Capítulo 72 La gran inauguración
El sol comenzaba a descender en el horizonte, dejando tras de sí un cielo anaranjado que daba paso a la noche. En la mansión Bourth, la atmósfera estaba cargada de expectativa. Ese día era importante: la inauguración del casino, un proyecto que había unido a Enzo, Massimo, Emilio, Mateo y Paolo como socios en un ambicioso plan de negocios, finalmente vería la luz.
Amatista estaba en su habitación, terminando los últimos detalles de su atuendo. Frente al espejo, ajustó el collar que complementaba su vestido, un diseño elegante y sobrio que resaltaba su figura sin ser ostentoso. Era corto, ajustado al cuerpo, con mangas largas y sin escotes profundos, pero con un corte en el cuello que dejaba entrever su delicadeza. Su cabello, recogido en una coleta alta, la hacía lucir sofisticada y segura. Se observó con atención por un momento, sintiendo que esa noche debía estar a la altura del esfuerzo que Enzo y sus socios habían puesto en el proyecto.
—Te ves perfecta, querida —comentó Alicia desde la puerta, con una sonrisa cálida mientras terminaba de acomodar un par de pulseras en su muñeca.
A su lado, Alessandra hacía pequeños ajustes en su propio vestido, aunque su actitud traviesa era inconfundible.
—Eso es porque lo está. Pero, ¿crees que Enzo notará algo más que a ella esta noche? —bromeó Alessandra, lanzando una mirada juguetona hacia su madre.
Amatista se sonrojó levemente, pero respondió con su típica tranquilidad.
—No necesito que note nada más. Con que me lleve a comer galletitas después, estaré feliz.
Las tres rieron ante la ocurrencia. A pesar del aire festivo, había una sensación de complicidad que las unía. Enzo llegaría pronto para llevarlas al evento, pero Alessandra y Alicia tenían otros planes en mente.
Cuando el coche de Enzo se detuvo frente a la mansión, él entró con su andar característico, seguro y sereno. Su traje negro impecable contrastaba con la pequeña sonrisa que apareció en su rostro al ver a Amatista al pie de las escaleras.
—Estás hermosa, gatita —dijo mientras se acercaba, tomando su mano y dejando un suave beso en el dorso.
Amatista sonrió con calidez, pero antes de que pudiera responder, Alessandra se adelantó con una expresión de dramatismo exagerado.
—Enzo, creo que no voy a poder ir. —Se llevó una mano al estómago, frunciendo el ceño con una actuación que dejaba mucho que desear—. Estoy... tan mal...
Alicia, atrapada en la pequeña conspiración, agregó con un tono casi convincente:
—Sí, hijo, creo que es mejor que nos quedemos en casa. Alessandra no se siente bien, y alguien debe cuidarla.
Enzo arqueó una ceja, claramente escéptico, mientras Amatista trataba de contener la risa. Alessandra se dejó caer dramáticamente en el sofá, soltando un pequeño gemido teatral que terminó de delatar la farsa.
—¿De verdad, Alessandra? —preguntó Enzo, cruzando los brazos con una sonrisa de incredulidad—. Tu actuación es peor que la de un principiante en teatro escolar.
Amatista no pudo contenerse más y comenzó a reír. Alessandra, lejos de avergonzarse, se levantó con una sonrisa traviesa.
—Está bien, lo admito. Quiero que vayan solos. Pero no me culpes por intentarlo, ¿eh?
Enzo negó con la cabeza, pero su sonrisa era sincera. Sabía que las dos mujeres habían planeado esto para darles un poco de tiempo a solas, y aunque no lo admitiría en voz alta, agradeció el gesto.
—Bien, gatita. Parece que seremos solo tú y yo. —Le ofreció el brazo, y Amatista lo tomó con gusto mientras ambos se dirigían hacia la puerta.
Desde la ventana, Alessandra observó cómo se alejaban en el coche y le dijo a Alicia con una sonrisa satisfecha:
—Creo que esta vez no me salió tan mal, ¿verdad?
Enzo y Amatista se dirigieron hacia el casino en un coche elegante que reflejaba la importancia de la noche. Durante los primeros minutos, no pudieron evitar bromear sobre la pobre actuación de Alessandra y el esfuerzo de Alicia por seguirle la corriente.
—Debieron haber ensayado un poco más —dijo Amatista, riendo mientras giraba la cabeza hacia Enzo.
—Definitivamente. Pero al menos lo intentaron. Y, siendo sincero, creo que me hace bien tenerte solo para mí esta noche, gatita. —Enzo le lanzó una mirada que, aunque breve, estaba cargada de calidez.
La conversación pronto cambió al evento que estaban por presenciar. Amatista, con curiosidad, le preguntó a Enzo detalles sobre el casino.
—¿Cómo es el lugar? No he visto más que algunos planos cuando los mostrabas en la oficina.
Enzo, siempre dispuesto a hablar con ella, describió con detalle el proyecto.
—En el primer piso está la recepción, un espacio amplio y lujoso. En el segundo está el casino principal, con mesas de juego, máquinas y barras de bebidas. Hay varios pisos más con habitaciones para los huéspedes, salones para fiestas y reuniones, y también nuestras oficinas. Además, tenemos suites privadas y un restaurante exclusivo con una cocina que abastece a todo el edificio.
Amatista lo escuchó con atención, pero no pudo evitar bromear al final.
—¿Y no hay una tienda de galletitas? Qué decepción.
Enzo se rió con sinceridad, moviendo la cabeza.
—Si eso fuera lo único que faltara, gatita, te construiría una tienda solo para ti.
Amatista rió, y el sonido llenó el coche con una calidez que hizo que Enzo se sintiera aún más relajado. La conexión entre ellos era tan natural, tan sencilla, que incluso las tensiones del día parecían desvanecerse.
Al llegar al casino, la noche ya estaba en marcha. Las luces del edificio brillaban con intensidad, iluminando la entrada donde los primeros invitados comenzaban a llegar. Enzo y Amatista descendieron del coche, y de inmediato fueron recibidos por Massimo, Mateo, Paolo y Emilio. Los cuatro estaban impecables, pero su actitud relajada contrastaba con la formalidad de la noche.
—¡Miren quién llegó! —exclamó Paolo, estrechando la mano de Enzo y dedicando una sonrisa amplia a Amatista—. Y veo que Amatista está mejor que nunca.
Massimo, siempre más reservado, asintió con una sonrisa leve.
—Es bueno verte recuperada, Amatista. Te extrañamos en nuestras reuniones.
Mateo, por otro lado, no pudo evitar bromear.
—Pero, Enzo, ¿por qué no nos dijiste que ibas a traer a la estrella de la noche? Ahora todos nosotros quedamos en segundo plano.
Amatista rió con cortesía, mientras Enzo les respondía con su tono calmado, pero cargado de autoridad.
—No me importa si quedamos en segundo plano. Lo importante es que todos estén donde deben estar.
Los socios intercambiaron miradas de complicidad, y la conversación fluyó entre bromas y detalles sobre el evento. Amatista sintió el genuino aprecio que ellos le tenían, lo que hizo que la noche comenzara con el pie derecho.
La noche avanzaba con elegancia en el casino recién inaugurado. Los pasillos brillaban con el resplandor de los candelabros, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con el suave ritmo de la música en vivo que llenaba el salón principal. Enzo y Amatista, caminando entre los invitados, eran el centro de todas las miradas. Él, con su porte firme y seguro, irradiaba autoridad, mientras que ella, con su vestido ajustado y su elegante actitud, reflejaba una confianza serena que no dejaba dudas de su lugar a su lado.
Los rostros conocidos iban llegando uno tras otro: Maximiliano y Mauricio Sotelo, con su habitual aire despreocupado; Valentino y Alejandro, siempre rodeados de admiradores; Sofía, Alba y Bianca, cuyas risas resonaban en el ambiente mientras intercambiaban palabras con Manuel, Felipe y Demetrio. Todos ellos formaban parte de ese círculo exclusivo donde los negocios y las alianzas se entrelazaban con las apariencias y los intereses.
Amatista observaba todo con atención, pero siempre con una sonrisa relajada. Desde que había llegado, se sentía cómoda a pesar de la multitud. La presencia de Enzo a su lado era suficiente para hacerla sentir segura, y las pequeñas caricias que él le daba en la espalda o los brazos mientras caminaban juntos reforzaban esa sensación.
En un momento de calma, Enzo tomó la mano de Amatista y la guió hacia la pista de baile. La música había cambiado a un ritmo suave y romántico, y los invitados comenzaban a dirigirse hacia el centro del salón.
—¿Me concederías este baile, gatita? —preguntó Enzo con una sonrisa ligera, inclinando ligeramente la cabeza.
Amatista soltó una pequeña risa, fingiendo deliberar por un momento antes de tomar su mano.
—No veo por qué no, amor. Pero espero que no me hagas tropezar delante de toda esta gente.
—Eso jamás sucederá. Confía en mí.
La música seguía envolviendo el salón, un ritmo suave y romántico que acompañaba el vaivén de las parejas en la pista de baile. La iluminación tenue destacaba los reflejos dorados en los bordes del casino, creando un ambiente íntimo incluso en medio de la multitud.
Enzo y Amatista se movían juntos al compás, con la fluidez de quienes compartían una conexión más profunda que la de cualquier otro en la sala. Sus movimientos eran elegantes y calculados, pero había algo más en la forma en que él la guiaba y en cómo ella seguía su liderazgo: un magnetismo que atrapaba las miradas de quienes los observaban.
Amatista, siempre con una chispa de picardía en sus ojos, dejó que su mano resbalara un poco más abajo del hombro de Enzo, rozando sutilmente la parte superior de su pecho.
—Sabes, amor, tienes una habilidad natural para este tipo de cosas. Pero creo que me estás distrayendo a propósito. —Su voz era suave, pero lo suficientemente provocadora como para hacerlo sonreír.
Enzo la miró de reojo, con esa expresión suya, mezcla de autoridad y fascinación que solo ella podía sacar a relucir.
—¿Distraerte? Yo diría que es justo al revés, gatita. Aunque no me molesta en absoluto.
Ella inclinó ligeramente la cabeza, dejando que uno de los mechones de su coleta alta cayera de forma deliberada, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa.
—Tal vez tienes razón. Pero hablando de distracciones… —Amatista se mordió ligeramente el labio, deteniendo por un momento el ritmo del baile para acercarse más a su oído—. ¿Qué opinas de inaugurar tu oficina, amor?
Enzo detuvo sus movimientos por un instante, lo suficiente para procesar sus palabras y ver el destello pícaro en sus ojos. Luego, soltó una risa baja y profunda, una que no muchas personas tenían el privilegio de escuchar.
—¿Mi oficina? —murmuró, con un tono que sugería que ya sabía a lo que se refería. Su mano, firmemente posada en la cintura de Amatista, se deslizó ligeramente, marcando aún más su cercanía—. ¿Estás pensando en replicar nuestras pequeñas aventuras, gatita?
Amatista no respondió de inmediato. En lugar de eso, dejó que sus dedos recorrieran con lentitud la línea de su cuello, mientras su mirada juguetona hablaba por sí sola.
—Digo que sería una inauguración memorable. ¿No lo crees?
Enzo inclinó la cabeza hacia ella, acercándose apenas unos milímetros.
—Me parece que no podré concentrarme en la fiesta si sigues mirándome así.
Ella rió suavemente, disfrutando del efecto que sabía que tenía sobre él.
—Eso es algo que tendrás que resolver, amor. Pero no te preocupes, estaré aquí para ayudarte.
Después del baile, ambos regresaron a la mesa donde los socios de Enzo los esperaban. Massimo, Mateo, Emilio y Paolo los recibieron con sonrisas cómplices, claramente conscientes de la atmósfera entre la pareja.
—¿Se divirtieron en la pista? —preguntó Emilio, con su característico tono sarcástico mientras levantaba su copa.
—Digamos que alguien aquí tiene mucho talento. —respondió Amatista, lanzándole a Enzo una mirada que no pasó desapercibida para nadie en la mesa.
Massimo, siempre más reservado, levantó una ceja y miró a Enzo con una ligera sonrisa.
—Talento o no, debo admitir que fue un espectáculo entretenido. Quizás deberíamos cobrar entrada para verlos bailar.
—No sería mala idea. —añadió Paolo, riendo mientras llenaba su copa nuevamente—. Aunque creo que muchos estarían más interesados en el carisma de Amatista que en los pasos de Enzo.
Amatista se recostó ligeramente en el respaldo de su silla, disfrutando de la atención, pero sin perder su toque de picardía.
—No sé, chicos. Creo que todos ustedes podrían aprender algo de Enzo. Tal vez la próxima vez organice una clase de baile para ustedes.
Mateo estalló en carcajadas, chocando su copa contra la de Emilio.
—Si eso pasa, será mejor que nos prepares un buen trago, porque vamos a necesitarlo.
La conversación fluía con naturalidad, y aunque las bromas seguían llenando el ambiente, había un respeto genuino hacia Amatista. No solo la veían como la pareja de Enzo, sino como alguien que había demostrado ser fuerte y resiliente, incluso en los momentos más oscuros.
Amatista, siempre observadora, notó a lo lejos una figura que la hizo detenerse por un momento. Daniel Torner, su padre biológico, se encontraba de pie junto a Francesco y Franco Calpi. Aunque intentó disimularlo, algo en su interior se removió al verlo, y sus pensamientos comenzaron a girar en torno a su historia no resuelta con él.
—Amor… —dijo en voz baja, mirando a Enzo—. Quiero hablar con él.
Enzo, que había notado su mirada perdida, la observó por un instante antes de responder con calma.
—Lo que decidas, gatita. Si quieres hacerlo, yo te apoyo.
Amatista asintió, agradecida por el apoyo de Enzo, y sin dudar, comenzó a caminar hacia la mesa donde Daniel y los otros dos hombres estaban conversando.
Al llegar, Franco fue el primero en levantar la vista y sonrió al verla.
—Amatista, qué gusto verte. ¿Cómo estás? —dijo con su característica simpatía.
Francesco, igualmente amigable, no tardó en saludarla.
—La noche va excelente, ¿eh? —comentó con una sonrisa amplia, levantando su copa hacia ella.
Amatista les sonrió cordialmente, pero su atención pronto se centró en Daniel. El semblante de él, siempre serio, no mostraba emoción alguna al verla acercarse. Sin embargo, había algo en su mirada que revelaba una mezcla de sorpresa y cautela.
—Señor Torner… —dijo Amatista con un tono educado, pero que reflejaba la tensión latente—. Es un placer verlo.
Daniel tardó un momento en responder, pero finalmente inclinó ligeramente la cabeza, reconociendo su saludo.
—Amatista… —respondió con voz grave, su tono sincero pero cargado de emociones contenidas.
Hubo un breve silencio, donde Amatista miró hacia la mesa de comida, como buscando una excusa para romper la tensión.
—Si puedo recomendarle algo, el carpaccio de este lugar es probablemente lo mejor de la noche —dijo, señalando el plato con una sonrisa ligera.
Daniel parecía desconcertado por un momento, pero luego dejó escapar una pequeña risa, genuina pero contenida. La expresión seria de su rostro se suavizó un poco.
—Lo tendré en cuenta, gracias. —respondió, aunque sin poder ocultar algo de la emoción que parecía estar conteniendo.
El ambiente entre ellos seguía siendo algo tenso, pero Amatista no quería quedarse en ese punto. Sentía que este era el momento adecuado para dar un paso, aunque no sabía bien qué esperar de él.
—No es fácil estar aquí, ¿sabe? —dijo Amatista, mirando a Daniel directamente a los ojos—. Pero... quería agradecerle por venir. Creo que... hay cosas que podríamos hablar, en otro momento, si usted está dispuesto.
Daniel la miró por un instante, sin saber si debía responder de inmediato o esperar. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza, el que Amatista interpretó como una señal de apertura.
—Cuando quieras, Amatista.
La conversación quedó suspendida por unos segundos, pero Amatista no quiso dejar que el momento pasara sin ofrecer algo más. Decidió no quedarse con las dudas.
—Lo que quiero decir... es que, a pesar de lo que ocurrió, creo que ambos merecemos una oportunidad para intentarlo. Para... reconstruir lo que no se dio en su momento. No me olvido de lo que pasó, pero quiero intentar entenderlo. Entenderlo a usted.
Daniel, al escuchar sus palabras, parecía haber bajado algo de la guardia. Miró a Amatista fijamente, como evaluando la sinceridad de lo que acababa de escuchar. Finalmente, tras un momento de reflexión, asintió con lentitud.
—Nunca pensé que llegaríamos a hablar de esto, pero si realmente estás dispuesta, yo también quiero intentar... construir algo, aunque sea pequeño. Lo que sea que puedas darme, Amatista.
Amatista le ofreció una leve sonrisa, algo tímida, pero satisfecha con la respuesta.
—Creo que es un buen comienzo. —dijo ella antes de añadir—: ¿Podemos hablar más tarde, tal vez? Si le parece bien, claro.
Daniel asintió, agradecido por su disposición, pero sin decir mucho más. En ese momento, no necesitaban más palabras.
Amatista regresó con Enzo, quien la esperaba en la mesa, con una ligera sonrisa que denotaba que había estado observando desde lejos. Sabía que algo importante había sucedido, aunque no tenía toda la información.
—¿Todo bien, gatita? —preguntó Enzo con una mezcla de curiosidad y comprensión en su voz.
Amatista se sentó junto a él, tomando su mano con suavidad.
—Sí, amor. Creo que di un paso importante. No sé cómo saldrá, pero… siento que era el momento de intentar. Quiero darle una oportunidad, aunque no olvido lo que pasó.
Enzo la miró con orgullo y suavidad. Su mirada, siempre atenta a sus necesidades, estaba ahora llena de apoyo.
—Lo hiciste bien, gatita. Siempre te apoyaré en lo que decidas. Si hablar con él te ayuda, entonces estoy aquí para lo que necesites.