Algo que le permitiera huir si lo descubría. — dijo, con un tono de duda en su voz.
Enzo lo miró con una mezcla de cansancio y determinación.
— Es probable. — dijo, su voz grave y reflexiva. — No subestimemos a Diego. Si algo ha quedado claro, es que es más astuto de lo que pensábamos.
Emilio, que había permanecido en silencio durante toda la operación, finalmente habló.
— Amatista tenía razón. Lo más probable es que Diego no vuelva a aparecer en mucho tiempo. Al menos, por ahora, no es una amenaza inmediata.
Alan, que había estado analizando el comportamiento de Diego, asintió con firmeza.
— Exacto. Esta era su oportunidad. — dijo con voz tranquila. — Diego buscará estabilizarse antes de volver a atacar. No tiene recursos ni hombres a su disposición. Necesitará tiempo para conseguirlo.
El ambiente en la sala se tensó un poco, pero todos sabían que Alan tenía razón. Diego, con su disparo en el hombro, no iba a atacar en el instante, ni tampoco iba a arriesgarse a hacer algo imprudente. Tenía que reconstruir su red de apoyo y reunir los medios necesarios para hacer frente a Enzo.
Enzo cruzó los brazos sobre su pecho, mirando el mapa frente a él.
— Eso quiere decir que tenemos tiempo. — dijo, su tono serio. — Pero no podemos relajarnos. Si Diego regresa, debemos estar preparados.
Mientras tanto, en la sala de interrogaciones, Amatista no tenía idea de lo que sucedía fuera. Estaba sola en su pequeño espacio, con solo el eco de sus pensamientos acompañándola. Su mente daba vueltas, cuestionándose una y otra vez qué había sucedido con Diego. Su intuición le decía que había algo raro, pero su desesperación por salir de allí, por tener alguna respuesta, la estaba consumiendo.
La noche se deslizaba lentamente hacia su fin. La búsqueda había continuado sin descanso, pero el sol empezaba a asomar en el horizonte, trayendo consigo una luz tenue que iluminaba la sala de operaciones, como si fuera un recordatorio cruel de lo que aún quedaba pendiente.
Amatista, en la sala de interrogaciones, se había quedado dormida. Había pasado horas en ese espacio frío, sin nada más que el saco de Enzo cubriéndola, su cuerpo recostado sobre la mesa, con la cabeza enterrada entre sus brazos. El silencio de la sala era insoportable, pero al menos, por un momento, había logrado descansar. Las largas horas de espera la habían dejado exhausta, y su cuerpo finalmente cedió al sueño, aunque el estrés y la tensión seguían pesando sobre su mente.
Mientras tanto, en la sala de operaciones, la búsqueda continuaba. La luz del amanecer no traía consigo las noticias que todos esperaban. Enzo, junto con su equipo, observaba en silencio las pantallas, sus pensamientos aún envueltos en la incertidumbre. La noche había sido larga, y el día no parecía prometedor. Los rastros de Diego se habían desvanecido, y el sentimiento de derrota comenzaba a instalarse en el aire.
Emilio fue el primero en hablar, rompiendo el pesado silencio que envolvía la sala.
— No lo vamos a encontrar, Enzo. — dijo, su tono grave. — Lo más probable es que Diego haya salido de la ciudad. Sabe que controlas todo aquí, y no va a arriesgarse a quedarse.
Enzo no respondió de inmediato, su mirada fija en las pantallas, pero su mente claramente estaba procesando las palabras de Emilio. No había señales de Diego. Nada que los llevara a un rastro claro. El hombre había desaparecido, y aunque sabían que tarde o temprano volvería, el vacío de la ausencia de una pista palpable les estaba pesando.
Alan, quien había estado observando la situación, asintió con pesar.
— Lo mejor es poner a alguien a investigar. Diego no va a atacar ahora. — dijo, su tono reflejando una preocupación calculada. — Lo más probable es que esté buscando recuperar sus recursos antes de intentar cualquier movimiento. Necesitará tiempo.
Guevara, que había estado observando en silencio, intervino. Sabía que tenía una solución, una posible pista que podría darles algo más con lo que trabajar.
— Conozco a un hombre. — dijo, mirando a Enzo. — Pertenecía a las fuerzas, y es ideal para rastrear personas. Tiene un don para localizar a alguien, y si alguien puede encontrar a Diego, es él.
Enzo lo miró fijamente, evaluando las palabras de Guevara. Finalmente, asintió, aceptando la sugerencia.
— Hazlo. Consigue el contacto. — dijo, su voz tensa pero decidida.
Alan, que había estado observando todo el proceso, dio un paso hacia adelante y se ofreció a poner fin a la tensión acumulada.
— Lo mejor será que todos descansamos. — dijo con firmeza. — Necesitamos claridad. No vamos a hacer nada en estas condiciones.
Enzo se quedó mirando a su equipo, como si esperara que la respuesta a la creciente tensión en su interior viniera de algún lugar que aún no había encontrado. La fatiga se notaba en todos, pero la amenaza de Diego seguía allí, invisible y persistente, acechando en la penumbra de sus mentes. Alan tenía razón, y aunque Enzo no podía permitirse bajar la guardia, entendía que el descanso era necesario.
—Está bien. Todos a descansar. Pero no olviden que seguimos en alerta. — ordenó, su voz grave, impregnada de esa autoridad que siempre lo acompañaba, aunque sus ojos reflejaban el cansancio acumulado de tantas horas sin tregua.
Luego, con el mismo tono firme, añadió:
—Lo mejor será usar el club como centro de operaciones a partir de ahora. Desde allí podremos coordinar mejor y estar más protegidos.
Alan, asintiendo con rapidez, se encargó de dar instrucciones a los demás.
—Vamos a descansar. Luego podremos equipar el club para continuar la investigación. — dijo con tranquilidad, sabiendo que era el momento de actuar con cautela.
Enzo asintió, sintiendo que su plan comenzaba a tomar forma. Pero antes de dirigirse al club, tenía algo más que atender. Volteó hacia Guevara, que aún permanecía en la sala de operaciones, observando las pantallas y haciendo cálculos en su cabeza.
—Ábreme la sala donde está Amatista. — ordenó Enzo, con una firmeza que no permitía objeciones. — Nos vamos al club.
Guevara, entendiendo la situación, se levantó sin decir palabra y caminó hacia la sala donde Amatista había permanecido durante horas, bajo el cuidado de la seguridad, pero también en un aislamiento del mundo exterior. Enzo lo siguió, sintiendo el peso de cada paso que daba.
Cuando llegaron, Enzo empujó la puerta y entró en la sala. Amatista estaba allí, como siempre, con la cabeza apoyada sobre la mesa, vestida solo con el saco de Enzo, que parecía mucho más grande de lo que realmente era, resguardándola de la frialdad de la sala. Su rostro, normalmente lleno de vida, ahora lucía pálido, casi fantasmal.
Enzo se acercó con cautela, y al tocarla, notó inmediatamente el calor de su piel. Estaba ardiendo de fiebre.
—Maldita sea. — murmuró, preocupado. La fiebre era consecuencia del frío que había soportado en la sala durante tantas horas.
Sin pensarlo dos veces, Enzo se giró hacia Alan, que aún esperaba en la puerta.
—Llama a Amadeo. — ordenó, su voz tensa. — Dile que se encuentre con nosotros en el club para atenderla. Necesita un médico ya.
Alan no perdió tiempo y salió rápidamente a hacer la llamada. Enzo, sin dejar de mirar a Amatista, la levantó con delicadeza en sus brazos, temeroso de que la fiebre fuera solo el principio de algo peor. La sostuvo con cuidado, como si fuera lo más preciado que tenía en el mundo. La idea de perderla lo aterraba, y eso solo intensificaba su desesperación.
Cuando estaba por salir de la dependencia, una figura se acercó rápidamente. Era la chica que se había hecho pasar por Amatista. Con un gesto de vergüenza y respeto, le entregó las ropas que había usado antes.
—Esto le pertenece a la señora. — dijo, intentando disimular el nerviosismo en su voz.
Enzo la miró con desprecio, sin un ápice de empatía.
—Quédatelo. — le dijo con frialdad, casi como si fuera un insulto. — Mi mujer no va a usar ropa que usó otra persona.
Con ese comentario, Enzo ignoró a la chica y se dirigió rápidamente al automóvil. Alan ya lo esperaba al volante, y el resto del equipo se encontraba preparado. Enzo se acomodó en el asiento trasero, con Amatista descansando en sus brazos, intentando no pensar en lo que había sucedido.
El trayecto fue silencioso, pero la tensión era palpable en el aire. Enzo no dejaba de mirar a Amatista, intentando calmar su creciente preocupación.
—Apúrate, Alan. — dijo con urgencia, su voz cargada de desesperación. — No tenemos tiempo que perder.
Alan aceleró, y el vehículo avanzó rápidamente hacia el club, donde Amadeo ya los esperaba. Enzo no dudó ni un segundo. Cuando llegaron, bajó rápidamente, con Amatista en brazos, y se dirigió al interior del club sin perder un instante.
—Amadeo, acompáñame a la habitación. — ordenó Enzo, sus ojos reflejando una mezcla de rabia contenida y angustia. El médico no dudó en seguirlo.
Una vez en la habitación, Amadeo se acercó a Amatista, la examinó brevemente y le administró un medicamento para reducir la fiebre. Enzo observaba en silencio, esperando respuestas.
—La fiebre es por la exposición al frío. — dijo Amadeo con tranquilidad. — Está bien de salud, solo necesita descansar.
Enzo suspiró aliviado, aunque aún tenso. Agradeció al médico con un gesto de cabeza.
—Gracias. — dijo, su tono más suave ahora.
Amadeo asintió y, al ver que Enzo ya se encontraba más tranquilo, se retiró en silencio.
Enzo se quedó unos momentos más junto a Amatista, observando cómo la fiebre comenzaba a ceder, y una sensación de calma, aunque leve, empezó a apoderarse de él. Se levantó de la silla, tomó un pijama de la ropa de Amatista y, con suavidad, le quitó el saco, reemplazándolo por el pijama. Con cuidado, la acomodó en la cama.
Finalmente, Enzo se deshizo de su propia camisa y pantalones, se acostó junto a ella y, con una mirada llena de cariño y necesidad, la rodeó con su brazo.
—Gatita. — susurró, casi como un ruego. — Quédate conmigo.
Amatista no respondió, pero Enzo, al sentir su respiración más tranquila, cerró los ojos, finalmente relajado por un instante. Lo que estaba por venir seguiría siendo una amenaza, pero por ahora, lo único que importaba era que ella estuviera a su lado.
Amadeo bajó las escaleras con tranquilidad, ajustándose el reloj en la muñeca mientras llegaba a la sala principal. Allí, Emilio, Alan, Joel, Facundo y Andrés estaban sentados en los sillones de cuero, con vasos de whisky en la mano, aún con la tensión del día reflejada en sus rostros.
Apenas lo vieron, sus miradas se enfocaron en él, esperando novedades.
—¿Y bien? — preguntó Emilio, apoyando un brazo en el respaldo del sillón.
Amadeo se rió con un gesto despreocupado.
—Solo tiene un poco de fiebre, no va a morir por eso.
Emilio soltó una carcajada.
—Ese cabrón de Enzo exagera demasiado cuando se trata de Amatista.
Los demás rieron entre murmullos, relajándose por primera vez en horas.
—Para ser justos... — comentó Joel, con una media sonrisa — Yo también me volvería loco por una mujer así.
—Eso ni se pregunta. — agregó Facundo, bebiendo un trago.
—Enzo es un tipo frío, pero con ella... no hay quién lo reconozca. — comentó Andrés con tono burlón.
Alan, que hasta el momento solo había escuchado, se inclinó un poco hacia el grupo y, con un tono más bajo, como si temiera ser escuchado, murmuró:
—Que esto quede entre nosotros… pero admito que Amatista se veía muy sexy con el saco de Enzo.
Las risas se intensificaron, aunque ninguno se atrevió a decirlo en voz alta. Todos sabían que, si Enzo los escuchaba, no dudaría en partirles la cara sin previo aviso.
Amadeo negó con la cabeza, aún divertido.
—Ya, váyanse a descansar. Con la cantidad de guardias que hay, este lugar es seguro. Yo me quedaré monitoreando la situación.
Poco a poco, los hombres se levantaron de sus asientos y se dirigieron a las habitaciones privadas. A pesar del cansancio y de la amenaza aún latente, por ahora, podían permitirse un respiro.