Capítulo 76 Un desafío en el campo
El restaurante comenzaba a vaciarse mientras el almuerzo de Amatista y Enzo llegaba a su fin. La conversación fluía con la misma ligereza que las copas de vino sobre la mesa, el tema principal aun siendo lo deliciosa que había resultado la pasta.
—Amor, no estoy exagerando cuando digo que podríamos venir aquí cada semana. —comentó Amatista, señalando su plato vacío con un gesto teatral—. Estoy completamente enamorada de este lugar.
Enzo soltó una risa suave, recostándose en su silla mientras la miraba con una mezcla de ternura y diversión.
—Gatita, si cada lugar al que te llevo te conquista de esta manera, voy a empezar a pensar que te quedas conmigo solo por la comida. —dijo, arqueando una ceja, su tono juguetón.
Amatista rió, llevándose una mano al pecho como si estuviera ofendida.
—¿Cómo puedes decir eso? Si me quedo contigo, es porque la comida es el segundo mejor regalo que recibo cuando estoy contigo. —respondió, su tono coqueto, mientras le guiñaba un ojo.
Enzo estaba a punto de responder cuando las figuras de Maicol, Diego, Bera, Eva y Alex se acercaron a su mesa. Eran imponentes, con la elegancia y seguridad que solo los años de experiencia y poder podían otorgarles.
—Enzo. —dijo Maicol, extendiendo una mano hacia él con una sonrisa que parecía más estratégica que amistosa—. No podíamos marcharnos sin saludar.
Enzo estrechó su mano con firmeza, su postura relajada pero alerta, como siempre lo estaba frente a figuras del pasado.
—Maicol, un gusto verte. —respondió, con la misma cordialidad.
Las miradas de los socios se dirigieron rápidamente a Amatista, evaluándola con curiosidad apenas disimulada.
—¿Y quién es esta encantadora compañía? —preguntó Eva, inclinándose ligeramente hacia Amatista, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Soy Amatista. —respondió ella con calma, sosteniendo la mirada de Eva mientras extendía su mano en un gesto educado.
Las preguntas comenzaron a fluir, centradas todas en ella. Desde comentarios sobre su relación con Enzo hasta insinuaciones sutiles sobre cómo encajaba en el mundo que los rodeaba. Aunque Amatista respondía con elegancia y confianza, Enzo no tardó en percibir que la incomodidad comenzaba a filtrarse en sus ojos.
—Bueno, señores y señoras. —dijo Enzo, levantándose de su asiento y despidiendo a los socios con una leve inclinación de cabeza—. Estoy seguro de que tienen otros compromisos que atender. Nosotros también debemos continuar nuestro día.
El grupo captó el mensaje, y tras unas últimas palabras corteses, se retiraron. Cuando finalmente se quedaron solos, Amatista soltó una risa suave, como si se quitara un peso de encima.
—¿Siempre son así de curiosos? —preguntó, llevándose la copa a los labios.
—Siempre. —respondió Enzo, riendo suavemente—. Pero no volverán a molestarte, amor.
Ambos comenzaron a reír, encontrando la situación más cómica que molesta.
Cuando terminaron el almuerzo y salieron del restaurante, el sol de la tarde los recibió con calidez. Enzo tomó la mano de Amatista y la guió hacia el auto, pero antes de que subieran, se detuvo y la miró con una expresión traviesa.
—¿Qué tal si hacemos algo divertido esta tarde? —preguntó, inclinando la cabeza.
—¿Divertido cómo? —respondió Amatista, cruzándose de brazos, intrigada.
—Un pequeño desafío en el club de golf. —dijo Enzo, con una sonrisa que dejaba claro que ya había decidido el plan.
Amatista rió suavemente, negando con la cabeza.
—No estamos vestidos para eso, amor. —dijo, señalando sus atuendos casuales—. Y, además, estoy agotada.
—Podemos comprar ropa en la tienda cerca del club. —respondió Enzo, sin dejarle espacio para rechazar la idea—. Y no me engañas, gatita. Te vi devorar esa pasta como si fuera el combustible que necesitabas para vencerme.
Amatista entrecerró los ojos, aceptando el desafío con una sonrisa desafiante.
—Muy bien, Bourth. Si insistes, vamos al club. Pero te advierto, no voy a dejar que ganes tan fácilmente. —dijo, flexionando ligeramente un brazo y señalando un músculo inexistente en broma.
Enzo soltó una carcajada, negando con la cabeza mientras abría la puerta del auto para que ella subiera.
En el auto, la conversación fluyó con la naturalidad que siempre los había caracterizado. Amatista, recostada contra la ventana, jugaba distraídamente con su cabello, mientras miraba el paisaje pasar. Su sonrisa burlona era un presagio claro de las bromas que estaban por venir.
—¿Qué vas a hacer cuando pierdas, amor? —preguntó, girándose hacia él con un destello de picardía en los ojos.
Enzo, con ambas manos firmes en el volante, dejó escapar una leve risa antes de mirarla de reojo.
—¿Perder? —repitió, alzando una ceja con una mezcla de incredulidad y diversión—. Gatita, creo que te estás olvidando de quién soy.
Amatista soltó una carcajada suave, inclinándose ligeramente hacia él, como si estuviera a punto de contarle un secreto.
—Oh, lo sé perfectamente. Eres Enzo Bourth, el hombre perfecto. —dijo, enfatizando cada palabra con un toque de ironía—. Pero incluso los hombres perfectos pueden perder de vez en cuando.
Enzo negó con la cabeza, una sonrisa ladeada dibujándose en su rostro mientras regresaba la mirada al camino.
—Si pierdo, gatita, será porque te dejé ganar. —respondió con tono confiado, su voz grave llenando el auto.
Amatista rodó los ojos, aunque no pudo evitar que una sonrisa divertida se asomara en sus labios.
—Claro, claro. Siempre tienes una excusa lista, amor. —replicó, dejando que su dedo trazara círculos en el borde de su asiento con un gesto despreocupado.
La conversación hizo una breve pausa mientras ambos disfrutaban del juego verbal. Amatista, aún con esa chispa traviesa, decidió cambiar de tema, pero sin dejar el tono de desafío.
—Solo asegúrate de comprarme algo bonito en la tienda. Quiero verme bien cuando te derrote. —dijo, girándose hacia él con una sonrisa que mezclaba confianza y provocación.
Enzo soltó una risa baja, una que vibró en el aire entre ellos.
—Te compraré lo que quieras, gatita. Pero ten cuidado con esas palabras. No querrás que este hombre perfecto te humille en público.
Amatista lo miró con fingida sorpresa, llevándose una mano al pecho como si estuviera ofendida.
—¿Humillarme? Amor, eres bueno en muchas cosas, pero este juego será mío. —respondió, inclinándose hacia él con un aire desafiante—. Y cuando te gane, te haré prometer algo.
—¿Ah, sí? —preguntó Enzo, arqueando una ceja mientras le lanzaba una rápida mirada antes de volver la atención al camino—. ¿Y qué me vas a hacer prometer?
Amatista se tomó un momento, como si lo estuviera considerando seriamente, antes de responder con una sonrisa que brillaba con malicia.
—Que siempre reconocerás que soy mejor que tú en algo. Aunque sea solo en el golf.
Enzo dejó escapar una risa, pero no contestó de inmediato. La pausa en su respuesta hizo que Amatista se sintiera victoriosa por un breve momento, hasta que él finalmente habló.
—Gatita, si llegas a ganarme, te prometo que lo reconoceré. Pero no olvides que, si pierdes, tendrás que cumplir con mi pedido. —respondió con un tono que mezclaba desafío y misterio, dejando claro que ya tenía algo en mente.
Amatista lo miró, intrigada, pero no lo presionó para que revelara su idea. En cambio, sonrió para sí misma, disfrutando de la anticipación que siempre parecía rodear cualquier interacción entre ellos.
El auto siguió avanzando por el camino mientras el sol de la tarde iluminaba el interior. Amatista cruzó las piernas y dejó que su pie se balanceara ligeramente al ritmo de la música que sonaba en el fondo, sus ojos fijos en el perfil de Enzo.
—¿Sabes algo, amor? —preguntó, rompiendo el cómodo silencio que se había instalado por un momento.
—¿Qué pasa, gatita? —respondió él, con un tono más suave pero igual de atento.
—A veces pienso que te gusta demasiado este juego de poder entre nosotros. —dijo, inclinándose hacia él con una sonrisa traviesa—. Pero esta vez, soy yo la que tiene la ventaja.
Enzo se permitió una leve sonrisa, esa que siempre aparecía cuando sabía que la situación estaba bajo su control.
—No es un juego de poder, gatita. Es un recordatorio de lo bien que funcionamos juntos. Tú desafías, y yo gano.
Amatista soltó una risa, sacudiendo la cabeza mientras se recostaba nuevamente en su asiento.
—Veremos, amor. Veremos.
El resto del viaje estuvo salpicado de bromas y comentarios ligeros, la tensión amistosa entre ellos creciendo con cada kilómetro que los acercaba al club. Ambos sabían que, aunque el golf era el pretexto, lo que realmente disfrutaban era la conexión y el constante desafío que compartían.
Cuando finalmente divisaron la tienda cercana al club, Amatista se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el tablero con entusiasmo fingido.
—Bien, amor. Hora de comprarme algo que me haga ver como una campeona. —dijo, girándose hacia él con una sonrisa radiante.
Enzo negó con la cabeza, pero la diversión en sus ojos delataba que estaba disfrutando tanto como ella.
—Vamos, campeona. Veamos si la ropa te da la ventaja que necesitas. —respondió, estacionando el auto y abriendo la puerta para que ella saliera.
Ambos sabían que el verdadero desafío estaba a punto de comenzar.
El auto se detuvo suavemente frente a la tienda. Desde el exterior, el lugar parecía más una boutique de lujo que un sitio donde se vendía ropa deportiva. Amatista miró el edificio con una mezcla de curiosidad y escepticismo antes de girarse hacia Enzo.
—¿Estás seguro de que esto no es una tienda de joyas? —preguntó, levantando una ceja.
Enzo soltó una risa baja mientras apagaba el motor.
—Gatita, te prometí que aquí encontrarías lo que necesitas para vencerme… o al menos intentarlo.
Amatista rodó los ojos, pero una sonrisa juguetona apareció en sus labios.
—¿Intentarlo? Amor, deberías empezar a practicar tu discurso de derrota.
Ambos entraron a la tienda, donde un aire de exclusividad los envolvió de inmediato. Las prendas estaban perfectamente organizadas, cada pieza parecía más elegante que la anterior, y el personal los recibió con una mezcla de respeto y discreción que solo los clientes de alto perfil podían esperar.
Mientras caminaban por los pasillos, Amatista se detuvo frente a un conjunto que llamó su atención: una pollera celeste con un diseño que mezclaba comodidad y estilo, y una remera de mangas cortas con botones que combinaba a la perfección.
—Creo que esto funcionará. —comentó, tomando ambas prendas y sosteniéndolas frente a su cuerpo mientras miraba a Enzo.
Él, apoyado casualmente contra un mostrador, la observó con atención, su mirada deteniéndose un momento más del necesario en ella antes de asentir con una sonrisa aprobatoria.
—Perfecto, como siempre, gatita. Aunque me pregunto si realmente necesitas algo tan bonito para jugar al golf. —dijo, con un tono que mezclaba admiración y burla.
Amatista le lanzó una mirada rápida, divertida.
—Bueno, amor, una campeona también debe verse como tal.
—¿Campeona? —repitió Enzo, riendo suavemente mientras tomaba una remera negra y unas bermudas—. Mejor apúrate, campeona. No quiero que uses la excusa de que no tuviste tiempo para prepararte cuando pierdas.
Amatista rió mientras se dirigía al vestidor.
—No te preocupes, amor. No necesitaré excusas. Tú, por otro lado… —dejó la frase en el aire, disfrutando de la anticipación mientras desaparecía tras la cortina del vestidor.
Dentro del vestidor, Amatista se cambió rápidamente, pero se detuvo un momento frente al espejo, ajustándose la coleta alta para asegurarse de que todo estuviera en su lugar. El conjunto que había elegido le quedaba perfecto: la pollera celeste resaltaba su figura, mientras que la remera de mangas cortas con botones le daba un aire juvenil pero elegante.
Al salir, encontró a Enzo esperándola junto a uno de los mostradores. Su mirada la recorrió de arriba abajo, y la sonrisa en su rostro fue suficiente para que Amatista supiera lo que estaba pensando. La remera negra y las bermudas que llevaba él destacaban su físico impecable, y su postura relajada solo hacía que se viera aún más atractivo.
—Bueno, ¿qué te parece? —preguntó Amatista, girando lentamente para que pudiera ver el conjunto completo, con una sonrisa juguetona en los labios.
Enzo cruzó los brazos, dejando escapar una risa suave antes de responder.
—No tengo palabras, gatita. Aunque ahora estoy empezando a pensar que deberíamos haber traído una cámara. Este momento merece ser inmortalizado.
Amatista rió y, sin perder tiempo, extendió la mano para tomar el teléfono que descansaba en el bolsillo de Enzo.
—Eso puedo solucionarlo, amor. —dijo, desbloqueando el teléfono con rapidez—. Ven, vamos a hacer que este momento quede para la posteridad.
Antes de que él pudiera objetar, Amatista se colocó a su lado, sosteniendo el teléfono frente a ellos. Enzo, aunque fingía resignación, se inclinó hacia ella, colocando una mano en su cintura mientras ambos sonreían para la cámara.
—Perfecto. —murmuró Amatista, revisando la foto antes de guardarla en el teléfono—. Ahora sí, estamos listos para la competencia.
Enzo negó con la cabeza, dejando escapar una leve risa.
—Deja de exagerar, amor. Solo necesitas admitir que ya gané en estilo.
—Eso lo admito sin dudar. —respondió él, inclinándose ligeramente hacia ella—. Pero recuerda, el estilo no te hará ganar en el campo.
Amatista lo miró con una ceja alzada, cruzando los brazos en un gesto de desafío.
—Ya lo veremos.
Mientras continuaban con sus bromas, una leve risa llamó su atención. Las empleadas de la tienda, discretamente ubicadas cerca del mostrador, no pudieron evitar sonreír al ver la interacción entre ambos.
—¿Algo que comentar? —preguntó Amatista, con una sonrisa cómplice hacia ellas, aunque su tono seguía siendo juguetón.
—Nada, señorita. Solo que hacen una pareja encantadora. —respondió una de ellas, con una sonrisa tímida.
Enzo sacó su billetera, acercándose al mostrador mientras entregaba su tarjeta para pagar las prendas.
—Gracias por la atención. —dijo Enzo, con la misma cortesía impecable que siempre lo caracterizaba.
El sol de la tarde bañaba el campo de golf, iluminando el césped perfectamente cuidado y creando el escenario perfecto para el desafío que ambos estaban por enfrentar. Amatista y Enzo tomaron sus posiciones iniciales, el aire entre ellos cargado de tensión competitiva, dejando a un lado por un momento las bromas y el coqueteo.
Desde el primer golpe, quedó claro que ambos estaban determinados a ganar. Enzo, con su postura impecable y movimientos calculados, logró un golpe preciso que envió la pelota a una distancia considerable, cerca del hoyo.
—Nada mal. —comentó Amatista mientras ajustaba su postura, concentrándose en su próximo golpe.
Con un movimiento fluido y preciso, Amatista logró igualar la jugada, haciendo que Enzo la mirara con una mezcla de admiración y desafío.
—Buen golpe, gatita. —dijo, su tono respetuoso pero claramente competitivo.
El juego avanzaba, y la rivalidad entre ambos se intensificaba. Enzo parecía tener la ventaja en los primeros hoyos, su técnica perfecta era difícil de superar. Sin embargo, Amatista se mantenía firme, estudiando cada movimiento de su oponente y aprovechando cualquier oportunidad para reducir la distancia entre ellos.
En el cuarto hoyo, Amatista logró un golpe impecable que dejó a Enzo visiblemente impresionado.
—Eso fue suerte, gatita. —comentó él, tomando su turno inmediatamente después y logrando un golpe igualmente impresionante.
—¿Suerte? No, amor. Es pura habilidad. —respondió ella con una sonrisa confiada, colocando sus manos en las caderas mientras lo miraba con desafío.
La competencia se mantenía reñida, cada golpe seguido de miradas intensas y comentarios que reflejaban la tensión y la conexión entre ellos. Ambos estaban tan concentrados en el juego que las bromas habían quedado en segundo plano, reemplazadas por la seriedad de dos personas que no querían ceder.
Cuando llegaron al penúltimo hoyo, Amatista comenzó a tomar la delantera. Su concentración, combinada con la determinación de ganar, le permitió realizar jugadas cada vez más precisas. Enzo, aunque no lo decía, sentía una mezcla de orgullo y frustración al verla desempeñarse tan bien.
—Tienes que admitirlo, amor. Estoy jugando mejor que tú. —dijo Amatista después de un golpe perfecto, girándose hacia él con una sonrisa satisfecha.
Enzo, con los brazos cruzados, negó con la cabeza antes de responder.
—El juego aún no termina, gatita. Ten cuidado con confiarte demasiado.
Amatista rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. Aunque estaba disfrutando de la competencia, también sabía que Enzo no se rendiría fácilmente.
Finalmente, llegaron al último hoyo, y la tensión alcanzó su punto máximo. Ambos estaban empatados, y el golpe final determinaría al ganador. Amatista tomó su posición, inhaló profundamente y golpeó la pelota con precisión. La trayectoria era perfecta, y ambos observaron cómo la pelota rodaba directamente hacia el hoyo, cayendo con un sonido que marcaba su victoria.
Amatista soltó el palo y levantó los brazos al aire, girando sobre sí misma con una risa de pura alegría.
—¡Lo hice! ¡Gané! —exclamó, corriendo hacia Enzo con una energía contagiosa.
Enzo, con los brazos cruzados y una sonrisa resignada, la observó festejar como una niña pequeña.
—Admito mi derrota, gatita. —dijo finalmente, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Pero no te acostumbres.
Amatista, aún riendo, se acercó a él, colocando las manos en sus hombros mientras lo miraba con una expresión traviesa.
—No te preocupes, amor. Siempre puedes intentarlo de nuevo… aunque no prometo dejarte ganar.
Enzo rió suavemente, tomándola de la cintura y acercándola un poco más.
—¿Dejarme ganar? Gatita, sabemos que no jugaste limpio la última vez. Seducir a tu oponente no cuenta como estrategia válida.