Capítulo 129 Desayuno de conflictos
El sol se filtraba por las cortinas cuando Amatista abrió los ojos, consciente del peso cálido que la envolvía. Se movió ligeramente, y al girar la cabeza, encontró a Enzo aún dormido, con su respiración pausada y un brazo apoyado sobre la almohada. Por un momento lo observó en silencio, notando la serenidad que su rostro desprendía cuando descansaba. Sin embargo, no quiso prolongar el momento. Se deslizó cuidadosamente fuera de la cama y caminó hacia el baño.
El suave ruido de sus pasos despertó a Enzo, quien abrió los ojos justo a tiempo para verla acercarse al baño.
—¿Ya tan temprano, gatita? —murmuró, su voz todavía ronca por el sueño.
Amatista sonrió mientras alcanzaba la puerta del baño.
—Alguien tiene que empezar el día.
Enzo se incorporó ligeramente, apoyándose en los codos, y la miró con una sonrisa perezosa.
—Podríamos empezar juntos, ¿no crees? —dijo con tono travieso, su mirada insinuante clavada en ella.
Amatista soltó una carcajada.
—Estás loco, Enzo. Todavía no me has demostrado que has cambiado, así que no.
Sin darle oportunidad de insistir, Amatista cerró la puerta detrás de ella, pero Enzo no se dio por vencido. Con una sonrisa divertida, se levantó de la cama y caminó hacia el baño. Abrió la puerta sin molestarse en llamar, provocando que Amatista se girara sorprendida.
—¡Enzo! —exclamó, entre divertida e indignada—. ¡Sal de aquí, quiero bañarme!
Su tono era de falso enojo, y él lo sabía. Enzo se acercó lentamente, con una sonrisa encantadora en el rostro.
—¿Por qué tanto drama? No es como si no hubiéramos estado en esta situación antes.
Amatista colocó una mano en su pecho para detenerlo, pero él aprovechó el gesto para tomarla suavemente de la muñeca.
—¿Qué pasa, gatita? ¿Te intimido? —preguntó en tono burlón mientras inclinaba su rostro hacia el de ella.
—¡Claro que no! —replicó ella, aunque su tono perdió firmeza al notar la cercanía.
Antes de que pudiera reaccionar, Enzo la besó. Fue un beso que comenzó suave, como si le diera la oportunidad de alejarse si lo deseaba, pero pronto se volvió más intenso, apasionado. Amatista, lejos de resistirse, se dejó llevar, respondiendo al beso mientras sus manos se movían involuntariamente hacia los hombros de Enzo.
Él se separó por un momento, solo para besar su cuello y luego sus hombros, dejando un rastro de calor donde sus labios pasaban. Amatista dejó escapar un pequeño suspiro, casi sin darse cuenta, y por un instante, pareció que ambos estaban a punto de cruzar una línea que no habían cruzado en mucho tiempo.
Finalmente, Amatista recuperó la compostura y puso sus manos en los hombros de Enzo, empujándolo suavemente hacia atrás.
—Todo muy lindo, pero igual me voy a bañar sola —dijo, mirándolo con una mezcla de diversión y firmeza.
Enzo sonrió ampliamente, claramente satisfecho consigo mismo.
—No importa, gatita. Me voy satisfecho. —Se mordió el labio inferior de forma provocativa antes de retroceder hacia la puerta—. Pero apúrate, o se te hará tarde para desayunar.
Amatista rodó los ojos, aunque una sonrisa permaneció en su rostro mientras él salía del baño. Cerró la puerta, dejando escapar una risa ligera antes de darse una ducha rápida y vestirse.
Cuando bajó al comedor, encontró a Enzo, Isis y Rita ya sentados a la mesa. Amatista ocupó su lugar habitual junto a Enzo, notando de inmediato la mirada inquisitiva de Isis.
—Ya era hora —comentó Isis con un tono ligeramente sarcástico—. Tu tardanza nos hizo esperar. Mi primo es demasiado estricto con los horarios, pero parece que contigo hace excepciones.
Amatista se disculpó con una sonrisa tranquila.
—Lo siento, no era mi intención. Pero no deberías hacer esperar a los demás por mí, Enzo.
—No es ningún problema —intervino Rita con una amabilidad que parecía casi ensayada—. Estoy muy agradecida por todo lo que están haciendo por mí.
Amatista la miró brevemente, manteniendo una expresión neutral.
—Eso no tiene que ver conmigo. Es Enzo quien toma esas decisiones. Pero si necesitas algo, no dudes en pedírmelo.
Rita inclinó ligeramente la cabeza, con una tímida sonrisa.
—Gracias, eres muy amable.
—No te preocupes —interrumpió Isis, mirando a Rita con una sonrisa amplia—. Mi primo hará lo necesario para ayudarte.
Enzo aprovechó la oportunidad para intervenir, con un tono calmado pero cargado de intención.
—Hablando de eso, Rita, ¿cuál es tu apellido? ¿Y por qué exactamente tu familia quería casarte?
Rita pareció dudar por un momento, como si buscara las palabras correctas. Finalmente, bajó la mirada y respondió con voz temblorosa.
—Mi apellido es Rivera. Y... mi familia aceptó dinero de un hombre para casarme con él. Pero es una persona horrible. Machista y golpeador.
Mientras hablaba, su voz transmitía vulnerabilidad, y sus ojos parecían llenarse de lágrimas. Sin embargo, Amatista observó la escena con una ligera sensación de desconfianza, aunque no dijo nada.
—Eso es terrible —intervino Isis, mirando a Enzo con súplica—. Hermano, tienes que protegerla.
Enzo se recostó en su silla, mirándola con calma.
—Veremos qué pasa. No voy a prometer nada.
Enzo observó a los demás en la mesa.
—Desayunemos tranquilos, luego hablaremos mejor sobre esta situación —dijo, su tono firme pero despreocupado.
El desayuno continuó sin mucha más charla, centrado en los ruidos de las tazas y cubiertos. Cuando terminaron, Amatista subió a su oficina para concentrarse en sus diseños, mientras Enzo decidió sacar algunos papeles al jardín y trabajar allí, disfrutando del aire fresco.
No pasó mucho tiempo antes de que Isis y Rita se unieran a él. Ambas se sentaron cerca, intentando animar la conversación. Rita, en particular, parecía diferente; su actitud había cambiado drásticamente desde la mañana. Ahora estaba sonriente, incluso animada, lo cual no pasó desapercibido para Enzo.
—¿Qué haces, primo? —preguntó Isis con curiosidad, inclinándose para espiar los documentos.
—Trabajo, Isis. Algo que deberías intentar algún día —respondió él sin apartar la mirada de los papeles, su tono cargado de sarcasmo.
Isis bufó, cruzando los brazos.
—Qué aburrido eres. Rita, ¿no crees que debería relajarse un poco?
Rita rió suavemente, su tono melodioso contrastando con la imagen vulnerable que había mostrado en el desayuno.
—Tal vez un pequeño descanso no le haría mal —dijo con una sonrisa que intentaba parecer inocente, aunque sus ojos brillaban con una intención más ambigua.
Enzo levantó la vista por un momento, observándolas con calma.
—¿Saben qué sería un descanso para mí? Que ambas me dejen trabajar en paz.
Rita dejó escapar una risa ligera, fingiendo no tomarse el comentario en serio.
—Solo queremos ayudarte, Enzo. No tienes que ser tan duro con nosotras.
Él no respondió, regresando su atención a los papeles, aunque en su mente empezaba a sospechar del cambio de actitud de Rita.
Por la tarde, Daniel llegó a la casa. Enzo, sorprendentemente, lo recibió con amabilidad, dejando de lado las tensiones del pasado.
—Amatista está en su oficina —dijo Enzo, guiándolo hacia allí. Cuando llegaron, abrió la puerta y se dirigió a Amatista—. Gatita, tienes visitas.
Amatista levantó la vista de sus bocetos y al ver a Daniel, su rostro se iluminó de felicidad.
—¡Daniel! —exclamó, levantándose rápidamente para abrazarlo.
Enzo sonrió levemente al ver la reacción de Amatista.
—Los dejo para que hablen tranquilos —dijo antes de salir de la oficina, lo cual dejó a Amatista sorprendida.
—Eso fue inesperado —comentó, volviendo su atención a Daniel.
Él sonrió, aunque su expresión mostraba cierta preocupación. Sacó un sobre de su bolsillo y se lo mostró.
—Traje los resultados del ADN.
Ambos abrieron el sobre juntos. El resultado era negativo: Daniel no era el verdadero padre de Amatista. Él suspiró, visiblemente afectado, pero intentó mantenerse sereno.
—Al menos sabemos que Jeremías sí lo es —dijo con un tono calmado.
Amatista tomó su mano con fuerza, mirándolo con determinación.
—No importa, Daniel. Para mí, siempre serás mi padre.
Él sonrió, con los ojos ligeramente vidriosos.
—Y tú siempre serás mi hija.
El momento fue breve, ya que Daniel tenía que irse. Se despidieron con un abrazo cálido, y Amatista lo acompañó hasta la entrada. Luego de verlo partir, volvió a su oficina, intentando concentrarse en sus diseños, aunque la tristeza del resultado del ADN pesaba en su mente.
En el jardín, Mariel llegó con una bandeja de bebidas para Enzo, Isis y Rita.
—Señor Enzo, volví a preparar el brownie sin nueces que Amatista pidió. Por si ella desea comerlo.
Enzo levantó la mirada, pensativo.
—¿Hay helado de vainilla?
—Sí, señor.
—Bien, prepara un plato con el brownie y helado. Yo se lo llevaré.
Mariel asintió y ambos se dirigieron a la cocina. Mientras tanto, en el jardín, Isis miraba a Rita con una mezcla de incredulidad y envidia.
—¿Viste eso? —dijo, señalando hacia la casa—. Enzo no es así con nadie más.
Rita sonrió, fascinada por lo que acababa de presenciar.
—Es increíble. Un hombre tan poderoso y dedicado...
Isis se inclinó hacia ella.
—Deberías ser inteligente. Si juegas bien tus cartas, esa devoción puede ser para ti.
Rita, con los ojos brillantes, asintió.
—Sería complicado con el bebé en camino, pero... nada es imposible.
Enzo llegó a la oficina de Amatista con el plato en la mano.
—Gatita, te traje algo especial —anunció al entrar.
Ella levantó la vista, su tristeza evidente. Enzo notó su expresión y dejó el plato en el escritorio antes de acercarse.
—¿Qué sucede?
Amatista tomó el plato y comenzó a comer. Tras unos momentos, suspiró.
—El ADN dio negativo. Daniel no es mi padre.
Enzo asintió, con calma.
—Sabíamos que era una posibilidad, especialmente después de que el ADN con Jeremías fuera positivo.
—Lo sé —dijo Amatista, su voz temblando ligeramente—, pero tenía la esperanza de que tal vez Jeremías había mentido.
Enzo se inclinó un poco hacia ella, apoyando una mano en el respaldo de su silla.
—No te preocupes, gatita. Yo siempre te cuidaré. Y si quieres seguir teniendo una relación de padre e hija con Daniel, puedes hacerlo.
Ella se rió suavemente, conmovida.
—Gracias, Enzo.
Tomó otro bocado del brownie y sonrió.
—Está delicioso. ¿Quieres probar?
Amatista tomó otro trozo del brownie y, con una sonrisa traviesa, se lo acercó a Enzo.
—Anda, pruébalo.
Enzo permitió que lo alimentara, probando el postre directamente del tenedor de Amatista. Sonrió mientras masticaba, con una expresión divertida.
—Está delicioso... pero no tanto como el momento que tuvimos esta mañana, gatita.
Amatista dejó escapar una risa suave, sonrojándose un poco, pero antes de poder responder, se escuchó un golpe en la puerta.
—Adelante —dijo Amatista mientras dejaba el tenedor en el plato.
Roque entró con su usual seriedad, aunque un leve brillo en sus ojos delataba su emoción.
—Señora, señor, acaban de llegar la cuna y la mecedora... Además de Massimo, Emilio, Mateo y Paolo.
Amatista se levantó de inmediato, tomando su plato.
—¡Perfecto! Vamos. —Sin dejar de comer, comenzó a bajar las escaleras junto a Enzo, quien, divertido, se rio al verla tan animada.
—Gatita, ¿alguna vez dejas de comer cuando te emocionas? —bromeó, sosteniéndola del brazo mientras bajaban.
Amatista le devolvió una mirada traviesa.
—Es tu culpa por hacerme antojar de todo.
Al llegar al comedor, encontraron a Isis presentando a Rita a los hombres. Sin embargo, al ver a Amatista, los cuatro hombres dejaron de prestar atención a Isis y Rita.
—¡Cuñada! —dijeron casi al unísono, acercándose a saludarla con una calidez evidente.
Mateo, con una sonrisa amplia, se inclinó un poco.
—¿Puedo...? —dijo señalando su abdomen.
Amatista asintió con una sonrisa, permitiendo que él y los demás tocaran su vientre, mientras Emilio le dedicaba una mirada más seria, pero igualmente cordial.
—Vas a ser una madre increíble —comentó Paolo con admiración.
Mientras tanto, Enzo observó de reojo la cuna y la mecedora, que estaban desarmadas en un rincón. Frunció el ceño y preguntó, señalándolas:
—¿Qué es eso?
Roque, siempre práctico, respondió:
—Es común que envíen los muebles desarmados para que pasen por las puertas, señor.
Amatista no pudo contener una risita, aunque no añadió nada más. Enzo, sin embargo, adoptó una postura decidida.
—No importa, yo mismo me encargaré. Mi hijo tendrá un lugar donde dormir.
Emilio soltó una carcajada y le dio una palmada ligera en el hombro, justo donde Enzo había recibido una herida días atrás.
—Con ese brazo, no creo que puedas hacer mucha fuerza.
Enzo lanzó una maldición, frotándose el hombro mientras reconocía que Emilio tenía razón. Amatista intervino, con una chispa de diversión en los ojos:
—No importa. Por suerte, nuestro bebé tiene a cuatro súper tíos. —Hizo un guiño a Emilio, Mateo, Massimo y Paolo, quienes rápidamente se ofrecieron a encargarse del montaje.
—Yo también colaboraré —añadió Roque, con una sonrisa discreta.
Amatista lo miró con cariño y agradeció.
—Claro que puedes, Roque. Aunque no serías un súper tío, sino un súper abuelo.
Enzo asintió, respaldando las palabras de Amatista.
—Así es. Si Roque está a cargo, nuestro bebé siempre estará seguro.
Amatista añadió con una sonrisa cómplice:
—Si pudo con nosotros dos cuando éramos niños, puede con cualquier cosa.
Roque rio, emocionado de ser considerado parte de la familia. Mateo, con su energía característica, tomó la iniciativa.
—Bien, manos a la obra. O a este paso, el niño llegará antes de que terminemos.
Enzo dio indicaciones claras.
—Usen la habitación que está entre las oficinas. Es práctico; estaremos cerca la mayor parte del día.
Pero Amatista negó con suavidad, tomando a Enzo del brazo.
—Prefiero que la cuna esté en mi habitación. Cuando sea un poco más grande, podremos pasarla a otra para que duerma solo.
Enzo la miró, pensativo, y replicó:
—Gatita, los bebés suelen dormir solos desde el principio. Pondremos esos aparatos para escucharlo, no tienes que preocuparte.
Amatista no cedió.
—No es por el bebé, Enzo. Es por mí. No dormiría tranquila si está tan lejos.
Enzo suspiró, rindiéndose ante su lógica.
—Está bien, en nuestra habitación. Quitaremos los sillones para hacer espacio.
Amatista le sonrió, agradecida, pero con una chispa juguetona añadió:
—Gracias, pero recuerda que, por ahora, esa habitación me pertenece solo a mí.
Enzo la miró con una mezcla de diversión y advertencia.
—No abuses de tu suerte, gatita. Mejor termina tu brownie.
La sala estalló en risas. Mientras los hombres comenzaban a subir las piezas de la cuna y la mecedora, Roque y otro guardia se encargaron de retirar los sillones, asegurándose de que todo estuviera en orden.