Capítulo 82 Una mañana de aventuras
El amanecer trajo consigo una luz suave que se colaba entre las cortinas de la suite. El silencio del lugar era tranquilizador, y todo parecía indicar que la mañana sería perfecta. Enzo ya estaba despierto, apoyado contra el marco de la ventana, vestido solo con un pantalón de pijama ligero. Sus ojos se desviaron hacia la cama donde Amatista dormía profundamente, su rostro relajado y su cuerpo apenas cubierto por las sábanas.
Sonrió de lado, disfrutando unos segundos más de esa imagen antes de acercarse a ella con cuidado. Sabía que debía despertarla, pero no tenía prisa. Se inclinó sobre la cama, acariciándole suavemente el cabello para no asustarla.
—Gatita, despierta. —murmuró con un tono suave, su voz apenas un susurro.
Amatista gruñó algo ininteligible y se removió ligeramente, intentando cubrirse más con la sábana. Enzo rió bajito y volvió a insistir, esta vez deslizando una mano por su brazo de forma delicada.
—Vamos, amor. Tengo algo especial planeado para nosotros esta mañana. —agregó, dejando un beso ligero en su frente.
—Cinco minutos más… —murmuró ella, con los ojos aún cerrados.
Enzo negó con la cabeza, divertido, antes de inclinarse hasta que sus labios rozaron el oído de Amatista.
—No seas perezosa, gatita. Si no te levantas ahora, te llevaré en brazos a la ducha.
Ese comentario fue suficiente para que ella abriera un ojo lentamente, su expresión mezclada entre sueño y resignación.
—¿No puedes dejarme dormir un poquito más, amor? —dijo con voz ronca.
—No cuando tengo algo tan divertido preparado para ti. —respondió Enzo con una sonrisa.
Ante su insistencia, Amatista terminó por rendirse. Se desperezó lentamente, dejando escapar un pequeño suspiro antes de sentarse en la cama. Enzo extendió su mano y ella la tomó sin dudar, permitiéndole ayudarla a ponerse de pie.
—Espero que esto valga la pena. —bromeó, frotándose los ojos mientras lo seguía hacia el baño.
—Confía en mí, gatita. —respondió él, guiándola con firmeza.
La ducha fue, como siempre, un ritual compartido. La calidez del agua ayudó a despejar cualquier rastro de sueño, y aunque los momentos de coqueteo no faltaron, ambos se tomaron su tiempo para prepararse para el día. Enzo salió primero, vistiendo una camisa ligera y jeans oscuros, mientras que Amatista eligió un conjunto cómodo pero ajustado que marcaba su figura sin esfuerzo.
—Estás perfecta. —comentó Enzo al verla, entregándole un guiño cómplice.
—Lo sé. —respondió Amatista con un toque de humor, atándose el cabello en una coleta alta.
El ascensor descendía suavemente hacia el restaurante del hotel. Enzo y Amatista estaban solos en su interior, y mientras Enzo mantenía las manos en los bolsillos, Amatista se miraba en el reflejo del panel del ascensor, ajustando la coleta con aire distraído.
—Te ves más despierta ahora. —comentó Enzo, rompiendo el silencio.
—Gracias a ti. —respondió ella con un toque de ironía, girándose para mirarlo—. Pero si esto no es tan divertido como dices, te haré pagar por despertarme.
Enzo rió, acercándose un poco más a ella hasta que sus cuerpos quedaron apenas separados.
—Te prometo que te encantará. —susurró con voz grave, antes de que las puertas se abrieran.
Al llegar al restaurante, el aroma del café recién hecho y el pan horneado los envolvió. El lugar, aunque elegante, estaba lleno de tranquilidad a esa hora de la mañana. Eligieron una mesa junto a una ventana que ofrecía vistas del océano a lo lejos, con el sol comenzando a reflejarse sobre el agua.
El desayuno fue ligero. Enzo pidió café negro y tostadas con algo de fruta, mientras Amatista disfrutaba de un capuchino con croissants. La conversación era relajada, con Amatista intentando adivinar qué sorpresa le tenía preparada Enzo.
—¿No vas a decirme a dónde vamos? —preguntó, inclinándose ligeramente sobre la mesa.
Enzo negó con la cabeza, sonriendo de lado.
—No tan fácil, gatita. Te gusta probar cosas nuevas, así que pensé que era el momento perfecto.
Amatista lo miró con una mezcla de curiosidad y diversión.
—Espero que no sea algo peligroso.
—¿No confías en mí? —bromeó Enzo, terminando su café.
—Demasiado. Y eso es lo que me preocupa. —respondió ella con una risa suave.
El trayecto en auto hacia el campo fue tranquilo. La carretera los llevaba a través de zonas abiertas y verdes, con el sol iluminando el paisaje. Amatista miraba por la ventana, entretenida con las vistas, mientras Enzo mantenía una mano en el volante y la otra descansaba sobre su pierna.
—¿Vas a decirme ahora? —insistió Amatista, girándose hacia él.
—No falta mucho para que lo veas. —respondió Enzo, su sonrisa inmutable.
—Te gusta mantener el misterio, ¿no?
—Solo contigo, gatita. —respondió él, echándole una breve mirada antes de volver a centrarse en la carretera.
Finalmente, tras unos treinta minutos de viaje, llegaron al lugar. Un amplio campo verde se extendía frente a ellos, con varias personas preparándose alrededor de los cuatriciclos. La emoción fue instantánea en el rostro de Amatista.
—¡Vamos a manejar esos! —exclamó, girándose hacia Enzo.
—Te dije que te gustaría. —respondió él, bajando del auto y abriendo su puerta.
Amatista salió apresurada, mirando a su alrededor con entusiasmo mientras se ataba el cabello nuevamente.
—¿Tú vas a manejar también? —preguntó, mirando a Enzo con un brillo retador en los ojos.
—No voy a dejar que te diviertas sola. —respondió él, tomando uno de los cascos y entregándoselo.
La experiencia fue aún mejor de lo que Amatista imaginaba. Al principio, Enzo la ayudó a manejar el cuatriciclo, enseñándole cómo controlar la velocidad y los giros. Pero una vez que ella tomó confianza, comenzó a disfrutar como nunca. El viento soplaba contra su rostro mientras avanzaba sobre el terreno, dejando escapar risas que resonaban en el aire.
Enzo, a poca distancia, la observaba con una sonrisa genuina. Le encantaba verla tan feliz, libre y despreocupada.
—¡Te estoy ganando, amor! —gritó Amatista en un momento, volteándose para mirarlo mientras aceleraba ligeramente.
—¡No cantes victoria tan rápido, gatita! —respondió él, alcanzándola sin esfuerzo.
Después de un rato con el grupo, decidieron alejarse para disfrutar del paisaje solos. Amatista seguía jugando, girando con agilidad mientras Enzo la seguía de cerca, como si estuvieran en una competencia privada. Finalmente, ambos se detuvieron cerca de un pequeño grupo de árboles donde el terreno era más suave.
Amatista bajó del cuatriciclo, aún riendo mientras se quitaba el casco.
—Esto es increíble. —dijo, respirando hondo—. Creo que necesito uno de estos.
Enzo bajó también, acercándose a ella con el casco en la mano.
—¿En serio? —preguntó, divertido—. ¿Y qué harías con un cuatriciclo?
—Manejarlo por toda la mansión Bourth, por supuesto. —respondió ella, girándose hacia él con una sonrisa traviesa.
Enzo negó con la cabeza, riendo suavemente antes de acercarse para tomar su rostro entre las manos.
—Si eso te hace feliz, gatita, te lo conseguiré.
Amatista rodó los ojos, divertida.
—No tienes que comprarme todo, amor. Con momentos como este me basta.
El resto de la tarde transcurrió entre risas, juegos y momentos de calma bajo la sombra de los árboles. Cuando el sol comenzó a bajar, decidieron regresar al hotel.
De vuelta en la suite, Enzo se dio una ducha rápida mientras Amatista se sentaba en el escritorio para revisar algunos materiales del curso. La mañana había sido perfecta, y ahora aprovechaba las horas libres para concentrarse en sus estudios.
Antes de marcharse, Enzo se acercó a ella, inclinándose para darle un beso en la cabeza.
—Me voy a reunir con los socios. Si llego tarde, no me esperes despierta.
—Está bien, amor. —respondió Amatista, girándose hacia él—. Diviértete.
Enzo sonrió ligeramente, aunque ambos sabían que las reuniones rara vez eran “divertidas” para él.
—Te enviaré un mensaje cuando termine. —dijo, antes de marcharse.
Amatista pasó la tarde en tranquilidad. Aprovechó para almorzar algo ligero que pidió al servicio de habitaciones, y luego continuó con sus clases de diseño. La pasión por lo que estudiaba hacía que las horas se le pasaran volando.
Cuando finalmente recibió un mensaje de Enzo diciéndole que llegaría tarde Mientras Amatista cerraba su computadora y se preparaba para descansar, en una sala privada del hotel, Enzo estaba en medio de una tensa reunión con sus socios. Sentado en la cabecera de la mesa, irradiaba una calma que contrastaba con el ambiente cargado de desacuerdos que llenaban el espacio. Frente a él, Pablo y Milán discutían con vehemencia, mientras Leticia, María e Irene intercambiaban miradas de frustración.
—La expansión hacia los terrenos de la costa no tiene sentido en este momento. —declaró Pablo, cruzando los brazos con firmeza—. El mercado está saturado, y nuestra prioridad debería ser consolidar lo que ya tenemos.
—¿Saturado? —replicó Milán con incredulidad—. Estamos hablando de Costa Azul, uno de los destinos más exclusivos. Esa propiedad tiene un potencial que no podemos ignorar.
Leticia, siempre hábil para intervenir en los momentos de mayor tensión, levantó una mano para pedir la palabra.
—Entiendo ambos puntos, pero creo que debemos analizar esto desde otra perspectiva. —dijo con un tono conciliador—. ¿Tenemos datos concretos que respalden el retorno de inversión? Porque sin eso, no podemos decidir nada.
Gabriel, sentado junto a ella, asintió lentamente.
—Es un punto válido. —dijo, su voz más tranquila que la de los demás—. Pero también necesitamos considerar los riesgos de quedarnos atrás. Si no tomamos esta oportunidad, otros lo harán, y perderemos terreno frente a nuestros competidores.
Enzo, que hasta ese momento había permanecido en silencio, dejó escapar un suspiro y golpeó ligeramente la mesa con los dedos, atrayendo la atención de todos.
—Antes de seguir repitiendo los mismos argumentos, quiero que recuerden algo. —comenzó, su voz baja pero firme—. No estamos aquí para discutir quién tiene razón o quién está equivocado. Estamos aquí para tomar decisiones estratégicas que beneficien al grupo.
Los murmullos cesaron, y todas las miradas se centraron en él.
—El terreno frente a la playa es una inversión a largo plazo, y lo sabemos. —continuó—. No espero que todos estén de acuerdo de inmediato, pero quiero que revisen los informes que he preparado antes de descartar la idea. Tenemos proyecciones claras y un plan sólido para minimizar riesgos.
Pablo frunció el ceño, pero no pudo evitar asentir ante las palabras de Enzo. María, por su parte, inclinó la cabeza hacia un lado, claramente reflexionando sobre el tema.
—¿Qué sucede si invertimos y no obtenemos los resultados esperados? —preguntó Irene, su voz cautelosa—. ¿Cuál es el plan B?
Enzo la miró directamente, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Siempre tengo un plan B. Pero si dejamos que el miedo a los riesgos nos paralice, nunca avanzaremos. —respondió—. No llegamos hasta aquí por ser cautelosos, sino por ser inteligentes.
El grupo permaneció en silencio por unos segundos, procesando sus palabras. Fue Leticia quien finalmente rompió el silencio.
—Creo que Enzo tiene razón. Deberíamos revisar esos informes antes de tomar una decisión definitiva.
Gabriel asintió, seguido por Milán y Javier. Poco a poco, los ánimos comenzaron a calmarse, aunque era evidente que el debate continuaría en futuras reuniones.
Antes de dar por concluida la sesión, Leticia, quien no había perdido su actitud coqueta durante toda la reunión, se inclinó ligeramente hacia Enzo.
—Tal vez podríamos discutir esto más a fondo en otro ambiente. Una cena, tal vez. —sugirió, con una sonrisa que no pasó desapercibida para nadie.
La propuesta de Leticia quedó flotando en el aire, sus palabras impregnadas de una intención que no pasó desapercibida para nadie. Enzo, recogiendo los últimos documentos de la mesa, se mantuvo inmutable. Sin embargo, cuando revisó su teléfono, su atención se desvió por completo.
Un mensaje de Amatista brillaba en la pantalla:
"Amor, estoy cansada. Me voy a acostar. No tardes mucho. Buenas noches ❤."
Enzo levantó la vista hacia el grupo, que esperaba su respuesta, algunos más pacientes que otros. El ambiente tenso de la reunión comenzaba a disiparse, pero aún quedaban rastros de incomodidad por el debate sobre la expansión.
—Escuchen —dijo Enzo con voz firme, guardando su teléfono en el bolsillo—. Creo que hemos discutido suficiente por hoy. Lo mejor será que tomemos un momento para cenar y retomemos este tema en la próxima reunión con las ideas más claras.
La sugerencia pareció caer como un bálsamo sobre los presentes. Pablo y Milán intercambiaron miradas de aprobación, mientras Irene y Gabriel recogían sus documentos con gestos más relajados. María y Javier también se levantaron de sus asientos, listos para finalizar el día.
Leticia, por supuesto, aprovechó la ocasión para lanzar otro comentario.
—No me parece una mala idea. Además, siempre viene bien una buena cena después de un día tan productivo, ¿no creen? —dijo con una sonrisa dirigida principalmente hacia Enzo.
Enzo no respondió más que con una inclinación de cabeza. Sabía perfectamente cómo manejar situaciones como esta. Aunque Leticia intentara atraer su atención con sutilezas, no le daba lugar a que lo malinterpretara.
—Nos vemos en el restaurante del hotel en veinte minutos. —añadió él, zanjando la conversación mientras se dirigía a la salida.
Los demás aceptaron sin discutir. Al final, nadie rechazaría la oportunidad de disfrutar de una buena comida después de una reunión intensa.
El restaurante del hotel, ubicado en la planta baja, irradiaba elegancia. La iluminación cálida de las lámparas colgantes añadía un aire sofisticado, mientras las mesas, vestidas con manteles blancos y detalles dorados, ofrecían una atmósfera de exclusividad que solo un lugar de esa categoría podía garantizar.
Cuando Enzo llegó, algunos socios ya estaban acomodados. Pablo y Javier conversaban animadamente, mientras Leticia, estratégicamente sentada cerca del lugar que Enzo ocuparía, escuchaba con atención, ocasionalmente añadiendo algún comentario. Gabriel, Irene, y Milán completaban el grupo, cada uno con una copa de vino en la mano.
—Te estábamos esperando, Enzo. —dijo Leticia, alzando ligeramente su copa con una sonrisa que buscaba ser cautivadora.
Enzo tomó asiento con su habitual calma, dejando que su porte imponente dominara la mesa sin esfuerzo alguno. Aunque exteriormente impecable y atento, su mente no podía evitar volver al mensaje de Amatista, imaginándola descansando en la suite, con la misma tranquilidad que siempre traía a su vida.
—Brindemos entonces. —dijo María, levantando su copa para romper la formalidad—. Por las decisiones inteligentes y por lo que vendrá.
—Y por un futuro brillante para Costa Azul. —añadió Gabriel, con entusiasmo.
Los presentes chocaron sus copas, marcando el inicio de una cena que prometía discusiones importantes, aunque ya desprovista de la rigidez de las reuniones anteriores.
—Este hotel es una joya, Enzo. —comentó Javier, dejando su copa en la mesa tras un sorbo—. Es fácil ver por qué siempre está lleno.
—Cierto. —respondió Pablo, asintiendo lentamente—. Aunque con la expansión que estamos planeando, podríamos elevarlo aún más.
Irene, siempre directa, tomó la palabra.
—No se trata solo de crecer, sino de hacerlo bien. Las reformas y nuevas construcciones no deben comprometer lo que ya funciona.
Enzo asintió, tomando un sorbo de su vino antes de hablar.
—La clave está en la visión compartida. Este hotel ha sido un éxito porque entendimos las necesidades del lugar y del público. Si seguimos esa línea, podemos expandir sin perder la esencia que lo hace único.
—Exacto. —añadió Milán, interviniendo con entusiasmo—. Pero no olvidemos que será necesario invertir en marketing para destacar frente a la competencia.
Leticia, que había permanecido relativamente en silencio hasta ese momento, decidió intervenir.
—Con un líder como tú, Enzo, no me cabe duda de que será un éxito. —dijo, lanzándole una mirada intencionada, que él respondió con un simple asentimiento.
—El éxito es un esfuerzo de equipo. —replicó Enzo con calma, desviando la atención del halago hacia los demás.
El comentario de Enzo no dejó lugar a interpretaciones, y Leticia, aunque algo incómoda, disimuló bien su reacción, bebiendo un sorbo de vino.
Mientras los meseros servían platos cuidadosamente preparados, la conversación giró en torno a la expansión del hotel. Aunque todos los socios estaban de acuerdo en la idea general, las diferencias surgieron al discutir los detalles.
—Si vamos a agregar más habitaciones, debería ser con un diseño que resalte la exclusividad. —opinó Irene, cortando delicadamente su filete.
—Estoy de acuerdo. Pero también deberíamos pensar en incluir un spa más grande. —sugirió Gabriel—. Algo que sea un atractivo adicional para el tipo de clientes que buscamos.
—No está mal. —comentó Pablo—. Aunque creo que primero deberíamos enfocarnos en garantizar que la estructura actual soporte los cambios.
Enzo escuchaba atentamente, pero su enfoque no era solo técnico. Sabía que las discusiones sobre proyectos como este solían derivar en desacuerdos más personales, y prefería cortar cualquier tensión antes de que surgiera.
—Todos los puntos son válidos. —intervino finalmente—. Pero antes de tomar decisiones finales, quiero que cada uno me presente un análisis detallado de sus propuestas. Así podremos debatir con más fundamento en la próxima reunión.
El grupo asintió, aceptando la instrucción. Aunque algunos mostraban signos de cansancio, las miradas de aprobación predominaban.
La cena avanzaba con un ambiente más relajado mientras las conversaciones se tornaban livianas y despreocupadas
—Propongo algo —dijo Enzo, atrayendo la atención de todos—. Tomemos el día de mañana trabajen en sus propuestas, y nos reuniremos más adelante con ideas más definidas.