Capítulo 71 Entre sombras y luz
El amanecer se colaba suavemente por las ventanas de la mansión del campo, tiñendo las paredes de un tono cálido, dorado. La casa, aunque vasta y rodeada de campos que se extendían hasta el horizonte, tenía una quietud única que abrazaba todo a su alrededor. Enzo y Amatista despertaron en la misma sincronía, como si el destino hubiera decidido que este día debía ser suyo, al menos en el principio, antes de que la incertidumbre del futuro los alcanzara.
Amatista fue la primera en despertar, sus ojos abriéndose lentamente al suave resplandor del sol que iluminaba su rostro. Por un momento, todo parecía en calma. La habitación, tan silenciosa, le permitía recuperar algo de fuerzas, de esa serenidad que había ido perdiendo en los días anteriores. Miró a Enzo, aún dormido a su lado, su respiración tranquila y relajada. En su rostro descansaba una expresión que solo él podía ofrecerle: esa paz que tanto deseaba tener, esa sensación de que, a su lado, todo estaría bien.
Se quedó un momento más en silencio, observándolo, agradeciendo la presencia de él, sabiendo lo que les esperaba. Enzo había estado a su lado en cada paso de este difícil camino, siempre ahí, como su protector, su amor, y eso la llenaba de una calma inexplicable.
Enzo despertó al sentir el ligero movimiento de Amatista, vio sus ojos enrojecidos por la falta de sueño, pero brillantes, con esa luz que solo él conocía. En sus ojos había una mezcla de sentimientos: amor, seguridad, y quizás también algo de temor. Sin embargo, el sentimiento predominante era la calma que se respiraba en la habitación.
—Buenos días, gatita —dijo él, con voz grave y suave, acariciando su mejilla.
—Buenos días, amor —respondió ella, sonriendo tenuemente, pero el cansancio de la noche pasada aún reflejándose en su rostro.
Ambos se levantaron con lentitud, como si el día los despidiera de una quietud que ya no podría durar mucho. El momento les permitió compartir ese espacio, esa conexión. Enzo la ayudó a levantarse, guiándola suavemente hacia el baño, un espacio donde ambos sabían que, a pesar de las circunstancias, podrían estar a solas en sus pensamientos y en sus silencios.
El baño estaba envuelto en vapor. La cálida agua les permitió relajarse un poco más, sumidos en el murmullo del agua y la tranquilidad del lugar. El roce de las manos de Enzo en su cuerpo, sus caricias suaves y seguras, no necesitaba palabras. Amatista cerró los ojos y dejó que el calor del agua y su cercanía le ofrecieran lo único que, en ese momento, importaba: consuelo.
La conexión entre ellos era profunda, y aunque las palabras parecieran innecesarias, lo que compartían en ese baño era mucho más que eso. Era un lazo, un pacto implícito de que todo iría bien, que el día que les esperaba sería solo uno más que enfrentarían juntos.
Una vez terminada la ducha, ambos se vistieron con calma. Enzo eligió un traje oscuro, uno que reflejaba su seriedad, pero que no le quitaba la suavidad en sus gestos. Amatista, aunque aún algo tensa por lo que iba a suceder, optó por un vestido sencillo, cómodo, pero también que mostraba la valentía que llevaba dentro. Cuando se miraron al espejo, lo que se reflejaba era más que dos cuerpos listos para enfrentar lo que les venía; era la promesa de que no se separarían, que todo pasaría, y juntos, saldrían adelante.
El coche avanzaba lentamente por las carreteras, y el paisaje que se deslizaba ante ellos parecía llevar un peso extra en sus miradas. Amatista miraba por la ventana, pero sus pensamientos estaban lejos. Enzo, al volante, observaba el camino con concentración, pero sus manos apretaban el volante con fuerza, como si de esa manera pudiera mantener el control de algo que, en realidad, era completamente incierto.
—Lo haremos bien, amor —dijo Amatista, rompiendo el silencio.
Enzo la miró rápidamente, con una leve sonrisa, pero sus ojos seguían reflejando la preocupación que lo atormentaba.
—Lo sé, gatita. Estoy aquí contigo, siempre —respondió con una tranquilidad que, aunque forzada, mostraba lo profundo de su amor.
El trayecto parecía largo, pero finalmente llegaron a la clínica. En el vestíbulo, el personal les recibió con una calma profesional, como si ya estuvieran acostumbrados a este tipo de situaciones. Amatista se sintió un poco más cómoda al ver que todo estaba organizado. La clínica, aunque moderna, tenía una atmósfera hospitalaria que la tranquilizaba en parte. Sin embargo, lo que realmente la calmaba era la presencia constante de Enzo a su lado.
Al entrar a la sala de preparación, Amatista se recostó en la camilla, mientras el personal comenzaba a preparar todo para la intervención. Enzo, sin apartarse de ella, se agachó a su lado, tomándola de la mano con firmeza.
—Te prometo que estaré a tu lado, gatita. Cuando despiertes, estaré ahí —dijo, su voz suave pero firme, cargada de una sinceridad que solo ella podía sentir.
Amatista, con los ojos algo brillosos por la tensión del momento, asintió y, agradecida, le dio un suave beso en los labios, casi como un susurro entre ellos. Enzo sonrió ligeramente, sintiendo que, a pesar de todo, había algo que los unía más allá de las palabras.
Cuando el personal comenzó a administrar la anestesia, Amatista se sintió relajada, pero también le invadió una sensación extraña. El sueño la envolvía lentamente, llevándola a un lugar entre la vigilia y el descanso. Cerró los ojos y, antes de perder la conciencia, sus pensamientos se centraron en Enzo, en su promesa, en su amor.
El procedimiento fue relativamente rápido. La anestesia comenzó a hacer efecto y, antes de que Amatista pudiera asimilarlo por completo, ya estaba profundamente dormida. Enzo permaneció en la sala de espera, sin poder calmar del todo la ansiedad que sentía. Pasaban los minutos, pero para él, se hacían horas. Solo el pensamiento de estar ahí con ella, después, cuando despertara, lo mantenía tranquilo.
La intervención fue sencilla, pero precisa. El equipo médico trabajó con eficiencia, asegurándose de que todo fuera lo más delicado posible, dada la situación de Amatista. La operación fue exitosa, y todo transcurrió sin complicaciones.
Una vez finalizado, la llevaron a la habitación para la recuperación. Enzo, como prometió, estuvo a su lado. Cada minuto que pasaba en la habitación le parecía una eternidad. Finalmente, unas horas después, Amatista comenzó a despertar.
Al principio, sus ojos se abrieron lentamente, y su vista se nubló un momento mientras se adaptaba a la luz tenue de la habitación. Pero cuando sus ojos finalmente se encontraron con los de Enzo, la paz regresó.
—Amor… —dijo Amatista con voz suave, sonriendo al verlo allí, justo como le había prometido.
Enzo no pudo evitar sonreír al ver que, a pesar de todo, su fuerza seguía intacta. Su rostro, aunque cansado, reflejaba una paz que no había tenido antes.
—Aquí estoy, gatita —respondió con ternura, acariciándole el cabello, sintiendo cómo la tranquilidad de ese momento lo envolvía.
Amatista, como siempre, intentó aliviar el ambiente con una de sus bromas, el mecanismo que siempre usaba para restarle peso a las situaciones.
—¿Sabes qué? Creo que deseo unas galletitas —dijo, con una leve sonrisa.
Enzo se rió suavemente, dejando que su risa suavizara aún más el ambiente.
—Te prometo que, cuando te recuperes, te compraré todas las galletitas que quieras. Pero por ahora, lo mejor es que descanses, gatita. Tu salud es lo primero.
A pesar de lo que había vivido, Amatista, con su típico sentido del humor, logró hacer que la tensión en la habitación se disolviera por completo.
Poco después, el doctor Federico entró para hacer la revisión final. Hizo una rápida evaluación de su estado y, tras unos minutos de revisión, sonrió.
—Todo salió bien. Si sigue así, mañana mismo podríamos darte el alta médica.
Amatista y Enzo compartieron una mirada de alivio, agradeciendo a Federico por su atención.
—Gracias, doctor —dijo Enzo, su tono mostrando un alivio profundo.
Federico les dio un asentimiento y, con una sonrisa, les indicó que si todo seguía igual, Amatista podría descansar y recuperarse por completo en casa.
El amanecer en la mansión Bourth llegó con un suave resplandor dorado, que poco a poco fue iluminando los jardines y las grandes ventanas de la casa. Era el comienzo de un día tranquilo, y dentro de la mansión, la atmósfera reflejaba un respiro de la tensión que había marcado las últimas semanas.
Amatista estaba despierta temprano, como era su costumbre en los últimos días. Su cuerpo, aunque aún mostraba los vestigios de lo que había vivido, comenzaba a sentirse más fuerte. Las heridas en sus muñecas estaban aún visibles, pero menos inflamadas, y algunos de los moretones que habían marcado su piel ya estaban desvaneciéndose, dejando en su lugar solo rastros leves, como sombras de un pasado que empezaba a superarse.
Aquella mañana, Amatista se sentó en el comedor principal junto a Alicia, quien siempre mantenía un aire de elegancia y calma, incluso en los momentos más difíciles. La madre de Enzo observó a Amatista con una mezcla de afecto y preocupación, pero no dijo nada que pudiera incomodarla. A su lado, Alessandra, la hermana menor de Enzo, recién llegada la noche anterior, compartía el desayuno con ellas.
Alessandra, quien siempre había tenido una personalidad más jovial y directa, parecía algo incómoda. Era evidente que tenía algo en mente que necesitaba expresar. Finalmente, tras unos minutos de silencio, dejó su taza de café sobre la mesa y miró a Amatista con sinceridad.
—Quiero disculparme contigo, Amatista. —Su voz era seria, aunque su tono mostraba más culpa que otra cosa—. No estuve aquí cuando te buscaron. Sé que no hay excusa, pero quiero que sepas que lo lamento profundamente.
Amatista levantó la mirada de su plato, sorprendida por la confesión. Sus ojos, aunque todavía reflejaban algo de cansancio, también mostraban la serenidad que había estado cultivando en los últimos días. No tardó en responder, su tono era tranquilo, incluso comprensivo.
—No tienes nada que disculparte, Alessandra. —Le dedicó una pequeña sonrisa—. Sé que las cosas no siempre salen como planeamos, y lo importante es que estamos todos bien ahora. Eso es suficiente para mí.
Las palabras de Amatista parecieron aliviar a Alessandra, quien sonrió con gratitud. Alicia, observando la interacción entre ambas, no pudo evitar sentirse orgullosa de la mujer que Amatista estaba demostrando ser. Su fortaleza y generosidad eran evidentes, incluso después de todo lo que había pasado.
Mientras tanto, en la ciudad, Enzo se encontraba en su oficina, rodeado de documentos y planos extendidos sobre la amplia mesa de madera que dominaba la sala. Frente a él estaba Franco Calpi, quien revisaba con interés los papeles que Enzo había preparado para la reunión. El ambiente en la oficina era serio pero relajado, un reflejo de la relación de confianza que ambos habían establecido tras los últimos acontecimientos.
Enzo, que no solía ser alguien de muchas palabras innecesarias, tomó un plano y lo extendió frente a Franco, señalando con precisión los puntos clave de dos propiedades que había seleccionado como posibles ubicaciones para el casino.
—Estos son los dos terrenos que creo que podrían funcionar bien para el proyecto. Ambos tienen acceso a rutas importantes y están cerca de zonas comerciales, lo que garantiza un buen flujo de clientes. —Enzo hablaba con firmeza, su tono demostrando que había pensado en cada detalle—. Sin embargo, si me permites sugerir algo…
Franco levantó la mirada, intrigado. Aunque había confiado en Enzo desde el principio, no esperaba que le ofreciera algo más allá de lo que ya había planteado.
—Dime, Enzo. ¿Qué tienes en mente?
Enzo tomó otro plano, uno que Franco no había considerado en absoluto. Lo desplegó con cuidado y señaló un terreno que, a simple vista, parecía estar fuera del radar.
—Este terreno no estaba en la lista inicial, pero creo que podría ser una mejor opción. Está ubicado en una zona menos saturada, lo que significa que tendrías menos competencia directa. Además, las rutas que lo rodean son accesibles y conectan con áreas de alto tráfico. Es una oportunidad para destacar, en lugar de competir con otros casinos establecidos.
Franco observó el plano en silencio, procesando la información. Enzo esperaba pacientemente, confiado en su recomendación, pero sin presionar. Después de unos minutos, Franco se recostó en su silla y dejó escapar una leve risa, claramente impresionado.
—No lo había considerado, pero tienes razón. Es una ubicación estratégica, y ahora que lo pienso, podría ser incluso más rentable a largo plazo. —Franco lo miró con una sonrisa—. Sabía que confiar en ti era la decisión correcta.
Enzo asintió con una leve sonrisa, satisfecho de que su propuesta fuera bien recibida.
—También quiero sugerirte algo más. Conozco a un arquitecto que ha trabajado en proyectos similares. Podría reunirlos para que discutan tus ideas y él pueda comenzar a trabajar en un diseño. Si todo sale bien, podríamos empezar con la construcción de inmediato.
Franco quedó pensativo por un momento, pero no tardó en aceptar.
—Hazlo. Estoy listo para poner esto en marcha. Y, Enzo… gracias. Sé que tienes mucho en tu plato, y aún así te tomaste el tiempo para esto.
Enzo negó con la cabeza, su expresión se volvió más seria.
—No tienes que agradecerme, Franco. Lo que hiciste por Amatista es algo que nunca olvidaré. Esto es solo un pequeño gesto en comparación.
Franco lo observó con una mirada cargada de entendimiento, asintiendo levemente antes de levantarse.
—En ese caso, no te quito más tiempo. Sé que tienes otras cosas que atender. Nos vemos pronto, Enzo.
Con un apretón de manos firme y una sonrisa de despedida, Franco se retiró de la oficina. Enzo, por su parte, se quedó mirando los planos sobre la mesa durante unos momentos, su mente dividida entre los planes para el casino y lo que realmente importaba: Amatista y su recuperación.