Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia
Lejos de la mansión Bourth, Martina y Hugo Ruffo se encontraban en un paraje apartado, un lugar que les proporcionaba la privacidad que necesitaban para hablar sin sospechas. Martina caminaba de un lado a otro, su rostro reflejando una mezcla de frustración y determinación, mientras Hugo permanecía apoyado contra un árbol, observándola con cautela.
—Aunque lo de la carta no funcionó como esperábamos, no podemos detenernos aquí. Haré que envíen otra, pero esta vez la cambiaré de lugar. No quiero que Enzo ni sus hombres se acerquen demasiado —dijo Martina con frialdad.
Hugo frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Martina, deberías pensarlo mejor. Enzo no es alguien con quien puedas jugar. Encontrará a Amatista, tarde o temprano. Y cuando lo haga, nos hará pagar caro —advirtió, su tono cargado de preocupación.
Martina lo miró con desdén, claramente cansada de sus advertencias.
—Entonces más vale que no nos encuentre, ¿verdad? —replicó, su voz cargada de sarcasmo.
Mientras tanto, en el despacho de Enzo, Roque observaba a través de los monitores de vigilancia cómo Hugo y Martina hablaban de forma cautelosa, manteniendo una distancia prudente de la mansión. Aunque no podía escuchar su conversación, el hecho de que abandonaran la casa para hablar despertó sus sospechas.
Sin perder tiempo, Roque tomó su teléfono y llamó a Enzo, quien permanecía en el club de golf, trabajando con su equipo.
—Enzo, los Ruffo salieron de la mansión. No escuché nada, pero su comportamiento es raro. No me gusta que hablen fuera.
Enzo, que estaba revisando documentos junto a Mateo, frunció el ceño al escuchar la información.
—Sigue vigilándolos, Roque. No quiero que den un paso sin que lo sepas. Y si vuelven a salir, avísame inmediatamente —ordenó Enzo con firmeza antes de colgar.
Por la tarde, en el lugar donde Amatista estaba cautiva, la tensión en la habitación era palpable. La humedad del aire se hacía más pesada con cada hora que pasaba, y Amatista, encadenada, se debatía entre la desesperación y la estrategia. Lucas, sentado en su silla habitual, mantenía la mirada baja, inmerso en sus propios pensamientos.
Amatista, que había estado observándolo en silencio, decidió hablar, su tono suave pero calculado.
—Lucas, ¿de verdad crees que trabajando así salvarás a tu hijo? —preguntó, inclinando la cabeza para captar su atención.
Lucas levantó la mirada, sorprendido por la pregunta, pero no dijo nada.
—Por lo que entiendo —continuó ella—, aunque te paguen, tu hijo sigue enfermo. No necesitan solo dinero. Necesitan ayuda real.
El guardia apretó los labios, como si las palabras de Amatista lo hubieran golpeado en un lugar sensible.
—Piensa en esto —agregó Amatista, llevándose una mano al abdomen de forma instintiva, aunque aún no estaba segura de su propio embarazo—. Un padre hace cualquier cosa por sus hijos, ¿verdad? Y a veces, esa "cualquier cosa" significa correr riesgos que otros no entenderían.
Lucas desvió la mirada, sus ojos reflejando una tormenta interna. Amatista sabía que había tocado un punto delicado, pero no presionó más. Decidió dejar que sus palabras hicieran su trabajo, plantando una semilla de duda en la mente de Lucas, una que esperaba que lo llevara a reconsiderar sus acciones.
El silencio llenó la habitación mientras ambos quedaban sumidos en sus pensamientos. Sin embargo, en la mirada de Lucas, había algo diferente: una lucha interna que Amatista esperaba que terminara jugando a su favor.
El despacho del club de golf estaba en completo silencio mientras Enzo analizaba las palabras de Roque. Estaba claro que los Ruffo estaban detrás del secuestro de Amatista, pero necesitaban pruebas concretas para actuar sin levantar sospechas.
Enzo tomó nuevamente el teléfono y llamó a Roque, su tono serio y firme. —Mantente atento a Hugo y Martina. Si están detrás de esto, en algún momento mandarán alguna orden a sus contactos. Y recuerda, si son inteligentes, lo harán desde un teléfono secundario.
—Entendido, jefe. No les quitaré los ojos de encima —respondió Roque al otro lado de la línea.
En ese momento, Mateo entró al despacho con pasos rápidos. —Enzo, tenemos algo. El número que hizo la llamada anónima al casino no está registrado, pero conseguí a alguien que puede rastrearlo.
Enzo levantó la vista, su mirada cargada de determinación. —Entonces tráelo de inmediato. No podemos perder más tiempo.
—Ya lo contacté. Llegará al club en unas horas para comenzar el trabajo —aseguró Mateo.
Enzo asintió, su mente ya elaborando los próximos pasos mientras el sol comenzaba a ocultarse, dando paso a la noche.
En el lugar de cautiverio, Lucas entró en la habitación llevando una bandeja con la cena para Amatista. Ella, sentada en el suelo con el pie encadenado y las manos atadas con una soga, levantó la mirada al verlo.
—Aquí tienes —dijo Lucas, colocando la bandeja frente a ella.
Amatista asintió en agradecimiento antes de comenzar a comer. Mientras lo hacía, Lucas se apoyó contra la pared, cruzando los brazos. —Por lo que escuché, van a trasladarte a otro lugar pronto.
Amatista se detuvo un momento, procesando la información, y luego dejó escapar una risa suave. —No se supone que me des esa información, ¿verdad?
Lucas también rio, encogiéndose de hombros. —No sé por qué lo dije. Tal vez porque estoy empezando a cuestionarme todo esto.
Amatista lo miró con atención, notando la sombra de duda en sus ojos. Decidió no presionar más, pero guardó esa información para usarla más adelante.
Mientras tanto, de vuelta en el club de golf, el experto en rastreo llegó al despacho. Era un hombre de mediana edad, con un aire confiado y profesional. Mateo lo presentó a Enzo, quien inmediatamente le explicó la situación.
—El número que necesitamos rastrear pertenece a quien orquestó la llamada anónima al casino. Necesito saber de dónde proviene esa llamada y, si es posible, rastrear el teléfono —dijo Enzo, su tono autoritario.
El experto asintió y comenzó a trabajar, conectando su equipo a una laptop. Tras unos minutos de análisis, levantó la vista. —El teléfono está apagado en este momento. No puedo rastrearlo hasta que sea encendido, pero en cuanto lo hagan, podré localizarlo rápidamente. Les pido tranquilidad, esto no tomará mucho una vez que esté activo.
Enzo apretó los puños, frustrado por el nuevo obstáculo, pero asintió. —Bien. Avísame en cuanto tengas algo. No importa la hora.
La espera se hizo más pesada mientras el tiempo avanzaba. Los hombres en la sala mantenían la calma, pero la tensión era palpable. Todos sabían que cada minuto contaba, y Enzo no podía dejar de pensar en Amatista, esperando que estuviera bien mientras la búsqueda continuaba.
La cena en la mansión Bourth continuaba bajo una atmósfera densa, donde las palabras flotaban pesadas entre los comensales. Alicia, sentada en la cabecera de la mesa, mantenía su postura erguida y su mirada fija, observando detenidamente a los Ruffo: Hugo y Martina. Sus intentos por parecer comprensivos solo lograban acentuar la incomodidad en el aire. Aunque sus rostros expresaban preocupación, algo en su actitud resultaba desconcertante.
Hugo, el primero en romper el silencio, miraba su plato con una seriedad forzada. El tono de su voz era suave, casi resignado, como si su comentario fuera un esfuerzo por mantener la normalidad.
—Es terrible lo que está pasando —dijo, su mirada desviándose brevemente hacia Alicia, como buscando alguna señal de consuelo. Pero, al igual que el resto de la mesa, sentía la tensión aplastante. —Amatista no merece estar pasando por esto.
Alicia, sin apartar la vista de ellos, dejó que el silencio se alargara, como si analizara cada palabra, cada movimiento. Su rostro reflejaba preocupación, pero su mente no dejaba de procesar la escena. Algo en la actitud de los Ruffo no le cuadraba. El ambiente pesado y cargado de presencias incómodas no hacía sino confirmar sus sospechas. Finalmente, tras unos segundos que parecieron interminables, rompió su propio silencio con una declaración rotunda.
—Enzo no va a detenerse. Él hará pagar a quien sea que tenga a Amatista —dijo con una firmeza implacable en su voz, como si ya hubiera aceptado las consecuencias de esa determinación. No había duda alguna en sus palabras: confiaba plenamente en su hijo, y esa confianza no era negociable.
Martina, que hasta ese momento había mantenido una expresión tranquila, reaccionó ante las palabras de Alicia. Su sonrisa, tensa y casi cómica, se esbozó con la intención de suavizar el ambiente. Pero esa sonrisa parecía más una máscara que una muestra genuina de preocupación.
—Doña Alicia, debe intentar mantener la calma. No queremos que esto afecte su salud —comentó con una voz que pretendía ser compasiva, pero que sonaba más a un intento de minimizar el impacto de las palabras que acababa de escuchar.
Alicia, sin apartar la mirada de Martina, levantó una ceja con evidente desdén, como si las palabras de la mujer fueran insuficientes para calmar la creciente desconfianza que sentía. Pero antes de poder responder, Martina continuó, añadiendo una capa de lógica que no convenció a nadie en la mesa.
—Lo que resulta extraño es que no hayan pedido nada aún. Es decir, en un secuestro, lo usual sería una demanda de rescate, ¿no? Pero hasta ahora, nada.
Un silencio tenso se instaló en la mesa. Alicia dejó caer su cubierto con un suave golpe, su mirada fulminante fija en Martina. Su respuesta fue fría, pero cada palabra transmitió una carga emocional difícil de ignorar.
—¿Estás sugiriendo que Amatista se fue por voluntad propia? —preguntó, su voz controlada pero claramente cortante. La frialdad en su tono no dejó espacio para interpretaciones. La sospecha se había convertido en una acusación implícita.
Martina, visiblemente sorprendida por la severidad de la pregunta, levantó rápidamente las manos en un gesto defensivo, como si quisiera alejarse de cualquier implicación.
—¡Por supuesto que no! Solo estoy diciendo que la situación es extraña. Nada más —respondió rápidamente, con nerviosismo, intentando corregir el malentendido.
Hugo, viendo la tensión que comenzaba a acumularse, intervino con suavidad, buscando aliviar la carga en el aire.
—Doña Alicia, Martina no quiso decir eso. Solo estamos tratando de entender qué puede estar pasando —dijo, levantando las manos en señal de pacificación. Su tono era más bajo, más conciliador, pero su mirada también delataba cierta incomodidad, como si se sintiera atrapado entre los intereses de su esposa y la severidad de Alicia.
Alicia no reaccionó de inmediato. Los observó en silencio durante largos segundos, como evaluando la sinceridad de sus palabras. Su mirada penetrante parecía atravesar cada intento de disimulo. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, levantó su copa de agua, tomó un sorbo con calma y exhaló lentamente. Su rostro, aunque serio, había recuperado su compostura habitual.
—Lo único que sé es que Enzo va a encontrarla. Y cuando lo haga, el culpable va a desear no haber nacido —dijo con una calma helada, pero su voz transmitía un peligro palpable. La amenaza no era velada: Enzo no dejaría piedra sin mover en su búsqueda de justicia.
Martina y Hugo intercambiaron una mirada rápida, pero ninguno de los dos se atrevió a replicar. El ambiente se había vuelto aún más tenso, y las palabras de Alicia colgaron en el aire, pesadas y definitivas. Nadie osó cuestionarlas.
Con un suspiro, Alicia volvió a concentrarse en su comida, pero antes de que la conversación se desvaneciera por completo, un pensamiento que la había estado rondando durante toda la cena salió finalmente de sus labios.
—Ah, y por cierto, me enteré de que vinieron a la mansión por el compromiso de Enzo y Martina —dijo, su voz cargada de una calma inquietante. El silencio se hizo aún más profundo. —Les advierto que solo aceptaré a Amatista como parte de mi familia. No permitiré que utilicen la memoria de Romano para imponer un compromiso que no tiene base. Amatista no es un peón en este juego, y no lo permitiré.
Sus palabras fueron claras, tajantes. El rostro de Martina palideció ligeramente, y Hugo se tensó visiblemente. Aunque intentaron ocultarlo, ambos sabían que la declaración de Alicia no era negociable.
Alicia, manteniendo la mirada fija, retomó su copa y dio otro sorbo con calma. Cerró la conversación de manera definitiva, dejando en claro que, aunque las apariencias pudieran haber dado pie a otras interpretaciones, su familia y su legado estaban por encima de cualquier manipulación o traición.