Capítulo 161 Bajo presión
La tarde avanzaba en el refugio improvisado del club Le Diable. Enzo estaba en la sala principal, enfocado en la pantalla de su computadora, con los dedos moviéndose rápidamente sobre el teclado mientras analizaba información. Alrededor de él, el ambiente era relajado, aunque cargado de comentarios y risas de los demás que intentaban distraerse del encierro: Roberto, Nahuel, Amadeo, Gustavo, Alan, Joel, Facundo, Andrés, y algunas de las mujeres que acompañaban a los socios. Rita e Isis permanecían cerca, observando con evidente fastidio la dinámica.
Amatista entró en la sala con un aire despreocupado, sosteniendo un par de frascos de aceites en sus manos. Caminó directamente hacia Enzo y, con una sonrisa juguetona, anunció:
—Bueno, Enzo, prometí masajes. Aquí estoy.
Enzo levantó la vista de su computadora, ligeramente desconcertado. Su mirada se posó en los frascos que llevaba y luego en su rostro.
—¿Aquí mismo? —preguntó con incredulidad.
Amatista asintió con firmeza, pero su tono era provocador.
—Claro. No me arriesgaré a que luego digan que nos encerramos en una habitación para... otras cosas. —Su mirada se deslizó intencionadamente hacia Rita, quien apretó los labios, furiosa por el evidente desafío.
Enzo suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Esto es ridículo.
—Quítate la camisa y recuéstate en el sofá, boca abajo —ordenó ella, sin perder su sonrisa.
—Solo lo haré porque tu masaje realmente lo vale —gruñó Enzo, obedeciendo a regañadientes. Se quitó la camisa, revelando su espalda marcada por años de ejercicio y tensión acumulada. Luego se acomodó en el sofá, dejando escapar un suspiro aliviado mientras Amatista tomaba asiento sobre él, colocando sus manos en su espalda.
Alan fue el primero en lanzar un comentario.
—Esto se pone interesante. ¿Es parte del trato del risotto o viene como extra? —bromeó, ganándose las risas de Joel y Facundo.
—Quizá deberíamos hacer fila —agregó Facundo, riendo mientras las mujeres a su alrededor lo seguían con risas cómplices.
Amatista, sin detenerse, respondió con ligereza.
—Lo siento, pero solo atiendo a padres de mis hijos. —Sus manos comenzaron a trabajar con movimientos firmes y sensuales, provocando que Enzo emitiera un gruñido de satisfacción.
—¡Eso suena exclusivo! —exclamó Joel, riéndose mientras daba un codazo a Andrés.
—Definitivamente necesitamos hijos para acceder a ese servicio VIP —bromeó Andrés, lo que generó otra ola de carcajadas.
Rita, en cambio, cruzó los brazos y murmuró algo a Isis en un tono bajo, pero lleno de desdén. Ambas intercambiaron miradas de complicidad cargadas de desprecio hacia Amatista.
—¿Has estado haciendo ejercicio, Enzo? Tus músculos están más definidos —dijo Amatista en un tono deliberadamente ligero, sus manos recorriendo los hombros tensos de él con destreza.
Rita no pudo soportarlo más. Se levantó de golpe, sacudiendo la cabeza.
—No tengo por qué soportar esto —espetó, marchándose de la sala con pasos firmes.
Isis la siguió de cerca, mirando a Amatista como si quisiera fulminarla con la mirada. Sin embargo, Amatista solo se rió suavemente.
—Cuidado, Enzo, parece que ya estás en problemas.
—No me importa —respondió él con un tono relajado mientras cerraba los ojos, disfrutando del masaje—. Vale la pena si es por esto.
—¡Yo también quiero uno! —gritó Alan, levantando la mano teatralmente.
—¡En tus sueños! —replicó Enzo, riéndose mientras Amatista seguía trabajando en su espalda.
—¿Y qué tal un intercambio? —preguntó Joel, fingiendo negociar—. Tú nos dejas un turno para el masaje, y nosotros dejamos que Amatista nos prepare risotto otro día.
Amatista rió suavemente, inclinándose hacia Enzo mientras murmuraba con picardía:
—Tranquilo, solo a ti te hago masajes. Después de todo, eres el padre de mis hijos.
Enzo sonrió de medio lado, completamente relajado ahora.
—Como debe ser.
Roberto se unió a la conversación, levantando su vaso.
—Es oficial, Amatista es la MVP de este encierro. Tiene a todos trabajando en su contra, y aun así domina el ambiente.
—¡Dominando a Enzo, incluso! —añadió Gustavo, alzando las cejas.
—Cuidado con lo que dices, Gustavo —advirtió Enzo con un tono ligero pero con una pizca de autoridad.
Amatista dejó escapar una risa ligera, deteniendo sus manos por un momento.
—Creo que ya está. Tu espalda debería sentirse mucho mejor ahora.
Enzo giró ligeramente la cabeza para mirarla, sus ojos brillando con algo que solo ella podía identificar.
—Mucho mejor. Pero tendrás que cocinar ese risotto para todos. Este masaje me puso de buen humor.
—¡Por fin, el jefe cede! —gritó Alan, levantándose como si hubiera ganado un premio.
—Aunque no lo admitiría nunca, todos sabemos que es gracias a los masajes —se burló Facundo, lo que arrancó risas generalizadas.
Amatista, divertida, se levantó del sofá y estiró los brazos.
—Bien, todos tendrán su risotto, pero solo porque el jefe dijo que puedo. —Su tono era tan ligero que provocó otra oleada de risas.
Enzo se levantó lentamente, poniéndose de pie mientras recogía su camisa.
—Espero que esté tan bueno como lo recuerdo, gatita. No olvides que tengo expectativas altas.
Amatista, con una sonrisa traviesa, lo miró directamente a los ojos.
—¿Alguna vez te he decepcionado, Enzo?
Él le devolvió la mirada, una mezcla de deseo y calidez brillando en sus ojos oscuros.
—Jamás, gatita.
Ella soltó una risa suave y se giró, dejando que su cabello cayera sobre uno de sus hombros mientras comenzaba a caminar hacia la salida de la sala.
—Voy a lavarme las manos. Después te ayudo con lo de Diego y, cuando terminemos, cocino para todos.
Antes de que pudiera irse, uno de los empleados del club, que estaba discretamente ordenando cerca, alzó la voz con un toque de humor.
—¿"Todos" incluye a los empleados? Porque ese risotto suena muy prometedor.
Amatista se detuvo y lo miró por encima del hombro con una sonrisa radiante.
—Todos significa todos, ¿no?
Las risas llenaron la sala nuevamente mientras varios empleados intercambiaban miradas emocionadas y hasta algunos aplausos discretos se escucharon.
—¡Esto mejora cada vez más! —gritó Alan, levantando su vaso en señal de celebración.
—Amatista está ganándose a todo el club —comentó Facundo en voz baja, inclinado hacia Nahuel.
—No me sorprende, es una experta en hacerlo —respondió Nahuel con una sonrisa torcida mientras ambos observaban cómo Enzo seguía con la mirada a Amatista, sus ojos claramente fijos en ella hasta que desapareció por el pasillo.
Enzo, aún sosteniendo su camisa sin ponérsela, miró a los presentes con una expresión que oscilaba entre la satisfacción y una ligera advertencia.
—Que nadie se acostumbre demasiado. No será un espectáculo recurrente.
—¡Hablas como si pudiéramos detenerlo! —bromeó Gustavo, provocando una carcajada generalizada.
Rita, que había regresado en silencio a la sala después de su abrupta salida, cruzó los brazos, con una expresión de enojo contenida. Isis, a su lado, le susurró algo al oído, pero el intercambio fue rápido y no llamó la atención de nadie más.
Amadeo, siempre el más observador, se inclinó hacia Roberto.
—Rita está a punto de explotar. ¿Cuánto más crees que pueda aguantar?
Roberto sonrió con cinismo, encogiéndose de hombros.
—No mucho, si Amatista sigue ganándose a todos. Lo que me intriga es cuánto está dispuesto a soportar Enzo por esta tensión.
Mientras tanto, Enzo volvió a sentarse frente a su computadora, aunque sus pensamientos parecían lejanos. Alan se acercó con una sonrisa burlona.
—Así que... ¿qué tal el masaje, jefe? ¿Estuvo a la altura del risotto?
Enzo levantó una ceja, acomodándose en la silla.
—Ambos son excelentes. Pero no intentes conseguir ninguno, Alan.
La respuesta provocó más risas, aunque todos notaron el tono posesivo en las palabras de Enzo. Mientras las conversaciones continuaban.
Amatista regresó al salón con la toalla pequeña en las manos y, al ver a Enzo concentrado en su computadora, se acercó con paso firme y una sonrisa curiosa.
—¿Qué quieres que haga ahora? —preguntó, mirando a Enzo a los ojos, como si no hubiera nada que temer.
Él levantó la mirada lentamente, su tono autoritario como siempre.
—Revisa los papeles de la mesa. Si encuentras algo raro, avísame.
Amatista asintió y se acomodó en el sofá con los papeles, comenzando a hojearlos con atención. A medida que los pasaba, comenzó a notar algo peculiar: pequeñas transacciones de dinero que, a simple vista, pasaban desapercibidas, pero que sumadas formaban una cantidad considerable.
Mientras ella continuaba con su trabajo, Enzo la observaba sin disimulo. Su mirada, llena de intenciones que no pasaban desapercibidas, recorría su figura, algo que no pasó por alto para ninguno de los presentes.
—¿La ves? —dijo Alan en voz baja a Roberto, dándole un toque de complicidad mientras observaban a Enzo.
—No me sorprendería si Enzo no dejara de mirarla ni un segundo —respondió Roberto, sin apartar los ojos de la interacción.
—Como si no fuera suficiente con que cocine para él... —comentó Nahuel, con un tono cargado de humor.
Rita, que no podía soportar la escena, se inclinó hacia Isis y susurró con desdén.
—No sé qué ve Enzo en ella. Es tan... desagradable.
Isis la miró de reojo, frunciendo el ceño, pero sin responder de inmediato. Finalmente, murmuró en voz baja, asegurándose de que nadie más la escuchara.
—Hay que deshacerse de ella. Si no lo hacemos, todo lo que hemos hecho no va a valer la pena.
Amatista, ajena a la conversación, seguía revisando los papeles cuando, finalmente, se levantó y se acercó a Enzo con una expresión serena pero alerta.
—Hay algo interesante en estas cuentas. Las transacciones son pequeñas, pero si las sumas todas, resulta una cantidad significativa.
Enzo frunció el ceño, pensativo, como si estuviera analizando cada palabra.
—Debe haberlas transferido a una cuenta secreta para mantenerse mientras esté oculto.
Amatista asintió con firmeza.
—Si logramos rastrear esa cuenta, podríamos vaciarla. Sin recursos, Diego no podrá hacer nada.
Enzo, sin dudar, comenzó a pensar en cómo proceder.
—Voy a pedirle a Ezequiel que rastree la cuenta.
Amatista lo miró con una ligera sonrisa.
—No hace falta. Yo misma la rastrearé, solo necesito una computadora.
Enzo la miró incrédulo, sin comprender del todo.
—¿Lo vas a hacer tú misma?
Amatista se rió suavemente.
—Sí. Roque me ha enseñado muchas cosas.
Enzo sonrió, divertido ante su confianza.
—Está bien, iré a por una computadora.
Los socios, que habían estado atentos a toda la interacción, no podían evitar sus murmullos de incredulidad y diversión.
—¿En serio crees que lo hará? —preguntó Joel a Nahuel, levantando una ceja.
—No sé... Pero si lo logra, le deberíamos darle un premio —respondió Nahuel, con una sonrisa burlona.
Joel, con una sonrisa de desafío, miró a Amatista.
—Si logras rastrear esa cuenta, le daré un beso a Rita.
Amatista, divertida y desafiante, no tardó en responder con picardía.
—Prepárate para ese beso, porque lo voy a lograr.
Amatista se acomodó nuevamente en el sofá, la computadora frente a ella, sus dedos deslizándose rápidamente por el teclado mientras analizaba cada transacción. Pasaron un par de horas, pero finalmente, con una sonrisa satisfecha, levantó la vista y mostró los resultados a Enzo.
—Aquí está —dijo con calma, señalando la pantalla donde las transacciones de dinero se dividían en tres cuentas distintas. —Diego las repartió de esta manera para que la cantidad total no se notara.
Enzo se sentó junto a ella, mirando los datos con atención.
—Impresionante —murmuró, sorprendiendo a todos los presentes con su admiración hacia Amatista—. Nunca lo habría visto de esa forma, gatita.
Amatista se rió ligeramente, una sonrisa arrogante asomándose en sus labios mientras miraba a Rita con un toque de desafío.
—Toda la vida fui una Bourth, tengo que estar a la altura —respondió con confianza, aunque su mirada estaba clavada en la esposa de Enzo.
Enzo la observó con una mezcla de admiración y algo más.
—Eres una Bourth. Eso no cambia —dijo, su voz cargada de una leve diversión.
Isis, al ver la interacción, no pudo callarse más.
—¡No es una Bourth, Enzo! ¡Y ahora estás casado con Rita! —exclamó, visiblemente furiosa, mientras miraba a su primo con desdén.
Enzo soltó una risa baja, como si no le importara en lo más mínimo.
—Eso cambiará pronto, Isis. Incluso si Amatista no me perdona, no pienso continuar con Rita.
Amatista, al oír eso, no pudo evitar hacer un comentario irónico.
—Hablando de eso… alguien tiene que besar a Rita —dijo, mirando a Joel con una sonrisa burlona.
Joel, encogiéndose de hombros, miró a Enzo y dijo:
—Bueno, una promesa es una promesa, ¿no? —se rió.
Rita, furiosa, se levantó de golpe, su rostro rojo de ira.
—¡Eso es estúpido! ¡Yo soy la esposa de Enzo! —gritó, mirando a todos con desprecio.
Enzo se echó a reír sin preocuparse por la reacción de Rita.
—A mí no me importa en lo más mínimo, Rita —dijo, con una sonrisa divertida.
Rita, incapaz de aguantar más, salió de la habitación furiosa, dejando a todos en silencio por un momento.
Amatista, sin poder evitarlo, soltó una risa burlona.
—Te salvaste, Joel —dijo, mientras lo miraba con simpatía.
Enzo la miró con una sonrisa algo maliciosa.
—No seas mala, gatita —dijo, apoyando su mano sobre el cuerpo de Amatista. Pero al tocarle las costillas, ella se quejó, haciendo que Enzo frunciera el ceño.
—¿Qué te pasa? —preguntó, retirando la mano rápidamente, dándose cuenta del dolor que Amatista aún sentía.
Amatista se quejó de nuevo, apartándose de él.
—No me toques —le reclamó con tono severo, recordándole el golpe que Diego le había dado.
Enzo pareció molesto consigo mismo, pero intentó suavizar su tono.
—Lo siento, gatita. Me olvidé… ¿cómo estás? —preguntó, con un toque de preocupación genuina.
Amatista lo miró con frialdad.
—Estamos separados, Enzo —le recordó, sin titubear. —Aún no te he perdonado. Solo estoy molestando a Rita e Isis.
Se levantó del sofá con una actitud firme, dirigiéndose hacia la cocina.
—Voy a cocinar, luego seguimos con la investigación. —dijo, sin mirar atrás.
Los socios, que habían estado observando todo en silencio, empezaron a murmurar entre ellos.
—Esto no se está quedando solo en lo que parece —comentó uno de ellos, mirando cómo Enzo la seguía con la mirada mientras se alejaba.
—Lo que sea que pase entre ellos, está claro que no terminará pronto —dijo otro, con una sonrisa en su rostro.
Joel, por su parte, se levantó de su asiento y, con una risa nerviosa, comentó.
—Bueno, si lo que dijo Amatista es cierto, parece que me salí con la mía —dijo, mirando a Enzo.
Enzo se apoyó en la mesa, mirando a la cocina donde Amatista había desaparecido.
—Haré lo que sea para que me perdone —dijo en voz baja, pero con una determinación que no pasó desapercibida para sus socios.
—Esto va a ponerse interesante —comentó Roberto, con una sonrisa en los labios.
Las carcajadas invadieron la sala, y las mujeres miraban con celos contenida, mientras los socios no podían evitar sentirse intrigados por la seguridad con la que Amatista se había ofrecido a rastrear la cuenta.
—Vamos, ¿en serio? —comentó Gustavo, aun riendo. —¿Cuánto tiempo le das antes de que se rinda?
Enzo, viendo la competencia de miradas y apuestas que se estaba formando, levantó la mano en señal de calma.
—No voy a permitir que nadie más se inmiscuyera. Lo hará ella, y lo hará bien. —Una ligera sonrisa apareció en sus labios, mientras su mirada se posaba una vez más sobre Amatista.