Capítulo 77 Un encuentro en la terraza
La terraza del club ofrecía una vista impresionante del campo de golf, con sus extensas áreas verdes iluminadas por el sol que comenzaba a descender. Amatista y Enzo se habían acomodado en una de las mesas más apartadas, buscando un momento de calma después del desafío que habían compartido.
Amatista disfrutaba de su helado, servido en una elegante copa que realzaba aún más la frescura del postre. Jugaba distraídamente con la cuchara, llevándola a sus labios con una mezcla de satisfacción y coquetería que no pasaba desapercibida para Enzo. Él, por su parte, sostenía un vaso bajo y ancho con su bebida favorita, observándola con una sonrisa tranquila pero cargada de complicidad.
—¿Estás disfrutando tu premio, gatita? —preguntó Enzo finalmente, dejando su vaso sobre la mesa.
Amatista levantó la mirada, su sonrisa traviesa brillando como siempre.
—Mucho, amor. Aunque creo que el verdadero premio fue verte admitir tu derrota. —respondió, llevándose otra cucharada de helado a la boca mientras lo miraba con un desafío velado en los ojos.
Enzo rió suavemente, negando con la cabeza.
—Disfrútalo mientras dure, gatita. La próxima vez no seré tan indulgente.
Amatista alzó una ceja, fingiendo sorpresa.
—¿Indulgente? Claro, claro. Mantente en esa idea, amor. Te hace sentir mejor, ¿verdad?
Enzo dejó escapar una carcajada, pero no dijo nada más, dejando que el ambiente entre ellos se llenara de una calidez que solo compartían en momentos como este.
Tras unos minutos de tranquilidad, Enzo cambió el tema, su tono más serio, pero sin perder la cercanía.
—Gatita, en unos días tengo que salir de viaje. —comenzó, jugando con el borde de su vaso mientras la miraba.
Amatista dejó la cuchara dentro de la copa, inclinándose ligeramente hacia él con interés.
—¿Viaje de negocios? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.
Enzo asintió.
—Sí. Hay varias reuniones importantes que no puedo evitar. Seguramente estaré fuera una o dos semanas.
Amatista lo observó en silencio por un momento antes de sonreír.
—Está bien, amor. Entiendo que es importante.
Enzo pareció considerar algo más, su mirada fija en ella antes de continuar.
—Estaba pensando… Podrías venir conmigo.
La propuesta tomó a Amatista por sorpresa. Ella ladeó la cabeza ligeramente, su interés evidente.
—¿Con tus socios y todas esas reuniones interminables? No estoy segura de encajar mucho en ese ambiente.
Enzo se inclinó hacia adelante, su tono ahora más persuasivo.
—Es cierto que el ambiente puede ser pesado. Mucho alcohol, charlas interminables y algunos excesos. Pero las reuniones no durarán todo el tiempo. Terminaré rápido, y podríamos disfrutar del hotel. Es increíble, y tiene playas privadas cerca. Sería una buena oportunidad para relajarnos.
Amatista se quedó pensativa, sus dedos trazando círculos en el borde de la copa de helado.
—Podría llevar mis cosas para avanzar en el curso mientras estás en tus reuniones. Así no me aburro. —dijo finalmente, pero antes de que Enzo pudiera responder, su expresión cambió a una más traviesa—. Aunque, si no te portas bien, tal vez prefiera la playa sola.
Antes de que Enzo pudiera responder al desafío, Amatista deslizó su pierna debajo de la mesa, rozando la de él con suavidad. Sus movimientos eran deliberados, lentos, y estaban acompañados de un leve guiño que hizo que la sonrisa de Enzo se ampliara.
—Prepara todo, gatita. Nos iremos en tres días. —respondió él, su voz baja pero firme, una promesa en cada palabra.
Amatista rió suavemente, apoyándose contra el respaldo de la silla con aire triunfal.
—¿Tres días? Amor, siempre estoy lista.
El momento se interrumpió con la llegada de Maximiliano y Mauricio Sotelo, quienes se acercaron a la mesa con una actitud relajada, aunque claramente respetuosa hacia Enzo.
—Enzo. Amatista. —saludó Maximiliano, inclinando ligeramente la cabeza mientras Mauricio esbozaba una sonrisa.
—No queremos interrumpir, solo queríamos saludar antes de irnos. —añadió Mauricio, con un tono cordial.
Enzo se levantó ligeramente de su asiento, extendiendo una mano hacia ellos.
—Por favor, siéntense. —dijo, indicando las sillas vacías junto a ellos—. No se vayan tan rápido.
Los hermanos Sotelo se miraron brevemente antes de aceptar la invitación, sentándose con una mezcla de respeto y comodidad. La charla comenzó con comentarios ligeros, pero rápidamente tomó un giro más relajado cuando Amatista, con su característico sentido del humor, decidió compartir algo que, según ella, era digno de recordar.
—¿Saben? Hoy sucedió algo inédito. —dijo, mirando a Maximiliano y Mauricio con una sonrisa que anticipaba algo divertido.
Ambos levantaron las cejas, intrigados.
—¿Algo inédito? —preguntó Maximiliano, inclinándose hacia adelante.
Amatista asintió, con un brillo travieso en los ojos.
—Sí. Enzo perdió en el golf.
Las risas no tardaron en llegar. Mauricio dejó escapar una carcajada, mientras Maximiliano intentaba, sin éxito, contener la suya.
—¿En serio? —preguntó Mauricio, mirando a Enzo con incredulidad fingida—. No puedo imaginarme eso.
—Es cierto. —confirmó Amatista, llevando una mano al pecho como si estuviera profundamente conmovida—. Fue un momento histórico.
Enzo negó con la cabeza, aunque una sonrisa ligera se asomaba en sus labios.
—No le crean tanto. Ya saben cómo es.
—No, no. Esto es serio. —interrumpió Amatista, inclinándose hacia ellos como si estuviera compartiendo un secreto—. La campeona fui yo. Y Enzo, bueno, tuvo que admitir su derrota.
Las risas resonaban en la terraza del club, atrayendo incluso algunas miradas curiosas de otros asistentes. Maximiliano, siempre rápido con los comentarios, no perdió la oportunidad de añadir combustible al fuego.
—¿Y cómo fue eso, Enzo? ¿Te dejó ganar o la subestimaste? Porque no puedo imaginarme que pierdas en algo.
Amatista, aprovechando el momento, fingió indignación y golpeó suavemente la mesa con la palma de la mano.
—¡Nada de dejarme ganar! Fue una victoria limpia. Y para que quede claro, no hubo trampa. —dijo, lanzándole una mirada significativa a Enzo.
Mauricio, entre risas, se inclinó hacia Maximiliano.
—Ya veo por qué perdió. ¿Cómo se concentra alguien con una oponente así?
Amatista sonrió satisfecha, girándose hacia Mauricio con un gesto teatral.
—¿Ves? Alguien que entiende mi verdadero talento. —dijo, llevándose la mano al pecho en un gesto dramático.
Enzo se cruzó de brazos, sacudiendo ligeramente la cabeza mientras los observaba a todos con una mezcla de resignación y diversión.
—No deberían dejarse llevar tanto por las historias de mi gatita. Es buena jugando… pero su verdadera habilidad es distraerme.
—¿Distraerte? —replicó Amatista, fingiendo estar ofendida—. Amor, solo jugué con seriedad. Si tú no puedes concentrarte, no es mi culpa.
Maximiliano rió aún más fuerte, señalando a Enzo.
—Entonces, ¿qué fue lo que hizo? ¿Te dedicó una mirada intensa? ¿O te susurró algo al oído? Vamos, danos los detalles.
Amatista se unió a las risas, disfrutando de la atención mientras se inclinaba ligeramente hacia Enzo, su expresión cargada de picardía.
—Quizás fue una combinación de ambas. —dijo, guiñándole un ojo a Maximiliano.
Mauricio, entre carcajadas, dio un golpe suave en la mesa.
—Esto es oro. Por favor, la próxima vez invítennos a ver el espectáculo. Prometo traer palomitas.
Enzo dejó escapar una carcajada baja, pero finalmente levantó las manos en señal de rendición.
—Está bien, está bien. Admito que perdí. —dijo, mirándolos a todos antes de volver su atención a Amatista—. Pero no te emociones tanto, gatita. Esto no termina aquí.
Amatista alzó una ceja, desafiándolo nuevamente.
—¿Eso es un reto, amor? Porque sabes que siempre estoy lista.
Mauricio y Maximiliano intercambiaron miradas divertidas, disfrutando de la dinámica entre ellos.
—Bueno, Enzo. —intervino Maximiliano, levantando su copa—. Solo podemos decir que tienes una oponente formidable. Pero si necesitas un entrenador para la revancha, puedes contar conmigo.
—O conmigo. —añadió Mauricio—. Aunque, siendo sinceros, creo que tienes pocas probabilidades de ganar si ella decide jugar como hoy.
Amatista no pudo contener la risa, recostándose en su silla mientras miraba a Enzo con una mezcla de cariño y satisfacción.
—¿Ves? Incluso ellos lo admiten. Tal vez deberías empezar a practicar, amor.
Enzo sonrió, acercándose ligeramente hacia ella.
—O tal vez, gatita, debería empezar a practicar contigo. Así no me sorprenderás la próxima vez.
Las bromas continuaron durante un rato más, la mesa llena de energía y camaradería. Finalmente, Maximiliano y Mauricio se levantaron, listos para despedirse.
—Ha sido un placer compartir este momento histórico. —dijo Mauricio, inclinándose ligeramente hacia Amatista—. Espero que sigas siendo la campeona por mucho tiempo.
—Gracias, Mauricio. —respondió Amatista con una sonrisa brillante—. Y no te preocupes, lo seré.
Maximiliano extendió la mano hacia Enzo, con una sonrisa cómplice.
—Nos vemos pronto, Bourth. Y buena suerte con la revancha. La vas a necesitar.
—Gracias, Maximiliano. —respondió Enzo, estrechándole la mano firmemente—. Aunque no necesitaré suerte. Solo tiempo.
Cuando finalmente se marcharon, la terraza recuperó su calma. Amatista y Enzo quedaron nuevamente solos, pero las risas y la calidez del momento seguían presentes.
—Fueron divertidos. —comentó Amatista, llevándose el último trozo de helado a la boca.
Enzo, recostándose ligeramente en su silla, la observó con una sonrisa relajada.
—Sí, pero no creas que olvidaré todo lo que dijiste, gatita.
Amatista rió suavemente, inclinándose hacia él con una mirada desafiante.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto?
Enzo no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó hacia ella, su mirada intensa mientras rozaba ligeramente su mano contra la suya.
—Ya lo verás.
Amatista sostuvo su mirada por un momento, antes de sonreír ampliamente y recostarse nuevamente.
—No puedo esperar, amor.
El trayecto hacia la mansión Bourth transcurrió con una atmósfera ligera. Amatista descansaba contra el asiento del auto, mirando cómo las luces del camino se deslizaban por la ventana, mientras Enzo mantenía su atención en el volante, con una expresión relajada pero alerta.
—Creo que podría dormir toda la tarde. —comentó Amatista, cerrando los ojos un momento con una sonrisa satisfecha.
Enzo, sin apartar la vista del camino, dejó escapar una risa suave.
—Me parece un excelente plan, gatita. Aunque primero vamos a darnos un baño y luego descansaremos.
Amatista lo miró de reojo, con un brillo travieso en los ojos.
—No prometo no quedarme dormida en el auto, amor. —dijo, fingiendo un bostezo exagerado.
Enzo sonrió, su mano derecha descansando en el volante mientras la otra jugueteaba con los controles del aire acondicionado.
—No descansarás mucho si sigues recordándome por qué no dormimos anoche. —respondió, su tono cargado de una mezcla de diversión y algo más profundo.
Amatista se rió, inclinándose ligeramente hacia él.
—¿Y acaso no fue divertido? —preguntó, con un tono juguetón mientras deslizaba suavemente sus dedos por el brazo de Enzo, disfrutando de cómo su mirada permanecía fija en el camino, aunque sabía que sus palabras lo afectaban.
—Divertido no lo describe, gatita. Pero hoy sí que vamos a descansar. —respondió él, lanzándole una mirada breve pero intensa que la hizo sonreír aún más.
Cuando llegaron a la mansión, la familiaridad del lugar los envolvió de inmediato. Guardias apostados en la entrada les dieron una leve inclinación de cabeza en señal de saludo, y el personal de la casa trabajaba en silencio, manteniendo todo en perfecto orden.
Amatista saludó brevemente a una de las empleadas que cruzó por el pasillo, pero continuó junto a Enzo hacia las escaleras, subiendo al segundo piso donde se encontraba su habitación. Al pasar frente a la biblioteca, oyeron las voces de Alicia y Alesandra conversando animadamente, pero ambos decidieron no interrumpir.
Al llegar a la habitación, Enzo cerró la puerta detrás de ellos, dejando el bullicio de la mansión afuera. El espacio era amplio y elegante, con tonos cálidos que invitaban al descanso. El baño, conectado a la habitación, era un oasis privado, equipado con una bañera lo suficientemente grande para dos personas, decorada con mármol y detalles dorados.
—¿Qué te parece si hacemos que este baño sea especial? —sugirió Enzo, comenzando a llenar la bañera con agua caliente mientras añadía aceites aromáticos que liberaban un suave aroma a lavanda y cítricos.
Amatista dejó escapar un suspiro aliviado, disfrutando del ambiente tranquilo.
—Me parece perfecto, amor. —respondió mientras comenzaba a quitarse los accesorios y a desvestirse, con movimientos tranquilos y despreocupados.
Enzo, observándola por el rabillo del ojo, no pudo evitar sonreír al verla tan cómoda. Sin decir nada más, se unió a ella, dejando su ropa sobre una silla cercana antes de entrar juntos al baño.
La calidez del agua los envolvió al instante. Amatista se recostó ligeramente, cerrando los ojos mientras el aroma de los aceites ayudaba a aliviar la tensión acumulada. Enzo, sentado detrás de ella, comenzó a masajearle suavemente los hombros, sintiendo cómo sus músculos se relajaban bajo sus manos.
—Eres demasiado bueno en esto. —murmuró Amatista, su voz casi un susurro mientras disfrutaba de cada movimiento.
—Te lo mereces, gatita. —respondió Enzo, inclinándose ligeramente hacia adelante para besarle la cabeza con ternura.
El sonido del agua, mezclado con sus respiraciones lentas, llenaba el espacio. Ninguno de los dos tenía prisa. Los minutos pasaron en un silencio cómodo, donde no se necesitaban palabras para expresar la cercanía que compartían.
—¿Sabes? —dijo Amatista finalmente, girándose ligeramente para mirarlo—. Podría acostumbrarme a esto. Tú, yo, un baño relajante después de un día largo. Suena como el plan perfecto.
Enzo sonrió, sus manos moviéndose lentamente hacia su espalda mientras continuaba el masaje.
—Podríamos hacerlo más seguido, siempre y cuando no llenemos nuestras noches con otras actividades, como anoche. —comentó con una sonrisa que arrancó una risa suave de Amatista.
—No me arrepiento de nada. —dijo ella con un tono travieso, dejando que su cabeza cayera hacia atrás, apoyándose en su pecho.
Enzo dejó escapar una risa baja, acariciando suavemente su cabello.
—Tampoco yo, gatita. Pero hoy vamos a descansar. Prometido.
El agua se enfrió lentamente, pero ninguno de los dos se apresuró a salir. Finalmente, Amatista se levantó primero, envolviéndose en una toalla mientras Enzo hacía lo mismo. Ambos regresaron a la habitación, disfrutando del calor residual del baño y de la calma que los rodeaba.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo la habitación con tonos dorados y naranjas. Enzo se dejó caer en la cama, observando cómo Amatista se movía por la habitación, ajustándose la coleta y revisando algunos detalles. Ella finalmente se unió a él, acomodándose a su lado con una sonrisa satisfecha.
—Creo que ahora sí puedo dormir tranquila. —murmuró Amatista, acurrucándose contra su pecho.
Enzo la abrazó, sintiendo cómo su respiración comenzaba a volverse más lenta.
—Yo también, gatita. —susurró, dejando que el sueño los envolviera a ambos.